miércoles, diciembre 31
lunes, diciembre 29
sábado, diciembre 27
martes, diciembre 23
Jingle Bells
2-Eso se nota especialmente en el Facebook: se agrega cualquier cosa.
3-Nunca se odia a nadie sin fisuras: tampoco se acaba por querer a nadie del todo.
4-Amparo, todo lo que me gusta es caro.
5-Qué hace Papa Noel entre niños si él nunca lo fue.
6-El mundo sería un lugar mucho más apacible sin el "gordito bonachón".
7-El hilo musical navideño del Froiz de Cobián Roffignac nos recuerda que vivimos en una película con final feliz si no hay mucha cola en la charcutería.
8-La del 24 es la noche que eligen siempre los abuelos para despedirse: "Éstas ya son las últimas".
9-La vida adquiere siempre un aire nostálgico cuando el Madrid pierde, o está a punto de perder.
10-Bajo la delicada piel de los villancicos se halla, semioculto, el horror.
11-Sólo las semillas tenían ganas al empezar el mundo.
12-Sms de X. para felicitar la Navidad: "Nadie de más de 40 años debería morir naturalmente".
13-Juan Luis Panero: "Yo me siento más familia de Octavio Paz que de mis hermanos". Cuánta pedantería junta en una sola frase.
14-Un consejo para Nochevieja sería lo que le dijo Lord Winter a Joan Fontaine: "No se ponga nunca un vestido negro, ni un collar de perlas, ni tenga nunca 36 años".
15-Fiesta es todo el año.
lunes, diciembre 22
Holmes
miércoles, diciembre 17
La divina calva era un martillo
martes, diciembre 16
lunes, diciembre 15
Periodismo
viernes, diciembre 12
Está escrito que alguien llegará un día hasta tu frente y te llamará fascista
Empezaba a hablar la otra tarde sobre nacionalismo y periodismo, en un aula de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona, cuando alguien gritó «¡Fascista!» y acto seguido corearon esa voz unos quince. Con discreción miré a un lado y otro de la mesa, pero en la mesa todos mis compañeros me miraban. Como seguían los gritos y aún dudaba de que fuera a mí a quien estaban llamando fascista, tuve la postrera tentación de ir hacia el grupo de muchachos y adherirme para gritar todos juntos contra el cabrón fascista. Pero no podía ser, de ninguna manera, porque el cabrón, ya lo sabía, era yo. Realmente todo era muy, muy confuso. Hacían explotar algunas bombas fétidas -yo las fabricaba de niño con el Cheminova- y luego gritaban «¡Vuestra democracia hiede!» (traducido libremente del catalán), sin atender a la evidencia de que no olía así antes de que ellos entraran. En esa danza estuvieron unos minutos y luego se largaron escupiendo, y yo aproveché para hablar sobre el tema previsto.
Por la noche dormí mal. No creo que fuera por ellos, sino más bien por las copas de un gran Hermitage que mi mujer y yo bebimos para cambiar de trago. Puesto en el insomnio y para hacer algo, y dado que tenía las uñas muy crecidas, me fui rascando el brazo con ritmo cada vez más vivo. Estaba tumbado en la cama, con la oreja pegada al brazo y las uñas arriba y abajo. Las uñas acabaron siendo las botas y mi brazo los adoquines, y lo que escuchaba, un siniestro rac-rac, era el ruido de un batallón fascista desfilando. La noche es el reino de muy tétricas ilusiones, pero si yo era capaz de marchar sobre Roma con mis uñas y mi brazo, algo de razón debían de tener los muchachos.
Pensé en mi vida. La primera vez que le grité fascista a alguien fue a don Florencio Caballero Valladares, se deduce que más que hombre, medieval fortaleza. Nos tuvo seis años formando en el patio del instituto -sin otra dispensa que la lluvia- mientras subía al mástil la bandera roja y gualda, sonaba la Marcha Real y se rezaba la oración de la mañana, a san Fernando, patrón de la juventud española. Todo eso pasó durante seis años y nos pasó por cobardes, pero la lección la aprendí luego y no va con esto. La última vez, coreada, fue en febrero de 1981. Aquella noche llovía y hacía viento y frío, y éramos muy pocos en las calles de Barcelona los que le gritábamos fascista al guardia civil Tejero. El Departamento de Estado norteamericano y el nacionalismo catalán habían coincidido en considerar que el golpe era un asunto interno de los españoles.
