jueves, septiembre 28
15 rusas
miércoles, septiembre 27
Pavese
martes, septiembre 26
Se abrió la pastelería
Lo único que me produce a mí este tipo de noticias es una suerte de indiferencia teñida de preocupación. Cuanto más sean, y se multiplican con generosidad, más extendida será la red servil que los atienda y más aún el empacho millonario que su apellido provoque. No, no nos llena de alegría a todos los españoles el embarazo de Letizia Ortiz Rocasolano. Tampoco entendemos algunos marginados que una mujer normal, supuestamente progresista, que presume de codearse con Sabina (pero aún: presume Sabina de codearse con ella) adquiera una serie de derechos (poca cosa: reinar sobre un pueblo) por el simple hecho de contraer matrimonio con otro que ha adquirido ese derecho por el simple hecho de ser hijo de quien es. A pesar de los ‘sms’ de la Casa Real, a pesar de que ya no haya un gran lago separando el castillo de las murallas, y ni siquiera un puente levadizo por el que acceder a Palacio..., a pesar de que ahora los dragones luzcan engominados y vistan de Karl Lagerfeld, la esencia de todo este tinglado es puramente medieval. Una historia de miedo. De miedo de salir corriendo.
domingo, septiembre 24
Casino
sábado, septiembre 23
Qué tele la de aquel año
viernes, septiembre 22
La llamada de la playa
Para su misión promocional, los soldados se llevan folletos y varios juegos de carteles de las Rías Baixas. No se discute la presencia de los militares. A Afganistán se va al amparo de la ONU para mantener la paz y bajo el paraguas del Parador de Turismo Rías Baixas: ya que estamos allí, habrá que convencer a los opulentos talibancitos de a pie de que cambien el Kalashnikov por una sombrilla en Paxariñas. La idea no es mala, pero allí no entienden mucho el español, de ahí los carteles: el pálido amarillo de la arena no les dirá mucho, pero basta verlo salplicado por el yate de Amancio Ortega y cuatro maromos sin camiseta tostándose en cubierta para que Afganistán sea la tumba de la yihad y el burka. De hecho, no estaría de más negociar con la aviación norteamericana la difusión de aquellos folletos históricos (“Sanxenxo, algo más que sol”) con una casete de Sabela, una cantante de ondulada cabellera y vistoso maquillaje que en 1987 se hizo famosa con una canción sobre el pueblo. Se corre el riesgo de que la cinta acabe en la guantera del coche de un comando islamista y veamos la foto de Sabela como autora intelectual de un atentado en una portada de El Mundo, pero, macho, qué risas.
Varios carteles de las Rías Baixas decorarán los destacamentos, se nos informa. A día de hoy se desconoce si la actividad promocional incluye modificaciones en el uniforme, tales como vistosas gorras de Acritón con pegatinas de la Festa do Marisco para sugestionar al viajero afgano. Lo sabremos cuando lleguen. La misión de paz y promoción también contempla la posibilidad de ataques de la resistencia talibán armados con billetes de Ryanair: los folletos Rías Baixas pueden enroscarse en unos pocos segundos y, una vez apoyados en la boca, no hay más que echar mano de un poco de arroz para repeler la ofensiva.
martes, septiembre 19
Se está a lo que se está
domingo, septiembre 17
O can de Aguiño
jueves, septiembre 14
Yolanda Castaño
martes, septiembre 12
Domingos Ejemplares (y II)
Había algo que se me escapaba (y no era el cruasán, ya digerido con violencia). Así que por primera vez en muchos años, lo primero que leí del domingo no fue la crónica de Jaime Peñafiel: me fui derecho a las páginas de televisión. Y entonces vi la luz: Zapatero y Caffarel eran prodigiosos. No sólo habían emboscado en la parrilla mañanera la santa misa con un título fabuloso: El día del Señor, sino que horas antes, en aras de la pluralidad y el equilibrio de poderes (¡el sacrosanto talante!), la TVE programaba Islam Hoy. Y, después, Testimonio. Las mañanas de La 2 eran algo así como un magma espiritual en el que uno tomaba partido por la camiseta de su Dios: un tolerante carrusel religioso en el que sólo se echaba en falta a Pepe Domingo Castaño. “No salir de copas para esto”, pensé. Bebí lo que quedaba del cola cao en dirección a la Meca, y volví a la cama, confundido, rascándome un ateísmo ulcerante.
Domingos Ejemplares
Siempre he tenido una relación difícil con el domingo: el básico, sin complementos. Buena parte de mi adolescencia me la pasé llorando aquello que Sabina cantaba (y cantó de nuevo en Vigo, hace dos meses, prietas las filas) “yo no quiero domingos por la tarde”. Sabina se lo decía al amor, y lloraba uno porque todavía era muy sensible a las cosas del amor y a las cosas del domingo: el día del viaje al pueblo, a pasar el festivo con los abuelos, y la horrible despedida, dejando atrás la niñez como a un perro abandonado. Ahora es el domingo un día esencialmente de periódico, y casi lo preferimos así: cuando trabajo, porque estoy dentro de él, y cuando no trabajo, porque los leo con minuciosidad, como un jubilado al que regalan ocho de horas de buena vista. Sin embargo, la conciencia del buen domingo, del domingo domingo (¡del domingo ejemplar!) se evapora con el verano, cuando todos los días pasan a ser, en esencia, iguales. Tan sólo alguna carrera de Fernando Alonso o la emisión en directo de la santa misa (de esto hablaré mañana: el domingo La 2, que pagamos todos, me despertó con el Angelus) nos recuerda que bajo el sol de agosto late el cotazón herido de un domingo huérfano.
