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viernes, enero 30

Os mortos

Antigamente eran as mulleres as que ían comprar a caixa para o morto e volvían con ela baleira sobre os moños na cabeza. Unha factura que se conserva dos anos corenta ten o prezo do cadaleito, da roupa negra e do quilo de pan, porque as distancias eran longas e moita xente durmía na casa do morto. Naqueles velorios achegábanse os parentes a levantar o defunto e facerse fotos con el. O peito enorme dunha romana achegouse ao cadáver de Julio César e derramou leite dentro da súa boca. Tamén a morte perdeu liturxia. Nin os enterros se celebran pola mañá nin son sempre as mulleres as que marchan elixir a caixa como quen vai a Portugal mercar toallas. Ao lado de Valle na mesma noite de tormenta de Boisaca enterraron os falanxistas un can morto. Aínda hai familias que pagan o mellor cadaleito porque “traballou toda a vida e merece descansar ben”. Unha veciña de Anceu, en Ponte Caldelas, queixábase hai anos de que se lle aparecía unha irmá morta que non a deixaba en paz e pronunciaba o seu nome na soidade da casa. Ata que un día, no cemiterio, achou que a porta do seu nicho andaba medio aberta e batía co vento. “Pobre miña irmá", dixo, “chamábame porque non quería que rompese e botase gasto na casa”.

jueves, enero 29

Una historia de amor


Hoy voy a contarles una historia de amor. Es muy sencilla: hace un mes publiqué un libro. Había sido escrito tiempo atrás y llegó tarde el ofrecimiento de darle luz. Los pequeños triunfos del pasado suelen producir siempre cierta sensación extraña. Pero uno está hecho a nostalgias y asume con disciplina y vanidad el oficio elegido. La novela se ha vendido con mucha alegría en Pontevedra, cosa que se agradece, porque la fidelidad a una columna no es fácil de trasladar a un libro: a un libro de ficción, además, cuando lo que uno ha escrito siempre en el periódico es, en pureza, ciencia ficción, y a eso se han ido acostumbrado los lectores en los últimos diez años.

Bien, desde hace unos días se vende ya en toda Galicia. Estaba preparándome para la promoción (un aviso en mi blog y en el Facebook, lugar al que asomé hace un mes la cabeza con fines puramente criminales) pero supe entonces que una partida de libros había salido mal impresa. Una minoría, pero una minoría incontable. El mío propio, que por supuesto no había leído, estaba mal. La página treinta salta a la setenta, sigue la narración y luego salta de nuevo, ya no sé si hacia atrás o hacia delante, y se han evaporado como veinte páginas. Uno estas noticias las asimila con exigencia. No era yo el primer autor, ni sería el último. Pero había recibido críticas extrañas y miradas un tanto alucinadas a mi paso. Hubo quien me dijo que era una novela fabulosa y hubo quien me retiró la palabra.

El asunto es bien interesante y merece que les cuente otra historia de amor. Hace ya muchos años publiqué una columna dedicada a una amiga que dejaba el Gobierno local de Sanxenxo. Por un problema de edición, salió debajo de mi foto y de mi título el texto de una compañera que hablaba del pianista judío protagonista de la película de Polanski. Tampoco era nuestro periódico el primero ni el último en el que pasaba una cosa así. Pero me hicieron llegar un mensaje inquietante: a la madre de esta amiga le había encantado la columna, y la tenía recortada. «Fue muy difícil de entender, eso sí, porque escribe tan tapado...», avisó. Volví a leer aquel artículo del pianista bajo la mirada de una madre que busca el homenaje a su hija, y las metáforas empezaron a brotar solas, algunas de ellas bellamente. El tránsito de la música, la persecución totalitaria, el refugio de la dignidad. No me pude levantar de cama en tres días.

Ahora llevo dos noches mirando el ejemplar defectuoso que tengo en casa. No lo abro por el qué dirán. Hay algo ridículo en él y hay algo ridículo en mí. Sé que no puede estar bien y que es algo absolutamente disparatado, y que los pocos que no hayan reparado en los números de página a estas horas aún no conciliaron el sueño preguntándose enloquecidos a dónde va la industria. Uno siempre hallará a un bendito que encuentre lo que quiere buscar, así empiece leyendo por el final y de derecha a izquierda, y a un puñado de amigos que guarden esos ejemplares como las raras avis que dejan las imprentas al paso fastuoso de la paz. La vida es tremendamente extraña.

miércoles, enero 28

España, en general, es un país que aplaude

Vi el lunes por la noche al presidente Zapatero contestando preguntas en un fondo de pantalla, alto y grave, estimulando las palabras con furiosos golpes de manos: la coreografía de la recesión. No pensé gran cosa, porque la rutina (y yo soy un joven de sólidas rutinas) exigía CSI, y sobre eso divagué. Veía en Zapatero a un descreído Horatio girando el cuello y soltando una de sus frases lapidarias antes de ponerse las gafas de sol: «Cometiste dos errores. El primero asesinar a esa niña; el segundo, no tener en cuenta que me ocuparía del caso».

Pero el pueblo estaba violento, y aquella forma tan democrática de violencia pasaba por ser casi un festín. Que el uppercut lo sufriese Zapatero desde la izquierda, habiendo allí curas y militares, no dejó de tener su lógica: al cabo el PSOE es un partido que siempre ha crecido cuando el ataque llegaba de frente, y sufrido cuando la lucha le sorprendía por detrás. Sucedió cuando un señor preguntó por la venta de armas españolas a Israel. Vino a decir que cuántos muertos carga España. La pregunta, bien diseccionada, es tremenda, y hay que haberse trabajado mucho la cabeza para atreverse a hacerla en un plató. Pero Flower Power se restregó los ojos, hombre paz, y dijo que estaba seguro de que las armas españolas no se utilizaban para eso. Que con la culata de las escopetas se machacaba la masa del pan que luego se repartía entre la chavalada palestina. Que a lo más que se pudo haber llegado, un ventoso día de 2006, fue a sacrificar un oso enfermo que imploraba el fin de su calvario, en libre ejercicio de la eutanasia.

