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viernes, febrero 29

Yo no cambio nada

En el servidor de fotografías de Diario de Pontevedra, y supone uno que de cualquier diario, van apareciendo las imágenes conforme se mueve la actualidad. Es una actividad intensa: a menudo antes de que pase algo llega la fotografía, retadora. Ayer, entre presentaciones culturales, partidos de tenis y mítines, se coló lo que me pareció en principio una planeadora cruzando la Ría con un barbudo a la proa, y que luego, ya más tranquilo, comprobé que era Quintana no yendo a descargar nada, sino a pescar. Aficionado a estos singulares golpes de efecto, Quintana vino a Combarro a sostener un calamar. Pudo pasearse pijamente por la piedra de su línea de costa, entre ostras y un ribeiro frío, pero prefirió dejarse cuartear por el viento de la Ría y fotografiarse con el salvavidas, en sutil metáfora: Galicia la salva él.

A propósito de planeadoras, y sin venir a cuento, relató ayer un amigo algo que le ocurrió con quince años. Habían ido de acampada a la playa de Barra con el bebercio y el tabaco a cuestas a pasar una noche de finales de verano, y a mitad de noche uno se puso a buscar un cigarro por la arena, porque la gente se había quedado sin tabaco y bien saben en Gran Hermano, y también lo deben de saber en el Vao, lo que provoca el mono. Así, encendiendo el mechero ya alejado de las tiendas, se fue acercando a la orilla hasta que se presentó, mortalmente silenciosa, una planeadora. El malentendido era evidente: los hombres pensaron que la luz del mechero era la señal convenida. Se quedó la planeadora en la orilla, y hubo un momento de tensión que el chico resolvió con frialdad: se acercó a ellos y les pidió un cigarro. "Es que estaba buscando colillas por la arena", explicó. No le contestó ni Dios. Uno de ellos sacó un rubio de la cajetilla y se lo pasó sin decir nada. Como llegaron marcharon, sumergiéndose sin luces en la oscuridad. Con la tensión, el chico olvidó pedirles una china.

Tiene uno que contar estos chascarrillos porque la campaña en Pontevedra es anémica. No viene Rajoy, no viene Zapatero, no viene nadie. O peor aún: viene Pizarro. Preguntado hace unos días si cambiaría algo del debate con Solbes, se indignó: "Yo soy de Teruel y no cambio nada". Y preguntado Rajoy sobre Carla Bruni, matizó: "Oiga, que yo soy de Pontevedra". El PP es un partido en el que la gente es de muchas partes, y eso condiciona. Todo el mundo sabe que en Teruel nadie cambia nunca nada, por eso TVE tiene la audiencia que tiene, y que en Pontevedra los mozos tienen que conformarse en la cama con cualquier cosa. Menos mal que ayer Bono dio un poco de espectáculo. "Dentro del PP hay mucha gente buena", concedió, generoso. Bono es la bomba.

jueves, febrero 28

Cuando seamos reyes

No hubo debate en las autonómicas gallegas, porque sólo los muy adeptos al Gran Líder entendían el fragués ya en los últimos años de mandato (también el cruyffés es una lengua que se pierde si no se practica diariamente, dijo hace poco Agustí Fancelli) y todo hay que decirlo: tampoco tenía Fraga mucho interés en hacerse entender. Llega un momento en la vida, sobre todo en la vida de Fraga, en que lo más interesante se lo dice uno a la solapa. Así que los líderes autonómicos, retirado ya el patrón a la calceta del Senado y de la Historia, se vieron con ganas en las elecciones generales. Que no iba con ellos es evidente: posaron culpables, con cara de haber montado una fiesta ilegal. Pero todos tuvimos siempre la tentación de adelantar los Reyes Magos, y el poder permite ciertos caprichos. Hay que contar que el pasado lunes, con esa previa espectacular de Zapatero y Rajoy llegando al estudio en coches blindados como si fuesen a fundar la ONU, no fue difícil imaginar a nuestros políticos saltando en el sofá, señalando con el dedo la tele incapaces de articular palabra, paralizados por la ilusión.

Animado por la frustración del Barcelona en el Camp Nou y la corbata de Núñez Feijoo, a caballo entre el Milán y el Barça, zapeé con gusto entre Alfonso Hermida y JJ hasta el gol del Valencia. Ahí se acabó el debate y empezó lo bueno, que duró hasta que se cansó el árbitro. Del acontecimiento realizado con brío por la TVG constaté varias ideas. Para ser un buen orador, por ejemplo, es imprescindible hablar bien no en general, sino en el idioma que uno decide utilizar. Se le critica con razón a Rajoy su alergia al gallego (esta campaña se presenta con carteles en este idioma, y el efecto es el mismo que el de mi abuela dirigiéndose a mí en ruso), pero habría que hacer algo para que, después de tantos años, socialistas como Touriño y Louro, con tantas tablas y cicatrices de tantas guerras, se esfuerzen por limpiar expresiones como "verdá" o "tranquilidá" de su gallego, sin ir más lejos. Una manera, muy sutil y poco agradecida, por cierto, de pasar de Zapatero y la espabilada zeta con la que blinda su programa.

Quintana, bien. Quintana (porque yo he asistido a todos sus mítines en Pontevedra desde que Quin es Quin y yo su cronista) es muy buen orador y se presta mucho a la cosa de la imagen, algo que Beiras detestaba. E incluso, con ambos aún en el poder, contrató en 2003 una jornada de puesta en escena para los candidatos a las principales alcaldías a espaldas del histórico líder. Allá fueron todos, algunos con reticencias, a que les modularan la voz, les vigilaran la barba y les manosearan la campaña. Campaña como la de la candidata nacionalista por Ferrol, que quería centrarla en la normalización lingüística, algo que como todo el mundo sabe es más un proyecto de país que de un municipio, sea Ferrol todo lo Ferrol que sea.

Con Núñez Feijóo, que matizó que el sexo de los hijos de Rajoy es macho, por lo que lo de la niña es una metáfora ("todos vimos o debate", matizó Touriño, apuntalándose las gafas), los líderes ofrecieron un debate que tuvo marchamo histórico, y así insistieron en subrayarlo los medios. También hubo, por supuesto, quienes escrutaron a los candidatos en términos de evaluación. Anxo Lugilde, probablemente tras Barreiro Rivas el analista más lúcido de la política gallega, le puso ayer en este periódico una nota histórica a Quintana: 6,1. Ni una décima más. Para que luego digan que no se siguió con pasión el debate.

miércoles, febrero 27

El debate (y II): la niña de mi vida


De la niña de Rajoy no quedan ya ni los huesos. No hay rastro siquiera de lo que fue: la ñoña metáfora de una España orgullosa de sí misma. No pasó ni un minuto para saber la profundidad del pozo en el que Rajoy había metido el pie. Fue decir "niña" y pitar el móvil: "Pero esa niña, ¿es lesbiana?". Y otra vez, pasados unos segundos: "Y sigue con la niña, ¡ay cómo le empiecen a brillar los ojitos... de la Moncloa a la Lama!". Si esto pasó en unos segundos con dos queridos desalmados armados con un teléfono, qué no sería de la niña cuando abrieron de forma inmediata los blogs y colgó Paredes los periódicos del día. Está tan agotado el tema que la prensa ya busca al padre, también para devorarlo. Siguiendo la máxima del fracaso y sus tutores, nadie se arroga a la niña: es huérfana para el PP, lesbiana para el PSOE y camina por el bosque con una cesta de legumbres, pollo y garbanzos, según el discurso de Rajoy, esquivando al depravado lobo Zapatero.