Hasta que ya, por fin, me reencontré con el eterno domingo de un invierno. El de toda la vida: el domingo que llevamos mamando desde críos. El soniquete de los goles, la moviola, la ronda y Pepe Domingo Castaño haciendo el cafre, y cuanto más cafre, más real: el animador perfecto, el pesado anti-pesado. Esa es la pasión de un dominguero sin pretensiones: la paz interior de un hogar desordenado y una radio silbando goles en una habitación, con la quiniela al lado. La quiniela es imprescindible: sin ella, el carrusel se desinfla sin interés, y empezamos a odiar en secreto a Pepe Domingo Castaño y al talonario Bancotel. En realidad, empiezo a comprender (comprendo) que del domingo lo que realmente nos mueve es la posibilidad, ínfima, de sacarnos de pobres.
lunes, septiembre 11
11 / S
sábado, septiembre 9
Ahora
Ahora que Pontevedra es una ciudad de un millón de pasos, a la manera de Mosquera. Ahora que Sanxenxo me recuerda a Peter Pan, fue en ese cine te acuerdas / una mañana al este del Edén, y la luna sube en ascensor, y Ernestito tomó notas en el Café des Lilles. Ahora que tengo diez sentidos, y las ventanas se abren solas, y el cartero deja la primavera en el buzón. Ahora que quiero llorar en brazos de un desconocido. Ahora que las maestras enseñan preposiciones indecentes. Ahora que aprendo a decir te extraño en esperanto. Ahora que riego las plantas de los portales de los enamorados, y espero que Kioto nos devuelva el orballo de los sueños, y no hay acuse de recibo, ni recibo acusaciones si no estás.
jueves, septiembre 7
ETA, camino a la paz
De ahí que la imágenes que se pudieron ver en el telediario de ese muchacho encerrado en una pecera fuesen históricas. Mientras la justicia poética le sembraba la nuca de feos dobladillos de carne (la nuca, que tanta importancia histórica ha tenido en la lucha armada) ETA daba el primer paso en el proceso de paz: se desarmaba públicamente a la vista de todos con una violencia inesperada. Ha perdido el último bastión que todavía conservaba ante su impaciente rebaño de fieles. La compostura cool, la sonrisa irónica, el viejo saludo chic de los camaradas al cruzarse en los banquillos, la frialdad teñida de cierta complejidad moral que los caracterizaba como muchachos muy seguros de sí mismo que saben lo que se hacen y cuya omnisciencia es sagrada, alcanzando así todos los puntos débiles del Estado: todo ello salpicado por una estética casual de buen rollito que va desenterrado poco a la poco la pescata a medida que platean las sienes. En el caso de nuestro hincha, ni eso.
Se escribió aquí en alguna ocasión que años más tarde generaciones posteriores darán cuenta del insólito protagonismo ofrecido por los medios a los criminales, con frases señaladas muy del estilo de nuestra pequeña extrema derecha, como “matan, pero nunca mienten” o “Zapatero se piensa que se la va a jugar a éstos”, ofreciendo así a la banda un cobijo intelectual absurdo: “no son nada tontos”. Los habrá más y los habrá menos. Pero la paz, la paz siquiera fingida, les arrebata lo que al fin y al cabo era su único recurso escénico: la pistola. Por eso el criminal insiste en extender el índice y levantar el pulgar a poco que pueda: su orfandad es casi digna de compasión. Haría bien la dirección de la cárcel en facilitarle una de esas pistolas de agua para que el enfermo recupere parte de la seguridad perdida y continúe untándose del pim-pam-pum nuestro de cada día. El pobre chico: el intelectual comprometido con la liberación del pueblo vasco dándole patadas a un cristal mientras exclama impotente a los cuatro vientos su deseo de arrancarle la piel a tiras al presidente de un tribunal de justicia. Enternecedor. Definitivamente enternecedor.
El final del 'donmanuelismo'
Todavía no entiendo por qué nos sorprendimos de que la TVG emitiese un capítulo de Se ha escrito un crimen en plena noche electoral. A todo cambio traumático de gobierno le antecede una jaimitada en la televisión pública. Media España supo que el PP naufragaba en Moncloa cuando el 12-M cambió la parrilla de TVE para estamparnos una película sobre ETA, tratando de refrendar con la ficción lo que Acebes no lograba justificar con la realidad. Y ya cuando Franco iba a morir, la televisión desplazó un programa de variedades dedicado a Julio Iglesias por Operación Birmania, lo que bien mirado es tremendo. Así que no se sorprendan: Jessica Fletcher apareció en el momento adecuado, y evocó mejor que nadie, con su tecleo cantarín y su peinado de loro aburrido, lo que la TVG venía siendo para muchos gallegos: un crimen.
