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miércoles, febrero 28

(Semana) Miércoles

Desde hace ya unos meses, dentro de esos sacrificios que a uno le corresponden en este trabajo, soy el encargado de poner una frase del día en una de las secciones del periódico. Es, la selección de esa frase, una tarea muy grata. Muchas de ellas finalmente se le quedan a uno chapoteando en la cabeza, yendo de un lado para otro como un pececillo ciego que al final recobra la vista y aflora, en su plenitud, en un estanque dorado. Ayer me topé con ésta de Diderot: "Engullimos de un sorbo la mentira que nos adula / y bebemos gota a gota la verdad que nos amarga". No lo encontré a causa de nada en particular: fue buscando esta otra, apuntada en una libreta y leída ya no sé dónde. Es de Thomas Bernhard, y resulta pavorosamente descriptible: "A veces levantamos la cabeza y creemos que tenemos que decir la verdad o la aparente verdad, y la volvemos a bajar. Eso es todo". Resume parte de la disciplina periodística (uno ya diría literaria) de este país. Levantar la cabeza con brío, agitar la mano entre las luces, y luego bajarla despacio con una mezcla de resignación y miedo. No estoy hablando de algo en particular: es una reflexión general producto de una observación crítica a lo largo de los años. Es tan perceptible el ímpetu como el tímido arrepentimiento. Por experiencia: es mejor que a uno le bajen la cabeza y se la vuelvan a meter en la sopa que meterla él mismo, tan poco dignamente. Y mientras, prosigue el insomnio y doy vueltas perdido, como si en lugar de en la cama estuviese en un bosque, hasta que a las cuatro de la mañana bajo a la calle con el perro en pantalón de pijama y unas pantuflas viejas: siempre me gustó ese aire a lo Nick Nolte, y cada vez lo exhibo con más brío. Pontevedra a esa hora es digna de admirar. Una ciudad pequeña empapada por la lluvia, silenciosa, relajada, elástica. No se escucha un alma hasta que de repente alguien baja una persiana con violencia. Vuelve a subirse, y la sombra de una mujer arroja a la calle un cigarro encendido que vuela sin rumbo hasta caer en la carretera. Voy hacia allí, y lo piso ("Yo estoy loco", dijo Panero. "¿Por qué?", le preguntaron. "Porque aplasto los cigarrillos en el suelo, como si fueran niños"). Y ni siquiera el gemido del viento posándose sobre los árboles como un manto infernal de lava nocturna. Sólo un vehículo aparcado delante de un cajero y un hombre joven entrando precipitadamente. Gistau, en El Mundo, definiendo a Zouhier unas horas después: "la síntesis del submundo". Se refería a sus oficios, pero bien pudo hacerlo a sus horarios. En Pontevedra es casi inimaginable el submundo: poca ciudad para un delincuente con ínfulas. A las cuatro de la madrugada lo más parecido al submundo que hay es un tipo con pijama y un perro suelto ladrando alrededor. Le he quitado un palo, y lo tiro lejos, al medio de la carretera, aprovechando el vacío. Dijo Manuel Rivas del miedo: "El miedo es la playa de Riazor vacía una tarde de agosto de 1936". Dijo T. S. Eliot del amor: "Me diste jacintos por primera vez hace un año / te llamé la chica de los jacintos". Y dijo Baroja de la juventud: "Creo que todos los hombres empiezan a pudrirse a partir de los veinte años". Y este extracto en La Vanguardia de la entrevista a Arnaldo Otegi, antes de despachar solemnemente un cigarro: "Quien hizo el 11-M buscaba el mayor número de víctimas y además en trenes de cercanías que acercaban a trabajadores a sus puestos de trabajo. Desde nuestro punto de vista, eso es absolutamente rechazable". Miguel Ángel Blanco (Mambrú) iba a la guerra, ¡y en autobús! Como Gregorio Ordóñez, agitando aquella mañana un café-bomba. El día se acaba pronto: a las seis de la tarde. A esa hora me refugio en casa, envuelto en circunstancias.

martes, febrero 27

(Semana) Martes

Después de aquel fabuloso artículo que escribí rindiéndole homenaje al espíritu emocionado de San Valentín, E. decidió regalarme esa misma noche Andamios, de Benedetti, envuelto en papel de corazones. Antes de entregármelo, dice: “Uno de mis libros favoritos”. Y me echo atrás, como si fuese el baúl de una herencia familiar. Andamios es una novela que habla del retorno, de aquello que fue y ya no es: yo mismo he estado obsesionado durante largos años con los paraísos perdidos. La diferencia es que Benedetti, apenas oculto en la broza de la ficción, regresa del exilio al Uruguay que se despierta de la dictadura militar. Abre la historia una cita estupenda de Pessoa (“Nunca voltarei porque nunca se volta / O lugar a que se volta é sempre outro / A gare a que se volta é outra / Já não está a mesma gente, nem a mesma luz, nem a mesma filosofia”). Dentro hay otra frase de Pessoa, ésta más conocida: “La patria, ese lugar en que no estoy”. Termino el libro y despierto cinco horas después, y ya no puedo dormir y paso lo que queda de madrugada delante del ordenador, escribiendo cosas sin sentido, párrafos largos y tristes y algunos alegres, casi enfermos, y borro todo después, en un ejercicio mecánico que por un momento me llega a asustar. Escribo, eso sí: “Era un hombre de cierta edad, entre los veintiocho y treinta y cinco años, al que habían regalado un gato por algún motivo, y que ahora lo contemplaba sin apenas curiosidad mientras se mantenía en equilibrio al borde del sofá, posando tranquilo su mirada en el suelo, como avergonzado, y de vez en cuando maullaba triste; maullaba él y maullaba el gato”. Y esto ya no lo borro. En la calle no sucede nada extraordinario, pero a veces está a punto. Una de las virtudes de estas pequeñas ciudades de provincias es la cantidad de situaciones extrañas que ocurren casi a cada segundo y el vaivén continuo de gente milagrosa que se cruza sin apenas saludarse. Parece que no ocurre nada y que la vida está detenida en algún minuto, pero la realidad es muy diferente, y cuando me quiero dar cuenta tengo casi diez mil euros en el bolsillo y los cuento delante de otra persona, casi un desconocido. Es un negocio legal, pero con los billetes de quinientos nada lo parece: tiene uno la sensación de que va a romper la puerta la policía. Después está el modo. Uno entra en un despacho y no abre el sobre y desparrama la pasta por encima de una mesa. Primero hay que hablar de banalidades: la lluvia, nuestras pequeñas miserias, las grandes alegrías de la vida, medianas empresas, Penélope Cruz, Galicia después de Fraga. En mi ignorancia me pregunto de dónde sale este dinero que era nuestro: ¿ha dejado algún vacío físico? Me siento, eso sí, más ligero: quizás haya perdido un par de kilos. Y después de la conversación, cinco minutos de protocolo tenso, llega el mambo. “Bueno, al lío”, y saco el sobre con las manos empapadas por el sudor (no es el dolor de la pérdida, sino el contacto, sucio, con tanto billete, y la nostalgia ardiente del trueque). Con la torpeza me equivoco al contarlo. Avergonzado, pido perdón ya sabiendo que no hay manera: la he querido colar. Vuelvo a la calle con el estómago vacío, pero no me siento mal. Me sorprendo silbando, y me detengo en A Peregrina a escuchar a un músico ambulante aquello de “cual escondida la esperanza humilde / es toda la fortuna de mi corazon”. Ya en el trabajo, B. grita: “¡Yo soy de Arriaga!, ¡yo soy de Arriaga!” (lo siento de veras por Iñárritu). En la red, comparto la opinión de Bragado sobre el affaire Losada: “¿ónde están os xornais galegos?”. Y E. me consuela al teléfono: “Sólo hay algo mejor que tener dinero: gastarlo”. Todo fluye.

