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sábado, septiembre 29

Dinamarca

El Mundo informaba ayer con luctuosa solemnidad de una nueva quema de fotografías del Rey. Ya tenía poco dinero la Casa Real para que ahora se ponga de moda comprarles los souvenirs: acabaremos agotando la vajilla oficial de la boda del Príncipe y de paso la del Real Madrid para romperlas en la calle. Este es un país desnortado que mira de vez en cuando a Cataluña para que la derecha pierda los nervios: ¡queman fotografías del Rey! Qué carajo: mientras no quemen al Rey. Aquí la cuestión es que se le da rango de noticia y debe de serlo. Las noticias, que antes se producían de forma natural, como un parto, ahora las señalan los periodistas en función del entremés. Como toca crispación, y hay dos tontos en Cataluña que le sigue el juego a la derecha, salimos a la calle a quemar fotos del Rey. Yo si viviese en Madrid saldría hoy mismo a quemar un foto de Oleguer. ¿Por qué? Para joder. “No porque me importe mucho”, diría al atento periodista: “es que es muy malo”. Así se cose la actualidad y por ese camino hierven hoy los titulares. No conviene informar de los suicidios, por aquello de la emulación. Y ahí salen los olegueres después de leerse El Mundo a encenderle el mechero a la corona para verse en televisión y señalarse con el dedo. Lo que no entiendo es de dónde se saca tanto souvenir monárquico: ¿guarda papá los posters de Su Majestad debajo de la cama? Recuerdo que cuando se montó aquello de las caricaturas danesas de Mahoma, al día siguiente salían miles de palestinos recorriendo Gaza y quemando banderas de Dinamarca. Yo me preguntaba: ¿pero quién carajo vende banderas de Dinamarca en Gaza? ¿Es una industria floreciente en la Franja? De ese sospechoso hilo hay que empezar a tirar.

viernes, septiembre 28

La trampa


Cuando era pequeño llevaba al colegio una carpeta azul con una portada perfectamente reconocible: una fotografía, quizás la más célebre, de la legendaria carrera de los 100 metros lisos de las Olimpiadas de Seúl 88. La imagen es conocida: Ben Johnson levanta su índice musculoso al cielo, y detrás de él sobreviene el abatimiento de Carl Lewis. Se mire por donde se mire las imágenes son desalentadoras. La preparación de ambos, estirando a unos metros de los tacos. Johnson colocándose en su calle, con la cadenita de oro al cuello, y aquellos brazos inmensos deslizándose al tartán para sostener su cuerpo. Lewis más enjuto, zancudo, mirando aquí y allá como una gacela que huele la presencia del león. No tuve tiempo para ver al detalle los momentos previos de la salida de los 100 metros de los Mundiales de Osaka, pero probablemente la carrera se decidió en esos minutos agonizantes: el lenguaje de los signos, las respiraciones pesadas, trascendentales, y el momento en el que uno se está agachando para poner los pies en los tacos y en el destino. En los 100 metros lisos la Historia se escribe muy rápido: en menos de diez segundos. La carrera de Johnson fue un banquete de principio a fin: se los comió a todos desde el pistoletazo, y batió el récord del mundo con un récord abrasivo: 9.79. Al final de la carrera, Johnson entró en trance y se acercó al público. Lo persiguió Lewis unos segundos hasta que, incapaz de llamar su atención, le dio un toque en el brazo. Johnson se dio la vuelta y se estrecharon fríamente las manos. La cámara luego sigue a Lewis, que continúa en shock, caminando sin rumbo por la pista. Días después se hizo público el positivo de Johnson por esteroides. Lo perdió todo con la misma violencia con la que lo había ganado, pero atrás quedó el instante: la carrera, la medalla de oro, la reverencia mundial y las portadas de los periódicos de todo el universo. ¿Cuánto cuesta ser Dios? Por más que haya sido la vergüenza, nadie podría ya arrebatarle eso, pese al alto precio que tuvo que pagar. Tampoco a Lewis se le curaron las heridas del espanto en el que se sumió: la estampa del derrotado que no entendía las razones de aquella soberana paliza, y el desconcierto absoluto con el que se pasea por un estadio abarrotado. No es descabellado pensar que días después, y al conocerse la trampa, Lewis debió sentir aún más rabia. Había perdido en la pista y había sido engañado fuera. Le dieron el oro, pero le quitaron el instante y la gloria. Tampoco su nombre luce lustroso en el palmarés: la final de los 100 metros de Seúl será siempre recordada como uno de los grandes escándalos de las Olimpiadas. Pensaba todo esto mientras trataba de adivinar qué clase de satisfacción le produce a Óscar Pereiro el Tour 2006. Y qué clase de ceremonia le reservará el Tour para subirse al cajón: ¿llenará de nuevo los Campos Elíseos y convocará a los medios de todo el mundo, como si el tiempo no hubiese pasado? No: el tiempo es algo que la Justicia no repara. Un papel dirá que Pereiro es el ganador, pero le será muy difícil encontrar una victoria más amarga. Le arrebataron la gloria. Le arrebataron, por decirlo de una forma más exacta, la esencia de la gloria.