La cosa siguió así. A Zapatero se le pueden discutir grandes asuntos, pero estas actitudes con el PP no pasaban. Por no aparecer, Aznar no aparecía ni en el Congreso. Aznar tenía en TVE a Urdaci deletreando condenas y a Zapatero Milá lo rodea de leones como una forma moderna de sacrificio. Que una española originaria de Angola pidiese su dimisión fue el último éxito, sólo celebrado para sus adentros por las circunstancias, de su política de inmigración.

Hubo otro momento no menos esplendoroso cuando una joven con síndrome de Down hizo una pregunta. España es un país afectado y en cierto modo estúpido. El público se puso bobalicón y Zapatero adoptó cara de «te estoy prestando el máximo interés del que soy capaz». Al acabar de hacer la pregunta el público rompió a aplaudir. España, en general, es un país que aplaude. Cuando el Rey casi se mata escaleras abajo también se echaron palmas. Visto bajo esa perspectiva más palmas merecían otras preguntas, pero hay síndromes que van por dentro. Lo curioso es que tanta atención prestó Zapatero a la chica hablando del porcentaje de gente que trabaja en el Congreso con síndrome de Down, y tan trabajosamente fue subiendo el tanto por ciento, que por un momento pareció a punto de prometer la paridad en el Gobierno. Hubiera sido un golpe de efecto escandaloso

martes, enero 27

Los ricos militan y los viejos marchan


Los diarios de Vocento publicaron a primeros de año una entrevista con Rosa María Calaf. Es una pieza útil que ha circulado a cierta velocidad por la Red. Frente a los cojones patrios y el ‘a mí la muerte’ de Pérez Reverte, que salió del periodismo por el camino predilecto («todos ustedes están soñando con irse a París a escribir la Gran Novela Americana, como Scott Fitzgerald», le grita a sus redactores Walter Burns desde su despacho), Calaf se despide con un ERE en TVE que acaba de podar a esas generaciones inservibles que se han topado con la senectud a partir de una edad primorosa: los cincuenta años. Quiere decirse que se han ido Calaf y Gasset, entre tantos, pero al menos sigue en nómina Anne Igartiburu, que dio un año las campanadas en tanga.

«Los vinos añejos son siempre más caros», dice Calaf, «porque la experiencia y el conocimiento no pueden pagarse igual que la juventud». Regulaciones de empleo, precariedad laboral y depreciación social de la figura del periodista, recuerda con nostalgia el entrevistador. Una cadena madrileña acaba de hacerle la oferta de su vida a un periodista: 185 euros mensuales por el horario que se le marcase.

La precariedad laboral siempre ha sido consecuencia directa de cierta precariedad moral, y a eso también señala Jaume Roures, el todopoderoso señor de Mediapro y editor de Público: «Yo no trabajo, milito». Lo dijo en Liberàtion, y el diario francés le concedió honores escandalosos: ‘Citizen Katalan’, tituló la entrevista. La militancia del empresario resulta entrañable: hay portadas de Público que parecen hechas por Milikito, algo no descartable porque en Mediapro manda mucho Emilio Aragón, y el ‘cómo están ustedes’ acabará cayendo a cinco columnas en un momento de fervor.

En un extenso artículo publicado en The New Yorker, traducido por Verónica Puertollano y titulado ‘El día que murió el periódico’, Jill Lepore explica que el impresor del Connecticut Bee prometió informar hace más de dos siglos de: «Los giros de la fortuna, los cambios en el estado, / la caída de los favoritos, los proyectos de los grandes / De las malas gestiones, de los nuevos impuestos / Nada totalmente falso, ni totalmente cierto». «No me tome usted demasiado en broma ni demasiado en serio», dijo Camba. «Salvada por un inmigrante», viene de titular en portada El País.

No deja de tener su gracia que a Calaf, una mujer que paseó media vida entre guerras, se la lleve por delante su empresa. «Llevo treinta años diciendo lo mismo», dice en su despedida. Es un epitafio que también vale, en su proclamada muerte bajo ruidosas cornetas y atronadores tambores, para el periodismo escrito. Ése que ahora destapa el 'cocidogate' de espías madrileños en el PP, en afortunada expresión de Mauro Entrialgo y feliz conclusión de Escolar, el de las portadas de Público: «Pedro J. es el periodista español que más cita en sus artículos el Watergate. Y para una vez que viene a cuento, se ha puesto del lado de Nixon».

lunes, enero 26

Malkovich

Yo no sé si soy Anxo Quintana, porque he flaqueado siempre en las cosas de la identidad, aunque sé que hay mucha gente que lo es y aún más que aspira a serlo. Hubiera estado bien ser Beckham, qué sé yo, o Woody Allen. Pero la nación exige, y denantes mortos que escravos por mucho que alboroten las mujeres. Miren el vídeo del BNG, en el que aparece Quintana como un Espartaco de elegante traje sin corbata entre sucios esclavos: un Espartaco Santoni. Hay cosas que no encajan, pero en la imperfección está el encanto y además se trata de la primera obra audiovisual madura, aunque tendrán que hablar los críticos, de Antón Reixa. Por lo demás, cualquiera que tenga dos dedos de frente sabe que cuando el profesor se da la vuelta después de un gomazo y pregunta quién ha sido, la clase entera, ceñuda, señala al culpable. Y si resulta que por un extravagante ataque de dignidad todos somos uno, lo primero que se hace es subirse a la mesa, que eso lo tenemos muy aprendido. De momento algunos aún andamos buscando la gatera por la que colarse para ser Anxo Quintana y meterse en la complacida barba del líder, como aquel Cusack feliz que encontraba la prodigiosa manera de ser John Malkovich. Cómo ser Anxo Quintana: gobierne también usted el departamento.