lunes, febrero 26

(Semana) Lunes

El sol de febrero se tumba con delicadeza en la mañana, y levanto las persianas del estudio para toparme de bruces con un paisaje lejano y un cielo cubierto y alegre. Una de esas mañanas de invierno apareció en la repisa de la ventana una gaviota y se quedó mirándome fijamente hasta que bajé la cabeza humillado Cuando alguien extraño fija sus ojos en los míos recuerdo a Patrick Bateman, American Psycho, en un concierto de U2: en medio de la canción, Bono se asomó al borde del escenario y clavó su mirada en él. “Soy el diablo, y soy exactamente igual que tú”, le dijo. Pero ha amanecido, y estoy delante de las últimas luces de febrero y todo adquiere un aire irreal. No llueve por primera vez en los últimos siglos y anoche releí el Nuevo Testamento hasta las cuatro de la madrugada. Estoy haciendo una combinación insólita de lecturas que me deja sumido en un estado de vibrante desesperación que, sorprendentemente, adoro: la Biblia, compulsivamente, y En busca del tiempo perdido, despacio y con temor. Hace muchos meses le pregunté a R. qué leía. “Yo desde hace quince años sólo leo En busca del tiempo perdido”. Y así van las cosas. Me entusiasma Jesucristo: sobre todo sus discursos, el misterio (¿es un misterioso, Miranda?) y su influencia. “Jesucristo tiene más influencia que Alejandro Agag”, dije el domingo, antes de llamar a Telepizza. Pero ya me habían cogido el teléfono, y la telefonista preguntó: “¿De qué me ha dicho que la quiere?”. Hubo una época en la que estaba tan solo que llamaba a estos lugares para reconciliarme con la voz de una mujer. Si la soledad era urgente, prolongaba la charla hasta pedir todo el catálogo de pizzas. “¿Son para usted solo?”. “Tú no tienes hambre, ¿verdad?”, contesté. Y vuelta a empezar. Una lectora me envía un correo para reprocharme, con elegancia, mi trato a las mujeres. Enciendo el ordenador y mastico de mañana las últimas porciones de una carbonara fría y reseca. Hace horas que se ha ido E. y me he quedado solo con los animales. Suena Sodade, de Cesária Évora: una cinta vieja que me llevé de un apartamento vacío de Coimbra. Y de pronto sucede esto, en orden puramente cronólogico: pienso que Cesária Évora es de Cabo Verde, y en una playa de Cabo Verde, un pequeño paraíso, un chaval enterró por la cintura a dos jóvenes italianas y las machacó a pedradas. Luego las enterró allí mismo: una de ellas seguía viva. Lo hizo por amor (o desamor, tanto tiene). Imagino la escena una y otra vez con la música de Évora, sin parar, y cuando me doy cuenta quiero llorar: una necesidad casi física, no moral. El horror, el horror, susurraba Brando. Y en un paraíso, como la manzana: el paraíso siempre es el infierno. Por la radio ya han matado a una mujer en Porriño, y ni siquiera es la hora de comer. Un ejemplar de El País del domingo, con una página dedicada a “Antonio Losada”, secretario xeral e Relacións Institucionais (BNG), antes conocido como Antón Losada, cuando trabajaba en la Ser y era amigo. A medida que avanza la mañana va evaporándose la literatura, la pizza, y empieza el periodismo, el menú del día (y la soledad, barruntada o no). Núñez Feijoo dice que desde que hay nueva Xunta ha crecido la violencia de género: “la puta paridad”, pero esto no lo dijo. Y salto por encima de las cajas, de la ropa tendida en una cama, de una casa en plena mudanza, y tras la ducha, el paseo del perro y un nuevo desayuno (la leche que le había preparado al gato, para su asombro), salgo a la calle. Un lunes de manual, muy español: la portada de la Interviú, la resaca del Madrid. Le doy vueltas a la cabeza, tratando de saber si estoy bien o no: me envío señales, pero no llegan. Ya en el trabajo me voy corriendo a Google, pensando en el nacionalista Losada y esa maldad de El País castellanizándole el nombre. Y pongo “Antonio Losada”, a ver qué me sale. Lo que me temía: un torero francés.

domingo, febrero 25

Supergarcía

La primera cosa que escribí yo en el Diario fue una carta al director en la que ponía a caer de un burro a José Ramón de la Morena. Uno de los recuerdos más intensos de mi infancia es el de un señor muy bajito con unos enormes cascos negros en las orejas: yo creía que era Superratón. En un piso de estudiantes de Bilbao se paraba la vida a las doce de la noche y se reunían todos en un cuarto para escuchar a Supergarcía en la Hora Cero como quien escucha al comandante en jefe dar el parte de guerra. A los catorce años le escribí una carta y él me contestó con una foto suya firmada por detrás, como si fuese Brad Pitt. Guardo en algún estante cintas grabadas de partidos del Madrid narradas por Rosety y se asomaba su voz por detrás, gritando “ooooooh”. En España sólo hay dos personas a las que puedes llamar por un apellido de lo más común y saber perfectamente quiénes son: González y García. Uno fue presidente del Gobierno y el otro mandaba la de Dios. Medio país aguantaba la respiración a medianoche: García fue siempre de cara y salía a matar. Nunca se parapetó en un origen pueblerino para hacerse perdonar por nadie y hacer de la sensiblería y del chiste fácil una forma de epatar. Apenas disimulaba: destrozaba a alguien un lunes y el jueves lo elevaba a los altares. Castigaba a quien le regateaba una exclusiva. Fue un tirano de la radio: al final, con la derrota, casi un guiñol. Hace ya muchos meses salió de un cáncer y esta semana se levantó de su silla delante de Quintero y empezó a imitar a Aznar. Luego puso los pies sobre la mesa y rajó de arriba a abajo a Florentino. Y dijo que Losantos tenía un cáncer: Luis Herrero. La televisión del PSOE decidió censurarlo, dándole la razón en todo: Supergarcía sigue siendo el rey.