Dentro del análisis que ha provocado la ñoñería (a veces tan profundo que resulta ridículo) llama la atención, por su lucidez, el que hace Jesús García en el digital La Voz de Salamanca: "Ayer, en su alocución final, Mariano Rajoy nos recreó la imagen de la niñita que nacerá bajo su futuro mandato. Una imagen romántica, tierna y paternal de la personificación femenina de España. A muchos esa imagen nos recordó a aquella famosa foto en la que Stalin sostenía entre sus brazos de hierro a una delicada niña soviética, la encarnación de la nueva época". En otros lares, alguien daba una interpretación más optimista: "Esa niña, recibiendo una educación sana dentro de una familia equilibrada donde impera el sano juicio y el amor, es la niña que dará a luz a españoles sanos, justos y nobles, no la que pagará dos mil euros a una clínica de asesinos para organizar un aborto inmediato, o la que desorientada por la falta de una educación (...) se echará a las drogas o al botellón y al sexo con desconocidos y no estará capacitada para criar hijos sanos".

La niña, a la que nadie pone cara, se ha hecho de repente con la campaña electoral: pónganle unas siglas y legalícenla. Uno de los argumentos del PP para restar su descarnada influencia es que Rajoy no escribiría jamás algo así. Pero en el perfil que José Luis Barbería publicó en El País se vendían sus expresiones casi decimonónicas ("ni hablar del peluquín", por ejemplo) como rasgo identitario de su carácter, y en ese perfil, aunque no fuese él el autor, encaja bien la metáfora escolar de una España encarnada en una niñita que crece, española y feliz, bajo el cálido manto de un país renacido.

martes, febrero 26

El debate (I): las Tablas de la Ley

En su mandamiento número siete de las Tablas de la Ley con las que Pedro J. Ramírez se presentó el domingo en El Mundo, autografiadas para Mariano Rajoy, se encuentra una pregunta (lanzada con éxito por Ronald Reagan a su rival en un debate) por la que Ramírez muestra predilección: "¿Está usted mejor que hace cuatro años?". Así se presentó el candidato del PP: corbata de la suerte y amuleto de Pedro J. Tardó exactamente esto en decirla: "Buenas noches. Y a ustedes qué les parece, ¿estamos mejor que hace cuatro años?".

No hay que menospreciar a Pedro J. en su faceta de alto consejero nacional. Hace poco se lamentaba en su carta dominical, supongo que irónicamente (esa ironía tan gallega, tan de Julio Camba: ni en broma ni en serio) de lo poco que seguía Zapatero sus consejos. El domingo bajó de Sinaí pisándose la túnica, alborozado ante el momento histórico, con un listado épico sembrado de amenas anécdotas de los debates estadounidenses. Por ejemplo, cuando Carter dijo haberle preguntado a su hija de trece años cuál era el problema más importante del país, y la niña le contestó que "el control de las armas nucleares". La rechifla fue inmediata, y Reagan lo remató: "Cuando mis hijos eran pequeños también solíamos hablar en casa sobre los problemas de las armas nucleares".

Lo curioso es que en el último párrafo anunciaba el director de El Mundo, listo como un zorro, que sus consejos serían leídos con más interés por Zapatero que por Rajoy. Y acababa su carta, brillantemente escrita y ridículamente pretenciosa (como si en efecto él, al timón de su prosa, estuviese corrigiendo el rumbo de España) con un lacónico "buenas noches y buena suerte". La despedida, cierto que ya muy usada y popular, fue elegida por Zapatero para acabar su intervención: Pedro J. Ramírez abrió y cerró el debate. Y después de compartir con ambos candidatos dieciséis horas en total, entre confidencias y paseos (incluso cupones regalados y acertijos metidos en un sobre) probablemente nada de esto sea casualidad.

De esta última carta, en fin, dejó escrito Arcadi Espada, ahora lúcido y ejemplar destripador del diario que le paga (bravo por ambos): "Flaco favor le hace hoy el Director al Opositor Rajoy, mostrando que, a diferencia del Presidente, necesita sus consejos para el debate". Y del propio Pedro J. dejó dicho hace unos meses Enric González, histórico corresponsal de El País: "Técnicamente es el mejor periodista de España". Una frase de la que sus contrarios dirían que, como resuelve Peñafiel, vale más por lo que calla que por lo que cuenta.

Piraos, pobre gilipollas

Se necesitaba que alguien, el poder mismamente, llamase gilipollas a los gobernados. A veces se exigen este tipo de distancias, estos alegres golpes de efecto. No todo va a ser coger niños en el colo y sonreír ante las críticas, ni encajar golpes con fabulosa sonrisa, tan falsa: a veces el pedestal exige inclinarse un poco hacia adelante, llamar al primer maleducado que pase por allí, y decirle gilipollas. Poco importan las circunstancias, aunque nada parece más difícil que dejar a Carla Bruni en El Elíseo desayunando diamantes para pasearse entre vacas. Cuando el presidente de la República francesa llega a un sitio y saluda a sus ciudadanos, cualquiera tiene la opción de echarse a un lado. E incluso así, si vuela la mano hacia uno puede rechazarse con exagerada cortesía. Pequeñas normas de conducta que no contienen un exabrupto del tipo “no me toque, que no quiero mancharme”, que fue lo que escuchó Sarkozy de un ganadero. Sin dejar de sonreír, categórico, el líder musitó: “Pues entonces pírate, pobre gilipollas”. En la construcción, es básico el insulto. Probablemente con el “pírate” ya estaba todo arreglado, pero Sarkozy quiso hacer constar algo más: su cansancio, y con él hace efectiva su amenaza, además de dotar a la frase de una potencia demoledora. Hacerlo frente a las cámaras sólo confirma su carácter excepcional: sois todos unos pobres gilipollas. No se lo reprocho. Y tampoco respaldo eso de que en el sueldo van los desplantes. La última condición que debe abandonar un ser humano es precisamente ésa: la humana. Por eso nunca vi con demasiado pesar aquel cabezazo de Zidane al sentirse atacado en su honor (por un gilipollas, efectivamente, que echa mano de la socorrida hermana puta) ni tampoco veo contraproducente que Sarkozy llame “pobre gilipollas” a alguien que le importune. Primero, porque electoralmente le perjudica (y un político se distingue, en su bravo carácter, por hilar muy fino en estas cuestiones). Y segundo, porque la imagen es poderosísima: el presidente de la República francesa llamando gilipollas a un ganadero porque le ha rechazado la mano. Sarkozy tiene que pasarse por las universidades españolas a dar conferencias y exhibir, temerario, esa proverbial mala hostia cuando se encuentre a quince fascistas llamándole fascista a él. Aquí nos queda un apuro de vergüenza. La cobardía española, país de toreros, es sintomática, sobre todo en campaña: los políticos faltan a sus contrarios, y a veces gravemente, porque no tienen el valor de faltar, directamente y con graciosa displicencia, a los votantes rivales.