Entre esa noche despoblada y la otra tarde pasaron algunos años y mientras tanto aprendí a restringir el uso del apelativo fascista. Se trata de una de esas palabras demasiado grandes. El vulgo cree que las grandes palabras hacen gran daño, y se equivoca. Cuando las palabras no tienen la medida justa del concepto ocultan más que evidencian. Por eso es mucho mejor, para el entendimiento de las cosas, llamar nacionalistas o independentistas a los muchachos antes que radicales, extremistas o -justamente- fascistas: al fin y al cabo, de la bandera catalana que estaban ondeando al compás de sus insultos no prendía ningún fascio.
Pero, bueno, el asunto es que me lo habían llamado a mí. Tal vez no les faltaran razones. De las paredes, en el aula, habían colgado carteles con la siguiente sentencia: «El catalán es un dialecto del castellano. Arcadi Espada». Es verdad que cuando, en otro tiempo, alguien decía esa frase yo creía que estaba delante de un fascista. No podía negar, tampoco, que la frase era cierta: ritualmente la pronuncio ante mis alumnos de la Pompeu Fabra cuando quiero ilustrarlos acerca de la relación entre lengua y poder. Luego les añado: «... 0 el castellano es un dialecto del catalán. Depende de quien mande». Pero ni la frase cabía entera en el cartel, ni se puede ir por el mundo provocando. Sé que esto último es lo que ha querido decir el presidente Jordi Pujol, mirándonos la minifalda: «Es que van provocando... y luego pasa lo que pasa».
Todas esas razones presuntas empalidecen, sin embargo, ante la esencial razón cronológica: está escrito que alguien, en cualquier circunstancia, llegará un día hasta tu frente y te llamará fascista. Te lo llamarán en la oficina, en el aula, o en la cama. Tú quizá estés, como yo, en torno a los cuarenta años, y cuando lo oigas también buscarás al cabrón con la mirada, sin hallarlo. Entonces te sentirás un Villar Palasí o un GarcíaValdecasas. Al reponerte, copiarás estos versos:
Fue un verano feliz.
Ahora bien, voy a darte un consejo, ya por viejo: procura siempre que los que te llamen fascista sean un grupo de niñatos subvencionados, que no se pagan la bandera ni las bombas fétidas; unos niñatos eximidos por la autoridad máxima del gobierno: sus lactantes; procura que quien te lo llame sea el poder, aun en su versión de falange y muchachada; fascista serás, pero en la intemperie.
miércoles, diciembre 10
Capuletos e Montescos odiábanse, si, pero con xeito
lunes, diciembre 8
Hitos modernos
jueves, diciembre 4
Doblez
La borra del café
Mario Benedetti
lunes, diciembre 1
Dos presos
jueves, noviembre 27
Drogas
miércoles, noviembre 26
Todo era mentira
martes, noviembre 25
Como o quere? Cru, se fai favor
En Manuel e Elisa non hai música, voz en off, actores nin movementos de cámara expresivos. Ao contrario que a maioría dos filmes, no canto de acumular elementos prescindes de case todo...
lunes, noviembre 24
Superficie
viernes, noviembre 21
Películas
jueves, noviembre 20
Reyes
miércoles, noviembre 19
Jamás hombre más nacido para el placer fue al dolor más derecho
Un bohemio a todas luces
Manuel de la Fuente (Abc, 19-11-08)
martes, noviembre 18
Aves de plumaje tan distinto
Los restos de la comida fueron retirados de las mesas a la una de la madrugada. Joyce –ha contado el crítico Clive Bell, quien oyó la historia de boca de Sydney Schiff– siguió sentado, sin hablar, con una mano en el mentón y la otra ocupada con una copa de champagne. A las dos de la mañana estaba completamente borracho y de a ratos soltaba bufidos sonoros.
Quince, acaso veinte minutos después, los Schiff vieron entrar a un hombre pequeño y sigiloso, enfundado en un abrigo de pieles, que se movía –según Clive Bell– como una rata. De lejos parecía pringoso y húmedo. Era el autor de En busca del tiempo perdido. Ya había terminado de escribir su gran novela y todavía la estaba corrigiendo y añadiendo frases. Era entonces mucho más célebre que Joyce, y sus largas frases perfectas, encadenadas unas a otras por una música inimitable, se repetían en los salones con devoción sacramental.