viernes, enero 23

La vida inversa de Maika Bernal

La Primera lleva dos semanas recordando el crimen de Fago, aquel en el que apareció una mañana el cadáver del alcalde. A uno le gustan las cositas que la ficción hace con la realidad, muy en contra de la ortodoxia periodística. La verdad atrae, pero también la verdad en diferido, si sólo ésa puede ser la única manera de contemplarla. Fago (el de los periódicos y los telediarios) era un Gran Hermano voraz que todo lo consumía. Uno siempre creyó que si en lugar de dejar a diez personas en Guadalix de la Sierra durante tres meses en una casa común los dejasen en un pueblo alejado del mundo durante cincuenta años, el ganador del concurso sería el primero en morir de forma natural. La soledad engrendra odios profundos y también alianzas tan enternecedoras que derivan en criminales. No hace falta ir al Pirineo ni a Puerto Hurraco: también en las comunidades de vecinos, en su endogamia, se recrean las pasiones más bajas.

Todo transcurría con normalidad en la serie de la Primera (ya había un fiambre: se veía venir que el carácter de Vilches, fuese en un hospital o en el Pirineo, le iba a traer algún disgusto; un acusado y un guardia civil atormentado por la muerte de su "amigo especial", en expresión insólita), cuando apareció la jueza encargada del caso. Paca Gabaldón, ni más ni menos. Yo no sé a ustedes, pero Paca Galabón será siempre Maika Bernal, la malísima de El Súper. El Súper fueron las tardes de mi juventud eclosionando como una radiante primavera. Julia, aquella cajera amargada que parecía vivir dentro del funeral de una madre. La alborotadora Teté, con la sonrisa estomagante colgada del estólido jeto de aquel personaje suyo, tan insoportable. Ernesto, el hombre a medio afeitar de mandíbula de mamut, que siempre llegaba al súper después de pastorear cabras: ¡se olían las cabras en salón! Maika, acechando como una Channing pasada de vino. El terrible Alfonso; la azucarada Asun con su desquiciado buen rollito. Y por supuesto, Santiago: Chisco Amado. Hay un antes y un después en la interpretación española desde la irrupción de Chisco Amado en nuestras vidas. No diré más.

Aquellos noventa los despachó uno zapeando entre El Súper y Médico de familia, y luego salió lo que salió. Que la jueza de Fago fuese la alcohólica Maika Bernal cerró el círculo que el destino trazó en los últimos diez años: al revés que ella, iba uno para juez y opositó a dipsómano. Una nacionalidad, que dijo Bogart, como otra cualquiera.

jueves, enero 22

El Madrid y otros demonios

A los jóvenes insurgentes madridistas nos robaron la ilusión hace ya dos años, concretamente el día en que las autoridades estadounidenses soltaron a Ramón Calderon cuando había sido retenido a su llegada a suelo americano. Alegó entonces EE UU que se le había confundido con un delincuente pero se ve que no indagaron bien su identidad: era el presidente del Real Madrid que eternizó in corpore sepulto la carrera de Raúl en el Madrid y echó el resto un verano por Cazorla tras vender a Robinho, cuando antes se echaba el resto por Zidane tras vender a Iván Campo. Nada sabía Bush, y a Calderón lo dejaron libre y volvió raudo al Bernabéu, a seguir gobernando. Hace ya mucho tiempo que a la raza blanca no se le convence con liguitas y con Champions: tenemos mucho de todo. Por eso Lorenzo Sanz, aquel presidente al que siempre se le veía sobreimpresionado el traje a rayas y la bola negra atada a los pies, llegó a unas elecciones tras ganar dos Champions en tres años y se le mandó caliente para casa. Al Madrid, con perdón, los títulos le sobran. Calderón levantó dos ligas muy bonitas pero una ganada de chiripa, como tres de las que ganó Cruyff, y otra sin rivales: a la calle con tus copas, presidente, y tus seis mil idiomas. Se queda Boluda, del que sólo sabemos que es un empresario naval de primer nivel (también lo era el del Titanic) y que gasta ese perfil Sanz tan peligroso de tipo grandote con papada y ojeras, primo hermano de Tony el Gordo. Que no toque nada hasta julio, por Dios, a ver si viene Florentino con aquella exquisita soberbia y aquellos cracks del demonio, y volvemos a ser los reyes.

miércoles, enero 21

Obama: save the world / save the children

La puesta en escena ayer de Obama, y todo ese simbolismo new age que acompañan los fastos fundacionales del tipo save the world / save the children, me puso otra vez delante de la Historia. De la generación posterior no sé qué rescoldos quedarán en las enciclopedias, pero de nosotros se podrá decir que hemos estado viendo cambiar la Historia más veces de las que deberíamos soportar. Desde la caída del Muro y el desguace yugoslavo hasta el desenfreno de los últimos años con el 11/S, la muerte del Papa y la victoria de Obama parece que el mundo se cae o empieza a girar más rápido, según la intensidad del momento. Tiene uno la sensación de que la Historia anda cambiando a su bola cuando uno pasea por la calle, así mire a la izquierda o a la derecha. Ayer volvió a hacerlo, como era de esperar. Fue algo encantador, con el Capitolio cubierto por tantos y tantos millones de personas: parecía una manifestación del Foro de la Familia. Obama estuvo en su sitio, con esa elegancia de gamo suelto y el habla fácil. Hay gente que se acostó pensando que hoy mismo va a abolir la pena de muerte, pateará la segunda enmienda, cerrará Guantánamo e Israel y ordenará el envío de aviones cargados de perfumados claveles a aquellos lugares en los que los Estados Unidos caigan mal. Y si los enemigos disparan, los soldados americanos harán, sólo en peligro real de muerte, un marcial corte de manga. La megalomanía del acto fue también la misma que la del imperio: la coronación de un César moderno con salvas de cañones incluidas. Y por allí en medio, gordo como un bisonte (algo que ya se estaba viendo venir), el bueno de Al Gore. Probablemente todas las focas que están desapareciendo del Ártico se las esté comiendo él.

martes, enero 20

Nadie lee el segundo párrafo


Como periodista en Viena, Billy Wilder se entrevistó con varias celebridades, aunque ningún encuentro fue tan famoso como el que tuvo con Sigmund Freud. Lo relató el propio Wilder y constituye un fenomenal acontecimiento. Tras llamar a la puerta del doctor, alguien del servicio recogió su tarjeta y lo hizo pasar al salón. Al momento, vino Freud del comedor con la servilleta aún anudada al cuello y le preguntó: «¿Es usted el señor Wilder?». «Sí, señor profesor». «¿Y trabaja para la prensa?». «Sí, señor profesor». «Pues ya sabe dónde está la puerta».