lunes, febrero 25

Suelto

Uno de los momentos más felices de Desmontando a Harry es el encuentro de Woody Allen con una pilingui a la que le pregunta por qué se dedica a eso. “¿Y qué quieres que sea? ¿Camarera?”, contesta ella. Allen da un respingo: “¡Joder, todas las putas con las que me acuesto me dicen que es mejor que trabajar de camarera! Currar de camarera debe de ser el peor trabajo del mundo”. Cuando llega al infierno le dice al diablo: “He engañado a todas mis mujeres y ninguna se lo merecía, me acuesto con putas, bebo demasiado, y tomo pastillas y miento y soy vanidoso y cobarde y propenso a la violencia. Una vez casi atropello a un crítico literario pero el coche derrapó en el último momento.”. “¿Te lo has hecho con dos mujeres?”. “¡Claro!, y te diré otra cosa, no me importó si era explotación, y otra cosa más, eran hermanas, dos hermanas rubias de alto standing”. “¿Las gemelas Sherman?”. “¡Sí! Las gemelas Sherman, ¿las conoces?”. “¡Están aquí!” (…) “¿Te has tirado a alguna ciega?”. “No, ¿y tú?”. “Uuuuuh... son muy agradecidas. ¿Quieres una copa?”. “Eres un demonio...”. Sobre prostitutas yo cuento mucho la anécdota de Chesterton. Estaba una cena de alta sociedad y, en la relajación de la sobremesa, le dice a una duquesa: “¿Se acostaría con alguien por un millón de libras?”. “¡Supongo que lo pensaría!”. Dejó pasar media hora, y se dirigió de nuevo a ella: “Le doy tres libras si se viene conmigo a la cama”. “¡Usted quién se ha creído que soy!”, contestó ofendida. “Eso ya quedó claro", dijo él serenamente, "lo que hay que hacer ahora es discutir el precio”. Cuando la profesional, en fin, le pasa la tarifa a Allen, él saca un fajo de billetes. “¿Cómo andas con tanto dinero encima?”, pregunta sorprendida. “Siempre llevo suelto para putas”.

sábado, febrero 23

A María Teresa no le gustan las mujeres

Hace unos meses se anunció en El País una entrevista con pinta de definitiva: María Teresa Fernández de la Vega en el plano personal. Su entrevista, decían, más íntima. Se publicó un domingo, y la firmaba Juan José Millás. No es Millás un entrevistador incómodo, de esos que buscan el hueso del personaje, así que media España contuvo la respiración: quizás el escritor volcase con melancolía una irrespirable atmósfera que enterneciese a De la Vega lo suficiente como para que le abriese la puerta de su dormitorio. Además, el periódico anunciaba cambio de diseño y prometía alguna exclusiva gorda, como la bronca entre Esperanza Aguirre y el Rey. No hubo forma. Toda la entrevista fue un quiero y no puedo. El esfuerzo de Millás fue realmente enternecedor: que si eso de no casarse y no tener hijos no es un gran sacrificio, por qué no una pareja estable, es dura la soledad, qué es poesía y tú me lo preguntas.

Fue un trabajo baldío y hasta cruel: De la Vega eligió respuestas impersonales, aferrándose al género neutro. Una persona, un ser humano, acaso alguien. No hubo más: la sexualidad de María Teresa Fernández de la Vega continuaba encriptada. En los mentideros se daba por segura su boda con María Escario, su boda con una mujer de Palma, su romance con Curro el Palmo. Los argumentos eran demoledores: tiene el pelo corto y no se le conoce pareja. Lo que pasa es que para ser una entrevista personal se quedó todo un poco a medias: no es que ya no le abriese al periodista la puerta del dormitorio, sino que ni le dejó poner el ojo el hueco de la cerradura. Fue una exclusiva frustrada: España seguía sin conocer el interés pasional de su vicepresidenta, algo inconcebible en una sociedad donde en su momento se supo al detalle el destino de las corridas del presidente de los Estados Unidos, e incluso su distinguida moral sexual: que me la coman no significa nada, otra cosa es follar. Ayer la competencia de El País no dejó títere con cabeza: María Teresa Fernández de la Vega le dijo a El Mundo que no es homosexual (lo cual a estas alturas es mucho más noticiable que si lo fuera) y, peor aún, no conoce personalmente a María Escario. La bofetada a Millás fue poco elegante: "¿Usted es lesbiana", le pregunta la periodista. "¡Hombre, por fin me lo preguntan!". Estaba deseando abrir la puerta, pero nadie se lo había pedido explícitamente. Muchas mujeres prefieren que se las trate con rigor, sin rodeos y titiriteras indirectas.

Otra cuestión, más grave, es el poder que el rumor ejerce no sobre la sociedad sino sobre el periodismo. Esto está en la calle, así que se lo pregunto: la fórmula ya se aplica con éxito, sin discriminación de raza y sexo, en los programas del corazón. Si a la política (y a su correoso periodismo) le interesa eso, es otro cantar. Las entrevistas más íntimas tienen sus exigencias: despojada de su cargo queda una mujer desnuda, o en su defecto un hombre. Aún no siendo lo mismo, ¿alguien le preguntó en algún momento a Ricky Martin si de verdad vio a una chica peligrosamente armada con paté en su cuarto? En su respuesta a El Mundo De la Vega va más allá: si fuese homosexual, lo diría. Aunque en principio me pareció absurdo (¿anunció que es heterosexual o, mejor aún, anunciaría su plena bisexualidad?) le reconozco ahora cierta categoría. Y que esto haya salido el primer día de campaña es casualidad: no hay ningún aspecto en el programa del PSOE que remita a la serena, porfinmelopreguntan heterosexualidad de la vicepresidenta.

jueves, febrero 21

Billetes enrollados

Un hecho ya científicamente probado: las imágenes cerebrales de los toxicómanos a punto de meterse una dosis son exactamente iguales a las de un agente de bolsa que está listo para cerrar una buena operación. "Un pequeño grupo de científicos, incluidos algunos psicólogos, está empezando a descubrir lo que muchos profesionales de Wall Street sospechan desde hace tiempo: que las personas están directamente conectadas al dinero". Un reportaje de Jenny Anderson para The New York Times, reproducido ayer en El País, desnuda uno de los procesos más autodestructivos del cerebro y deja en el aire la blanca pureza del ejercicio de vivir: "a veces la gente se coloca ganando dinero".

