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viernes, septiembre 1

La DGT advierte: moriremos todos

Uno de los dineros más malgastados por el Estado, además de las subvenciones a los artistas y la habitual partida a la Fundación Francisco Franco(¿no dejó patrimonio suficiente el dictador?, ¿por qué no venden al nuevo novio de la Martínez-Bordiú, al que la prensa insiste en llamar eufemísticamente "chicarrón noblote y sanote. para evitar llamarle directamente tonto), es el que la Dirección General de Tráfico se gasta cada puente para concienciar a los ciudadanos: se paga cara la concienciación. Para no morir en la carretera hay dos soluciones: no conducir, que es lo que hace el director de la DGT, Pere Navarro, o no salir de tu pueblo, como aquel Jesús de Gran Hermano, autor de una de las frases más legendarias de los últimos tiempos en la televisión: "Si el mundo es esto, yo prefiero no salir de Tomelloso".

A los más sensibles les molesta la agresividad de las campañas de la DGT, del corte "esta Semana Santa morirán cien personas" o "usted va a ser el siguiente", todo ello aderezado por la ensalada morbosa de sangre, hierros y demás. Desconozco el efecto que puede causar esto en la gente, pero conozco la efectividad: es nula. Conducir es una actividad de riesgo. Bastante más peligrosa que cruzar un paso de peatones pero no menos que ponerte a follar con sesenta años con el colesterol por las nubes después de darte una panzada de churrasco. Quiere decirse que aquí, quitando al Cid y a Encarna Sánchez, hemos venido a morir todos. Y que nadie sale a la carretera creyendo que por atender el teléfono móvil se le va a ir el coche al carril contrario: eso no hay anuncio que lo impida. El que más y el que menos sabe que un accidente de tráfico no sale gratis: puedes matar, morir o ambas cosas. Y el más borracho entiende a estas alturas que un volante en sus manos es una bomba en potencia, pero también sabe que a él, después de tantos viajes, ya no le va a pasar nada: explíquenle los señores de la DGT al inmune conductor de primera que eso no es así.

Hay respecto a los accidentes de tráfico una creciente alarma social procedente del guante de cifras iniciado por la DGT y recogido con espantoso regocijo por la prensa: en 2005 cayeron éstos, a ver qué pasa en 2006. Si morir es ley de vida, morir en la carretera es una de sus cláusulas más corrientes. De los millones y millones de desplazamientos que se producen en España en un período vacacional de cinco días, que haya 100 muertos entra dentro de las más absoluta normalidad, por más que nos duela perder a alguien en la miseria del asfalto. La mayoría de esos accidentes son de personas que se han subido al volante sin una gota de alcohol en la sangre, en plenas facultades mentales y con carné de conducir: hay excepciones criminales, evidentemente. Ocurre que al conducir nos subimos a unas potentes máquinas que ruedan habitualmente entre los 80 y los 140 kilómetros hora: lo más habitual es llegar a tu destino, pero si se ponen en marcha un millón de coches tampoco es tan raro que haya uno, por lo que sea, que se quede: por un impredecible fallo humano, por un impredecible fallo de la máquina o por los impredecibles designios del azar.

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