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viernes, septiembre 1

Postregua

Lo peor de la tregua es la postregua. Es como el posparto o la posguerra: tiempos difíciles los de la reinserción social. Ha habido pretregua: tres años sin sangre. Hay tregua: jaleo de tambores en las derechitas profetizando ya no la demolición de España, que de eso se ya acusan a Zapatero, sino el fin de los días. Y luego, no lo olviden, habrá postregua: será amarga. Habrá que acercar a los presos y soltar a muchos que no tengan delitos de sangre. No será el precio de la paz: será el resultado de una negociación. Porque habrá que negociar con los terroristas, como en España negociaron todos menos Aznar, que como es sabido fue a Ginebra a ponerle las pelotas encima de la mesa a Mikel Antza (ahora nos recuerda el PP la hoja de ruta: para lograr la paz no hay que hablar con los terroristas, sino que hay que dirigirse a los panaderos para que entreguen inmediatamente las barras). Y una vez resuelto el negociado veremos a la sociedad vasca despojada de las tinieblas de la violencia: y el nacionalismo seguirá empapándolo todo, pero con la legitimidad de una sociedad sin escoltas. No habrá manifestaciones de la AVT y Alcaraz se perderá en la noche de los tiempos. No serán necesarios los guardaespaldas y crecerá el paro: Acebes pedirá la dimisión de Zapatero. Pero, sobre todo, muerto el perro, los gudaris se convertirán en ciudadanos: será el momento de estudiarlos delicadamente, como un entomólogo con microscopio diseccionando una lombriz. Sí, se avecina la paz: Otegi ha echado tripa. La izquierda abertzale se ha hinchado a nueces y a Otegi se la han ido difuminando los ángulos de su rostro y pronto parecerá un muchacho del norte sanote y fuerte cuya único pasatiempo será levantar piedras y acostarse con Carmen Martínez-Bordiú. La paz está en el camino

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