jueves, septiembre 27

Movida

En Sanxenxo, nos anos dourados do socialista José Luis Rodríguez, a movida acababa cando o alcalde se presentaba coa Policía nas discotecas. Acababa ou empezaba, porque aquilo era un espectáculo. O da movida é un deses debates recorrentes que levan nos titulares desde sempre. Agora Sanxenxo logrou unha certa paz, poñendo os bares ao carón da chalana de Amancio Ortega. O resultado: (máis) elitismo, pero merece a pena dar un paseo por alí ao ano a observar a fauna. En Pontevedra, namentres, hai unha plataforma pola movida sana (sic) que busca non un lugar para o botellón, senón a súa erradicación absoluta: cen séculos despois. O goberno local de Fernández Lores, nesa eterna polémica sen destino, fixo unha enquisa entre uns cantos mozos privilexiados para ver onde queren o botellón. Descoñécese se só para eles, nunha especie de sala VIP subvencionada nalgún lugar da zona vella, ou para a xeneralidade. O asunto xa non é cousa de ruídos, senón da saúde dos rapaces, avisan os veciños: comas etílicos, mesmo pastillas. Pero o que está en xogo é o descanso veciñal: en Pontevedra e no mundo enteiro. Por iso convén botarlle o ollo a Sanxenxo, paraíso turístico por excelencia e destino universal. Non só os bares están afastados dos pisos, senón que ás oito da mañá en punto empezan as grúas e os trades a súa sonata de agosto no centro da vila, para irse despexando un pouco. Unha marabilla.

miércoles, septiembre 26

Road to Guantánamo

El presidente del Real Madrid, Ramón Calderón, fue retenido ayer en el aeropuerto de Nueva York como sospechoso de actividades delictivas y, después de dos horas, fue liberado: para una vez que pillan a alguien. Al parecer, el apellido del presidente madridista coincide con el de un mafioso de fuste, algo que no se termina de entender, porque entre Calderón y Mijatovic parece haber una prudente distancia fonética. El caso es que el gran jefe blanco pringó, y lo hizo con todo el equipo: el equipaje y su señora, que en un pequeño arrebato de la clase ‘usted no sabe con quién está hablando’ llamó inmediatamente a Rubalcaba, del cual al parecer es muy amigo. Afortunadamente, el ministro no intercedió: igual los mandaban en avioneta para Guantánamo.

Los presidentes de los clubes de fútbol españoles han tenido, históricamente, una relación muy difícil con los aeropuertos. Hace unos años Laporta, en el agravante ‘usted no tiene ni puta idea de quién soy yo’, se tomó tan a pecho que le pitara el detector de metales que decidió quedarse en bragueta, para pasmo de las señoras: Joan lucía michelines. Entonces era muy popular el anuncio de Enrique Iglesias, que subía su cuerpo serrano a la cinta transportadora para evitar quitarse su magnífico reloj. Laporta, en un arrebato de seny, decidió que el primer paso para follarse a la Kournikova era imitar en lo fácil a Iglesias: luego ya vendría eso de meterse los pulgares en los puños del jersey.

El caso de Calderón, si se mira bien, no es tan extraño. De hecho él lo toreó con naturalidad: si ha sido por la seguridad, dijo, me parece bien. No por la suya, evidentemente. Porque a lo mejor no lo sabe, pero igual estuvo a punto de meterse en el chándal naranja. Como Sneijder hace quince días, pero en cuclillas y esposado. Luego se supo que era una confusión, y Calderón tenía las manos limpias: no venía a fichar. Hay confusiones así que acaban en la silla eléctrica. Además, con un apellido como ése, tan poco común, tan estrafalario y maloliente, lo normal no es que te retengan, sino que incluso te caigan cuatro hostias de rigor. Estoy pensando que a lo mejor hasta se las dieron. Y no me gustaría ponerme en la piel del presidente de México: Calderón, y además pinche pendejo.

lunes, septiembre 24

Lengua y patria

La escena es singular y hasta diría uno que sintomática, sino fuera porque Boadella despejó el diagnóstico hace tiempo y catalogó aquello como una enfermedad, lo que bien mirado no deja de tener hasta su gracia: sobre todo desde la distancia. El chico castellano llega a la facultad de Medicina de una capital catalana y allí el profesor le saluda con un expresivo, o algo así porque ellos no saben el idioma, bienvenidos a Cataluña y esto es una nación y aquí hablamos catalán. Después del calor de la bienvenida y del fuego amigo, porque el chico es de izquierdas y no vota a IU y PSOE por “blandos”, la clase (que ha entendido cuatro o cinco palabras sueltas de la primera perorata enmascarada de lección, tanto da si de medicina o si de ideología) se empieza a conocer con franqueza, en los pasillos y en las cafeterías, y se da cuenta de que allí hay cuatro chicos catalanes, y el resto (el 97%, más o menos) son alemanes en Mallorca. Las clases transcurrirán en catalán, eso tanto tiene: para el año viajarán a Bolonia, a por otro Erasmus, y acabarán sabiendo tres idiomas. El tacto poco importa, y si el catalán tiene que entrar a pelo, de un solo golpe y batiendo las puertas, que entre. Más vale así. Y si el vino es bueno y percibo algún fachilla, digo que a mí me parece bien, aunque no lo piense. Si Cataluña tiene un idioma no es para meterlo en el cajón a conveniencia, digo, y luego busco con la mirada algo que me relaje mientras masco el desconcierto de la tertulia y le prendo lumbre al pito. La cosa es que el chico ha hecho unos amigos que su padre, con cariño, llama independistones: gente maja y protectora que no se separa de él. En la última llamada a casa pidió que le trajesen la bandera de la Castilla Comunera, pero no la de la España republicana. Y la bufanda y la camiseta del West Ham, su segundo equipo: la del Madrid para el verano, que es blanca. Todo esto se cuenta al calor de la tertulia familiar, entre risas, bajo las chanzas de gente muy trabajada en la cosa de la ideologías, sobre todo cuando las huelgas universitarias del franquismo y la pelea de algo que ahora parece tan vano como la libertad. El problema, deducen ellos, es el profesor que entra en una clase de Medicina y proclama, a modo de Viva España, que Cataluña es una nación: la más de todas. E imparte las lecciones de la Medicina sostenidas por el hilo subterráneo de las consideraciones políticas, como si a la pulmonía, a la hora de atajarla, haya que presentarle batalla con el espíritu imbuido por la barretina: y prosigue, él y los suyos, como un ejército arrollador que todo lo puede con el verbo, porque en el principio efectivamente era el verbo y luego probablemente ellos. El problema, deducen, es la clase pesebrista (en el profesorado, en la medicina y en la vida) que desde hace ya muchos años crece imparable bajo el paraguas de una cierta idea que muchos han acogido como propia no por un asunto sentimental, sino puramente económico. Y se hacen fuertes a medida que arrinconan a todo lo que huela a España, que desprecian en su ignorancia inútil, pero no pierden el tiempo a la hora de abrazar a un alemán y llevarlo de ruta para que comprendan la grandeza de la nación, su naturaleza torturada y la épica que se respira en el Catalonia is not Spain. Para medrar, saben desde hace años, basta presumir de tener la nación más larga que la del vecino y esforzarse en el adoctrinamiento para el día de mañana vislumbrar la blanda luz de un despacho que ilumine de noche las tetas grandea de una secretaria orgullosa de servir a uno de los más eficaces y lustrosos señoritos de la nació. Pura nomenclatura, pero hasta a veces eso garantiza alguna mamada suelta. Como las chupadas artísticas de la dulce exaltada que cada año promueve, untada en subvenciones, el porno en catalán atendiendo a razones morales: el cunnilingus patrio. Porque ni siquiera en la cama hay tregua. Ya lo comprenderá mi primo.