sábado, febrero 24

Ostedijk

O que parecía un defensa holandés perdido polo mercado de inverno resultou ser un barco cheo de gases: un Cela farto de callos metido nunha gran piscina. Na dereita esíxese unha pregunta de manual: ¿o Prestige da esquerda? O PP denuncia “apagón informativo” na TVG, achéganse tépedas voces de Nunca Máis e o barco paséase pola costa sen que ninguén o queira: un barco de inmigrantes.
Hai certa afección entre a clase gobernante polos paseos turísticos destes barcos sen saber que facer con eles. Sobrevoa a certeza de que isto está directamente relacionado co medo á reacción da cidadanía (ou sexa: covardía) e co medo á toma firme dunha decisión (ou sexa: incompetencia). Aí acaba o parecido do Prestige, que non é moito, pero si substancial. Logo está a relevancia sentimental. No Prestige xuntáronse moitos galácticos: non os lembraremos polos seus títulos, pero qué lustre.
A gomina, por exemplo. Aqueles capachos de gomina que ían recollendo os voluntarios ao longo dos meses (nas rochas, na televisión, nas urnas) non resisten comparación: é a trampa sentimental do tempo recobrado, a falsa magdalena do chapapote. No Prestige había elementos secundarios que convertían o drama nunha comedia graxenta: a gomina, claro. Agora non se detecta un interese desmedido do bipartito pola caza en momentos de crise. Pero un entende as comparacións. O vicepresidente do PPdeG, por exemplo, falou de “descoordinación”. Custa calar

viernes, febrero 23

Héroes o salidos

Las fotos las envía A. a las siete de la tarde. Es mi primo. Lleva ya unos años trabajando en un delfinario de Valencia y de vez en cuando considera oportuno regalar un manojo de nomeolvides, una salva de fotografías: abrazado a un delfín, buceando entre ellos, algún león marino, besando en la boca a una morsa. Alguna vez pensé en contraatacar con mi propio arsenal de estampas laborales: comiendo un donut a media tarde, pasando la página de una libreta, pulsando enérgicamente una tecla, corriendo a una rueda de prensa, descolgando misteriosamente el teléfono, algún silencio heroico en una entrevista tensa. Las fotos me lo devuelven bajo el sol plateado del invierno mediterráneo, durante un tránsito en Salou. No sé si fue a la altura de la tercera o cuarta foto, pero la frase iba latiendo despacio, como un rescoldo de la adolescencia, y se hizo carne ante mi propio asombro: “Lo que debe de follar”. El sexo como finalidad, y ya eran muchos años. Fue un pensamiento tan natural que no tuve más remedio que someterlo a un frío análisis. Anochecía afuera, en la ciudad (Pontevedra está gris y lluviosa y fría en este invierno global) y pensé rápidamente en una encuesta que se hizo recientemente en el Reino Unido. Algo así como “¿por qué dejaría usted el sexo?”. Y cada gordito blanquecino ponía sus condiciones: un millón de libras, un océano de cerveza, la Copa de Europa para el Sheffield United. Eran respuestas subversivas, sacrílegas. Lo he cotejado con algunos viejos amigos y también con gente a la que he conocido más recientemente, por si acaso he crecido entre extraños. He puesto sobre la mesa la baraja, y he pretendido acercarme a una verdad oscura: pertenecemos a una generación que entendió temprano que el único objetivo limpio y honesto que había en la vida era el sexo, y que desde los quince años todo lo que habíamos hecho era por una causa sencilla: el irrenunciable derecho constitucional a follar. Todavía no sé si somos héros o salidos. Pero todo, desde esa pomposidad absurda llamada ‘éxito social’ hasta la mayor de las imposturas, ha estado siempre destinado al sexo, del que ya la Historia sabe cuántas voluntades ha movido en pos de una grandeza sólo obtenida para darse el mínimo gusto de echar un polvo. Y esto se ha convertido, ¿saben?, en una visión muy humana de la vida, y al menos yo me he encontrado siempre muy cómodo en ella porque no hay que hacerle daño a nadie y se va cimentando todo, desde la simpatía personal hasta las ansias de un reconocimiento mayor, en un objetivo muy noble. Probablemente mi primo se bañe entre delfines por gusto, pero no puede abstraerse a la pulsión sexual: por ignorancias menores se han desplomado imperios. R. lo describió de forma más gráfica: “Hay quien vive para sí y hay quien vive para su rabo. Dios premia al generoso”. García Márquez dijo escribir para que lo quieran, pero luego vino Sabina y le tradujo: era un chico tan feo que empezó a escribir versos para follar. A este tipo de supervivencias le debemos muchas obras de arte. Y, personalmente, de esa recta filosofía de vida trazada inmisericorde en la adolescencia apenas me he separado. Es fácil: si uno está enamorado el juego se limita a “poder follar”. Poder follar y follar, alcanzado el punto de madurez exacto, es en esencia lo mismo. Lo importante siempre, al final, es saber que se puede.