Con los ecos de Ángela Lansbury desapareció, tragado por el mar del cambio, el ‘donmanuelismo’. Lo peor de Galicia en esos 16 años no fue don Manuel, como muchos piensan, sino los ‘donmanuelistas’. Las victorias llevaron el ‘donmanuelismo’ a todos los rincones de la sociedad: Galicia ha estado atosigada lingüísticamente, que es peor que estarlo políticamente. Los ‘donmanuelistas’ han ejemplificado como nadie el grado de servilismo de un ejército de fieles a los que el ‘don Manuel’ no se les ha caído de la boca ni a la hora de engullir pulpo. Después de la noche electoral, muchos se pasaron con urgencia al más aséptico ‘Fraga’, pero los fundamentalistas todavía no se podían ir a la cama sin decir seis veces en cada frase ‘don Manuel’. Lo sustituían a veces por presidente, mandamás, líder, jefe, patrón y Dios o algo parecido. Ya lo dijo en su histórico discurso el alcalde de Negreira: “Cuando don Manuel nos falte, unos nos iremos al infierno y otros al ‘purguratorio”.
miércoles, septiembre 6
Los autos locos de O Campiño
Tres días de septiembre
martes, septiembre 5
No debiste vivir más de treinta años
"Nadie debería vivir más allá de los treinta años". Esa frase se revolvió cruelmente contra su autor: Francis Scott Fitzgerald murió saboteado por el alcohol y empujado, como Gatsby, hacia el pasado. Su historia es la historia de una década, los años veinte, y la metáfora literaria más bella del último siglo: ascenso, caída y resurrección. El más lúcido escritor de la Generación Perdida, del que esta misma semana se recordaba su último y tortuoso retiro (un cementerio ínfimo rodeado de autopistas), representó una tragicomedia que él mismo se encargó de revelar, a media luz, en la decadente crónica de Suave es la noche, una novela que adoptaría rol psicoanalista si no fuera porque su autor ya se había encargado de autoflagelarse en la revista Esquire con aquella colección de artículos mortificantes en los que desvistió su mente y admitió sin ambages su descenso a los infiernos. “Ernest habla con la autoridad que le da el éxito. Yo hablo con la autoridad que me da el fracaso”, dijo en referencia a su ex admirador, ex amigo, compatriota y compañero de profesión Ernest Hemingway (al que provocó, por cierto, una crisis depresiva a raíz de esos artículos, y que posteriormente reprochó por carta el atrevimiento y la “debilidad” de Fitzgerald por publicarlos).
Cuando Scott llegó a Hollywood muchos de los escritores noveles y guionistas de California lo creían muerto. Para ellos era una vieja leyenda de otro siglo, otra época, y la visión de figura (había engordado, su palidez era extrema y las ojeras eran interminables) les producía respeto y curiosidad. “Llevar a Hollywood a Scott Fitzgerald es como pedir a un escultor que haga cañerías”, dijo Billy Wilder. No se equivocó. El lento tránsito del escritor a las tinieblas llevaría consigo humillaciones en fiestas sociales, fracasos en sus guiones y una sangrante pérdida de reputación de la que jamás pudo recuperarse. Acabó su vida tratando de educar a su hija Scottie, intercambiando cartas nostálgicas con su esposa, con su psiquiatra, escribiendo cuentos que no cosechaban el éxito de antaño y empezando una novela que, dicen, iba para obra maestra, pero quedo inconclusa. Inconclusa también quedó su vida.
lunes, septiembre 4
Los ganadores de canicas
viernes, septiembre 1
Se les cae el peluquín
Llevamos los telespectadores unos tiempos revueltos desde que Arús, uno de los tipos más insoportables que ha dado España en los últimos siglos (¡y se hizo presentador!), apareció descapotable y lirondo en TVE. La decisión de Arús de abrir el armario para que entrase un poco de luz debió precipitar la salida de Iñigo, del que ahora sabemos que lleva utilizando peluquín (en las últimos años, sabiamente, los iba eligiendo con canas, pero igual de espesos) desde su debú en televisión, allá por 1862: cuando todavía no se había inventado la televisión, Iñigo ya estaba saliendo en ella.
Ahora que ha entrado aire en el armario, es el momento de que Julián Lago subaste su falsa pelambrera en una gala benéfica o Danny DJ deje de hacer el ridículo tapándose la frente con el pelo engominado de la nuca. Y no pierdan de vista a Javier Cárdenas, ese profesional que ha hecho una muy digna carrera mofándose de retrasados mentales. Es cuñado de Arús y mantiene desde hace años una desigual batalla contra la alopecia. Como el chico además sale en la tele, la batalla es pública y asistimos día a día, con horror, a una terrible derrota. ¿Cuando capitulará Cárdenas? ¿Le pedirá los trastos a su cuñado y se meterá corriendo en el armario? ¿Utilizará la misma peluca ochentera? Penoso dilema el de Javiercito. Al final, el retrasado va a acabar pareciéndolo él.