Yeti

Y una tarde de febrero apareció el cuerpo de Yeti tumbado en el suelo de su casa sin hambre, sin frío y sin gloria bajo aquella luz agonizante de un reloj sin horas, con el chillido de los estorninos viajando en estampida entre un viento helado que se metía en los huesos. Lo recordábamos a Yeti un seis de enero pisándose la barba por El Baúl. Llevaba unos zapatos grandes y negros atornillados a la Verdura. Caía el sol de enero cuando llegaron los niños y los perros y aquello fue un festín de Reyes. Nos levantamos dejando a Yeti mirándose un zapato, con un botellín de cerveza entre las manos y estrellando una sonrisa triste en un punto inconcreto. La vida pasó como un tren sin estaciones. La vida era un puzzle sin alma. La vida era un ir y venir de quebrantos, penas y despojos: moriríamos todos sepultados bajo los escombros del futuro. Y sin embargo ahí estaba sobrevolando la esperanza acatarrada de un día mejor. Seguía por entonces el alto esqueleto de Yeti bajando la cabeza para asomarse a algún garito y deslizar un susurro en la barra. A lo lejos se oía el gemido eléctrico de la noche silbando por la zona vieja como un sueño cercano y por las ventanas se podía ver por un instante el resplandor azul del crepúsculo. Yeti caminaba bajo la ruina del después tocado con un sombrero dichoso. Hasta que un día las horas cayeron una detrás de otra como manzanas, y una gélida tarde de febrero, con la ventisca limpia del invierno, apareció el cuerpo de Yeti arrojado a las sombras de la muerte. Corrió la noticia y se fueron juntando poco a poco y en silencio sus colegas en la puerta de su casa. Cuando bajaron su cuerpo envuelto en sábanas le echaron a Yeti los últimos aplausos y los últimos gritos. Somos lo que fuimos. Pero fuimos de oro.

(Celso Guerra murió un día del invierno de 2006. Su cuerpo fue amparado por sus fieles en un gran desfile de música folclórica por las calles de la zona vieja de Pontevedra, como él había deseado)


12-02-06

viernes, septiembre 21

Escaparates

La prostitución, entendida como aquel oficio legendario que contribuyó a civilizar, al menos cristianamente, María Magdalena, tiene en los escaparates holandeses su gran conquista mediática. Se trata de una pulcritud casi escabrosa que participa de dos simbolismos: el reconocimiento legal y la metáfora suburbial de su esencia: la carne vendida al kilo, exhibida como se exhibían aquellos esclavos negros y aceitados en sus tarimas y pellizcándose los pezones al paso cansino y baboso del turista novato. La leyenda del barrio rojo se fue construyendo en base a un ánimo muy concreto y una arquitectura típica de casas ladeadas en la que sobresale, rodeada de servicios sexuales, una gran iglesia católica. Al fin y al cabo gracias a ella María Magdalena se salvó de morir a pedradas. Gracias a la Iglesia (su inspiración), claro, y a los pecados de sus acosadores: la Historia, esa gran paradoja.

Recuerdo haber llegado a Amsterdam con 21 años, que es como no llegar nunca, y pasearme por callejuelas ingobernables mientras se sucedían mujeres calcetando en ligas o viendo la televisión, amodorradas por el hastío. Observé que ninguna se rizaba el pelo del coño, como sería menester si uno tiene que estar al loro con el ruido de la sirena, pero a lo mejor ya eran los tiempos del páramo yermo que nos trajo la epilady y la metrosexualidad, incluso la metrosexualidad pélvica. Tampoco estábamos al sexo, y menos al sexo de pago, y nos tiraba más el aire viciado que se respiraba en el cofisóp, la gran esperanza blanca de las drogas blandas. No lo recuerdo bien, porque con 21 años ni se llega ni se recuerda. Holanda era una gran mujer gorda dándole a los pedales: un país muy extraño en el que detrás de esa pareja madura que nos acogió tan lindamente en su casa parecía agacharse un pasado tenebroso. Suposiciones, imagino: seguro que el tenebroso era yo.