Anderson utiliza la figura de Jérome Kerviel, el agente de Société Générale, para centrar el relato. Kerviel se subió a un tobogán que probablemente no le daría la pureza de ninguna heroína: a finales de diciembre de 2007 consiguió unos beneficios de 1.400 millones de euros y, veinte días después, sus pérdidas superaban los 4.800 millones de euros. Como es natural, Kerviel es hoy objeto de análisis en cientos de blogs en internet y su rostro ha sido portada en periódicos de todo el mundo. Una de las primeras cosas que hizo ante el Consejo de Dirección de la Sociéte fue amenazar con suicidarse si se convertía en el chivo expiatorio. No era una arrebato infantil: muchos otros agentes, agobiados por la presión, se han ido suicidando en armoniosa cadencia víctimas de un desgaste brutal, y han puesto a sus sociedades en el punto de mira. Kerviel tiene 31 años, y su estafa es la más grande de la Historia.

El reportaje acaba presentando un duelo entre la razón y la emoción, para variar. Alpesh Patel, director de una gestora de activos, lo explica así: "Sabes que te estás perjudicando, y que no hay beneficio en el sentido económico, pero el subidón que te produce ganar te lleva a asumir riesgos mayores". Y Daniel Kahneman, psicólogo ganador de un premio Nobel, así: "Cuando te ves amenazado con la extinción actúas como si nada importase". El dinero como droga es una percepción que hasta ahora no había rebasado lo meramente metafórico: la 'tiogilitesca' ambición de sentarse sobre una montaña de oro. Pero ahora la ciencia ofrece la radiografía de un cerebro agujereado por el dinero con la misma pasión con la que lo agujerea la cocaína, lo que no deja de tener su gracia: así que se enrolla el billete porque no se puede enrollar la coca.

Un número equivocado

Churchill, que hizo un gran acopio de citas, ganó un Nobel y perdió las elecciones tras resistir el bombardeo nazi (qué pueblo, el británico), dijo una vez que la democracia era el régimen en el que si alguien te llamaba a las seis de la mañana sabías que era el lechero. Probablemente más de una soltera de la época se quedó sin dormir muchas noches esperando la llegada de la musculosa democracia. En mi casa, desde hace unas semanas, si alguien llama a las siete de la mañana sabemos que alguien quiere coger un autobús. No es lo mismo que la democracia pero reconforta. Tanto como la época en la que un amigo recibía a las siete de la mañana la llamada pastosa de una mujer que aclaraba: "Perdona que te moleste, ¿puedo ir a tu casa a follar?".

Ningún teléfono es inocente cuando suena de madrugada. Todos tienen su faction: alguien no duerme al otro lado de la línea. Sobre eso creo que fue Paul Auster el que se explayó a conciencia en algún libro de su trilogía de Nueva York, pero yo no soy Paul Auster, ni tengo su destreza para fabricar niñas tan encantadoras como Sophie. Como nuestro teléfono es fijo (llegó con el ADSL a pesar de mi insistencia; no tiene sentido poner un pie en la modernidad y otro en la prehistoria: “¿y si es de rueda?”), y el número no lo sabe más que la familia (incluidos algunos amigos considerados como tal), la primera vez que sonó a las siete dije aún en la cama, todo lo impostadamente que pude: “Menudas horas para morir”. Cogí (ese paso que todos dimos al descolgar un teléfono esperando la nota de un examen o de una vida, cogiendo aire y mirando de frente al destino, como un soldado orgulloso) y una mujer me preguntó si era aquello la estación de autobuses. “Espere unos años”, pensé mirándome de reojo en el espejo. “Perdone”, contestó.

Las llamadas se han ido sucediendo con cierta cadencia. Nuestro teléfono es casi idéntico al de la estación: un Siemens corriente. Y el número también debe de ser muy similar. Le dije a E. que mejor eso que parecerse al de una funeraria, o una casa de putas, o la Policía Nacional. Yo, en cualquier caso, nunca perdí las formas. Siempre contesté que aquello no era la estación, sino un piso en el que lo único a lo que se aspiraba era a que llegase puntual el lechero. Hasta que una mañana me despertó la democracia y fui directamente al salón a coger el periódico del día anterior. “Dígame”. “¿La estación?”. “Claro, dígame”. Me pidieron el primer autobús que salía de Pontevedra para O Grove. Dí el horario. “Gracias”. Lo he seguido haciendo durante días, y puede que mi número haya ido corriendo de voz en voz, superando en éxito al de la estación. Algunas rutas ya las digo sin consultar, de memoria, mientras cocino o recojo la casa. Ayer me llamó un hombre desesperado porque tenía cita con el médico y se había quedado dormido. Ningún autobús lo dejaría a la hora en Pontevedra, le comuniqué trazando con el índice los horarios, pero si me diese las señas exactas podría acercarme a su pueblo y traerlo yo mismo en mi coche. No quise su conversación y tampoco su dinero. Yo era, le dije muy secamente, un profesional. Asintió (le eché un ojo por el retrovisor, ceñudo), y sólo después de hacerlo, arranqué.

miércoles, febrero 20

Alzheimer

Hai pouco, preguntada sobre un libro de xuventude, Blanca Andreu respostou que non o escribira ela. Falou así: “As células cambian cada doce anos, así que eu era outra”. Teño o costume, cada certo tempo, de perder (romper / afogar) o móbil coa axenda e as mensaxes doutro tempo, sen posibilidade de redención. Rexenérome á miña maneira: aproveitando o empurrón da resaca pecho o correo, préndolle lume e paso as mans pola cinza de vellos amigos, direccións que nunca volverei ter e todo o que aí queda, incluido un feixe de felicitacións insólitas e un feixe maior, polo meu rango de capitán, de insultos anónimos. Clausuro, á miña maneira, a vida, aínda que nela haxa cartos. Logo dos días chega a pena, mais unha pena liberadora. Miro de esguello o diario de Césare na rede e atópome co seu penoso alzheimer: o seu ordenador dixo basta cos correos, as películas, as fotos e arquivos do seu traballo dos últimos anos e dos vindeiros meses. “Nunca un segundo da miña vida supuxo unha perda tan grande de tempo, traballo e memoria”, di. A súa reacción é exemplarizante: “Como dicía o vello, eu, agora, con trintaepico de anos e a saúde perfecta, comezo”. Alédome de que sexa máis un acto de optimismo, seica unha xuvenil declaración de forza, que de envellecida furia eu diría que nihilista coa que un perde ou fai perder o seu pasado botando man da españolísima, queridísima “a mamarla”.

martes, febrero 19

Del oliva al chándal


(Cuba, la derrota estética
Diario de Pontevedra, 30-08-2006)

Más allá de la pobreza, persistente sólo como ciertas lluvias, de la “justicia social” proclamada por Castro que el tiempo declinó en dictadura, del azaroso porvenir de los opositores, de la represión de la homosexualidad (extraños ídolos los del progresismo internacional) o incluso más allá de las sentencias de muerte y del severo viento de sospecha que envuelve la isla aun en sus días más azules, la derrota de la Revolución no ha sido económica, ni social, ni por supuesto política: la derrota de la Revolución ha sido, en esencia, una derrota estética.