La alergia al periodismo del gran psicoanalista no era compartida por Wilder, que dijo muchos años después que aquella había sido su cumbre como reportero, pues consideraba un honor haber sido largado de casa por Sigmund Freud. Cuando rodó Primera Plana, Wilder incluyó un personaje delirante que propicia la huida del condenado a muerte sobre el que gira el filme. Procedente de Viena, el eminente profesor interroga al preso: «Dígame, señorrr Williams: ¿tuvo usted una niñez desgrrraciada?». «Pues no, tuve una niñez perfectamente normal». «¡Ja, deseaba matar a su padrrre y dormir con su madrrre!». A las conclusiones sólo les falta la servilleta anudada al cuello: «Así que su padrrre llevaba uniforrrme. Al igual que el policía al que usted mató. Cuando sacó la pistola, símbolo fálico inequívoco, usted crreyó que era su padrrre, y le disparró». El profesor acabará rodando calle abajo tumbado en una camilla y gritando: «¡Marricas, sois todos unos marricas!».

Primera Plana es una película que reconcilia a cualquiera con el periodismo. Con el periodismo en su versión original e infalible, que es el periodismo de sucesos. Wilder, desde una posición magnífica, imparte las lecciones fundamentales del oficio, representadas en ese Walter Burns / Walter Matthau que entiende su periódico, el Examiner, como una prolongación natural de su cuerpo. Resulta conmovedor verle desenvolviéndose como una anguila feroz en una tarea titánica: la de ir adaptando la realidad al fabuloso prisma de sus titulares, la de ir reajustando la historia salvando principios con el objetivo sagrado de vender periódicos. Walter Burns encarna los vicios y las virtudes de esa profesión que lleva a cualquiera a ocultársela a su madre «porque ella cree, pobre, que soy pianista en un burdel». Y la pasión con la que se mueve ese totémico director con el que no hace mucho se comparaba Pedro J. Ramírez es la misma que obliga a su redactor Hildy Johnson / Jack Lemmon a olvidar que tiene una prometida con la que coger el tren si en sus manos cae una «gran historia». ¿Hay algún reportero que no dejaría todo lo que tuviese entre manos si se topa de repente con el fugitivo más buscado de la ciudad?

Si algo debe mover al periodismo es la verdad, en su razonable pureza. En segundo lugar hay que contarla antes que nadie y después saber hacerlo con cierta calidad (el espectáculo, o sea). Y sin embargo, todo el esqueleto se agrieta ante el primer mandamiento de la profesión que Wilder pone en boca de Walter Burns, dispuesto a dar una nueva lección escandalosa en tributo memorable a las nuevas generaciones: «¿Dónde se cita al Examiner?», pregunta furioso señalando la crónica. «Está aquí, en el segundo párrafo», contesta Johnson. «¡Olvídate del segundo párrafo! ¡Nadie lee el segundo párrafo!».

lunes, enero 19

"Perdone. ¿Come carne de caballo?"

(...)

Arcadi Espada: Perdone. ¿Come carne de caballo?

Fernando Savater: ¿Cómo? ¿Yo voy a comer carne de caballo? Ni me subo a un caballo por respeto, me lo voy a comer... Por Dios: me parecería antropofagia. A veces tengo pesadillas pensando que a lo mejor me han dado alguna vez carne de caballo sin decirme que era de caballo. Vamos, por Dios. Me mareo. ¡Cómo voy a comerme a un pariente! Aquello de ¡Viven!, de los Andes, que se comieron unos a otros, me parece más tolerable.

A. E. Ya sabrá que Dalí creía en la antropofagia como supremo acto de amor.

F. S. Nada, ni hablar. Mire, Levi-Strauss tiene una cosa muy bonita al final de El pensamiento salvaje diciendo por qué en Occidente nunca nos comemos a los animales a los que ponemos nombre.

A. E. Bonito, pero no completamente cierto. A los toros les ponen nombre, los estoquean y luego se los comen.

F. S. Levi-Strauss no debe de conocer el caso. Pero es verdad que los perros, los gatos, es decir, el animal al que tú pones un nombre y de alguna manera lo sientes, lo personalizas... Es muy difícil luego que te lo comas.

A. E. Sí, desde luego. Suele ser cierto.

F. S. Es interesante… Con el nombre ya lo excluyes del rebaño de la muerte.

A. E. ¿Los caballos tienen derechos?

F. S. No. Los animales no tienen derechos, porque no tienen obligaciones. Es así de sencillo. La idea de derechos de los animales es como, por ejemplo, los «derechos de los cuadros». Yo creo que estaría muy mal meterse en el Prado y quemar obras de arte, por ejemplo. Pero eso no quiere decir que piense que Las Meninas tienen derechos.

A. E. ¿De verdad cree que es lo mismo?

F. S. Bueno, siempre se habla de la idea de que hay animales que pueden ser de algún modo conscientes de la vida.

A. E. Sí, así parece en los bonobos y en otros primates.

F. S. Sí, pero digamos que los animales no pueden hablar en subjuntivo. No pueden distanciarse del yo.

A. E. La verdad es que yo he entendido siempre esa proposición de Peter Singer como una llamada de atención sobre la unidad de los seres vivos. Hay mucha gente que jamás se ha planteado esa unidad.