Lo que nos ocupa ahora es que ayer se hizo público, para consternación de los nostálgicos, que uno de los magnates de los escaparates pretende vender el negocio y dejar sin oficina a un tercio de prostitutas, que en Amsterdam son muchas prostitutas. Quiere buscarle este señor un nuevo destino a los escaparates y acaso llenarlos de molinos y litografías viejas de Van Gogh. Quizás la decisión tenga algo que ver con las presiones para reducir por allí el índice de criminalidad y degradación, sin tener en cuenta que a la criminalidad hay que erradicarla, pero la degradación, mientras no sea muy explícita y apeste, es uno de los puntos fuertes de cualquier ciudad. Tan famoso fue en su momento el Bronx, antes del progresivo asentamiento de la clase urbana con pretensiones, como la estatua de la Libertad. A eso contribuía la degradación, por supuesto, pero también los chistes de Ibáñez en Mortadelo y Filemón, convertidos hoy en clásicos del género, con aquel negrito inocente columpiándose atado a la nariz de su inmenso padre. Esos clichés conviene no perderlos nunca de vista, aunque destiñan. Ni siquiera en el Barrio Rojo, donde la presencia en los noventa de hombres ejerciendo la prostitución provocó la protesta de las mujeres porque, a su juicio, eran “denigrantes”. Imperios más grandes han caído.

jueves, septiembre 20

Contra Deus

Un senador dos EE UU vén de denunciar a Deus ante a Xustiza polas catástrofes mundiais. Pensaba un que non era para tanto, que ao mellor chegaba con empezar por Bush e logo xa se iría vendo, pero a Corte de Nebraska non anda con caralladas: admitiuna a trámite. Os estadounidenses sempre tiveron unha relación díficil con Deus. Namentres nós alternabamos con Franco e o Rei nos billetes, eles xa eran fieis ao seu In God We Trust: nós poñíamos o diñeiro en mans de caudillitos e eles inspirábanse directamente en Deus. Logo está o creacionismo, tan cultivado alí, que dá por feito que dunha costela pode facerse unha muller. Eu coñecín camioneiros en Massachusets que preferían comer centos de costelas ao estilo búfalo nos restaurantes de carretera e logo parar nos puticlús: ou non tiñan sentido do espectáculo ou todavía andan dándolle voltas ao darwinismo. O caso é que a denuncia contra Deus prospera, e hai unha sospeita crecente de que o acusado non se vai a presentar. Hai tempo que se lle perdeu a pista a Deus e ninguén, salvo o Papa Clemente da Igrexa Palmariana (e iso que era cego), o víu. Así que prepárense para unha orde de búsqueda e captura. De momento, o senador avisa que o quere é só chamar a atención por unha sentencia inxusta que houbo días antes. Pero a maquinaria xudicial dos EE UU está en marcha, imparable. América bendiga a Deus.

miércoles, septiembre 19

Mar bandeja de plata mar infernal

Mar bandeja de plata / mar infernal
Antonio Vega

A la una y media de la mañana del lunes se produjo uno de esos momentos que sólo se esperan de madrugada. Pasó con la detención de Isabel Pantoja, cuando Telecinco despertó de urgencia (a algunos los sacó de las orejas de los baños de las discotecas) a toda la cutrería rosa. También con aquella presentadora borracha de La Sexta que alcanzó fama planetaria gracias a los pinchazos del Youtube. Y de madrugada, conmigo comiendo palomitas en el salón enchido de felicidad, fue naciendo la pequeñita Leonor en los telediarios (“empuja, empuja”, me sorprendía gritando, casi botando en el sofá, horas antes de que me llegase el primer sms de enhorabuena: “Si midió al nacer 47 centímetros y recibe tratamiento de doña, ¿qué protocolo tengo que seguir yo con mi pene”).

El lunes el acontecimiento tenía rango cultural, lo que bien mirado no es tan raro: también se asoma a esas horas Nino Dolce en Localia. En la Sexta, Nacha Pop cantaba en directo Chica de ayer para cerrar el programa de Buenafuente. Son horas espléndidas para escuchar a Antonio Vega, pensé. Pese al propio Antonio Vega. O justamente al contrario. Lo poco que duró no tuvo desperdicio: Vega bajó la cabeza agarrando la guitarra y se acercó al micrófono a lanzar su clásico al viento. Su voz es un prodigio, pero ya se desliza al abismo en el que permanece su cuerpo, y su presencia es magnética. Hay quien prefiere apartar la mirada o llevarse las manos a la cabeza. Quizás estén ya paseando por Youtube las imágenes. Ayer, en una revisión muy breve, encontré referencias en cuatro o cinco foros de internet: todas muy alarmadas y algunas, cándidas, preguntándose a qué se debía el problema de Antonio Vega.

Hace dos años vino a tocar a Pontevedra: su voz estaba en buena forma y se le acababa de morir su último amor. El concierto duró poco más de una hora pero supo a gloria bendita. Tenía la cara afilada, intensa y media melena: a mí Antonio Vega, salvo en sus tiempos de la Movida, siempre me pareció un tipo físicamente muy atractivo. Resultó complicado fotografiarle no sólo por su tendencia natural a dejar caer la cabeza, con el pelo protegiéndolo de las cámaras, sino por las sombras proyectadas por los pómulos. Hay pocos primeros planos de los últimos tiempos de Antonio Vega, pero excesivos segundos planos. Sale mucho, quizás por dinero, y alimenta la leyenda de su deterioro, que es progresivo y ya casi irreversible.

Lo más interesante del programa de Buenafuente fue la actitud del propio Buenafuente. Siempre me interesó la actitud pública que se le muestra a un drogadicto. Es una enfermedad todavía difícil de asimilar en las distancias cortas. Nunca sabes cuándo se va a ausentar de la mesa, ni qué decir cuándo vuelve. Vega no subió la cabeza un sólo instante, cantó silbando algunas eses (las últimas imágenes lo mostraban sin los dientes superiores delanteros) y al acabar su primo lo agarró del brazo. Apareció con el pelo desmadejado, recogido por detrás con una larga coleta. Con Buenafuente en el escenario Vega no subió la cabeza una sola vez y sólo hizo el amago de una sonrisa y dijo “sí, claro” cuando Buenafuente lo llenó de elogios y le pidió la púa.

lunes, septiembre 17

Meirás

El Pazo de Meirás, antaño refugio de la gran escritora Emilia Pardo Bazán, fue durante años la espléndida residencia de verano de los Franco. Hasta donde sé, los Franco llegaban, se ponían sus vestimentas veraniegas y hacían sus posados como Ana Obregón, pero más tapados y Patxi con caña de pescar arengando a los buzos, mientras iban cayendo los días tal que uvas gordas del verano. Yo he visto imágenes de los últimos años y por momentos las grabaciones tienen el aire decadente y apagado de El desencanto, aquel documental que tejió Jaime Chávarri sobre la familia Panero, y que me perdone Felicidad Blanc esta blasfemia.