Hay muchas y sin embargo muy pocas cosas que decir de Cuba: todo empieza y acaba en Fidel. Sus filias, sus fobias, sus amigos, sus enemigos, su estado de salud, las portadas de los periódicos que le veneran, las tartas que le hacen las madres cubanas, los cánticos en los colegios, los brindis por el Comandante, las gloriosas portadas del Granma, el firme y monolítico apoyo que prolifera entre las espontáneas brigadas ciudadanas que recorren las calles de La Habana a la caza del disidente... Fidel Castro dejó de ser muy pronto el líder de la Revolución para ser su imprevisible tirano, y desde hace unos años ni siquiera eso: se trata, como todo anacronismo, de un asunto nacional, del que sólo se debate en los medios internacionales bajo la sagrada promesa del anonimato. Tal que el chiste del encuentro de Juan Pablo II con unos ciudadanos:
–Bueno, ¿y qué tal por Cuba?
–No nos podemos quejar.
–Ah, o sea que bien...
–No: que no nos podemos quejar.

Cuando la Historia doble la esquina y en Cuba sólo queden los rescoldos de estos años perpetuos, (47, según las últimas estimaciones, y subiendo) las enciclopedias acotarán el período de la Revolución mediante dos poderosas estampas que revelan la naturaleza y la decadencia de un sueño alargado sílaba a sílaba, como en uno de esos interminables discursos del Comandante. Son imágenes que definen lo que significó y lo que significa el sueño comunista de un poder arrebatado con justicia a un capitalismo de casino y putas: un sueño anhelado y siempre aplastado, paradójicamente, por sus instigadores. Cuba ha recorrido en casi medio siglo la distancia que separa estas dos fotografías: la del Che Guevara inmortalizado por Korda, con la mirada de fuego apuntando a un destino inconcreto y los cabellos azotados por un violento viento, y la de Fidel Castro recostado en la cama de un hospital, recién cumplidos los ochenta: un viejo aturdido convaleciente de una operación sujetando un periódico en el que él mismo es portada bajo un grueso y grotesco titular: Absuelto por la Historia, remedando a marchas forzadas aquel célebre discurso (La Historia me absolverá) que el joven Castro lanzó en su defensa ante la Justicia a causa del asalto a la Moncada. Poco después la Moncada, incluso la Justicia, serían suyas.

Atrás quedaron los carros poblados de barbudos bajando de Sierra Maestra jaleados por el pueblo y la romántica resistencia a un imperio colosal a escasos kilómetros de su costa. Los discursos sembrados de justicia, pan y solidaridad dieron paso a las cazas de brujas en el lema de Revolución o Muerte (“Ni un paso atrás. Ni siquiera para tomar impulso”, gritaba Fidel), la cartilla de racionamiento y la implantación del pensamiento único. Vargas Llosa abandonó la Revolución y su lugar entre los intelectuales fue ocupado años después por un Maradona gordo y teñido de rubio follando con una rubita adolescente: estéticamente la Revolución tocaba fondo. Al final, en su metafórico estertor, Fidel compareció ante la prensa comiéndose un yogur. Definitivamente, la Revolución había caducado.

domingo, febrero 17

Ronaldo


En una de sus frases más logradas, Valdano dijo de él que, cuando atacaba, atacaba la manada. Las leyendas suelen forjarse con dolor, y exigen para llegar al cielo un violento paso por el infierno. Ronaldo volvió con una Copa del Mundo. Ya no era el extraterrestre de Barcelona: era la manada. Conservó la sutileza y la potencia, pero perdió la fibrosa liviandad de aquel chico de 19 años que se filtraba entre la defensa del Valencia en el Nou Camp como un delgado, fabuloso chorro de agua. En su debut el Bernabéu se puso en pie cuando salió del banquillo, le recibió con un estruendoso aplauso al entrar en el campo y se vino abajo a los pocos segundos: tocó el primer balón y lo metió para dentro. Marcó otro más y al día siguiente ocupó toda la portada de L´Equipe. El defensa que le marcó aquella tarde dijo: “Sabía que lo tenía detrás, y quizás me puse nervioso”. Oyó su agitada respiración: la de un búfalo hambriento. Si el gol al Compostela fue el resumen del primer Ronaldo, del segundo se conserva el que le marcó en dieciséis segundos al Atlético en el Bernabéu. Partió la defensa en tres zancadas, recortando la línea de cuatro, y se presentó delante del portero con la frialdad de un asesino: dejó pasar unos segundos eternos antes de tirar al Mono y levantársela con un toque excelso. De él dejo dicho Santiago Segurola en El País, en la memorable crónica que testificó el duelo Manchester-Madrid en la Copa de Europa de 2003: “A Ronaldo se le ha discutido más allá de lo prudente, y su respuesta fue atronadora en Old Trafford. Marcó los tres goles del Madrid, el último de ellos de una violencia que dejó mudo al estadio por un instante. Luego comenzaron a levantarse los hinchas ingleses de sus asientos para saludar al genio, que se despidió poco después del campo entre las ovaciones de la muchedumbre. Toda la dignidad del fútbol, la que se deriva del reconocimiento del enemigo, presidió el lento camino de Ronaldo hacia el vestuario”.

jueves, febrero 14

En Cuba

Cervantes preparou o domingo unha cita desas destinadas a facer época: ¡xeracións enteiras! Un autobús con 50 solteiras ía ao encontro de mozos sen compromiso. Entendendo o amor como servizo público, un espazo da TVG impulsou a iniciativa. E a unha política do BNG non lle pareceu ben: ¡a muller como gando, dixo, destinada a repoboar o rural! Non era iso, pero a cousa marchou ao carallo. Xa se sabe que o peor do feminismo son as feministas. Ao final quedou a estampa dunha aldea bonitiña, uns pinchos esperando na mesa e un feixe de veciños comendo neles: sos, vestidos de domingo, na compaña dunha muller casada. Días antes no balcón do Concello tivera lugar o esperado anuncio: “Como alcalde vuestro que soy”. E púxose en marcha a maquinaria pesada do amor cos xornalistas de testemuñas. Reportaxes, entrevistas e ilusións que foron facendo de Cervantes a versión bravú de Villar del Río, aquel lugar de Berlanga. “Se podo quédome cunha. Dáme igual como sexa, con tal de que sexa boa. Vou ir ben limpo e cun xersei bon, pero non de traxe”, dixo un. Ía ir de celestina un Jesús Puente pasado de voltas: Superpiñeiro na hora cero. Correu un ruxe-ruxe: o bus viña cheo de cubanas. “Eu prefiro unha fea de aquí”, avisou outro. Que marabilla: ¡onde estaban os nosos documentalistas, hostias! Pois en Cuba, home, todos en Cuba: coas solteiras de Cervantes.