F. S. De acuerdo, pero lo que pasa es que más bárbaro que el que maltrata a un toro es el que no distingue entre los toros y las personas. La gran diferencia entre unos y otros es que nosotros no tenemos un papel totalmente asignado, mientras que los animales no tienen la necesidad de elegir su papel o, por lo menos, la tienen en una forma infinitamente menor. Es bueno recordar esa unidad. El problema es cuando la ética se proyecta exclusivamente sobre la salvaguardia de lo sensorial. En Singer parece que lo importante es que se salvaguarde del dolor, del proceso del dolor, a los seres que pueden descubrirlo. Lo cual yo no creo que sea verdad ni entre los seres humanos. Ni siquiera de los humanos creo que la única ética sea la de evitar sin más el dolor.

(...)

A. E. Singer plantea algún asunto ético interesante. Defiende, por ejemplo, la legitimidad del infanticidio en los casos en que se demuestre la absoluta incompatibilidad con la vida del bebé. Lo plantea, creo yo, de una manera provocadora para comparar el acto con los experimentos científicos y médicos que se hacen con algunos animales superiores, experimentos a los que él se opone. Dice que hay más conciencia en cualquiera de esos grandes animales que en un bebé de tres meses, malformado para siempre.

F. S. Sí, Singer critica el especieísmo, que yo sí defiendo. Nosotros, con los animales, no tenemos nada ni personal ni impersonal, ni a favor ni en contra, pero los seres humanos tenemos que tener algo impersonal a favor. La Humanidad no tiene grados. Si la Humanidad dependiera de si uno es negro o es listo... O eres humano o no eres humano. Eso es el especieísmo. Es decir, yo a los seres humanos los trato como humanos porque pueden llegar a serlo, o lo han sido. No los trato como casos especiales que hayan surgido, como el de un nabo que se pusiera a hablar. Los seres humanos están hechos para hablar.

A. E. Sí, pero en todo eso, y como usted sabe, hay muchos y graves problemas contemporáneos. Entre otros, la pregunta que fue la estrella en el World Science Festival, de hace unos meses. ¿Qué es, exactamente, lo que nos hace humanos?

F. S. La capacidad simbólica.

A. E. Y un bebé, ¿qué capacidad simbólica tiene?

F. S. La que va a tener. Aristóteles, cuando hablaba de la potencia, estaba refiriéndose a eso. La Humanidad no es un programa genéticonatural. La Humanidad es una cosa que nos damos unos a otros. Porque el ser humano nace sin nacer. Tú coges un chimpancé bebé y un niño bebé y lo que te asombra es, desde pequeñito, lo listo que es el chimpancé y lo tonto que es el niño. Pero claro, el chimpancé cuando tiene cuatro años se ha acabado, y el niño empieza. ¿Por qué empieza? Porque cada uno nacemos dos veces. Una en el útero materno y otra en el útero social. Y ese útero social es el que nos hace humanos. Hay disposiciones innatas. Incluso el lenguaje, de creer a Chomsky. Pero disposiciones que no se cumplen salvo que las active la sociedad. Es decir, por muy innata que sea la capacidad del lenguaje, nadie se pone a hablar en una lengua solo.

A. E. Eso de la potencia aristotélica... Si lo humano fuese lo que puede ser humano hay serios problemas. El aborto, por ejemplo. No hay plazos que valgan.

F. S. Es verdad que en el terreno del aborto hay gente que piensa que cuando una cosa es legal ya no hay nada moral ni éticamente que discutir sobre ella. Y es completamente absurdo. Una cosa es que uno cumpla las leyes, porque de alguna manera agavilla a personas con morales diferentes y otra cosa es que tú obligatoriamente tengas que renunciar a tu moral y decir que lo que dice la ley está bien. Yo creo que hay que razonar. No hay un código moral. Hay una vocación, un proyecto moral, pero no un código. Sería muy cómodo que nosotros pudiéramos llamar a los cielos y que se abrieran y apareciera un señor que nos dijera lo que tenemos que hacer.

(...)

A. E. La pregunta es si la ciencia nos puede ayudar en esos dilemas morales a la hora de distinguir, o a la hora de objetivar, lo que es malo. Porque puede llegar un momento en que se distinga claramente en el proceso de creación de la vida un instante en el que exista conciencia.

F. S. La ciencia no fundamenta la ética, sino que ayuda a saber las cosas en que tenemos que pensar. Aristóteles basaba sus lecciones morales en la ciencia que él tenía. Porque la ciencia era la descripción del mundo y la moral actúa en el mundo existente, en el mundo real. Entonces Aristóteles no hacía reflexiones de biogenética porque no había biogenética, pero nosotros sí, porque sí la hay.

A. E. La cuestión es cómo ese conocimiento va a cambiar nuestros patrones morales.

F. S. Básicamente, los patrones morales no cambian. Uno puede decir que hay que respetar la vida humana, lo que pasa es que ahora entendemos que vida humana es hasta aquí y no hasta allá. Pero lo que quiero decir es que nunca la ciencia puede decidir un problema moral.

A. E. No lo creo. La ciencia crea y destruye éticas. La relación que uno tenga con los animales, y con los hombres, y con Dios, antes o después de Darwin no es la misma.

F. S. Bueno la verdad es que Cioran tiene un hermoso aforismo que dice: «El gorila es un animal melancólico. Yo desciendo de su mirada». Uno ve al gorila, y esa mirada del gorila, y en efecto uno se dice: «De ahí venimos».

Fernando Savater y Arcadi Espada, ayer en el Magazine de El Mundo

Oh, Presidente!