Meirás fue durante años el zoo vacacional de las distintas especies surgidas bajo el manto de armiño del austero dictador. Mientras Franco cultivaba la imagen de tipo estiradillo y católico que prefería no meterse en política, su familia iba saliendo de la jaula protegida por la inmunidad del apellido para ir levantando su propia montaña de millones. Es un poco lo que pasa ahora con los Borbón, pero en blanco y negro y bajo una dictadura nacional-católica. Además, como Franco no tenía dinero, o presumía de no tenerlo, eran los caciquillos del glorioso Movimiento los que agasajaban al salvador de España. El Pazo de Meirás fue adquirido por suscripción popular y regalado al dictador para que honrase a Galicia con su ciclópea presencia. No se alarmen mucho con lo de la suscripción popular: cada cierto número de años se reúnen grandes empresarios españoles para comprarle un Fortuna nuevo al Rey, que lo acepta encantado. Que este fin de semana haya leído que fue el Rey, precisamente, el que prometió inmunidad a los Franco cuando éstos hacían las maletas ante la venida imparable de la democracia, sólo es una casualidad que sin embargo permite cerrar un círculo.

Ahora Meirás está de nuevo en los titulares porque la Xunta quiere inspeccionarlo para declararlo interés de bien cultural, pero los Franco se niegan porque sería algo así como entrar en su intimidad. Probablemente, en un país normal esa propiedad tendría que haberse expropiado el día después de que España aprobase la Constitución. Ese mismo día a los Franco habría que haberles fletado un avión y depositarlos en Maputo para que paladearan allí los últimos restos de su fortuna. Lo que no es admisible es que la conselleira Anxela Bugallo, elegida por los ciudadanos de forma libre y pacífica, lance súplicas y musite excusas para que la familia Potato abra las puertas de una casa que, como un país, moralmente nunca les ha pertenecido.

En cuanto a los Franco, ellos representan la gran indignididad histórica y la grasienta mentira que fue la “modélica Transición”. Hoy son, en su mayoría, un rebaño de millonarios dedicados a hacer negocio de las propiedades amasadas sin pudor y vergüenza durante los años de hambre en los que a ellos, y a los que les parieron, no se les podía mirar a los ojos sin pedir audiencia. Ahora no sólo los técnicos de la Xunta deben entrar en Meirás a hacer una inspección del Pazo y activar su expropiación, sino revisar a fondo las telarañas de su fortuna y atacar los baldosines sueltos por si debajo aún están, todavía, los dientes de los fusilados y los cuarenta años de paz latiendo bajo la podredumbre de sus relucientes zapatos de Manolo Blahnik.

jueves, septiembre 13

Torcuato Ulloa, alma máter del Diario

"Otra cosa quiero advertir, muy digna de tenerse en cuenta hoy que la originalidad literaria escasea como el oro: veinte son los artículos [...] y todos ellos de una diversidad y una originalidad que encanta. Los he leído despacio, admirando la gracia y el donaire que en ninguno falta, y con todo eso, maravillándome más lo nuevo de la factura, que para nada recuerda el modo de hacer de escritores, con justicia o sin ella, tenidos por maestros en el género cómico. No; el autor de Arlequinada, no es gracioso, como tantas notabilidades de la prensa madrileña, en fuerza de ser incoherente". El párrafo lo firma Valle-Inclán al respecto del libro de su amigo (su mejor amigo en Pontevedra, proclamaría más tarde) Torcuato Ulloa, uno de los históricos articulistas de Diario de Pontevedra ("su alma y su vida durante muchos años", diría de él F. Portela Pérez en 1911). "A don Torcuato Ulloa, alma del Diario de Pontevedra", le escribió en una carta Ossorio y Gallardo.

Me lo regaló un madrileño (un gallego sentimental, diría yo). Paseando por Michelena, me dijo, encontré esto de un antepasado tuyo. El libro es Arlequinada, un conjunto de veinte artículos cómicos de Ulloa que publicó (bellamente) Ediciós do Castro en 2005: la edición, por cierto, de Xaquín del Valle-Inclán y Alfonso Mato. El libro original lo edita un viejo conocido de estas páginas y de esta ciudad: Amancio Landín, 1894. Con portada de Benigno L. Sanmartín y viñetas de Cilla, Mecachis, Sanmartín y González (en ambas ediciones). El libro que publica Ediciós do Castro reproduce la dedicatoria de Torcuato Ulloa a Valle, manuscrita: "Mi querido Vallecito", empieza. Curiosamente, fue Ulloa el primero en reseñar el primer libro de Valle-Inclán (cuya literatura, siguiendo el círculo, se estrenó con tres artículos en el Diario), que otro amigo (otro compañero: el imprescindible Ramón Rozas) me prestó hace ya unos meses y que todavía disfruto cerca. Por cierto, en ese libro brota una de mis grandes heroínas eróticas: la Niña Chole, que luego tendría amores con el marqués (la misma Niña Chole a la que pone cachonda la sangre en las Sonatas, y que se va directamente a follar tras el ataque de un tiburón).

