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viernes, septiembre 1

Esas personas, que se ignoran

María Kodama acaba de pasar por los cursos de verano de El Escorial. Tiene el mismo pelo lacio y largo y cerrado que Yoko Ono(la culpa de todo...) aunque en él centellea un luminoso racimo de canas. Hay en las viudas de los genios cierta similitud épica, como si la muerte las poseyera despacio para cubrir el inmenso vacío abierto de pronto en su vida, que no en su bolsillo. A Marina Castaño sin embargo le siguen saltando los reflejos dorados de cierta juventud ya marchita y todavía frecuenta más los cocteles que las conferencias, quizás porque a Marina Castaño le cojean los escrúpulos y ya está de vuelta de todo, o más bien todo está de vuelta de ella.

María Kodama fue a Madrid a hablar de Borges, naturalmente: es de lo que más sabe. Borges es una suerte de escritor de escritores erigido sobre un lector de lectores al que la vejez le robó la juventud, cosa que no es nada extraño porque nos irá pasando a todos, y las imágenes que trascienden son las de un viejecito ciego hablando con su doble en un banco : "Entonces usted es Jorge Luis Borges". Uno de los trabajos más intensos en la vida de María Kodama es acercar a Borges: leyéndola y oyéndola es la forma más humana de meterse dentro de Borges, el hombre, porque el escritor está salvo en sus páginas. "Nunca conocí a una persona que disfrutará más de la vida que él", dijo en Madrid la viuda eterna. Una de las contribuciones más poderosas que Borges ha hecho en la vida cultural española en los últimos diez años es provocar el duelo acerado que mantuvieron, por un quítame allá ese "gilipollas", Pérez Reverte y Umbral, o sea. Otra de las contribuciones de Borges no es suya, pero el pueblo se la atribuye con saña: se trata del poema cuyo primer verso es el famoso "Si pudiera vivir nuevamente mi vida, en la próxima trataría de cometer más errores". Hay otro apócrifo atribuido delirantemente a García Márquez, en el que el colombiano relata supuestamente lo maravillosa que es la vida y cosas semejantes: "Sólo alguien que no me conoce muy bien puede creer que escribiría algo tan cursi": son los oscuros milagros de Internet.

Al querer emplearse uno con la obra de Borges sale de ella rápidamente abrumado: a menudo a partir del tercer párrafo, otras veces en el segundo libro. Presumía de los libros que leía y no de los que escribía, pero sabiendo que ha leído tanto a veces nos da pereza leerlo a él: es raro, pero en alguna parte encuentra uno su lógica. Tenemos sin embargo a buen recaudo lo imprescindible, y lo curioso es que nunca se nos olvida. Con todo, de él refulge con intensidad ahora un poema titulado Los justos. Si uno mira alrededor se da cuenta de que es un poema que no envejecerá nunca. Es un faro cuya luz convendría pisar para no caer en las cunetas de la miseria. Acaba así: "El que acaricia a un animal dormido / El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho / El que agradece que en la tierra haya Stevenson/ El que prefiere que los otros tengan razón / Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo".

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