Aunque Joyce no vio a su colega como un hombre enfermo (diría, por lo contrario: “Se queja, pero está más sano que yo”), las drogas que Proust se inyectaba o bebía con frecuencia asesina estaban acabándolo. Seis exactos meses después de la reunión en el Majestic, una septicemia veloz acabaría con él. Dijera Joyce lo que dijera, era un agonizante en lucha contra la muerte.
Cuenta Davenport-Hines que se ubicaron en sillas contiguas. Registra seis versiones de lo que hablaron –una de ella es la de las trufas–, y en todas persiste la incomprensión. Joyce contó años más tarde que la única palabra memorable de aquel encuentro fue un monosílabo, “no”. “Proust me preguntó si yo conocía al duque tal o cual. Le dije: «No». Madame Schiff quiso saber si Proust había leído éste o aquel capítulo de Ulysses. Respondió: «No». La situación era insoportable.”
Otras veces, en sus años de gloria, Joyce pagó la indiferencia de Proust hacia su obra maestra con sarcasmos envenenados. Uno de los apuntes de su diario es revelador: “Los lectores llegan al final de las frases de Proust antes de que él termine de escribirlas”. Y luego, en una carta a su editora Sylvia Beach, que era también la dueña de la célebre librería Shakespeare & Co, cuenta, con un juego de palabras difícil de traducir: “Acabo de leer En busca de las Sombrillas Perdidas por varias Muchachas en Flor en el Camino de Swann con Gomorrea et Cie., escrito por Marcella Proyst y James Joust.” Los dos grandes hombres no volvieron a verse. Eran aves de plumaje tan distinto que sólo se habrían lastimado (...)".
domingo, noviembre 16
La vida inmortal de Manuel y Elisa
Esa respiración agitada va atravesando el filme con una lentitud crepuscular que dota a sus vidas de un sentido magnífico y apabullante. Ni siquiera la rendición vigilante de Elisa, ya al final del filme agarrada a una muleta y sentada en una silla dirigiendo esa labor casi artesana de hacer una cama, deja grietas para el pesimismo. Lo dijo el director Manuel Fernández-Valdés (Pontevedra, 1979) al tomar una decisión sobre aquello que tenía en sus manos: "Si ellos me lo permitían, haría un documental en el que contaría la historia de un matrimonio de ancianos campesinos que se levantan por las mañanas como si fueran inmortales".
Sobre esa base ha construido su ópera prima después pasar varias semanas conviviendo con el matrimonio. Su película es una arquitectura sencilla poblada de silencios que acaban adquiriendo, en su simbólico final, una belleza casi imperecedera. Después de todo Fernández-Valdés, fiel a un postulado, rueda una verdad despojada de retórica que ralentiza sin miedo en una búsqueda casi obsesiva por los pliegues de sus vidas. Hay humor, porque ya tras mostrárselo a los protagonistas, éstos calificaron la cinta de "comedia, pero no sabemos si esto le hará más gracia a nadie", y hay memoria: la del rural que jadea, y aquellas generaciones que van muriendo, testigos de un tiempo y pasto de la melancolía. Manuel habla de su mujer enferma sin dramas, y cita la muerte de ella, y acaso la muerte de él, y lo hace secándose el sudor mientras abre la tierra a paladas, cavando.
jueves, noviembre 13
Fidel Castro / Manuel Fraga: la Revolución era una aldea
Montesco
miércoles, noviembre 12
martes, noviembre 11
Fuegos nuevos / colores nunca vistos
lunes, noviembre 10
Resistencia
jueves, noviembre 6
Superstición
miércoles, noviembre 5
Cópula
martes, noviembre 4
El querido y lamentado pasado
La autobiografía de Twain es una de ellas. En el libro, hay un momento en el que cuenta el día en que con catorce años le tocó hacer el papel de oso en una representación teatral de la fiesta que daba su hermana. Para ensayar su papel se fue a una casa abandonada con el negrito Sandy y allí se desnudó para ensayar el papel de oso. No sabía que se habían escondido detrás del biombo dos chicas para cambiarse, que lo observaron todo. "Daba saltos y cabriolas de un lado para otro de la habitación mientras Sandy aplaudía con verdadero entusiasmo. Caminaba enhiesto y gruñía y daba dentelladas al aire y rezongaba; me ponía cabeza abajo, daba saltos mortales, bailaba una tosca danza con mis zarpas dobladas y mi imaginario hocico olisqueando por todos lados", cuenta Twain, hasta que Sandy le preguntó: "Señorito Sam, ¿ha visto alguna vez un arenque seco?". "¿Tiene algo de peculiar?". "Sí, señor. Puede apostar que la lechera sí. ¡La lechera se los come con tripas y todo!". Rompieron a reír las muchachas tras el biombo y el joven Twain salió corriendo de allí con la ropa en la mano. No pudo mirar a la cara a ninguna mujer en mucho tiempo, sin saber quiénes eran las que vieron aquel espectáculo traumático en un chico de catorce años. Sólo recibió una nota en la que se le decía, burlonamente, que su ensayo había sido maravilloso.