En sensacional despliegue, el PSdeG ha sembrado Galicia de vallas publicitarias por las que asoma un Touriño en perfil, mirando el horizonte bajo una luz sombría. Nada más, sólo un aviso: O Presidente. Hay niños en la calle que señalan el cartel y preguntan cuándo se estrena. En Galicia estamos preparados ya para cosas así. Cada cuatro años el PP exhibía una foto de Fraga aún más joven que en la anterior, hasta que todo se frenó en seco cuando aquel rostro se dirigía, imparable, al del ministro que fue. Fraga era un antepasado de sí mismo y Touriño promete subirse al Air Force One para salvar a un mundo acosado. Los expertos lo muestran en expresión de sutil éxtasis y con la faz iluminada para fortalecer, dicen, su posición de capitán, pero se prefirió llamarlo O Presidente a Querido Líder, que es un poco más lo que los gallegos andamos buscando. Dijo una vez alguien que este país no quiere un gobernante sino alguien que le castigue, y si uno se fija hay un deje severo en ese gesto de Touriño con los labios apretados, como pensando en dar unos azotes para que el electorado entre en calor. “Votadme no vaya a ser el cuento”, podría soltar en los mítines, pero Touriño no es Fraga y el rural desconfía de quien no le grita. Oh, Presidente!

domingo, enero 18

El comienzo del mundo

"(..) Fue un noviazgo complicado. Se casaron el 3 de abril de 1920 en Nueva York, apenas una semana después de que Scott hubiese publicado su primera novela, A este lado del paraíso, que se convirtió rápidamente en un gran éxito. Se bebieron todo Manhattan y alrededores ("Nueva York tenía toda la iridiscencia del comienzo del mundo", escribe Scott en El Crack-Up). En 1921, viajan por primera vez a Europa mientras su fama va creciendo y Scott comienza a ganar mucho dinero con sus cuentos. En 1925, publica El gran Gatsby, lo más parecido que existe a la mítica Gran Novela Americana, y conoce a Ernest Hemingway en París. "Su talento era tan natural como el dibujo que forma el polvillo en un ala de mariposa. Hubo un tiempo en que él no se entendía a sí mismo como no entiende a la mariposa, y no se daba cuenta cuando su talento estaba magullado o estropeado. Más tarde tomó conciencia de sus vulneradas alas y de cómo estaban hechas, y aprendió a pensar pero no supo ya volar, porque había perdido el amor al vuelo y no sabía hacer más que recordar los tiempos en que volaba sin esfuerzo", escribió el autor de El viejo y el mar (...)"

Guillermo Altares, hoy en Babelia: 'El crash de Zelda y Scott'

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viernes, enero 16

Lo más suave que le decían era vaca gallega

El mejor retrato que se ha hecho nunca de Jesús Vázquez es el que reproduce el periodismo para engordar el mito del patito feo que alumbra un cisne: "Tenía acento gallego, era gordo, con gafas de culo de vaso y pluma". Se sabía que la visión de un niño gordo y con gafas de culo es motivo real de suicidio para una directora del Cosmpolitan, pero que a esas taras se le sumen la pluma y el acento gallego es ya puro ensañamiento. "Lo más suave que me decían era vaca gallega", confesó Vázquez en un momento de angustia. Este tipo de cosas el periodismo las subraya con mucho énfasis, sobre todo cuando el asqueroso de turno es hoy un chico bien dibujado al que no se le conocen pluma y gafas, y que hablando parece de Madrid mismo, hijo y nieto emigrante de Camborios.

Ya en la cresta, recuerda uno que Jesús Vázquez se vanaglorió de haberse despojado del acento gallego. Supongo que lo justificaría con el rollito del espectáculo y eso: sólo me ofrecían concursos de a ver quién le hace el nudo al rabo de un burro o papeles de arousano. También ahora alguien de quién no recuerdo el nombre vino a hablar del acento gallego y su diabólica influencia. Uno entiende que un buen actor disimula su acento natural y se adapta a otros, pero no debe ser el caso: aquí todo muy planito y masticado, que nos perdemos.

A la ministra de Fomento se le ha señalado ahora el acento con el mismo asco que se le señalan a los gordos sus gafas de culo de vaso. Fue la diputada Nebrera, del PP, que se ha protegido con la cantinela de los ‘amigos gay’. Que no me acusen de antiandaluza que mi madre es de allí, ha dicho. A mí no me parecen mal los maricones y hasta todos mis amigos lo son, por no hablar de mi padre, pero qué vamos, ¿a acabar casándonos con gatos?, decían aquellos manifestantes de la familia.

"Al pontevedrés se le exige gracia en el concepto, mientras que al andaluz le basta con el acento", escribió Julio Camba haciendo una perversa hipótesis: "Si se hubiera quitado el acento a las obras de los hermanos Quintero, no hubieran entrado nunca en la Academia". El acento neutro, despojado de pliegues, siempre fue el de los tipos que se permitían el lujo de llevar corbata en la tele: el andaluz a la cocina y el gallego a la cuadra. Quizás lo que la catalana Nebrera no termina de asimilar sea que Magdalena Álvarez, en lugar de estar lavándole la loza, sea una ministra de traje chaqueta. Seguro que si llevase cofia se le entendería mejor.

jueves, enero 15

A estación violenta (II)

"Ciertos días tenían la impresión de que no habían empezado a vivir", dice Perec en Las cosas. Y eso es lo que les parece sucederles a los personajes de A estación violenta, la primera novela de Jabois, que no empezaron a vivir, ni ganas que tienen. Natural. Si lo sé no vengo, como decía la tele, o me hago poeta, o jipi. Pues ahí están estos personajes, estirando al máximo ese paso de joven a señor y agotando todas las posibilidades. Para ello recurren a la mistificación, a la extravagancia, al alcohol, al espejo, a la poesía, al egotismo de la tristeza (...)"