miércoles, febrero 21

Pla

"No hubiera escrito una línea si la hubiera pensado antes”. Es la última frase de Josep Pla en una entrevista del programa A Fondo realizada en 1976. Conocía vagamente al escritor, pero nada al personaje. La hora larga que dura la entrevista la ocupa el rostro octogenario del viejo payés, sus ojos arrugados y sonrientes, las uñas largas y sucias liando un cigarro (“para buscar adjetivos: por eso fumo”) y el cerrado soniquete catalán adobando su discurso sin contemplaciones (“La mujer es el ser antirromántico por excelencia. Les gusta el dinero, la seguridad: yo no tengo nada que ver con eso; es un mundo muy complejo”). He visto la entrevista varias veces en los últimos tres días gracias a los cuidados de mi querido Mabalot, y la he visto entre la tristeza y el asombro: es difícil encontrarse a alguien así. No es necesario compartir con él sus opiniones, sino acercarse y disfrutar de su humanidad, y de una forma de estar en la vida en desuso, alejada de luces (“Yo no soy más que un payés de la parroquia de Llofriu. A mí me hicieron estudiar, pero tal vez esto haya sido un error”). He repasado las fotos más a mano de Pla, y me he dado de bruces con un campesino, con un señor con boina (“la boina es excelente para viajar”). Años antes le diría a Salvador Pániker:
¿No se encuentra muy aislado?
–Yo tengo una edad descarada, tengo sesenta y ocho años; una edad absolutamente escandalosa. A esta edad todo es diferente.
Usted viaja bastante.
–Me gustaría viajar más. Ahora estoy muy cansado; mi madre murió hace quince días, y esto, claro, siempre produce una cierta cosa extraña. Pruebe este vino; no sé si le gustará. ¿Le gusta? Lamento no poder ofrecerle otro; este año no salió muy bueno.
Es un vino excelente, y con su permiso me iré sirviendo a discreción.
–Pues claro, beba hombre, beba. [...]
Le advierto que lo que quiero es charlar.
–Y yo le advierto que soy un tipo, y perdone, bastante anticonvencional. No tiene que confundirme; a mí todo este mito del hombre de letras y la vida intelectual de París no me interesa nada. Al intelectual, en tanto que intelectual, lo odio. Es un ente que no tiene nada que ver con nada. Es un monstruo.
Pla es un escritor (“he hecho periodismo toda mi vida: siempre he escrito literatura de observación”) que defiende la “inteligibilidad” y desprecia la retórica, la erudición (“un camelo”) y los que “hablan escuchándose”. Escribió 30.000 páginas. Y dijo que su principal rasgo distintivo es la ignorancia y que tiene pavor al ridículo (“pero en Cataluña hay mucha gente que no: son, como decimos aquí, muy paveros”). La entrevista se la hace Joaquín Soler Serrano. La entrevista es un género maltratado por la televisión a la que siempre le ha querido dar vuelo Quintero, pero Soler Serrano entrevistaba durante una hora a Borges y Quintero tiene hoy con él a Ana María Ríos. Ya no hay un Soler Serrano, y tampoco hay un Pla. Y por eso no hay estos estos momentos:
Usted ha escrito mucho, pero también ha tenido tiempo para vivir.
Pla (sonriendo asombrado): -Nooo. Yo he vivido muy poco. No tengo idea de nada. No sé, por ejemplo, lo que es el amor. Tengo una idea contraria a los seres humanos, no creo..., y también seguro que no se cree en mí. Usted seguro que no cree en mí.
Yo sí creo en usted. Soy un viejo admirador de usted.
-Pero eso es literatura. La vida no, la vida es más complicada.
Y se pone la boina y se va. Murió cinco años después. La primera frase de la entrevista fue: “Lo más profundo del hombre es su superficie”.

lunes, febrero 19

Publicidad


En tiempos de sensibilidades tan exacerbadas se hace imprescindible un órgano tan pomposo como un Instituto de la Mujer que institucionalice, de alguna manera, los comportamientos más fanáticos para no dejarlos a la intemperie de su propio ridículo. Es el caso de la última campaña de publicidad de Dolce&Gabbana, que muestra a varios musculados muchachos, afeitados y convenientemente untados de aceite, rodeando a una mujer tumbada: uno de ellos se inclina sobre ella sujetándole las muñecas. La imagen ha provocado protestas de varias asociaciones, de los verdes y de una veintena de particulares. Ha recogido el guante a lo bravo el Instituto de la Mujer: “La imagen incita a la violencia contra los mujeres” y “reduce la mujer a un objeto sexual”. A lo primero no hay respuesta: la tontería no se sostiene. En lo segundo discrepo: yo no veo nada malo en que se presente a una mujer como objeto sexual con un fin publicitario, y probablemente haya muchas que estarían encantadas de serlo: ¿es tan duro despertar deseo sexual?, ¿acaso los chicos del anuncio no lo son, ofrecidos como manjares a mujeres que los devoran con los ojos? En el sexo hay roles, y alguno de esos roles implica cierta violencia: todo eso ejerce atracción, y la publicidad no es otra cosa. El pellizco que la Xunta denuncia como maltrato es un gesto cómplice. En nuestras diversas maneras de follar hay lugar para palmadas, arañazos y mordiscos, cuando no (es minoría) latigazos puros y duros. Hay hombres a los que les gusta ser dominados y hay mujeres a las que también. La publicidad tiende a recoger el pulso de la vida bajo el ojo clínico de la provocación y un muy inspirado reflejo social . En eso firmas como Benetton o Dolce&Gabbana llevan varios cuerpos de ventaja.

domingo, febrero 18

Hipoteca

Uno de los inventos más perversos y maravillosos de la humanidad es el pinchazo telefónico. La grabadora recoge los sonidos del mundo, el pesado tambor de las palabras. La grabadora ha encontrado en la corrupción un filón delicioso. Desde el histórico “yo papel que hago, papel que cobro” de García Marcos en el alegre lupanar marbellí hasta la conversación del portavoz del PP en Gondomar, que revela hasta dónde llega la honda tragedia de las subidas de los tipos de interés. Hasta hace unos meses creía uno que las subidas de los tipos de interés era como se le llamaba a la romería anual del PP en el Monte do Gozo. Pero se ve que no: que los tipos de interés son otros. También sabe esto el portavoz popular. Se lo avisa el empresario, que de pesetas sabe un rato: “Vamos a ver: 45 millones es muchísimo. Como mucho, 30”. Y contesta el edil, apesadumbrado, que él también tiene una hipoteca que pagar y que lo dejen en 35, para que llegue a Gondomar y se vea que ha negociado duramente. Ahí están los cables, los rudimentos del invento: la hipoteca, que ahoga, y la imagen de uno, que no debe resentirse. La grabadora desnuda, adaniza, y al concejal le ha servido en bandeja un atenuante. Hay un hombre preocupado por su hipoteca y por el qué dirán: lo de todos los días. Seguro que a usted también le gusta que su vecino piense que es un hombre de carácter y que cuando regatea la mordida no hay quien le plante cara. Y también le pesa en la espalda la hipoteca, y al volver del cajero se agacha para coger aire y caminar, con esfuerzo, unos pasos más hasta llegar a casa, tumbarse en el sofá y romper a sufrir en silencio, con dolor. Ya me dirán ustedes que así quién no pone el cazo.