martes, febrero 12

Terneritas y franquitos


Lo primero que hay que considerar, en frío, es que los que ayer ejercitaban su derecho al linchamiento en la facultad de Económicas de la USC son el poder, en su más delicado ejercicio. Esto hay que tenerlo cerca de uno, casi sintiéndolo gozosamente en el cogote, porque no es una cuestión de las izquierdas oprimidas rebelándose contra el patrón con la azada al hombro. No aspiran siquiera a conservar cierto espíritu de revolución, porque las armas ya las tienen ellos. No son el Che, y han perdido el interés en serlo: son los terneritas y los franquitos que se presentan de vez en cuando a aporrear la puerta. No representan al débil ni a nada que se le parezca, sino a la violencia, que es el formidable lenguaje de la dictadura. Son también, lamiendo la bota militar que les alimenta espiritualmente, las caritativas almas que se preocupan de desplazar la presión por aquello del equilibrio territorial: si Maria San Gil tiene que mirarse los bajos del coche en Bilbao, a partir de ahora que no dé un paso tranquila en Santiago.

La única diferencia que hay entre aquellas juveniles patrullas de correajes falangistas que perseguían maricones por la calle y esta turbamulta ciega que avasalla españolistas es el tiempo, y a veces ni eso. Los unos y los otros no atacan al poder, no persiguen el coche oficial ni pretenden descabalgar a nadie de ningún gobierno: patean a la oposición, y dejan en el aire lo viciado de su aliento y la proximidad, entre el asco y la nostalgia, de sus cuerpos. Sólo así, desde la distancia que permite saber que en el País Vasco mandan quienes pulcramente recogieron las nueces cuando más caían, se puede entender el conmovedor esfuerzo de estos muchachos.

A este facha que escribe, y aquí la venda, le desagrada no poco mensaje político de María San Gil. Por cuestiones meramente técnicas: otras voces y otros ámbitos. Más allá de la diferencia, María San Gil nunca aparecería en una charla mía a presentarme sus respetos ni justificaría al que un día vuela un coche con un señor dentro. En ese debate entre la vida y la muerte, la violencia y su mercancía, yo estoy siempre con ella, y no es instinto. Es seguro que no comparte mis ideas, si las tengo, y me alivia: comprender esto lleva algunos años, pero una vez alcanzado el karma, la libertad que a uno le corresponde es magnífica. El 23 de enero de 1995 Gregorio Ordóñez comía en un restaurante de San Sebastián con María San Gil cuando el terrorista García Gaztelu se acercó a él, pasó la mano despacio por encima de otro comensal y San Gil pensó que era una broma hasta que un chorro de sangre salió del pómulo de Ordóñez, mudó su cara y cayó muerto sobre la mesa. Si a San Gil querían agredirla ayer en una facultad, qué no harán el día de mañana estos mozos con Gaztelu.

lunes, febrero 11

La tralla del juez de línea

En los partidos de Regional era tradición, allá en los ochenta, que el final lo pitase la Guardia Civil. El árbitro salía entre lapazos, collejas y a empellones, y al llegar a su vestuario cerraba la puerta con llave, suspiraba aliviado y antes de que se quitase la ropa le aparecía del cuarto de la ducha el delegado de campo a darle una mano de hostias. Hace años hubo uno en A Lama que saltó la valla del campo y se tiró a correr monte a través perseguido... por el alcalde. El árbitro ha sido siempre el gran elemento de cohesión española. Reúne todos los condimentos necesarios para convertirlo en héroe de una tragedia. Desde el vestuario (aquel negro severo de los pies a la cabeza) hasta el silbato, pasando por su figura indefensa corriendo estirada de un lado a otro de un campo de tierra, levantando polvo alrededor y mirando de reojo cómo evolucionaba el pedo de la parroquia en la cantina. Su vastedad filosófica no ha sido aún abordada: el mazo de la justicia encarnado en un ridículo pito.

Para la Historia queda ya el Rafa Nomejodas y su legendario ‘penalty y expulsión’, y en la hemeroteca de nuestro Castroforte del Baralla se recordará desde ayer la traca monumental que se agarró el juez de línea del Pontevedra-Vecindario la noche antes del partido, que se jugaba a las doce. Se presentó el héroe en el hotel Rías Baixas en estado de embriaguez declarada: pidió la llave de la habitación levantando el banderín y empezó a pergeñar su leyenda. Las crónicas (infatigables, siempre supuestas) cuentan que el señor se quejó a gritos de que no podía abrir la puerta. Era una tarjeta magnética y no se aclaraba: él esperaba un viejo sereno. No se pudo abrir la habitación porque la puerta había quedado dañada por los golpes (ya se sabe que cuando uno no se aclara con la tecnología recurre, por defecto, a las hostias de toda la vida) y el juez de línea durmió en otra cama: viendo la hora que era pensó en bajar al Búho e ir al partido de reenganche, pero no era plan.

De mañana la cosa acabó a lo grande. Los árbitros querían que los bomberos tirasen la puerta para coger el equipaje, el dueño se negó, se presentó la Policía (la cosa iba de uniformes), hubo denuncia del hotel, el trío corrió a Pasarón y después del partido a Comisaría a presentar alegaciones. En la habitación del línea, para dar testimonio de la hazaña, quedó una toalla llena de vómito. Ni televisiones rotas, ni modelos durmiendo drogadas empapadas en champán ni cocaína sobre los espejos del baño. Los árbitros no son los Stones, aunque ya lo van intentando. Fue una pena que el apartado dedicado al árbitro no lo solventase Diario de Pontevedra con un abrupto, sensacional titular: “La resaca no influyó en el resultado”.

domingo, febrero 10

Contrato

Rajoy quiere que los inmigrantes firmen un contrato (¡si a eso vienen!) de integración en España. Quien quiera saber en qué consiste eso que vea al propio Rajoy en televisión felicitándonos por ser españoles el doce de octubre: los demás días también, pero ése hay que serlo un poco más. La cláusula que más polémica ha despertado ha sido la de “respetar las costumbres españolas”: les vamos a cronometrar las siestas. Aquí el apuro ha llegado por varios frentes. Gabilondo insistió mucho en eso (por cierto: su exquisita violencia periodística con Rajoy, rayando otra vez los malos modos, me parecerá ejemplar si la despliega con Zapatero) y Rajoy balbuceó un poco. Balbucear es algo muy gallego, pero poco español: el líder no da ejemplo. Arias Cañete ya dio pistas sobre las costumbres patrias: los camareros de toda la vida. Luego están los dichos populares, a los que también se puede atener el inmigrante: picha española, por ejemplo, no mea sola. Pero oficialmente quien se animó un poco fue Pizarro. Para él, una costumbre española es "no robar", a diferencia de los países en los que es tradición, y "que no te corten la mano por hacerlo", como en Irán. Así que si allí no hay homosexuales, en España no hay ladrones, o por lo menos no es costumbre: a veces se pilla algo, pero por necesidá. Teniendo en cuenta que uno de los más lustrosos españoles del último medio siglo, por aclamación popular, fue aquel Dioni que se largó a Brasil con un furgón de trescientos kilos (“ay Dionisio / mucho visio”), Pizarro va desencaminado: en España no sólo hay grandes manguis, sino que los hacemos héroes.