50 años después, en una gira de conferencias, se encontró en Calcuta con una réplica de Mary Wilson, el gran amor de su infancia. Pensó que era un sueño, a tantos miles de kilómetros de casa, pero sólo era su nieta. Ella lo llevó con su abuela, que estaba en un hotel, y juntos "empapamos nuestras sedientas almas en el vino revivificante del pasado, el pasado patético, el bello pasado, el querido y lamentado pasado. Pronunciamos los nombres que habían permanecido silenciosos en nuestros labios durante cincuenta años y era como si estuviesen hechos de música. Con manos reverentes desenterranos a nuestros muertos, los compañeros de nuestra juventud, y los acariciamos con nuestras palabras. Buscamos en las cámaras polvorientas nuestros recuerdos y fuimos buscando, incidente tras incidente, episodio tras episodio, tontería tras tontería, y nos reímos con tantas ganas que las lágrimas nos corrían por las mejillas". Sólo hasta que los dos ya estaban en pie para despedirse, viejos y emocionados, Mary le preguntó tiernamente: "Y dime, ¿llegaste a ver alguna vez un arenque seco?".
domingo, noviembre 2
Al habla con Su Majestad
jueves, octubre 30
¿De qué planeta viniste?
He aquí un alcalde modelo
martes, octubre 28
Pontevedra 1936: la vida en directo
lunes, octubre 27
Minibar
martes, octubre 21
Sexy Money
La serie llegó campaneándose hace poco a la parrilla. Un argumento revolucionario: una familia con pasta que se tira el rollo durante capítulos enteros por culpa del sexo, los negocios y el pasado. Que con la que está cayendo se enganche uno a Sexy Money no deja de ser una truculenta ironía. Pero ahí está el viejo Tripp (inconmensurable Sutherland) reclinado en su sofá, departiendo con Nick, el abogado de la familia (el típico buen chico que acaba poniendo nerviosa a la audiencia, tan huérfana desde Michael Mancini y tan aburrida desde Richard Channing). Y Karen, la divorciada de ojazos marinos que ayer, en un muy estudiado descuido, dejó ver una barriguita sensual, imperfecta y deliciosa, a la exacta manera de aquella barriguita que María de Medeiros quería para poner cachondo a Bruce Willis en Pulp Fiction. Ahí están los dos jóvenes pijazos (Jeremy y la rubiales atontada sobre la que los guionistas han querido descargar hieles dirigidas a Paris Hilton y su linda troupe de niñas descaradas), y el cura que escribe sermones sin saber aplicarlos, follarín y más pecador que el diablo: llega a sobornar (In God We Trust) para quedarse la custodia de su hijo.
Y luego, en fin, está el héroe moderno que aspira a presidir los EE UU sin saber presidir aún su sexualidad: William Baldwin en la grasilla de Patrick Darling. Le pasa algo curioso a Baldwin: a medida que su cara ha ido engordado se han achicado sus ojillos de furioso azul océano. No es su hermano Alec, pero ya está en disposición de engullir la mitad de calorías que él. Mal rollito teniendo en cuenta que era en esa limpia mirada donde se asentaba, desordenado y caótico, su magnetismo sexual: se le escapó la Stone echando pestes y se le escaparán más, siempre que no atranque él mismo la puerta. Patrick encarna a la esperanza de los Darling, visto el indecente currículum que el genial Tripp fue diseminando después. Pero a su familia (esposa e hija) le sobra alguien, y no es una tercera (aunque tampoco un tercero). Así que Patrick lleva media serie sin saber para dónde tirar y a quién creer, con la mirada extraviada en algún punto intermedio entre su paquete y el de su novia
lunes, octubre 20
Que lo lean
jueves, octubre 16
Los mismos malditos imbéciles
-Los mismos malditos imbéciles, Sam”.
martes, octubre 14
domingo, octubre 12
Carámbanos
sábado, octubre 11
México lindo
jueves, octubre 9
Mexan por nós
martes, octubre 7
El paraíso eran las vacas
"Nos esperan 99 vírgenes perfectas que nos adorarán... ¡eternamente!".