La guerra de los treinta años en las Rías Baixas
Es una paradoja que las Rías Baixas sangren por la herida del mar: un turismo en alza, el mejor marisco y las drogas, también las mejores drogas, al mejor precio. Documentos TV realizó en el año 1999, con guión de Joaquín Pedrido y José Ángel González, y realización de Julio Azcárate, un documental estremecedor titulado Marea blanca. La primera imagen es una fotografía tomada en el verano de 1982 en plenas fiestas patronales de Vilanova de Arousa. Es un equipo de fútbol llamado Dejadnos vivir, que gana el torneo celebrado en los festejos. Años después, sólo vive uno de ellos: una fotografía con diez tachones. La heroína se los tragó a todos, uno por uno: una epidemia silenciosa y gris que destruyó los cimientos de una generación hasta dejarla primero sin aliento y después sin vida. Desde entonces, y sobre todo a partir de la Operación Nécora, han cambiado muchas cosas. Pero las sombras de los narcotraficantes siguen cruzándose y descruzándose en las calles, bajo la noche, por el día, en los lugares más recónditos y también entre las multitudes de los actos oficiales de cualquier pueblo.
La frontera es difusa y la transgresión de la moral es perniciosa, macabra. La Radio Galega entrevistaba ayer a un representante de un colectivo antidroga que clamaba contra el blanqueo: he aquí el quid de toda esta cuestión, de todo este empozoñamiento. El blanqueo del dinero, de la marea, de la nariz: el blanqueo de la reputación. Uno no ha dejado de darle vueltas a esta frase: "Non sabes a quén lle estás comprando un piso". No sabes que firmas un crédito, que te hipotecas para toda la vida y que ese dinero que estás pagando año tras año se lo estás dando a la persona que le vende la cocaína a tu hijo de catorce años: he aquí la perturbación del espíritu, la incomodidad de esas arenas movedizas. Y la impunidad. Y la corrupción del silencio. Y cierta respetabilidad social en según qué círculos.
El alcalde de Cambados, Cores Tourís, decía ayer otra cosa muy interesante: "Estoy preocupado porque la población considera algo normal hechos como estos y no puede ser así." Porque este crimen, exacto se ha repetido en las últimas tres décadas, lo que sucede es que el tiempo nos ha arrancado los ojos, nos ha adormecido y ya hay ahora mismo en la comarca de Arousa gente que tiene 25 años y que no ha conocido otra realidad que la pergeñada por las mafias de la droga, sus vendettas, sus métodos y ese atisbo de omertà ya violado en su momento porque flaquea la palabra. Carecen del honor de las familias italianas, lo que les resta cierto romanticismo fílmico y les dejan ante el espejo como lo que son: unos vulgares camellos con cierta querencia por las pistolas, las putas y los deportivos caros.
Cuba, la derrota estética
Hay muchas y sin embargo muy pocas cosas que decir de Cuba: todo empieza y acaba en Fidel. Sus filias, sus fobias, sus amigos, sus enemigos, su estado de salud, las portadas de los periódicos que le veneran, las tartas que le hacen las madres cubanas, los cánticos en los colegios, los brindis por el Comandante, las gloriosas portadas del Granma, el firme y monolítico apoyo que prolifera entre las espontáneas brigadas ciudadanas que recorren las calles de La Habana a la caza del disidente... Fidel Castro dejó de ser muy pronto el líder de la Revolución para ser su imprevisible tirano, y desde hace unos años ni siquiera eso: se trata, como todo anacronismo, de un asunto nacional, del que sólo se debate en los medios internacionales bajo la sagrada promesa del anonimato. Tal que el chiste del encuentro de Juan Pablo II con unos ciudadanos:
–Bueno, ¿y qué tal por Cuba?
–No nos podemos quejar.
–Ah, o sea que bien...
–No: que no nos podemos quejar.
Cuando la Historia doble la esquina y en Cuba sólo queden los rescoldos de estos años perpetuos, (47, según las últimas estimaciones, y subiendo) las enciclopedias acotarán el período de la Revolución mediante dos poderosas estampas que revelan la naturaleza y la decadencia de un sueño alargado sílaba a sílaba, como en uno de esos interminables discursos del Comandante. Son imágenes que definen lo que significó y lo que significa el sueño comunista de un poder arrebatado con justicia a un capitalismo de casino y putas: un sueño anhelado y legítimo siempre aplastado, paradójicamente, por sus instigadores. Cuba ha recorrido en casi medio siglo la distancia que separa estas dos fotografías: la del Che Guevara inmortalizado por Korda, con la mirada de fuego apuntando a un destino inconcreto y los cabellos azotados por un violento viento, y la de Fidel Castro recostado en la cama de un hospital, recién cumplidos los ochenta: un viejo aturdido convaleciente de una operación sujetando un periódico en el que él mismo es portada bajo un grueso y grotesco titular: Absuelto por la Historia, remedando a marchas forzadas aquel célebre discurso (La Historia me absolverá) que el joven Castro lanzó en su defensa ante la Justicia a causa del asalto a la Moncada. Poco después la Moncada, incluso la Justicia, serían suyos.
