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viernes, septiembre 1

El señor del támpax

Conociendo sus mejillas sonrosadas, a Carlos de Inglaterra debía silbarle la cabeza aquella noche como una cafetera. “Me gustaría vivir metido dentro de tus pantalones”, susurró alborozado, pelín cochinote, a Camilla Parker-Bowles. “¿En qué te vas a convertir? ¿En unas bragas?”, respondió la dama, al borde del colapso y ajena al mundo que, más allá de los jardines de palacio, se entregaba con fervor al tanga. Carlos, desbocado como un caballo sin jinete, contestó: “En un tampax”. ¡Ésssse!, gritó al unísono el populacho británico en los pubs.

La dimensión erótica alcanzada por nuestro Charles cuando su charla se hizo pública dejó a Sade convertido en un tierno catequista aficionado a Jara y Sedal. Carlos había conocido a Camilla en un partido de polo, que debe ser donde más o menos conoció Dinio a Marujita Díaz. “¿Sabía que su tararabuelo fue amante de mi bisabuela?”, le espetó Camilla sin más. Luego, el desparpajo de la jovenzuela, que por entonces ya debía de padecer el trámite de la menstruación, fue a más: “¿No le excita la historia?”. A Carlos le debió excitar la historia, porque ni siquiera Diana de Gales, con su estilo tan pitiminí, su pachorra de damita rubia, su clase mundial, o sea, su sonrisa dorada, sus portadas, sus amigos famosos y su compromiso con los negritos deshuesados (“¿sólo coméis arroz?, ¡uy!, hay que comer de todo, ¿eh?”, tirándoles de las orejitas), sus viajes caros y su tristeza chic, de niña bonita pagada de sí misma, consiguió separar a Carlos del voltaje de nuestra Camilla.

La sociedad británica le torció el gesto a la petarda Parker-Bowles: el corderito degollado de Diana se paseaba por las televisiones diciendo que en una relación tres eran multitud. Pobrecita ella, en qué mundo le tocó vivir. Lo que era multitud era lo que Camilla le debía estar haciendo a Carlos a espaldas de ella. Un chófer pasado de copas y unos paparazzis imprudentes dejaron a la bella Diana sin fichas con las que seguir en el tablero de la vida, y Carlos se refugió entre las piernas de Camilla, jugando a tatarabuelos y bisabuelas. Si llegó a ser su ‘tampax’, no le sirvió de nada, porque Camilla ya tiene la edad que tiene, pero ahora, por fin, a tiempo está de ser su marido. ¡Ése!, brindan los gordinflones cerveceros de los pubs.

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