viernes, febrero 8

Hijos de Satán

Al presidente del Madrid le gustó una frase que vio en un cartel (“Si luchamos, podemos perder; si no lo hacemos, estamos perdidos”) y decidió, con ese ejercicio del poder tan particular que le llevó a meter un speaker en el Bernabéu y desenterrar el himno de las mocitas madrileñas, adoptarlo como lema. Que los males proyectados por el Madrid son muchos es sabido: por sostener hasta sostuvo la dictadura franquista con sus triunfos. Lo que ya se desconocía era la filiación merengue con los nazis, aunque era un paso casi coherente. Lo reveló ayer el Sport, con gran tipografía: “Un aviador nazi inspira el nuevo slogan del Madrid”. El lema se refiere a la frase que vio Calderón, que es una frase a la altura de su simpleza. Pero el diario quiso ir más allá: ¿quién está detrás de esta conjura? Sus fuentes hablan de “una pintada que había en Barcelona durante la Guerra Civil”. Pero un lector les abrió luz (“un lema similar marcó la vida del nacionalsocialista Hans Ulrich Rudel”). Observen ese “similar” haciendo tambalear la noticia y esa fuente traída por los pelos: para llenar la página publicaron la biografía del espléndido ejemplar nazi. Visité luego, buscando calma, la prensa seria: El Periódico. Y fui a Internacional, lo más lejos posible de Deportes. Aquí el titular: “EE UU atribuye a Al Qaeda un vídeo de entrenamiento de menores como terroristas”. Y aquí el subtítulo: “Chicos armados y con prendas deportivas, algunas con el escudo del Madrid, simulan asaltos”. Terroristas islamistas con pasamontañas y sudaderas del Madrid, club inspirado en el nazismo: hijos de Satán. Me quedé leyendo la noticia, desolado. Y luego vi el entrenamiento de los chavales: ahí estaban, con sus pistolas, y no lo hacían mal. Osamitas crueles, rápidos y eficaces. “Mira cuál era la cantera buena”, pensé. Y con la mala suerte que tenemos, ya verás como sale de aquí el nuevo Messi.

jueves, febrero 7

É por iso que...

A negativa do BNG a condenar o Holocausto (!) se non se inclúe no documento a repulsa da ocupación militar de Palestina é un movemento fabuloso que corre en dúas direccións: a electoral, porque en España nada lle dá máis votos ás esquerdas nacionalistas que os insultos da dereita episcopal; e a inmoral, porque a postura deste portavoz Aymerich consegue bater records de inmundicia nun país xa afeito a tales cousas. “É por iso que", di o BNG despois de recoñecer o malo que foi o Holocausto para mandarlle un recado ao Estado de Israel. “Pero xa estaban planeando a ocupación de Palestina no gueto de Varsovia?”, pregunta un comentarista de Vieiros. O texto que quería propoñer o BNG, ademáis de parvo, é dun racismo xa non impropio dunha democracia, senón da especie humana: mataron millóns de xudeus, mais os xudeus están a matar agora. Sangue da mesma sangue. “É por iso que…”, di axitando o dedo o portavoz nacionalista, nun exercicio de incultura que, ben visto, ten máis de sectarismo que de racismo. A simpleza argumental, no entanto, anima tamén aos militantes de base (de moita base: básicos) que apoian a postura nacionalista cunha coartada intelectual de altura: “Fica clara a cousa: PP-Ultradireita mediática-AGAI por unha banda e o BNG pola outra”, di outro comentarista en Vieiros. E por aí anda a pregunta tan perigosa sobrevoando o debate: ¿cal é o límite de mortos que necesita o Bloque Nacionalista Galego para non condicionar o rexeitamento dun exterminio?

martes, febrero 5

Justicia para el arte de Sherlock Holmes


Arthur Conan Doyle publicó La aventura de Copper Beeches en junio de 1892, dentro del volumen Las aventuras de Sherlock Holmes. Se trata de un misterio surgido de lo que el detective cree su particular “punto cero”. “En cuando a mi pequeño consultorio, parece que está degenerando en una agencia de recuperación de lápices perdidos y de consejos a jovencitas de internados escolares”, le dice a Watson. La frase, y la carta arrugada que le arroja a su amigo, cierra una conversación espléndida que me he resistido a publicar aquí por su extensión, pero que he colgado en el blog de Círculo Solana.

El diálogo es una lección sobre el arte, el crimen y el sensacionalismo que Holmes, pagado de sí mismo y pletórico de soberbia, ofrece a un resignado Watson, que aún en su soledad no escatima pullas (al fin y al cabo, él es el que relata): le reprocha, en su pensamiento, la “conferencia sobre mis defectos literarios” y le repele su “egoísmo”. “No, no se trata de egoísmo o presunción”, le dice Holmes, contestando según Watson, “como tenía por costumbre”, a “mis pensamientos más bien que a mis palabras”. Watson guarda un recado para el final, cuando agita la misoginia de su socio: “Mi amigo Holmes, con gran desencanto mío, no volvió a mostrar ningún interés por la señorita Violet Hunter, una vez que la joven dejó de ser el punto central de uno de sus problemas”.

La aventura de Copper Beeches comienza con una antológica declaración de Holmes a propósito de la redacción que hace Watson de sus casos. Le reprocha su afición a las causes célèbres respecto a “esos otros sucesos que en sí mismos eran triviales, pero que proporcionaron ocasión para el empleo de las facultades de deducción y de síntesis lógica en las que yo me he especializado”. “Si yo pido plena justicia para mi arte, es por ser éste una cosa impersonal, una cosa que está más allá de mí mismo. El crimen es cosa vulgar. La lógica es cosa rara. Por consiguiente, usted debería hacer más hincapié en la lógica que en el crimen. Usted ha rebajado lo que debería haber sido un curso de conferencias hasta reducirlo a una serie de novelas”, explica Holmes con un “humor no muy templado”, según observa Watson. No lo acusa de ser sensacionalista, ya que en muchos de los casos no había crímenes, “pero yo me temo que al evitar lo sensacional, haya usted bordeado lo trivial”, continúa Sherlock Holmes chupando su larga pipa, antes de zambullirse junto a su socio en un nuevo, insólito misterio.