Atrás quedaron los carros poblados de barbudos bajando de Sierra Maestra jaleados por el pueblo y la romántica resistencia a un imperio colosal a escasos kilómetros de su costa. Los discursos sembrados de justicia, pan y solidaridad dieron paso a las cazas de brujas en el lema de Revolución o Muerte (“Ni un paso atrás. Ni siquiera para tomar impulso”, gritaba Fidel), la cartilla de racionamiento y la implantación del pensamiento único. Vargas Llosa abandonó la Revolución y su lugar entre los intelectuales fue ocupado años después por un Maradona gordo y teñido de rubio follando con una rubita adolescente: estéticamente la Revolución tocaba fondo. Al final, en su metafórico estertor, Fidel compareció ante la prensa comiéndose un yogur. Definitivamente, la Revolución había caducado.
Os 20 da TVG
Llevamos varias semanas algunos con el corazón en sobresalto por el despliegue retro con el que la TVG se exhibe temerariamente en la parrilla. Uno caza 20 na Galega, un zapping de los viejos tiempos en la autonómica, con la centelleante certeza de asistir a un momento único: para superar la imagen de un veinteañero Manuel Rivas con destellos rojos en el pelo entrevistando a un burro en un plató o a Pepe Domingo Castaño tostado con gafas doradas es necesario un cruce genético entre Isabel Coixet, Bigas Luna, Leni Riefenstahl y Tulio Demicheli. Harto improbable, pero abrasivo en cualquier caso.
Con el programa la TVG ha decidido algo con mucho sentido común: sacarse el polvo de encima exhibiéndolo. Es una táctica inteligente que demuestra que, lentamente, algo se va moviendo en la televisión pública: es un giro lento, como aquel de la cintura de Koeman, pero cuando llegue a donde quiere llegar la TVG se situará en el lugar que se merecen los gallegos. La noche en la que se proyecte una serie protagonizada por un líder de la AMI admirador de Malú y un votante de Baltar que deteste el pulpo la TVG adquirirá ya un sentido propio, un aire moderno. Yo lanzo esa idea de un Vaya Semanita posbravú (qué daño nos hizo el bravú), con referencias continuas a la actualidad: podría hacerse, simbólicamente, sobre la tumba del plató de Supermartes.
En 20 na Galega repasa la TVG sus años mozos paseando de una cuerda el monólogo de sus tristes decorados y el aire ímprobo de un proyecto de televisión al que se le asocia con excesiva celeridad Magnum y Falcon Crest. Todo mentira: detrás de la TVG había galegos coma ti, que decía Fraga en el cartel (pero Fraga mentía: ningún gallego se conservaba como él). La cita televisiva está trayendo imágenes imborrables. Eva Veiga entrevistaba en 1987 a Carmina Ordóñez. Carmina era todavía una promesa, pero la entrevista se hizo de noche, naturalmente: el destino iba dejando pistas. El rostro vibrante en belleza de la adolescente falangista se había transmutado en una belleza concentrada en unos pocos rasgos que solapaban incluso una sombra de viruela. Uno siempre fue un declarado fan de la Carmina oronda adicta a las pastillas que se balanceaba en Salsa Rosa como Elvis Presley por los casinos de Las Vegas: fulguraba en esas maravillosas carnes el inquebrantable latido del deseo. La Carmina de la TVG, sin embargo, era una pipiola a la que el futuro machacó sin piedad: "Yo deseo que ninguno de mis dos hijos sea torero" y "De eso no hablo: hay cosas de mí que jamás se sabrán", dijo la pitonisa Lola.
Hubo algo aún mejor. En 1986 Manuel Rivas entrevistó a un burro. Tenía el escritor como destellos rojos en un pelo abundante y el rostro geométricamente diseñado, sin el aire literario que le dotó después Xurxo Lobato a través del objetivo: era un Rivas en su adolescencia intelectual, a punto de cambiar burros por vacas y arrancarle el prefijo televisivo al surrealismo. Pero al final, el que deslumbró en 20 na Galega fue Antón Reixa. Hace veinte años el líder de Os Resentidos decía mirando a la cámara algo así como que "ninguén debe tratar de facer o que non sabe e querer ser algo máis do que é". A la TVG le faltó cintura para meter la estocada: emitir inmediatamente después O lapis do carpinteiro.
Templo de los buenos ciudadanos
Algo tremendo: los aullidos de Brando en el más famoso polvo del último tango. Sus gruñidos, su desesperación, su bestialismo. El sexo como el ronquido subterráneo de la comunicación animal, como muestrario de soledades, como fuente de vida. Ese París ocre en el que un Brando desdibujado y solo y destruido dice: “En esta casa no hay nadie. Tú no tienes nombre. Yo no tengo nombre. Tú y yo nos encontraremos aquí. Venimos a olvidar todo. Es bonito no saber nada el uno del otro”. Bertolucci encerraba durante horas en una habitación a Brando y María Schneider antes de empezar a rodar. Para que se mirasen, para que se oliesen. Al salir de allí, estallaban delante de la cámara. Tras aquella película Bertolucci tardó una década en volver a hablar con Brando y Schneider no quiere oír hablar de él: “Me humilló”.
