Como era de prever, Bernardo Provenzano alentó el grueso de grandes reportajes de la prensa internacional el pasado domingo. La historia se prestaba: un capo invisible detenido en un cobertizo donde malvivía amasando una fortuna para la Cosa Nostra con la ayuda de papelillos de papel: unos los fuman, y otros prefieren engrasar la mafia (es muy probable que la policía española encarcelase a los primeros). Uno de nuestros enviados especiales, sin quererlo, retrató a (parte de) la profesión. Relata con candor: "Un carabineri detuvo nuestro coche. Le dijimos que éramos periodistas y nos disculpamos por no llevar el cinturón...". Aunque patética, no es inusual la coartada. Yo ya conozco algún caso en Pontevedra, tipo "perdóneme, es que soy periodista". "Ah, muy bien, pues nada. A tope. Mire, allí adelante está cruzando una señora. Si se da prisa igual se la lleva por delante".
La práctica debe tener su orígen en el suceso, el acontecimiento periodístico por excelencia. Uno llega al derrape y deja el coche donde puede: ahí adquiere el pecado categoría de venial. Lo que no se termina de entender es que el pasaporte se le extienda a las narices del agente cuando la velocidad es inadecuada o el coche se deja en segunda fila (en primera, si hablamos de ciertas calles de Pontevedra). Habría que explicar a la sociedad por qué la impunidad del periodista al volante es mayor que la del panadero o la del abogado. A lo peor incluso lo que hacemos al escudarnos con nuestra condición es la de no estar a la altura.
-Mire, ya sé que voy a más velocidad de la normal, pero es que soy periodista.
-Ah, pues nada: usted perdone. Si nos necesita para interpretar alguna otra señal, no tiene más que pedirlo.
Al final, los días inciertos de la Semana Santa han desembocado en una entrevista-río entre Pedro J. Ramírez, director de El Mundo, y el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, que se ha prolongado dos días. Cuando Pedro J. Ramírez acude a La Moncloa para hablar con un presidente del Gobierno nunca se sabe quién está entrevistando a quién. Si uno se atiene a la fotografía de portada no se despejan las dudas: los dos de tú a tú, a un lado y a otro de la mesa. El titular parece de Zapatero. Dentro, una foto de ambos paseando por los jardines de Moncloa, habitual estampa del periodista desde los tiempos de Aznar. Cuando el bombardeo gráfico del presunto entrevistador es de tal calibre, uno tiene una prueba infalible para saber quién es el protagonista: acudir a la última respuesta. "Por cierto, podría usted decirme por qué no hay una mujer dirigiendo un gran periódico nacional". "Por la misma razón por la que no ha habido una mujer presidenta del Gobierno... ni siquiera secretaria general del PSOE". ¡La entrevista era a Pedro J!
La práctica debe tener su orígen en el suceso, el acontecimiento periodístico por excelencia. Uno llega al derrape y deja el coche donde puede: ahí adquiere el pecado categoría de venial. Lo que no se termina de entender es que el pasaporte se le extienda a las narices del agente cuando la velocidad es inadecuada o el coche se deja en segunda fila (en primera, si hablamos de ciertas calles de Pontevedra). Habría que explicar a la sociedad por qué la impunidad del periodista al volante es mayor que la del panadero o la del abogado. A lo peor incluso lo que hacemos al escudarnos con nuestra condición es la de no estar a la altura.
-Mire, ya sé que voy a más velocidad de la normal, pero es que soy periodista.
-Ah, pues nada: usted perdone. Si nos necesita para interpretar alguna otra señal, no tiene más que pedirlo.
Al final, los días inciertos de la Semana Santa han desembocado en una entrevista-río entre Pedro J. Ramírez, director de El Mundo, y el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, que se ha prolongado dos días. Cuando Pedro J. Ramírez acude a La Moncloa para hablar con un presidente del Gobierno nunca se sabe quién está entrevistando a quién. Si uno se atiene a la fotografía de portada no se despejan las dudas: los dos de tú a tú, a un lado y a otro de la mesa. El titular parece de Zapatero. Dentro, una foto de ambos paseando por los jardines de Moncloa, habitual estampa del periodista desde los tiempos de Aznar. Cuando el bombardeo gráfico del presunto entrevistador es de tal calibre, uno tiene una prueba infalible para saber quién es el protagonista: acudir a la última respuesta. "Por cierto, podría usted decirme por qué no hay una mujer dirigiendo un gran periódico nacional". "Por la misma razón por la que no ha habido una mujer presidenta del Gobierno... ni siquiera secretaria general del PSOE". ¡La entrevista era a Pedro J!
No hay comentarios:
Publicar un comentario