Torcuato Ulloa relata aquello que ve de una manera excepcional y con una virtud sobresaliente: el sentido del humor. Ulloa comienza, ya en el prólogo, a avisar del funcionamiento de un diario:

"-Es preciso hacer enseguida una necrología de Rodríguez, el concejal, que acaba de fallecer.

-¿Y de qué murió?

-Qué sé yo. De cualquier cosa. Vamos, ande usted".

O esta, más enjundiosa.

"-Hay que mover un poco el periódico. Viene soso. A ver, escriba usted alguno de esos articulillos festivos que son los que ahora gustan al público.

-Pero, si yo...

-Vamos, hombre, vamos: si eso no vale nada... Cuatro tonterías... La cosa es hacer reír".

En el prólogo hay una frase de Valle que me llamó mucho la atención, y que luego repitiría Julio Camba, otro articulista de Diario de Pontevedra: "Ulloa es uno de los escritores más fáciles que he conocido", escribió Valle. "Qué quiere usted, yo soy un escritor fácil", dijo muchos años después Camba. Precisamente, antes de caer en la cuenta de la pretenciosidad del letrero, en homenaje le puse El escritor fácil al blog donde cuelgo estos artículos. La comparación era tan sencilla que a los pocos meses prescindí de lo fácil y me apunté a lo sucio. Algunos de los artículos de Ulloa, de los que no escribo para no estropearlos, son buenísimos.

Milagres

Ao final, da rapaza Maddie xa pouco queda. A noticia non vén sendo a vítima, senón os culpables. O único divertido é esa animación patriota da prensa inglesa e lusa. Esas cousas pensaba un que pasaban nos Mundiais: seica tamén se fai patria na desaparición dunha nena. Agora a Policía non descarta entrar no diario de Kate, esa naiciña, con orde de rexistro. Descoñezo a fronteira ética do asunto, pero entendo que se alguén mente á Humanidade enteira non vai escribir a verdade no seu diario: primeiro, porque nin se acorda. Un diario, que cousas. Pero o que a mín non me deixa durmir é o diñeiro. Esa colleita tremenda made in David Beckham onde irá. Pensábao mentras pasaba as páxinas do xornal (para atrás, como é lei) e chegaba a unha reportaxe sobre a Virxe dos Milagres de Amil. Ía ela cuberta de billetes, moitos deles de cincocentos (cortesía, quen sabe, do alcalde de Ortigueira). Había tanto diñeiro que a Virxe ía escoltada pola Guardia Civil: ao final a colleita chegou aos 60.000 euros, que se van para o santuario. Pero, ¿e se non hai milagres? Se hai quen pensa que a Virxe cura a coxeira, ¿ten dereito a reclamar o seu diñeiro? Non me custou poñer a eses pais ingleses tan teatrais a ombros dos seus amigos paseados polo mundo enteiro, Vaticano incluído, con billetes pegados aos vaqueiros. E agora a turba detrás deles, como de Afinsa, parva perdida. “De héroes a villanos”, dirá o periodismo, tan orixinal.

martes, septiembre 11

Crimen en Vilanova

En el crimen de Vilanova aparecen dos rasgos identitarios de la farra: el bocadillo del amanecer, donde se produjo la matanza, y el ya legendario apártate, que viene a ser el cálido por qué. Según los acusados, la cuchillada no tuvo un motivo (al menos un motivo fértil). Sólo un déjame pasar y un apártate. Pero seguro que a los acusados no se les ocurren dos motivos mejores para empalar a alguien, y como a ellos a doscientos. Luego ya se sabe, porque es dicho popular, que el alcohol hace el resto. A veces hasta alguien suelta la frase a plomo para que levante un poco de polvo y aquí paz. Pero curiosamente la noticia es el resto: el cuchillo que perfora el corazón y el cadáver tranquilo de ese chico, que al notarse pinchado entra a un local, pide ayuda y luego se sienta fuera a esperar a la ambulancia antes de morir. Los que en algún momento cultivamos el macabro esplendor de las discotecas de masas sabemos que el apártate no es una mera orden sino una peligrosa invitación que conviene estudiar en profundidad. Normalmente las bofetadas van a volar igual. Del otro lado hay un pequeño monstruo que sólo pretende una vaga excusa para autoafirmar su blando yo. Si nadie se la ofrece, él mismo la encuentra. Una mirada intimidatoria o tu cara me suena de algo: no serás el hijo de puta aquel. Esas cosas suelen funcionar en la televisión, en las películas. Inmediatamente uno se pone del lado del agresor por el tema del mambo. Miren a ese Begbie, del que escribí hace tres semanas. Sin él Trainspotting sería un novelón latinoché de yonquis un pelín agobiantes. La violencia siempre sube varios puntos (la audiencia, incluso el arte: ni siquiera hace falta ir a Stockhausen y la magna obra del 11-S, porque lo que él proponía era una cuestión estética). Es una paradoja que lo que tan bien funciona en la ficción se convierta en algo tan desagradable cuando sucede a los ojos de Dios, ya no digamos a los míos. Ni siquiera la violencia verbal, sobre todo despojada de gracia. Estos chicos que declararon al juez que no ha habido un motivo para acuchillarlo están en un error: el motivo es que a lo mejor la víctima no los dejó pasar. Y eso está muy mal, porque ni es educación ni es nada. A alguna gente hay que dejarla pasar a poco que te dediquen una tierna mirada. Eso es lo que le deberían decir al juez los presuntos. Que hay gente precedida de una fama y que la fama en algunos mundos no es una cuestión de dinero, sino de vida o muerte. Y que nadie se labra una autoridad para que venga un mocoso y no sepa con quién está hablando o no valore las consecuencias de su irresponsabilidad, y más si el gentío viene peneque. Esas cosas que probablemente se piensan es bueno que ahora se digan delante del juez, porque así la condena podrá ser más justa, y la sociedad sabrá las razones que tuvieron que para matarlo, en la misma proporción que la justicia tendrá para encerrarlos.