Sigue en Mabalot (Empezar a vivir)

martes, enero 13

O cazador Ángel Santos Touza

"(...) Nos círculos nos que xa se moveu faláse moi ben diso, precisamente. Dese atrevemento seu.
O que pasa na obra é un pouco tamén o proceso polo que pasei eu, non? Eu cheguei a casa, escribín a historia tal e como a lembraba, e tiña a historia dun cazador cunha campesiña. Era unha ficción. E dicíame: quen son eu para facer algo cun cazador e cunha campesiña? Se me dixeras sobre dous mozos, ou dous adolescentes...
Un cazador e unha campesiña rusos, por riba.
Claro, que fago aquí? Entón tiña que deixar claro que esto era una ficción, unha construcción, e púxeme a traballar nese senso. Fixen un proceso de adaptación. Collín o texto en bruto, que é un pouco o que está na primeira parte da curta, e logo o traballo que acaba sendo a nosa ficción. Quizás por iso gusta en determinados sitios e non gusta noutros.
Ten clara unha certa idea de cine?
Si que é certo que, non por dogmatismo, penso que o meu xeito de facer as cousas ten que ser un. Non son moi heterodoxo. Póñome moitas limitacións, e funciono moi ben poñéndoas. Non cambio de rexistro, e sempre volvo ao mesmo. Eu fixen tres curtas distintas, pero son historias que se se reducen a un esquema básico son moi similares todas. Tratan sobre o mesmo e hai recurrencias. Si que hai unha forma, agochada nalgún sitio (...)"

Entrevista completa a Ángel Santos, hoxe no Diario

La noticia es el rico que se suicida

He leído este fin de semana semana con una atención excesiva los grandes reportajes que, como suponía, se desplegaron alrededor de la vida discreta de Adolf Merckle. Desde que hace ya varios meses X. dejó el periódico en un restaurante de A Coruña diciendo aquella frase («están moi divertidas estes días as páxinas de Economía») le doy vueltas a unas ideas pequeñas pero exactas acerca del dinero, y esa manera tan prodigiosa que tiene de mover el mundo. De moverlo y de hundirlo, casi sin perder la perspectiva, cada cierto número de años. Todo muy folk.

Cuando hace menos de un año empezaron las risas en Wall Street la cosa tenía una importancia casi metafórica. La crisis estaba en el salmón y en los ejecutivos de Lehman Brothers y en todos esos financieros que recogían en cajas sus pertenencias para irse a sus áticos de lujo a afilar el colmillo hasta la próxima. Incluso un paisano fue allí a subirse a un taxi a pedir que viviésemos como galegos.

Uno confiesa entonces haber asistido a los telediarios con la secreta esperanza de ver las farolas de Manhattan ocupadas por los cuerpos bamboleantes del 29 y ventanas abiertas por las que saliesen flotando las cortinas viejas de la pensión en la que alguien, un cristiano padre de familia, se acabó tirando. No hubo tal, y sin embargo la amenaza se extendió como una mancha de aceite hasta pringarnos las chancletas con un océano en medio y diferencia horaria al margen. Estaba todo tan lejos y éramos todos tan felices que aquello parecía la guerra de los mundos narrada por Orson Welles con la ventaja de que nosotros ya sabíamos que se trataba de Orson Welles.

Y este cinco de enero Adolf Merckle, el quinto hombre más rico de Alemania y el 94 del mundo (siempre me pareció entrañable el ránking de los ricos y siempre quise saber, y algún día Internet me dará la respuesta, en qué aseada posición aparezco yo) salió de su casa y se fue directamente a las vías del tren a esperar que pasase uno. Cuando lo oyó, en la oscuridad, a seis grados bajo cero, se tiró a su paso. Fue un suicidio tradicional, austero, muy acorde con su modo de vida: un señor de espíritu calvinista que se movía en bicicleta y al que disgustaban las ostentaciones. Que puestos a matarse, prefería echarse a los pies de un tren que calzarse una bala de oro en el cerebro.

Lo extraordinario sin embargo fue que aquello conmoviese al periodismo. En el último crack la noticia era el rico que no se suicidaba. Los tiempos han cambiado, pero más han cambiado los ricos. Que un tipo como Fernando Martín, aquel Evo Morales de Loewe, apenas haya acusado en su rostro (o en su ropa) el golpe de cerrar la primera inmobiliaria europea, ya dice algo. Aunque sólo fuese por decencia, e incluso decencia histórica, de lo que fueron los ricos y de lo que tienen que ser, Martín debería haberse homenajeado con ropa de Zara y un menú en el chino. Se lo debía a la prensa, y se lo debía al ciudadano: se lo debía también al periodismo, y de paso a los madridistas.

Merckle tuvo un sentido del honor acusado y eligió la poesía para morir, el viejo romanticismo de toda la vida: incluso dejó una carta a su familia pidiendo perdón, oh, perdón. Tenía 74 años y su vida fue su imperio, lo que parece suficiente. Uno siempre ha respetado mucho los imperios, sobre todo los que hace uno de la nada, aunque Adolf Merckle heredó de familia ochenta trabajadores y otros heredan, con suerte, ocho hipotecas.

lunes, enero 12

Voces

Algo en la vida no va bien cuando el presidente de los EE UU aclara en su despedida que no escucha voces. De su lapidario imbécil, la frase «no escucho voces» debería figurar ya como épico resumen de su mandato: una suerte de canto de cisne con el que entender, desde una poderosa perspectiva, los años pasados. Pongan a Touriño confesando que no ve muertos o a Fraga decirle al pueblo que en San Caetano no se abren solos los cajones. En España a lo más esotérico que se ha llegado es a escuchar a Zapatero decir, sobre la menstruación, que su hija de trece años ya ha sido «convidada a la vida». Pero Bush, amparado en su espiritualismo, ha querido matizar este tipo de cuestiones. Mística era Santa Teresa, no yo, vino a decir. Y había como un orgullo en la frase, del estilo «yo no estoy zumbado, pero qué cerca ando». Dirán que hablaba para su votante medio, que ése escucha de todo y a veces tira para el colegio con una recortada, pero es que Bush ya no está en campaña. Así que lo mismo deja caer eso para anunciar que ahora se va a su casa a escuchar tales voces, que eso ya no se lo prohíbe ninguna enmienda, y levitará y verá a Dios, y cualquier día llorará sangre y peregrinaremos a verlo, santo varón, a que nos ponga la mano en el hombro, como al otro. Ungiditos todos.