Los aullidos de Brando al follar hacían temblar las paredes del piso parisino y a los miembros del equipo de rodaje se les ponían los pelos de punta. Allí estaba el hombre como animal esclavo de sus instintos primarios, como salvaje desheredado de las convenciones sociales, introduciendo brutalmente su pene en el ano de la mujer entre gruñidos roncos, entre largos y sonoros aullidos. Y el grito de Brando retumbando en el cielo: “¿Santa familia? ¡Templo de los buenos ciudadanos! ¡La libertad es asesinada ahora mismo por el egoismo!”. “Cada película corresponde a un momento preciso de mi vida: El último tango era, en realidad, la expresión de una necesidad que hoy me parece muy romántica. Volví a verla hace dos años y me quedé sorprendido: ¡Pero bueno!.... me dije, este film que ha sido condenado, quemado, que hizo renacer la Inquisición, por él me condenaron a prisión y sin embargo, es la película más romántica que conozco...”.
Brando hizo en muchos pasajes de sí mismo: hablando de su infancia, perdiendo la mirada en el horizonte, reptando por las calles de París como una culebra dolorida. Fue su actuación magistral, elevada, irrepetible: allí estaba su dolor, su crueldad, su sensibilidad (“¡te quiero y necesito saber tu nombre!”), su deseo infinito de posesión, su piedad. “Para mí, haber interpretado El último tango en París ha supuesto una experiencia fundamental. Es un film auténtico y humano, muy humano y poético. En el contexto de la vida cotidiana casi todo es triste, escabroso, odioso... pero cierto. Lo que ocurre es que las cosas mas auténticas producen incomodidad ”, dijo. El sexo que empapa el metraje de la película es tan auténtico como el dolor que la atraviesa. El sexo es nuestra vieja conexión con los animales: al fin nuestra esencia. Desnudos, liberados ya de nuestros escrúpulos, sucios y libres, nos despojamos de las exigencias morales de la sociedad y nos mostramos tal y como somos: animales sedientos y patéticos hallando el gozo en la penetración, bajo una sensación primaria que nos recuerda, entre aullidos, que nos han domesticado pero aún no vencido.
El Padrino Provenzano
He estado divagando acerca del concepto de la Familia unos pocos segundos después de ver, por fin, el rostro de Bernardo Provenzano, el gran capo de la Cosa Nostra siciliana que me tenía fascinado desde que supe de su existencia hace ya un buen tiempo y al que los carabineri llevaban tratando de echarle el guante (desconozco si con mucho o poco celo: más bien poco) en los últimos cuarenta años. Cuatro décadas son muchas décadas: en ese tiempo cualquier ferrolano puede empaparlo todo de cadáveres, caspa, rencor y beatería. Provenzano sin embargo las aprovechó para labrarse un mito de hombre invisible ajeno a las directrices impuestas en los últimos tiempos por otro inalcanzable: Bin Laden. Que al jefe supremo de la mafia siciliana lo hayan encontrado en una casita de campo de Corleone, el pueblo donde nació y de donde apenas se ha movido en cuarenta años, dibuja las transparencias de la mafia y la vigencia casi perpetua de la omertà. Que hubiese huido (¡a dónde!) con treinta años, que Corleone fuese el pueblo del que escapó Don Vito en El Padrino y diese ese apellido a la saga criminal más famosa del mundo (Puzo y Coppola mediante) y que se moviese con naturalidad utilizando papelillos (¡pizzos!) para comunicarse con sus soldati hicieron de Provenzano prácticamente un mito más cercano a la ficción que a la realidad.
Y sin embargo en Sicilia los únicos que ven una y otra vez El Padrino son los propios mafiosos: los sometidos, las víctimas, la detestan. Uno lo entiende, lo disculpa. En la novela de El Padrino hay un discurso de Don Vito que Coppola sólo utiliza en parte y que estremece: la necesidad de crear una justicia paralela, un universo tangencial al estadounidense integrado por sicilianos, con el que salvaguardar el honor de la familia y protegerse de la corrupción de un Estado sujeto a intereses mayores: "una cosa nuestra, una cosa nostra", le hace decir Puzo a Don Vito. No en vano la primera escena de la película aborda a un pobre funerario italiano al que su confianza en la justicia americana le había salido muy cara. "I believe in America" eran sus primeras palabras. Y la escena finaliza con el simbólico beso en la mano del Don, acuclillado el hombre: la mafia ajustará las cuentas que los tribunales no pudieron ajustar. La interpretación de Brando, Pacino, De Niro y Duval hace el resto. A donde no llegaba la sangre en Sicilia llegaba la magia del cine, por eso uno veía en Provenzano más una gesta que un asesino. Y sin embargo lo es: un asesino.