lunes, septiembre 10

La belleza americana


Sólo Telecinco podría contraprogramarse a sí misma enfrentando a Gran Hermano con American Beauty (TDT). Sucedió el domingo y por momentos fue espectacular: allí estaba de un lado Mercedes Milá amamantando su rebaño espasmódico y esponjoso y del otro la voz en off de Kevin Spacey (Lester), ya muerto, diciendo: "A veces siento como si viera toda la belleza a la vez y es demasiado". Minutos antes, el inquietante Wes Bentley (Ricky) lo había dicho viendo volar una bolsa de plástico: "A veces hay tanta belleza en el mundo que siento que no lo puedo aguantar y mi corazón se derrumba". Y aún antes Mena Suvari (Angela), la rubita bañada en rosas, anuncia: "No hay nada peor que ser vulgar". Todo sonaba a chiste si uno se deslizaba al lado oscuro de Telecinco y posaba su mirada en el baile de monstruos que cada año organiza Vasile en torno a una casita en el campo. Allí los juntan, y en lugar de soltarles de noche al protagonista de La matanza de Texas se ponen a grabarlos. El zapeo duró sólo unos segundos: en Gran Hermano volaba la basura a su aire domeñada por el olfato de chula de orquesta de verano de la Milá y de American Beauty brotaba la música de Thomas Newman al compás del insólito renacer de Lester Burnham. En algún lugar de esas supuestas cinco películas que a uno le deben cambiar la vida está por algún lado American Beauty y el aire implacable de Spacey al cruzar el Rubicón de los cuarenta. "Dime, Caroline: desde cuándo eres tan triste", le susurra al oído de Annete Bening. La ternura, la piedad, la decadencia y el esplendor apresados en la belleza: así debe entenderlo Ricky cuando tuerce la cabeza con una extraña sonrisa golpeándole los labios al ver el rostro de Lester en la cocina. También es una manera de hacer cine, hurgando el aparato gástrico de una sociedad secuestrada, paradójicamente, en un escaparate: después de todo, la American Beauty es una variedad de rosa que ha sido cultivada artificialmente para tener la apariencia perfecta. Ahora, siete años después de verla y con un bagaje suficiente aunque improbable, no me costó mucho ponerme del lado de Lester y su desequilibrada pasión, tan comprensible: querer follarse a la amiga de su hija, claro que sí, y estar a punto de chuparle sus lindas tetas en el sofá de casa. Tampoco me costó defender la frivolidad de esa rubita cuya única ambición es no ser vulgar: esa animadora de instituto que desprecia a "los raros" y que presume de follar más que nadie, aún siendo virgen. Quiero decir que hasta en esa falsa apariencia, hasta en esa deslumbrante American Beauty, halla uno la satisfacción morbosa de la realización personal y hunde las manos en el pozo generacional de la adolescencia. Me puse de su parte inmediatamente cuando Jane Burnham y su novio la acusan de vulgar y se marchan los dos a Nueva York con su pesada madurez a cuestas, porque si uno no es vulgar y gilipollas a esas edades es muy probable que lo vaya a ser después. Y hasta apreté con mis manos mojadas la blanda carne desnuda de la espalda de Lester al mismo tiempo que su vecino, en esa pasión subterránea que te sobresalta en el momento más inesperado. Por último, me sorprendí disparando a la cabeza de Spacey cuando miraba, feliz después de tantos años, la fotografía de su familia de entonces, olvidando quizás en lo que todos se habían ido convirtiendo. Cuando la cámara se aleja de ese insignificante mundo, de esa pequeña tragedia familiar y de ella sólo queda el eco de la voz de Lester, de nuevo brota una belleza, la última y acaso la más intensa: "Tengo que relajarme y no intentar aferrarme a ella, y entonces fluye a través de mí como la lluvia y no puedo dejar de sentir gratitud por cada simple momento de mi pequeña y estúpida vida".

La madre

El chico debe tener unos veintiqué y está sentado en un banco de una plaza de Pontevedra. Una vieja amiga cruza al paso alegre de la paz caminito a no sé dónde, pero él no la reconoce y ella se sienta en un banco lejano para mirarlo y llorar un poco, porque sabe que todos debemos llorar al menos cinco minutos al día y porque ha compartido con él ocho años en el colegio y cuatro en el instituto y estas cosas siempre las lleva uno dentro: son estos amigos, es esta gente. Junio: el cielo es un plano de mar y el sol seguro que también es algo literario y bonito. Todo tan real. El chico lleva un plumas y unos zapatos grandes y negros. Suda: todos sudamos cuando la vida nos ahoga. “A mí me ahogará en pocos años, pero saldré”, se dice la amiga. El chico tiene fija su mirada en un horizonte blando y de vez en cuando trata de sonreír, haciendo fuerza, los muelles ya podridos, pero se derrota a sí mismo y pestañea. A su lado está sentada una mujer mayor, bien vestida. Aquel olor suyo tan agradable envolviéndolo todo. El muchacho coge otra cerveza del suelo y se echa el pelo para atrás de vez en cuando y aún así esta vida. Están juntos los dos otra vez (“qué pasó”, se pregunta todos los días al levantarse la señora: una tragedia de segunda mano). La amiga está a unos metros haciendo que no mira y prefiriendo no mirar (y dentro de unos meses me lo contará todo, aún triste). No hablan entre ellos pero de vez en cuando ella le agarra la mano y se la aprieta, y él toma aire. Pero no hay viento ni violencia. Todos los recreos. Los coches circulando como sonámbulos sin aparcar. Al despedirse (un beso, cariño) la señora deja en el bolsillo de su cazadora unos billetes limpios y grandes y se marcha a su casa. No mira atrás y él tampoco. Algún día sonará el teléfono y será Dios. En una semana volverán a verse.

jueves, septiembre 6

Tradiciones

“A juicio de Pavarotti, el público español era ‘muy competente y entendido’ y la crítica era ‘precisa y técnica’, según confesó en una de sus visitas a España, país que adoraba a excepción de los toros, aunque comprendía que ‘son una tradición’ [‘como la mafia’, añadió]”.