jueves, febrero 15

Los ricos

Adán y Eva no se adaptan al frío / Joaquín Sabina
De los ricos dijo Scott Fitzgerald una frase que lo destruiría: “Son diferentes a nosotros”. Nadie niega su fascinación: es un sugerente ejercicio contemplativo. Hay una clase de ricos que sí merece cierto interés: los que van armados por la vida de modales y naturalidad producto de una educación sencilla que les ha hecho ver que lo importante no es el dinero. Eso tampoco tiene mucho mérito, porque para un hombre inteligente el dinero va perdiendo importancia en la misma proporción en que se va ganando. Cierto: todos los ricos tienen una posición. Pero no todos buscan el momento en el que demostrarla. Además, también hay ricos que al nacer ya se invisten de cierto aura trágico que no les abandona nunca, y todos sus actos se justifican con esa adversidad casi mitológica. No he tratado con ricos en mi vida. Estoy hablando de los ricos que no salen en las revistas y sólo se asoman de vez en cuando, y nunca por voluntad propia, en las páginas de los periódicos. Estoy hablando de los que podrían permitirse dejar a sus generaciones el dinero suficiente como para vivir siglos de los intereses sin tener que hace nada más que vagar por los lugares más recónditos del mundo, y redescubrirlos una y otra vez buscando una agitación desconocida, una emoción hasta ahora incontrolable. Pero he atisbado a alguno que, con no serlo lo suficiente, sí tenía sobre sí la corona dorada de una herencia con peso. Y suelen ser personas perfectamente conscientes de sí mismas, sabiéndose en el interior de un círculo privilegiado en el que hacer acopio de amistades y de amores, y saliendo tan sólo para extender la mano con una cálida sonrisa y ejercer en segundos una vaga atracción y un interés humano por su interlocutor. David Mamet empieza así una película: “El amor mueve el mundo”, hasta que un personaje corrige al anterior: “Efectivamente: el amor al dinero mueve el mundo”. He pensado en ello, y lo he hecho con desinterés, incluso sin saber si al final escribiría sobre todo esto, porque en las últimas horas han pasado dos cosas insignificantes, corrientes en el trasiego diario. En la radio hacían público el sueldo de Francisco González, patrón del BBVA, más pluses y beneficios propios de un banquero: le salían varios millones de euros, o miles de millones: a esas alturas qué más da. Y en Gondomar dos concejales han sido detenidos por corrupción, que es una cosa muy vulgar. Nada ha perturbado tanto al ser humano como la aparición de la primera moneda, que algunos sitúan en el árbol de la Ciencia del Bien y el Mal. Y nada nos ha colocado a unos y otros en lugares tan diferentes, y tampoco nada nos ha hecho tanto daño como el querer alterar el orden lógico del mundo, la poética justicia del dinero, con la prisa propia de un inconsciente. De ahí el desprecio que provocan los llamados nuevos ricos, que llegan a codazos e improperios. No es un problema de falta de educación: les pierde la prisa por enseñarse. Y en la prisa suelen llevar la penitencia: el delito y su castigo. Yo no envidio a los ricos que llevan en el apellido las brillantes incrustaciones de su patrimonio, porque lo único que envidio con violencia es el talento, e incluso admiro la naturalidad con la que se desenvuelven para no sugerirte que podrían solucionar tu futuro de un plumazo. Pero sí me despierta un aburrido desprecio aquellos que suben con la espuma de la ola haciendo de la posición un móvil en la vida, y entienden que ésta se consigue acumulando dinero en el escaparate de sus vidas públicas a modo de posesiones, impertinencias y desplantes: una forma de ser rico que no está en los manuales de viejo, por eso los auténticos huyen de los impostores. Siempre he pensado, desde mi mediana ignorancia, que más importante que ser rico es aprender a serlo. Y ya cada vez hay más, y cada vez, sin embargo, han aprendido menos.

San Valentín

Como todos los artificios comerciales, esperaba de San Valentín un cascada inolvidable de mermelada untada sobre el lomo de las más peregrinas y estúpidas iniciativas que, al ser el día que es, adquieren sin obstáculos el rango de noticias. Seguro que alguna se pasó por el telediario de Antena 3: acostumbran a tratarlas con indisimulada deferencia. Ha habido dos que me llamaron especialmente la atención, y aunque las leí en un teletipo no podía quitarme de la cabeza la voz de Matías Prats relatándolas. Una sucedió en Miami: fue la boda de Cosita, la perra de la cadena estadounidense Univisión, y Puchi, un perro afortunado. Otra llegó fechada en Nueva York: detuvieron el día 13 a Malik Cupid por estafar a su novia. Alguien en la comisaría entendió que era muy divertido que el sujeto se apellidara Cupid y dio la noticia para que ésta saliera rebotada de esta forma: ‘Un Cupido malvado en vísperas de San Valentín’. La mejor de todas fue una con la que no sé si se atrevería Matías: en la República Dominicana un cerdo mató a mordiscos a su dueño por prohibirle copular el día anterior con la cerda de una granja vecina.
Para un enemigo declarado de la ñoñería no es fácil sobrellevar fechas tan artificiales. Me gusta la frivolidad, pero todo tiene un límite. Lo ñoño, junto con lo coñazo, tienen dos lugares muy destacados en mi particular altar de fobias, sólo a la altura de la deslealtad. A lo demás tampoco le presto una excesiva atención: no hay que dedicarle mucho tiempo a las fobias. Lo que pasa es que es difícil esquivarlas: nadie me obligó ayer a sentarme en un restaurante en el que el menú ofrecía un revuelto de San Valentín, y tampoco nadie me obligó a pedirlo, en voz alta, porque era el primero que más me gustaba. Y tampoco, con la inercia del flechazo, pude ya evitar recoger un portarretratos en forma de corazón que me dieron al saldar la cuenta: hay precios que nadie debe obligar a pagar.
De todos los días mundiales, de todas las celebraciones espesas, inútiles y subnormales, la de San Valentín es históricamente la más pesada. Afloran estudios sobre solteros (“San Valentín puede generar angustia y frustración en quien no consigue pareja”, dijo ayer una psicóloga: vaya por Dios), entrevistas de altura (“El jardinero podó un arbusto con forma de corazón para que George me lo diese”, dijo Laura Bush: nunca fue tan pública la complicidad entre un jardinero y su señora) y encuestas comerciales (“El 70% de españoles tuvo una relación de pareja sin estar enamorado”: ¿y el otro 30%?). De pequeños estaba aquella tontería de ir a clase con una prenda roja si te gustaba alguien (en EGB no te enamorabas: hasta quinto te gustaba alguien, a partir de sexto metías mano, directamente). Ayer, sin nada rojo en mi cuerpo salvo un par de arañazos de gato bien merecidos, asistí al espectáculo deprimente de San Valentín (si los solteros se angustian, qué no haremos los demás) con un optimismo contenido: las ventas de flores y demás parafernalia parecen haber disminuido desde el año anterior. No hay que interpretarlo como que se va acabando el amor: simplemente se acaban las ganas de pagarlo.
Hubo algo, sin embargo, que me mantuvo inquieto. Durante todo el día temí la llegada de la noticia que le diera sentido al 14 de febrero: la muerte de una mujer a manos de su legítimo propietario. A estas horas en que escribo todavía no llegó, pero alguna bofetada seguro que ha caído por el camino, y quizás cuando se abra de nuevo la veda caigan varias: habrá que estar vigilante. Los españoles somos muy poco contemplativos con estas cosas. Lo que pasa es que yo quería saber en qué bloque informativo se ajustan esas cuentas, y donde tiene mejor acogida el cadáver de una santa: ¿en el debe de San Valentín?