"¿Qué dices? Pensaba que eran cien".
A Idílico, el toro que indultó José Tomás hace unas semanas, le esperan cuarenta vacas y vida de semental: lo llevaba en el nombre. El animal tuvo suerte. Otros indultados no superan la ansiedad y el estrés de tan artística faena y mueren a los pocos días. Pero curados los tajos de veinte centímetros de profundidad repartidos por los lomos y con ochenta kilos menos que con los que partió a la plaza, regresa al toro a la vida. Tendrá cuatrocientos hijos, que son más o menos los que dicen que tiene Bin Laden. No se descarta que Tomás los indulte a todos en una tarde mágica.
Cierta idea del paraíso ya está en la Tierra y los caminos para llegar a él no exigen la vida: basta con salir a la arena a embestir con garbo para que luego a uno le concedan, graciosamente, el indulto y cuarenta vacas. Otros prefieren sin embargo el camino de carretas de la muerte. El de la foto, por ejemplo, es Omar Bakri Mohammed, y sus posiciones como clérigo de la comunidad musulmán (la depravación y la moral degenerada de unos países condenados a la destrucción y a la muerte) le llevaron a ser expulsado del Reino Unido. Hizo las maletas y marchó, pero olvidó algo: su hija. La niña tiene hoy 26 años y es bailarina de striptease: salió al padre, pero del revés. No parece consternada porque Occidente es lo que tiene.
lunes, octubre 6
Sementales
jueves, octubre 2
Sé lo que hicisteis en la última caverna
Franquistein
miércoles, octubre 1
O derradeiro acto de Valle-Inclán
Un mozo levaba tempo indo a unha das tertulias que Valle-Inclán tiña en Madrid. Pasaron dous anos antes de que puidese ler un poema seu, e unha tarde Valle autorizouno. O rapaz colleu aire, mirou ao tendido e lanzouse. Non lle deu tempo a moito, porque no terceiro verso escoitou, morto de vergoña, un tremendo orneo. “¿Quién..., quién fue?”, preguntou. “Habrá sido el eco”, respostou, cun sorriso malvado, Valle. ¿Certo ou non? De Valle, advirte o seu neto Javier del Valle-Inclán Alsina, cóntanse historias populares como se contaban de Quevedo: lendas que circulan nun círculo ademáis tan sensible a elas, como o literario. Da súa estadía en Santiago de Compostela, a derradeira estación da vida do escritor de Vilanova, publica estes días Javier del Valle-Inclán, Carlos G. Reigosa e José Monleón ‘La muerte de Valle-Inclán. El último esperpento’, editado por Ézaro.
Chegou Valle a Santiago en marzo de 1935 e ingresou no sanatorio Villar Iglesias, onde acabou morrendo de cancro o 5 de xaneiro de 1936, negándose a recibir o auxilio relixioso. Por este “príncipe de las letras castellanas”, que dixo o alcalde de Santiago nun bando (“Valle-Inclán reposa para siempre entre nosotros, fundido en la historia de la ciudad como un aureo blasón, como un diamantino broche”), sucedéronse artigos e reaccións por toda España, tamén na súa Galicia. En A Nosa Terra, dixo o Partido Galeguista: “Tense discutido moito a prol de si a obra de Valle Inclán era ou non obra galega. Nós coidamos que si. Galega pol-a forma e galega polo esprito que a animou. (...) Valle-Inclán veu morrer á súa terra. No Sant-Iago das súas primeiras novelas repousa xa para sempre o seu corpo”. Castelao, dise no libro ‘La muerte de Valle-Inclán’, foi máis breve, pero tamén contundente: “Jamás he visto un cadáver que me infundiera más respeto. (...) Toda Galicia está en su cuerpo”. Valle-Inclán Alsina xa documentara os derradeiros días en Santiago cun traballo editado polo Concello. Nel se di que a última homenaxe a Valle antes da Guerra Civil foi en Pontevedra, onde se levantou un busto dos alumnos do Instituto de Tui, entre eles Álvaro Álvarez Blázquez. O acto foi o domingo 21 de xuño, e alí estaban entre outros Osorio-Tafall, Iglesias Vilarelle ou Manuel Cabanillas. Tamén un mozo que, cita Valle-Inclán Alsina, “anos despois acadaría sona como poeta e editor”: o pontevedrés Sabino Torres.
