Hace unos meses se anunció en El País una entrevista con pinta de definitiva: María Teresa Fernández de la Vega en el plano personal. Su entrevista, decían, más íntima. Se publicó un domingo, y la firmaba Juan José Millás. No es Millás un entrevistador incómodo, de esos que buscan el hueso del personaje, así que media España contuvo la respiración: quizás el escritor volcase con melancolía una irrespirable atmósfera que enterneciese a De la Vega lo suficiente como para que le abriese la puerta de su dormitorio. Además, el periódico anunciaba cambio de diseño y prometía alguna exclusiva gorda, como la bronca entre Esperanza Aguirre y el Rey. No hubo forma. Toda la entrevista fue un quiero y no puedo. El esfuerzo de Millás fue realmente enternecedor: que si eso de no casarse y no tener hijos no es un gran sacrificio, por qué no una pareja estable, es dura la soledad, qué es poesía y tú me lo preguntas.
Fue un trabajo baldío y hasta cruel: De la Vega eligió respuestas impersonales, aferrándose al género neutro. Una persona, un ser humano, acaso alguien. No hubo más: la sexualidad de María Teresa Fernández de la Vega continuaba encriptada. En los mentideros se daba por segura su boda con María Escario, su boda con una mujer de Palma, su romance con Curro el Palmo. Los argumentos eran demoledores: tiene el pelo corto y no se le conoce pareja. Lo que pasa es que para ser una entrevista personal se quedó todo un poco a medias: no es que ya no le abriese al periodista la puerta del dormitorio, sino que ni le dejó poner el ojo el hueco de la cerradura. Fue una exclusiva frustrada: España seguía sin conocer el interés pasional de su vicepresidenta, algo inconcebible en una sociedad donde en su momento se supo al detalle el destino de las corridas del presidente de los Estados Unidos, e incluso su distinguida moral sexual: que me la coman no significa nada, otra cosa es follar. Ayer la competencia de El País no dejó títere con cabeza: María Teresa Fernández de la Vega le dijo a El Mundo que no es homosexual (lo cual a estas alturas es mucho más noticiable que si lo fuera) y, peor aún, no conoce personalmente a María Escario. La bofetada a Millás fue poco elegante: "¿Usted es lesbiana", le pregunta la periodista. "¡Hombre, por fin me lo preguntan!". Estaba deseando abrir la puerta, pero nadie se lo había pedido explícitamente. Muchas mujeres prefieren que se las trate con rigor, sin rodeos y titiriteras indirectas.
Otra cuestión, más grave, es el poder que el rumor ejerce no sobre la sociedad sino sobre el periodismo. Esto está en la calle, así que se lo pregunto: la fórmula ya se aplica con éxito, sin discriminación de raza y sexo, en los programas del corazón. Si a la política (y a su correoso periodismo) le interesa eso, es otro cantar. Las entrevistas más íntimas tienen sus exigencias: despojada de su cargo queda una mujer desnuda, o en su defecto un hombre. Aún no siendo lo mismo, ¿alguien le preguntó en algún momento a Ricky Martin si de verdad vio a una chica peligrosamente armada con paté en su cuarto? En su respuesta a El Mundo De la Vega va más allá: si fuese homosexual, lo diría. Aunque en principio me pareció absurdo (¿anunció que es heterosexual o, mejor aún, anunciaría su plena bisexualidad?) le reconozco ahora cierta categoría. Y que esto haya salido el primer día de campaña es casualidad: no hay ningún aspecto en el programa del PSOE que remita a la serena, porfinmelopreguntan heterosexualidad de la vicepresidenta.
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