El señor del támpax
La dimensión erótica alcanzada por nuestro Charles cuando su charla se hizo pública dejó a Sade convertido en un tierno catequista aficionado a Jara y Sedal. Carlos había conocido a Camilla en un partido de polo, que debe ser donde más o menos conoció Dinio a Marujita Díaz. “¿Sabía que su tararabuelo fue amante de mi bisabuela?”, le espetó Camilla sin más. Luego, el desparpajo de la jovenzuela, que por entonces ya debía de padecer el trámite de la menstruación, fue a más: “¿No le excita la historia?”. A Carlos le debió excitar la historia, porque ni siquiera Diana de Gales, con su estilo tan pitiminí, su pachorra de damita rubia, su clase mundial, o sea, su sonrisa dorada, sus portadas, sus amigos famosos y su compromiso con los negritos deshuesados (“¿sólo coméis arroz?, ¡uy!, hay que comer de todo, ¿eh?”, tirándoles de las orejitas), sus viajes caros y su tristeza chic, de niña bonita pagada de sí misma, consiguió separar a Carlos del voltaje de nuestra Camilla.
La sociedad británica le torció el gesto a la petarda Parker-Bowles: el corderito degollado de Diana se paseaba por las televisiones diciendo que en una relación tres eran multitud. Pobrecita ella, en qué mundo le tocó vivir. Lo que era multitud era lo que Camilla le debía estar haciendo a Carlos a espaldas de ella. Un chófer pasado de copas y unos paparazzis imprudentes dejaron a la bella Diana sin fichas con las que seguir en el tablero de la vida, y Carlos se refugió entre las piernas de Camilla, jugando a tatarabuelos y bisabuelas. Si llegó a ser su ‘tampax’, no le sirvió de nada, porque Camilla ya tiene la edad que tiene, pero ahora, por fin, a tiempo está de ser su marido. ¡Ése!, brindan los gordinflones cerveceros de los pubs.
Otra noche con Marilyn Monroe
La chica rubia no dejó enseñar el horror que el tiempo dibuja en los cuerpos perfectos que se han pasado la vida bromeando con los excesos. Podríamos haber retenido las imágenes de una muerte de Marilyn en diferido, a cámara lenta, un poco como la de Elvis, incluso con aquellos kilos de chatarra repartidos en su cintura. Pero Marilyn eligió ser Dorian Gray a golpe de suicidio, que es la mejor manera de decirle al mundo que la distancia entre la vida y la muerte es una bañera y unas pocas horas. Su muerte fue una metáfora: la del animal arracándose a sí mismo la piel y engullendo sus propios órganos para saberse a salvo de una multitud que en lugar de una mujer veía un jarrón. Marilyn quería ser recordada como una actriz y le vio los ojos a la muerte cuando supo que el mundo creía que era un artículo de lujo con el que adornar las sábanas: un caro regalo que sólo se podían permitir tipos como el presidente de los EE UU y de ahí abajo unos cuantos elegidos con nombres y apellidos, que era precisamente lo que no tenía la masa anónima que la levantó desde el barro e hizo de ella una nueva Eva, olvidándose de que la serpiente, como Marilyn, es eterna. Y que hay manzanas por las que nunca pasa el tiempo.
Günter Grass, pelando la banana
El caso es que Grass tenía un buen motivo para confesar su pecado de juventud: estaba a punto de salir un volumen de su biografía, Pelando la cebolla, y ante el revuelo la editorial tomó el rumbo correcto y adelantó su publicación una semana. Hay muchas formas de traficar con la vida de uno. La más usual es acudir al plató de la televisión a contar los polvos que te echa un guardia civil y otra es ocultar una parte sustancial de tu vida, sobre la que has cimentado tu reputación literaria y aun moral, para largarla en prensa unos días antes de publicar tus memorias: un hachazo publicitario por el que pagaría oro el mismísimo Tom Cruise.
Las voces que se han levantado en torno al alemán, que físicamente es una suerte de Sánchez Dragó cambiándole el hábito oriental por la querencia a la Mahou, han naufragado en un odio íntimo que reclama la revisión histórica de sus obras y el despojo inmediato de su Nobel. Menudencias. A los 17 años uno aún está en el crepúsculo del pantalón corto. Es la edad de obedecer a los padres o a la policía. La rebeldía llega luego, y nunca en un país sembrado de nazis y envuelto en una guerra mundial: las guerras mundiales nunca han sido un buen escenario para llevarle la contraria a nadie, al menos dentro de un mismo bando. Con 17 años Günter Grass lo que tenía que estar haciendo era pelarse la banana echándole un ojo a una de esas poderosas alemanas por las que sí estaría justificado invadir Polonia. Después, con el pecado original de sus contemporáneos a cuestas, pudo Grass pelar la manzana de la verdad en cuantas ocasiones pudo, alejando el oprobio de la vergüenza y la sarna de la culpa. Prefirió esperar: las decisiones de uno son soberanas, así como su dinero.