Homenaje

¿Es que nadie se dio cuenta del cálido homenaje que Landa (y con él todo el landismo) le quiso hacer a Ozores?

lunes, febrero 4

Estadísticas

Una de las maravillas de tener blog propio, sino la mejor, está en la estadísticas. Concretamente, en el lugar que te dice cómo llega la gente a tu página: a través de qué enlodados caminos. Quiere decirse que alguien busca unas palabras clave en Google y, dándose ciertas combinaciones entre ellas, aparece tu blog porque tú mismo las usaste, aunque sea de forma salteada. Me enteré hace poco del rumor (¡maligno!) que metía en la cama a Aznar con una rubia americana porque, en efecto, tuve decenas de visitas que llegaron a mí por error. La gente, durante horas, estuvo buscando luz en Google: “Aznar divorcio rubia”, “rubia que se tira a Aznar en USA”, “divorcio Aznar Botella” y por ahí todo seguido. Un día debió de pasar algo tremendo en la televisión argentina, porque una mañana me encontré con el triple de visitas que lo habitual. “¿Por fin el mundo ha comprendido mi grandeza?”, pensé. Vana ilusión. Eran decenas de argentinos que buscaban dos palabras muy concretas: “Acróbata vaginal”. Como una vieja columna se titulaba así, mi blog aparecía ya en el segundo puesto de la búsqueda. La moda duró unos días, y me sentí tan mal por decepcionarles que a punto estuve de colgar un vídeo de cualquier artista acróbata de la cosa: ¡imaginen a un salido llamando a las puertas de un puticlú y que le salga un periodista de provincias en pantuflas! Y sólo minutos después de que Antonio Vega cantase con Bosé en un especial de La Primera tuve a treinta personas en el blog que habían buscado, chapoteando entre la curiosidad y el morbo, “enfermedad antonio vega”. Hay de todo, incluso dramas que en su desesperación buscan respuestas exactas en la fosa de internet: algo así “que hacer cuando tu mujer te deja de querer” o “pasos para explicar a un hijo que su madre ha muerto”. El más tierno llegó hace meses desde Argentina. Una cosa como “por qué cuando veo a la chica que me gusta me late el corazon mas rapido?”. Y ayer, horas después de que una revista italiana anunciase el supuesto embarazo de la señora Sarkozy, un genio buscó: “Chocho de Carla Bruni”.

domingo, febrero 3

Aquí había tomate

Para los que no tuvimos la desgracia de que se nos muriese Franco, el viernes pudimos hacernos a la idea de lo que fue aquello con el final del Tomate. Lo poco que vi me pareció un ejercicio sublime de la televisión concebida como espectáculo: tétrico, si se quiere, pero impresionante. El pringoso noticiero discurrió bajo una apocalíptica trascendencia, como si se avecinase el fin del mundo o un cambio de régimen. Arpías y culebras de toda calaña, famosos destripadores del patio nacional, llenaron el plató para dar el pésame a unos enlutados presentadores, curiosamente los únicos a los que el paro les da la risa. Mientras la hora larga del programa transcurría con una cuenta atrás en la parte superior de la pantalla, en la calle se manifestaban treinta personas exigiendo que el Tomate no acabase. Allí estaba retratado lo kitsch, en su pureza, dibujando una estampa posmoderna que ya quisiera el primer Almodóvar. A grititos trataron de torcer la voluntad de Telecinco. Su patetismo alcanzó las más altas cotas cuando una, llena de pena, dijo: “Estamos un poco tristes porque por culpa de esto no podemos ver el último programa”. Hubo otra cima: cuando se recuperó a Chanquete y los muchachos cantando el No nos moverán. Pareció pararse la cámara en el rostro de Pancho, como diciendo: “ay, si te hubiésemos pillado nosotros”. Con la canción se pasaron imágenes como la de aquella peluquera que un día perdió la cabeza y se puso a hablar con una ventana. Por detrás sonaba el “porque este barco / es toda su viiiiida” con la peluquera cagándose en todos los muertos habidos y por haber. No dio tiempo para mucho más: ya bastantes histéricos dejaron su testamento en el contestador antes de descargar plomo en las entrañas. La Alcayde guardó las tetas y, por donde vino, marchó. Si dura el paro, ya le dará chollo Interviú.

viernes, febrero 1

En persoa

Manuel Rivas, hoxe, no xornal.

"En Corpo de rei, Pierre Michon recolle un anaco de Absalón, absalón!, de Faulkner. Falan dous mortos, Wash Jones e o coronel Sutpen, coñecido como O Demo. Foi Jones quen matou ao coronel, o seu amigo e amo, e despois morreu el. 'Que foi iso Wash? Pasou algo. Qué foi?' E Jones mirando o demo, a titubear tamén, sobrio tamén, contestaría: 'Eu qué sei, coronel. ¿O vento?', vixiándose os dous. Despois a sombra esvaeríase, o vento calmaría, e Jones acabaría por dicir, sereno, nin sequera triunfante: 'Vai ser quizais que nos mataron; pero aínda non acabaron connosco, ¿va que non?'. Michon fai unha proclama inhabitual dende a crítica, radicalmente gozosa, dun goce incondicional: 'Un deses anacos da historia das letras onde o que case fala é a inconcebíbel boca da Literatura en persoa".

Cesária Évora

Su música es el quejido, la morna caboverdiana (del mourn inglés: el lamento). Se crió en un orfanato y hoy sale a los escenarios de todo el mundo descalza (la diva aux pieds nus, título del primer disco que publicó hace veinte años) para denunciar la pobreza y acercarse espiritualmente a los pobres de su país, debatiéndose entre el dolor y la nostalgia. Una noche llegamos a un apartamento semiabandonado de Coimbra y en un mueble encontré varias cintas viejas, de las que elegí una grabada al azar. La escuché meses después, y era Cesária Évora. Petit Pays, Sodade, Africa Nossa todas las mañanas, digiriéndola con el entusiasmo de las nuevas sensaciones. Así debe de sonar la pena lenta, masticada dulcemente, que lleva en la frente el estigma de la Historia: la de esta mujer de la isla Mindelo (“allí mi casa tiene siempre sus puertas abiertas para quien quiera venir a verme”) y el continente que la arrastra. Ya vieja, Cesária Évora sigue apoyando sus pies cuarteados en el casete, a la manera de la resistencia. Tuvieron que pasar meses para que yo supiera que aquella habitación de Coimbra había sido abandonada sólo unas semanas antes por un estudiante de diecinueve años que se suicidó tirándose al vacío desde la terraza, despeñando su cuerpo por las rocas. No dejó nada escrito: sólo unas cintas viejas de música y entre ellas un recopilatorio de Cesária Évora. Todos sabemos lo impresionables que son los jóvenes con la cosa del suicidio: hay pocos que no hayan pensado largamente en ello, creyendo palpar el blando destino. Profundizó Évora en la aspereza, y su saudade fue hermosa, de siglos antiguos. La tristeza de su voz expresa, de repente, la humanidad de su belleza. Cabo Verde ha sido siempre un país de esclavos. Este año visitaremos Cabo Verde.