viernes, enero 9

Sacha

Nunca houbo relación máis folclórica entre a ciencia e a moral como nun caso que vén de despachar Nature na súa portada desta semana: Sacha é fillo do seu pai, Borja Thyssen. A historia é fascinante e ilustrativa. Anos despois de regalarlle un par de peitos (¡o paraíso!), a baronesa Thyssen dubidou da moral da súa nora cando lle deu o primeiro neto: unha cousa é o que saia por riba e outra, moi diferente, por baixo. Obrigou ao seu fillo a pasar unha proba de paternidade: fíxoa, e confirmou ser o pai. Fixo outra, que tamén o confirmou. E a nai, coma nos contos de fadas, fixo pasar ao fillo pola terceira. As revistas dixeron que o neno Thyssen negouse a elo, máis preocupado polas súas reservas de ADN que dos presuntos cornos, tan sachado estaba. Pero foi igual, e os resultados seguiron a ser os mesmos. Se a ciencia foxe xusta (que non o é, porque non sempre a verdade o é), nunha terceira proba a paterrnidade de quen sexa debería apuntar a Shrek. Pero nada hai máis transparente que o ADN e nada máis felino ca moral dunha nai. E Sacha xa é fillo de tres pais: do rapaz Thyssen (ese Paquirrín fashion), da sospeita da súa avoa e dun sutil avance científico que pon contra as cordas, sorprendentemente, á moral. Coma no porco, tamén na ciencia é todo aproveitable.

jueves, enero 8

Comer con él

He estado leyendo mucho rato la noticia que este periódico publicó ayer en contraportada con una idea fija que revoloteaba a mi alrededor: la de comer con Mariano Rajoy, y que eso sea además la recompensa de una competición. Siempre creí que ésa era la clase de premios que ofrecían en las madrugadas de Telecinco: el típico concurso en el que hay que adivinar ‘cómo se llama un piloto asturiano de F-1’ a partir, menos mal, de las primeras letras de su nombre y apellido. El PP ha creído sin embargo que comer con Mariano Rajoy es algo estimulante, y decenas de personas que compitieron con sus vídeos para reflejar la realidad española, también. Sabíamos de esos concursos en los que uno acaba teniendo una cita con Angelina Jolie, con la esperanza de encharcarla en vino y ver qué pasa, pero no se le acaba de encontrar la gracia a Rajoy. Con él puede uno sentarse en una mesa a escucharlo perorar delante de un café, o atizándole a un puro, pero no cortando un entrecot, porque además tampoco es Ferrán Adrià, y una barba espesa levanta sospechas frente al plato: puede pasar cualquier cosa. La cita, sin embargo, es muy propia de marianistas acérrimos, que es como se ha declarado el ganador del concurso, que es de aquí, del pueblo, y militante del PP. Que digo yo qué líder accesible es éste que los militantes suyos, vecinos de calle, tienen que andar opositando para poder comer una vez en la vida con él.

lunes, enero 5

El primer bebé del año

Hay pocos fracasos más evidentes en el periodismo que este sonrosado clásico: el primer bebé del año. Dónde nace, cómo se llama, cuánto pesa: un bombazo. Si se supone que uno debe informar acerca de lo extraordinario, pocas cosas hay más ordinarias que el nacimiento de un niño. Es una forma de acercarse a la ternura en telediarios difíciles, como los del uno de enero, pero bien se podía buscar la primera y poderosa fecundación: al menos hay ahí bastante más investigación. Con estos niños lo que hace el periodismo es ejemplificar uno de sus causales leitmotiv: la urgencia de rellenar el tiempo del gran público aún poniéndolo, en su espanto, frente a una bobería. La prueba está en el seguimiento sagrado de la noticia. ¿Alguien se ha preocupado por saber el destino del primer niño de 1982 y si ha llegado, por algún tipo de brusco camino, a ser el padre del primer niño de 2005? Esta gente ha sido portada y ha abierto con cierta fortuna los telediarios. El mérito de esa fama no es de ellos, que pasaban por ahí, sino las veloces contracciones de su madre (¡hipódromo de parturientas!) y un motivo estupendo: el sanatorio, que viene siendo la cómoda versión oficial. La Navidad (¡ah!) siempre fue tierra de tópicos. Y sus noticias, inconstatables rumores.

viernes, enero 2

Chandaleros

Ha empezado uno a observar con preocupación el uso descarado del chándal ya no en la calle, a donde uno parece que sale siempre sin vergüenza a ser afrentado por Javier Marías o el cursi de turno, sino en la casa, como herramienta de comodidad, en apabullante contrasentido. Dentro de 200 años se señalará el chándal como se señalan hoy los pololos: una suerte de degeneración colectiva en la que de vez en cuando se sume, para luego coger impulso, la Humanidad. Y será digno de estudio el uso del chándal en la propia casa, cruzándose a la familia en el pasillo y recibiendo a las visitas impertérrito, como si uno hubiese necesitado del Adidas para freír un huevo. El chándal es EGB, sudor y luego el puente de A Barca para el pico de caballo. El pijama, en cambio, es la abuela poniéndote una bolsa de agua caliente en los pies cuando dormías en el pueblo o el vispapurú de haber catarro. El pijama es la infancia y la pantufla y el chándal el acné y el acabose. El pijama es ponerse la casa encima y pasear con ella, bajo el calor de la familia, porque representa una moral, y el chándal remite a una desestructuración tremenda digna de Servicios Sociais. Su historial es casi criminal: los fundamentalistas lo han llegado a combinar con camisa. Si bien su ‘cremallerístico’ destino es incierto, la prioridad ahora (prioridad incluso gubernamental) es sacarlo de casa. No necesariamente puesto.