Afíliate

Despois de tantos anos de PP, estes tempos vexo, entre a preguiza e o desconcerto, os vicios dun nacionalismo que algúns, poñéndome a man no lombo, me din que “é noso”. Eu nunca tiven ‘espíritu nacional’. Nin ese solemne plural maiestático que me empuxa directo a unha misión divina. “Gañamos”, escribíronme nas eleccións. Pero non gañara: eu non gañei nunca. A miña opción era sacar de aí a dereita: non vela paseando a súa faciana polos vilas recollendo os lambetóns dos seus caciques. O peor foi escoitar (¡e entender!) as reaccións. E sacarse a etiqueta para saír de novo a intemperie. Hai xente que pensa que un se retrata cando escribe, pero nin iso. Hai que restarlle trascendencia: ás veces un escribe por non poñerse directamente a calcetar. Unha prosa feitiña, claro: hai que traballala. Pero logo está a Brunete, que non descansa. Só hai algo peor que os nacionalismos periféricos: o nacionalismo central e o seu exército marcial encomendado a Deus, nin máis nin menos. A mín xa me dá un pouco de pudor meterme co BNG por se acaso ao día seguinte a Cope vai e coincide comigo. Non vou deixar de facelo, se hai razóns e ganas, pero esta xente mete moito medo. O outro día cheguei aquí e citábase a un tipo que fala do adestramento ideolóxico dos nenos galegos feito a través... do ¡Xabarín! Os argumentos non teñen prezo, pero a conclusión é grandiosa: chámase directamente á revolución. O condenado porco.

martes, septiembre 4

Castrados

El debate sobre la castración química, que PP y CiU han querido ver con urgencia recogiendo las miguitas que va dejando Sarkozy, ha tenido estos días un protagonista deslumbrante: el hombre que en Salamanca se ha cortado su pija española y la ha arrojado al retrete, donde tanto se vio reflejada. Históricamente la siega de pichas era una cosa muy de mujeres, casi siempre enfadadas por algún motivo y casi siempre bien armadas. Pero este hombre lo hizo para no pecar: hay que apuntársela en la cuenta de la Iglesia. La modernidad ha traído vicios más extraños que los celos: ejercicios de canibalismo y raras autocastraciones. Pero la Iglesia se ha mantenido ahí siempre, surtida de razones morales. Todavía no se ha pronunciado sobre la castración química, pero tampoco es cosa de que vayan ellos ahora a tirar la primera piedra. Hace 13 años, con motivo de aquella legendaria picha de John Bobbit, escribió Umbral: “Todas las ovejas, entonces, eran de la majada de Carrillo o de Mao, pero nunca cogieron el cuchillo del postre para cortarnos nada, porque sabían lo que se perdían. Esto de talar pollas viene de Estados Unidos, que es un matriarcado de mierda. Claro que, después de escrito este panfleto, me la he estado mirando un poco y tampoco es para tanto, la pobre. Casi estoy por echársela a la gata”. Luego a Umbral le enseñaron la viagra y la gata se quedó sin postre. Freud hablaba de la envidia del pene y Lacan, directamente, dijo que “la mujer no existe”. Eso lo sé yo no porque haya andado en la fontanería de Google, sino porque hace unos meses entrevisté a una psiquiatra lacaniana a la que quise llevar por el bravo territorio del falo filosófico (el falocentrismo, la faloterapia y el faloespañolismo) pero no hubo manera humana y nos quedamos en Derrida, que deconstruía: como el señor de Salamanca, pero en plan esnob. También hace poco me llevaron a Youtube a ver el glorioso fragmento en el que Cela dicta aquella carta sobre el cipote de Archidona. El suceso le fue relatado al escritor por Alfonso Canales. A primeros de los setenta, una pareja acudió a un cine de Archidona. “La música o las imágenes debían ser un tanto excitantes, porque a ella, según tiene declarado, le dio el volunto de asirle a él la parte más sensible de su físico. El cateto debía ser consentidor, pues nada opuso a los vehementes deseos de su prójima. Dejóla hacer complacido, sin previsión de las consecuencias que habría de tener su regalada conducta. Según parece, el manipulado llevaba mucho tiempo domeñando sus instintos. El caso es que, en arribando al trance de la meneanza, vomitó por aquel caño tal cantidad de su hombría, y con tanta fuerza, que más parecía botella de champán, sino geiser de Islandia. Los espectadores de la fila trasera, y aun de la más posterior, viéronse sorprendidos con una lluvia jupiterina, no precisamente de oro. Aquel maná caía en pautados chaparrones, sin que pareciera que fuese a escampar nunca”. Eran tiempos de proezas: incluso la de la señora Bobbit alcanzó categoría de tal. Pero el culto al pene es más viejo que la propia palabra, y por él se han hecho grandes sacrificios. Hace dos años la BBC informó de la aparición de un falo de 28.000 años de edad, y de 20 centímetros de largo por tres de ancho. Los científicos incluso sugirieron que podría haber sido, en la época, un instrumento de ayuda sexual, además de una herramienta para cortar piedra: exótico el despliegue para ser la Edad de Hielo. En cuanto a la castración química, la prensa ha acogido con entusiasmo un debate que promete, porque las cosas de la pija siempre han dado muchos lectores y no pocos disgustos. Desde pequeños, con la tradicional capada del paraguas, hemos estado a expensas del destino: pederastas y violadores, claro, con bastante más justicia. Tampoco voy a ser yo quien me arremangue para defenderlos.