A opositora

Hai formas e formas de encerrarse nun coche. No meu antigo barrio tiñamos o coche-poboado, no que convivían en paz e harmonía uns dous mil ionquis. Era un Renault sen cristais polo que fuxía o suave aroma do cabalo: tiñan os ionquis moi contentos aos veciños, que louvaban periodicamente a súa conduta en cartas nos xornais. Tamén deu conta a prensa estes días do coche-cohete: aquel no que unha astronauta perccorreu miles de quilómetros para matar a unha colega por celos amorosos, que é unha cousa moi universal. Entre outras armas, requisáronlle pañais nos que ía gardando o odio que lle marchaba corpo abaixo: non era cousa de parar a tales minucias. E agora temos en Santiago o coche-biblioteca, que ten despistado a todo o mundo. O coche servíu tradicionalmente para todo tipo de condutas delitivas: sexo en aparcamentos públicos, consumo masivo de drogas e paseos polo centro da cidade con cancións a todo volume de Daddy Yankee. De aí o asombro do pobo: unha compostelá leva vinte días preparando unhas oposicións ao Sergas encerrada no seu vehículo, un Fiat Punto azul aparcado no barrio das Cancelas: un Fiat, ademáis, sen tunear. Trátase dun abnegado exercicio no furioso inverno compostelán: unha historia que vén levantar o espírito da cidade, ensimismada coa choiva. Pero chegou a prensa: chegamos nós, coa acostumada fame de historias cotiás que “toquen o corazón”. E dende que se fixo público o coche-biblioteca a rapaza dedícalle máis tempo a rexeitar entrevistas que a estudar: acabará aprobando as oposicións para Isabel Pantoja. Mais a fama pode ser mala para o famoso, pero nunca para os que o rodean: antes de que todo acabe, alguén con tempo e ilusión debería facer un estudo serio sobre o impacto turístico deste coche-biblioteca, e empezar de paso a negociar os dereitos televisivos das oposicións. Iso, se antes do exame a nosa rapaza non se volve tola. Porque vendo ese coche aparcado en soidade, unha cousa xa quedou moi clara: o Sergas, definitivamente, está acabando con nós.

domingo, febrero 11

Nunca nada me tocou na puta vida

Tal e como profetizou Warhol, ese señor tan grimoso, tamén eu tiven os meus quince minutos de fama. Como todo cristo en Galicia, a min deumos Piñeiro. Foi nun Supermartes de hai xa sete anos e eu acompañaba entre o público a un amigo que ao final levou un reloxo que vendeu á súa nai: boa colleita. Achegouse a min Piñeiro cun micrófono e un teléfono, e traspaseille a fama gustosamente á miña avoa. “¿É o teu neto?”, preguntoulle Piñeiro. “¡Estouno vendo!”, dixo. “¡É periodista!”, e quedou máis chea que se eu fose ministro. Gastei os meus quince minutos de fama sorrindo como un parvo mentras a miña ávoa gañaba un teléfono móbil. Non é difícil olvidalo (todavía o usa), pero este venres volvín a el cando Gayoso, en Luar, trouxo ao plató a Carmen, unha señora de Cerdeda que resultou ser un prodixio. Chamouna ao azar a casa Gayoso a semana pasada para participar nun concurso. “¿Está conmigo, señora?”, dixo o presentador. “¡Que vou a estar contijo, Gayoso! Son as onse da noite e estou frejando os cacharros. Teño sesenta e seis anos e traballín toda a miña vida como unha desjrasiada”. Cando Gayoso comentoulle a historia do concurso a muller gritou unha frase espléndida: “Nunca nada me tocou na puta vida”. Dinlle voltas a esa frase cunha emoción descoñecida: era cultura. Hai anos preguntáronlle a Marsé qué era cultura e el dixo: “Cultura es estar sentado en una terraza bebiendo una cerveza en paz contigo mismo y con los demás”. Iso, ou a espera mitolóxica galega metida nun segundo en directo da TVG: ter sesenta e seis anos, fregar os cacharros un venres ás once da noite e contestarlle a un presentador de televisión “Nunca nada me tocou na puta vida”.

jueves, febrero 8

Monstruosidades

A fin de semana paseina na Coruña. Sempre que estou alá lémbrome daquela histórica frase de Quintana no seu blog da última campaña: “Hoxe fomos lonxe, até A Coruña”, que era a súa particular maneira de dicir “ancha es Castilla”. Volvín en autobús a Pontevedra: por suposto, quedei durmido e aparecín en Vigo. Hai un sexto sentido que envexo moito nos condutores dos autobuses. Cando o que queres é aforrar diñeiro e colarte ata outra parada, espértante sen consideracións morais de ningún tipo. Cando non lle convén, déixante durmir como un anxiño. O caso é que volvín de Vigo á capital, desfacendo o feito, e deume por pensar nos anos pasados nas estradas facendo auto-stop (tipo Kerouac, pero entre Sanxenxo e Pontevedra). Fixen naquel tempo unha boa colleita de suxeitos estraños e case sempre solitarios. Un deles foi un vello moi amable que non facía máis que darme palmadiñas na perna ata deixala apoiada alí, imaxino que por pereza. Era un sábado pola tarde, ía cara a Sanxenxo e tiña unha idea diferente daquel home para pasalo ben. Á altura de Combarro, preguntoume: “¿Impórtache que me toque?”. Neguei coa cabeza e apoiei a mirada na costa azul da paraxe das Rías Baixas. “Ben, é o seu coche, e pode cambiar de marchas onde queira”, pensei. O caso é que ao final a experiencia resultou interesante. Fronte a min, a inmensidade do salvaxismo urbanístico, as grúas e o formigón, a estética dunha costa devorada por si mesma, ía cobrando unha sorte de coherencia cos afogados suspiros do meu veciño, e o aire obsceno do interior do coche tiña correspondencia directa coa paisaxe. Era un círculo que se pechaba, e todo cobraba un sentido degradante e espléndido. Ao chegar a Sanxenxo as vistas confirmaban o presaxio do futuro. Anos despois todo colleu a forma prometida: aplastamento por decreto. Hai pouco dicía o arquitecto César Portela que cando pasaba pola estrada de Sanxenxo pechaba os ollos. É outra maneira, máis elegante, de admirar as monstruosidades.

miércoles, febrero 7

Un año complicado

La muerte de Erika Ortiz ha provocado uno de esos clásicos juegos de cintura entre la prensa española que para sí quisieran muchos defensas del Madrid. La chica apareció muerta en su casa: hasta ahí parece llegar el delgado hilo de la versión oficial, que al tratarse de la Casa Real es un hilo tan resistente como opaco. Tenía 31 años, una hija de seis y se había separado recientemente. Luego llegaba la apoteosis: padecía una especie de estrés, algo de ansiedad, había estado o había pedido una baja, estaba simplemente deprimida, no pasaba por un buen momento. La versión digital de El Mundo ofreció este link: “Trágico desenlace tras un año complicado”. Casi todos los medios daban la noticia informando que había aparecido muerta en su casa y, a continuación, que la familia pedía “respeto y prudencia”. Todos a una diciendo sin decir, dejando caer la manzana de la sugerencia en el cesto de la hipótesis popular: piense usted lo que quiera. Si uno buscaba “suicidio erika ortiz” a las siete de la tarde en los teletipos no aparecía nada. En internet iba todo un poco más rápido: el diario mexicano El Informador decía: “Se desconoce si fue un accidente o un suicidio. La Casa Real ha pedido intimidad”. En los foros, por supuesto, se despachaba el asunto sin solemnidades, a monte. Los suicidios son platos incómodos: uno duda en echar mano a los cubiertos o dejarlo pasar. Es un decisión personal, íntima. Y la familia ha pedido respeto y prudencia: no es una familia cualquiera. Por lo tanto, tocó llenar los minutos de la crónica rojinegra con discursos subterráneos. El festín que se dio Tele 5 hizo olvidar incluso el sarcasmo sibilino desplegado por la misma cadena a cuenta de la supuesta depresión de Erika Ortiz. Adoptaron un tono consternado que desprendía hipocresía pero que llegaba muy dentro. Ahí estaban los rostros constreñidos de Jorge Javier Vázquez y Carmen Alcayde atendiendo llamadas tan fabulosas como las de Paloma Barrientos, que aseguraba que Erika Ortiz nunca se había acostumbrado a estar en el foco público por ser hermana de la Princesa de Asturias. El imperfecto compuesto tenebroso paseándose impune por la degradante atmósfera de Aquí hay Tomate no inquietó a nadie: fruto de esa mal llevada fama a Erika pudo darle, quién sabe, un infarto. El argumento gustó, y por un momento se temió la imagen superpuesta de Letizia Ortiz con algún subtítulo aterrador. Afortunadamente, fue todo un susto, pero al espectador se le quedó mal cuerpo. En la misma cadena la muerte tuvo rápidamente respuesta mediática, y un intrépido reportero se acercó a la casa de la finada para dar parte de lo que allí ocurría. Decenas de curiosos se asomaban al portal y colapsaban con sus dimes y diretes la calle. ¿Qué se esperaba? ¿Una rueda de prensa de la familia? ¿Un expectante ‘cómo estás’ al padre de la muchacha? No: algo bastante más descriptivo. La salida de la caja, la aparición de los “restos mortales” y su alegre paseíllo hasta el coche fúnebre: imágenes de envergadura. Y lo que se trataba era de pillarlo, por supuesto, en fabuloso, riguroso directo. Mientras, el presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM), Fernando González Urbaneja, apelaba a la responsabilidad de los periodistas, especialmente a los directores de las televisiones, para que “se marquen unas líneas claras de lo que no se puede rebasar”. Urbaneja se ha quedado antiguo: desde hace muchos meses son los cadáveres los que reinan en el prime-time.

lunes, febrero 5

Una vida normal

Resulta complicado que de todo el lodo que rodea la última y efectista campaña publicitaria de ETA, puesta al servicio del mártir De Juana Chaos y difundida a todo trapo por la prestigiosa prensa británica (de la que no sabemos si llamaba al IRA movimiento independentista irlandés cuando sembraba de cadáveres las calles de Londres) no aparezca nada realmente interesante que llame a la reflexión general entre la atribulada ciudadanía española. A estas horas en las que escribo (cuatro de la tarde, paladeando el último trago de un albariño frío) los medios parecen haberse quedado en el exterior de la maleta (De Juana quiere que el proceso continúe y no tiene remordimientos: “¿puede culparse al violado por las acciones de violador?”, se pregunta). Desconocemos la receta que le han aplicado a De Juana en la cárcel y si se ha convertido en el capricho de algún matón: la metáfora es tan macabra que no merece otra interpretación. Pero estas cosas suelen pasar cuando le ponen la grabadora delante a un etarra. Ya contestó en su momento aquel Kándido Azpiazu: “ [Maté] Por necesidad histórica, por responsabilidad ante el pueblo vasco, que es magnífico, que tiene una magnífica cultura, que habla una de las lenguas más antiguas de Europa, que nunca fue vencido por los romanos, ni por los visigodos, ni por los árabes. Un pueblo muy distinto al de los españoles”. Fue una pena que no citara a Franco y comparase, en otro alarde histórico, la resistencia de su heroico pueblo nunca vencido y el que en Madrid se dejaba la vida bajo los últimos y pertinaces bombardeos: la Historia va sobrada de excepciones. Con De Juana pasa un poco lo mismo: al estruendo de la bomba le sucede el silencio, y luego llegan las palabras y se empieza a entender el invento. En la entrevista que ayer publicaba The Times nada merece tanta consideración como esta perla gruesa que se le escapa al que en Gara llaman “prisionero político vasco”. La esencia de su lucha contra la opresión: “No poder vivir una vida normal es muy duro. Sólo quienes lo hemos experimentado podemos entenderlo”. Todos los muertos, apilados uno por uno sobre la montaña de escombros morales que ha vomitado la sociedad en torno al terrorismo, le merecen a De Juana esta pragmática consideración, esta suave resignación. Y lo curioso es que probablemente las únicas vidas normales que hay en el País Vasco son las de De Juana y sus socios: asesinos que han sido detenidos y que cumplen sus condenas en la cárcel. Los otros están mirando ahora mismo los bajos del coche, paseando por La Concha rodeados de guardaespaldas, escupidos en alguna Universidad o simplemente tiroteados cuando se disponían a ir de ‘pintxos’. Por eso la afirmación de De Juana Chaos es la que es y no es otra, y probablemente sea además fruto de un elaborado razonamiento después de veinte años en la cárcel: “No poder vivir una vida normal es muy duro. Sólo quienes lo hemos experimentado podemos entenderlo”: quien lo probó, lo sabe. Aquí se condensa todo y después de todo eso ya no hay nada que hacer ni ningún lugar al que ir. Todas las tripas, todos los entierros han venido a parar a esta sentencia, a este dolor íntimo que le sale del alma al prisionero vasco en un momento de debilidad. No hay nada que hacer si esto es un hombre de paz. Sólo repetir la frase una y otra vez, triturarla despacio como si tuviésemos una nuez entre los dientes (porque de nueces se trata, al fin y al cabo) y pensar en ello hasta cerrar el periódico con solemnidad y despejarse en la calle y buscar una mirada limpia en algún rostro anónimo, y pedir otro albariño y dejar así las cosas al menos hasta mañana.

domingo, febrero 4

Galescolas

A mí sin embargo me parece muy razonable que haya galescolas y que las galescolas sirvan para dar “unidade á imaxe corporativa dos servizos públicos de Igualdade”. No todo va a ser doctrina. Los chavales también harán publicidad de Vicepresidencia, que es de lo que se trata. Al fin y al cabo una de las más ridículas obsesiones del BNG en la Xunta es publicitar su trabajo mediante las más peregrinas prácticas: el ejemplo más brillante son las cuñas propagandísticas en la radio que nos atormentan con la coletilla de “o departamento que dirixe Anxo Quintana”. Miren: el departamento que dirige Anxo Quintana está consiguiendo unos objetivos muy loables y pone además en marcha una política de izquierdas que mira constantemente a los colectivos más desfavorecidos. Tiene sus cosas (su política fraguista de sentimientos con la tercera edad, por ejemplo), y apenas se despega de la ortodoxia espiritual del nacionalismo, pero a mí es una política que me gusta y que valoro. Lo que pasa es que está personalizada hasta el ridículo, y a fuerza de querer mostrar el mensaje lo que realmente están haciendo es ahogándolo. Con el diseño de los mandilones, baberos y sonajeros que se han sacado a concurso para decorar a los niños de las galescolas Vicepresidencia quiere elaborar productos para los centros de mayores y talleres ocupacionales. Quiere marcar la vaca con hierro caliente y llegar al votante mediante la lluvia fina de un diseño tipo ZP, fácilmente reconocible. Es la constante nacionalista en el Gobierno: estar pendiente hasta la obsesión de que el ciudadano sepa qué están haciendo ellos por la construcción nacional. En cuanto a la uniformidad, es para marcar terreno. Después de todo, los niños bien de los colegios de pago también usan uniforme. No va a ser casualidad, ya lo verán.

jueves, febrero 1

Brigitte Mohnhaupt



La foto la publicó El País el pasado domingo. Fue una imagen popular: una suerte de icono. Una chica joven, muy guapa y con los ojos levemente pintados hablando entre paredes llenas de lo que parecen consignas. Una carita deliciosa y bien dibujada, recién sacada de una película de la nouvelle vague. La busqué en internet y la arrastré hasta el escritorio para tenerla cerca. Luego del empacho, metí los dedos en su biografía y leí algo aquí y allá de ella. Una investigación superficial: no conozco otra. Yo soy un hombre muy normal que como a deshora, maúllo con mi gato y desde hace dos años estoy enganchado al juego de una consola regalada. Pero soy, también, un hombre de obsesiones. Apenas escucho música, pero escucho a todas horas un par de canciones; apenas leo, pero leo siempre lo mismo; y ahora follo poco (cuestión de kilómetros, no se alteren), pero siempre con la misma mujer. Quiero decir que, sin embargo, en esa especie de ‘áurea mediocritas’ hay un espacio para el abismo: la obsesión no relaja los músculos. Y el pasado domingo se coló ese rostro. Es el de la alemana Brigitte Margret da Mohnhaupt, una de las más célebres terroristas de las Baader-Meinhof, la Fracción del Ejército Rojo. Su belleza alcanza ahora el pantanoso terreno de lo mórbido. No es lo mismo que la belleza tome asiento en la música, el cine o la pasarela, a que lo tome entre las bombas y las pistolas. Uno de los ejercicios más turgentes de la prensa española en las últimas décadas fue el seguimiento dado a la etarra Idoia López de Riaño, la Tigresa. Una mujer alta de grandes ojos verdes de la que se dijo que guardaba la goma dos entre las piernas, y que utilizaba su cuerpo para arrancarle confidencias a las fuezas de seguridad del Estado. Apenas se disimulaba el feroz entusiasmo del redactor macho relatando episodios reales o inventados en torno a tan poderoso personaje. Imaginen: una etarra cachonda y ninfómana que se folla a policías para que le canten al oído operaciones antiterroristas mientras se echan el pitillo de después. Todo eso escrito con un pretendido temple narrativo que no ocultaba, después de todo, la basura sobre la que se asentaba. La Tigresa era carne de reportaje ligero, y se lo dieron. De Brigitte Mohnhaupt no hay noticias sólidas sobre sus aventuras sexuales. Quizás le dio tiempo a la prensa alemana a advertir la mortecina luz de su belleza. O eso, o no leo (por educación, y por incapacidad) el Bild. El caso es que a ese rostro juvenil de Mohnhaupt le cayeron cinco cadenas perpetuas, y hoy es una mujer de 57 años que ha perdido el hálito de la sugerencia y la pasión de lo prohibido. Un juicio abierto en Alemania estudia estos días darle la libertad vigilada. No ha pedido perdón por ninguno de sus crímenes (uno de ellos muy especial: el secuestro y asesinato de un empresario). Lleva 24 años en la cárcel. “El indulto sería un gesto humanitario, una señal de la reconciliación, que es una medida correcta después de más de 20 años”, dijo el presidente de la fracción parlamentaria de Los Verdes, Volker Beck.

Actitudes

Hai unhas semanas falou Rajoy dos requisitos que se necesitan para ser presidente do Goberno. Fíxoo coa gracia impostada de quen non convence a ninguén e opta por levar a mano ao sobaco e facer ruidiños con xesto de impotencia: unha milikitada. Non é de recibo, dixo, que para ser presidente chegue con ser maior de idade. Claro: tamén hai que ter barba. Probablemente o que non entende Rajoy é que Zapatero non estea unxido polo dedo de Aznar: a política dixital que o Campeador deixou como legado non lle colle a medida á democracia interna, e tampouco pilla o truco na externa. Moitos aínda non saben que perderon en 2004, nin tampouco hai ‘alonsitos’ no partido que lle digan ao rei que está espido. Se agora gaña o PP crera que esta lexislatura foi unha simple okupación dos usurpadores de Atocha e tentarán, eles si, o final dialogado con ETA e o pacto cos mesmos nacionalistas cataláns que firmaron o Estatut: a memoria política é unha figura retórica nos tempos da memoria histórica. Maiores de idade, claro: a todo hai que restarlle trascendencia. Xa Monterroso propuxera con certo brío a derrota da solemnidade. Pero Rajoy, aínda na súa mellor versión, non é Chesterton, e ademáis di importarlle moito España. Non sabemos cal delas: pode que a súa. Ten amosada a suficiente cultura, responsabilidade institucional e un apurado sentido tráxico da vida como parar mirar para outro lado mentras os pastores do seu rebaño baten as palmas na rúa emparentando a Zapatero con ETA e fomentando a tese de que o 11-M é cousa das cloacas de Ferraz: non é inocente; nin el, nin a súa tortícolis. Hai que dicirlle aquilo da muller do César e cantarlle, na serenata, ‘Si yo fuera presidente’. Hai que dicirlle que para gañar o poder é imprescindible primeiro perdelo, e non actuar dende a soberbia empadada en nostalxia dos tempos do fraguismo para dicirlle a Touriño que ten que sorrir máis e logo meterse con el porque non manten a “actitude”. O palo e a cenoria, pero dende a oposición: ao gandeiro móveo o burro.