Nun traballo feito por Francisco J. Pérez Blanco, do departamento de Medicina da Universidad de Granada, relátase con precisión as penurias físicas de Valle. Titulado ‘La hematuria de Valle-Inclán’, o autor fala do uso de cannabis e alucinóxenos non para evitar o dolor, senón como maneira de evadirse. Deixa escrito ademais a idea que había por Santiago de facer unha recolecta para regalarlle un pazo, ao que resposta: “¿Un pazo? Es tarde. Más bien un arreglo en la fosa común”. Nas súas memorias Cela di que Valle morre na cama escribindo un poema que empeza: “Caballeros, ¡Salud y buena suerte! / Da sus últimas luces mi candil / Ha colgado la mano de la muerte / papeles en la torre de marfil”. La Voz escribe que dixo esta frase: “No quiero en mi entierro ni cura discreto, ni fraile humilde, ni jesuita sabiondo”. Aos xornalistas que tanto inventaran sobre el, déixalles: “Te dejo mi cadáver, reportero. El día que me lleven a enterrar fumarás a mi costa un buen veguero, te darás en La Rumba un buen yantar”. Feo, católico e sentimental, morreu como dixo Umbral que vivira: con señorío, sinceridade e insolencia.
domingo, septiembre 28
Vela
jueves, septiembre 25
Paisaxe
miércoles, septiembre 24
Poniendo a punto el 'asquímetro'
martes, septiembre 23
Parto
Saturno comenzó a devorar a sus hijos por miedo a que alguno le arrebatara el poder. Todos tuvieron el destino atroz que le habían guardado los dioses menos uno: Rea, su madre, lo evitó entregando una piedra envuelta en mantos que Saturno engulló inconsciente. Aquel niño era Zeus, fue criado por ninfas y en la hora de la venganza hizo beber a su padre una pócima con la que vomitara a todos los hijos tragados hasta entonces y desatar una guerra feroz de diez años. Atenea, diosa de la sabiduría y la guerra justa, nació de la frente de Zeus, su padre. Hefesto abrió la cabeza del dios con su hacha minoica de doble hoja y Atenea saltó de allí completamente adulta "y llamó al ancho cielo con su claro grito de guerra. Y Urano tembló al oírlo, y la Madre Gea...". En la antigua Grecia, cuando nacía un hijo se colocaba una corona de olivo en la puerta de casa si se quería un guerrero o una corona de laurel si el deseo era que fuese deportista: en el caso de naciese niña, se colgaba una madeja de lana en representación de sus labores domésticas. Luego el padre tenía la última palabra de su destino: aceptarlo o rechazarlo. Si lo rechazaba se exponía en un lugar público para el que quisiera tenerlo: en Esparta al niño se le subía a un monte a dejarlo morir. Al saber Layo, rey de Tebas, que el destino de su hijo era matar al padre y casarse con la madre, ordenó deshacerse de él nada más nacer. Un soldado lo subió a un monte en el que le agujereó los pies y luego lo colgó de un tronco cabeza abajo para que las bestias lo devorasen. Fue un pastor el que le salvó la vida y lo entregó a una reina estéril, que lo adoptó y lo llamó Edipo, que significa "pies hinchados". Que el pezón y la aureola del seno de la madre crezcan durante el embarazo se interpreta como un signo claro para que el bebé se aferre con facilidad a él, como un ciego que ve apenas una luz sobre la que sostener su equilibrio. Las estimulaciones nerviosas del pezón envían señales al cerebro ordenando liberar dos hormonas: prolactina y oxitacina. A causa de la función primordial del cerebro, es común que la bajada de la leche al seno se produzca incluso cuando la madre escuche el llanto de otro bebé. De la misma manera que hay milagros para los que la Historia no tiene respuesta, tampoco la ciencia tiene por qué auscultar en su grandeza el secreto de la emoción humana, aquella más lejana que uno sólo puede compartir consigo en momentos de especial alegría o extraordinario dolor. Hace unos meses alguien escuchó en las calles de Madrid a un padre preguntarle a su hijo de cinco años en qué pensaba cuando aún no podía hablar. "Que te quería mucho y que no podía decírtelo". La vida empieza a ser algo lejano en el momento en que uno abandona el pecho de una madre. Esa separación empieza antes de que el crío sepa andar y son sus padres los que sostienen sus primeros pasos entre la ilusión, la nostalgia y la certeza. Ya en el parto (del verbo partir, marchar) se confunde el dolor y la alegría. Así siempre lo han querido los dioses.