Que devuelva el Nobel es pedirle que devuelva su adolescencia, y revisar sus obras bajo el manto de la Santa Inquisición es tirar el tiempo: la obra de Grass sigue intacta bajo el fuego del infierno nazi, y su estatura moral no se ha reducido un centímetro, colosal y firme. La publicación de la polémica cebolla coincide además en el tiempo con la última obra de su gemelo japonés en España: Sánchez Dragó. Babelia, el suplemento literario de El País, le dio al amante universal de las letras españolas cera para tumbar a un santo: “Y como el genio no conoce barreras, el narrador incorpora sus dudas: ‘¿Soy excepcional?’ y hasta nos comunica que no descarta la posibilidad de que Sófocles escribiese Edipo rey “pensando en mí, apuntándome, mirándome a los ojos”. Va a ser por cebollazos.
Whisky
Postregua
La DGT advierte: moriremos todos
A los más sensibles les molesta la agresividad de las campañas de la DGT, del corte "esta Semana Santa morirán cien personas" o "usted va a ser el siguiente", todo ello aderezado por la ensalada morbosa de sangre, hierros y demás. Desconozco el efecto que puede causar esto en la gente, pero conozco la efectividad: es nula. Conducir es una actividad de riesgo. Bastante más peligrosa que cruzar un paso de peatones pero no menos que ponerte a follar con sesenta años con el colesterol por las nubes después de darte una panzada de churrasco. Quiere decirse que aquí, quitando al Cid y a Encarna Sánchez, hemos venido a morir todos. Y que nadie sale a la carretera creyendo que por atender el teléfono móvil se le va a ir el coche al carril contrario: eso no hay anuncio que lo impida. El que más y el que menos sabe que un accidente de tráfico no sale gratis: puedes matar, morir o ambas cosas. Y el más borracho entiende a estas alturas que un volante en sus manos es una bomba en potencia, pero también sabe que a él, después de tantos viajes, ya no le va a pasar nada: explíquenle los señores de la DGT al inmune conductor de primera que eso no es así.
Hay respecto a los accidentes de tráfico una creciente alarma social procedente del guante de cifras iniciado por la DGT y recogido con espantoso regocijo por la prensa: en 2005 cayeron éstos, a ver qué pasa en 2006. Si morir es ley de vida, morir en la carretera es una de sus cláusulas más corrientes. De los millones y millones de desplazamientos que se producen en España en un período vacacional de cinco días, que haya 100 muertos entra dentro de las más absoluta normalidad, por más que nos duela perder a alguien en la miseria del asfalto. La mayoría de esos accidentes son de personas que se han subido al volante sin una gota de alcohol en la sangre, en plenas facultades mentales y con carné de conducir: hay excepciones criminales, evidentemente. Ocurre que al conducir nos subimos a unas potentes máquinas que ruedan habitualmente entre los 80 y los 140 kilómetros hora: lo más habitual es llegar a tu destino, pero si se ponen en marcha un millón de coches tampoco es tan raro que haya uno, por lo que sea, que se quede: por un impredecible fallo humano, por un impredecible fallo de la máquina o por los impredecibles designios del azar.
Esas personas, que se ignoran
María Kodama fue a Madrid a hablar de Borges, naturalmente: es de lo que más sabe. Borges es una suerte de escritor de escritores erigido sobre un lector de lectores al que la vejez le robó la juventud, cosa que no es nada extraño porque nos irá pasando a todos, y las imágenes que trascienden son las de un viejecito ciego hablando con su doble en un banco : "Entonces usted es Jorge Luis Borges". Uno de los trabajos más intensos en la vida de María Kodama es acercar a Borges: leyéndola y oyéndola es la forma más humana de meterse dentro de Borges, el hombre, porque el escritor está salvo en sus páginas. "Nunca conocí a una persona que disfrutará más de la vida que él", dijo en Madrid la viuda eterna. Una de las contribuciones más poderosas que Borges ha hecho en la vida cultural española en los últimos diez años es provocar el duelo acerado que mantuvieron, por un quítame allá ese "gilipollas", Pérez Reverte y Umbral, o sea. Otra de las contribuciones de Borges no es suya, pero el pueblo se la atribuye con saña: se trata del poema cuyo primer verso es el famoso "Si pudiera vivir nuevamente mi vida, en la próxima trataría de cometer más errores". Hay otro apócrifo atribuido delirantemente a García Márquez, en el que el colombiano relata supuestamente lo maravillosa que es la vida y cosas semejantes: "Sólo alguien que no me conoce muy bien puede creer que escribiría algo tan cursi": son los oscuros milagros de Internet.
Al querer emplearse uno con la obra de Borges sale de ella rápidamente abrumado: a menudo a partir del tercer párrafo, otras veces en el segundo libro. Presumía de los libros que leía y no de los que escribía, pero sabiendo que ha leído tanto a veces nos da pereza leerlo a él: es raro, pero en alguna parte encuentra uno su lógica. Tenemos sin embargo a buen recaudo lo imprescindible, y lo curioso es que nunca se nos olvida. Con todo, de él refulge con intensidad ahora un poema titulado Los justos. Si uno mira alrededor se da cuenta de que es un poema que no envejecerá nunca. Es un faro cuya luz convendría pisar para no caer en las cunetas de la miseria. Acaba así: "El que acaricia a un animal dormido / El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho / El que agradece que en la tierra haya Stevenson/ El que prefiere que los otros tengan razón / Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo".