Como se preveía hace ya muchos años, casi desde que la revista Qué Leer lo presentara a mediados de los 90 como un monje benedictino de las letras de holgado capuchón, en violenta face-to-face con los salvajes Loriga y Mañas, Juan Manuel de Prada ha escrito en un dominical el artículo que lo depositará ruidosamente en la posteridad. Sospecha en él de la evolución, algo que debe de ser probable en algunos hombres más que en otros, defiende el creacionismo con rigor literario (que en ciencia es el rigor mortis) y larga alborozado, sacándose el hábito en despelote feroz, un final espléndido, imagina uno que a la altura de todos los finales espléndidos de las novelas a los que sus lectores nunca tuvieron la paciencia de llegar. "El creacionista no es ese friqui fanático que se aferra a la literalidad del primer capítulo del Génesis; es, pura y simplemente, la persona que se niega a comulgar con las ruedas de molino del pienso ideológico con el que nos pretenden abducir y se pregunta: ‘¿Qué ocurrió en las cavernas para que un ser rudo y primitivo se pusiera a pintar?". Qué ocurrió, se pregunta De Prada delante de las cuartillas agarrándose los cabellos. ¡Qué ocurrió!, grita tirando las gafas al suelo, sofocado, mientras garrapatea en la esquina de un folio el teléfono de Telepizza. ¡Qué ocurrió! No ocurrió nada. Qué iba a ocurrir. Un ser rudo montó a otro y luego, en vez de fumar un pitillo, se puso a pintar la mona, de ahí la expresión. La comunidad científica se ha echado encima de él sin tener el coraje de no hacerlo, que era lo difícil. Juan Manuel de Prada es un escritor que trabaja con palabras (demasiadas) y que vive la vida literaria que tanto ha admirado en otros tiempos. Ha tenido jaleos muy sonados con Trapiello y un destete ingrato con Umbral, que lo amamantó en su flácido pecho. Está en la pomada, que se dice, y a veces cuesta. Es como una famosa de la que se deja de hablar un tiempo: necesita ir a la tele a decir que se ha follado a un delantero. De Prada también se trabaja de cuando en vez golpes sonoros, como preguntarse enrabietado qué pasó hace miles de años dentro de una caverna para que allí dentro se dibujasen bisontes o exigirle a la ciencia que demuestre que no existe Dios y, de paso, el Ratoncito Pérez. Juan Manuel de Prada es escritor y más aún: literato. De los cargantes, por eso el ornamento, los floripondios, los latinajos y esa jabonosa prosa casi intraducible, de lo coñazo, en sus comienzos. No se alboroten los científicos y no se pongan cachondos los que aún esperan a los Reyes Magos. A De Prada le importan un pito Darwin y el creacionismo: él sólo quería un sitio con mucha luz en el que ir amontonando sus adjetivos.
jueves, octubre 2
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3 comentarios:
Acabo de leer el articulito del tal Manuel y es... como lo diría, infumable. Mira que a mi el tipejo este me caía mal, pero ya siendo creacionista y con planteamientos tan profundos revolviéndole el intelecto , vamos que le veo tal cual dices, tirándose de los pelos.
Pedante es un ratito, pero ¿no te parece que utiliza demasiado en su tostón de artículo la palabra friqui? En fin, que si no es por ti me pierdo esta joyita literaria y no llegaría a enterarme jamás de que los monos no pintan.
En el blog Fogonazos lo ponen a parir, con argumentos. Pero no sé si es un ejemplo de lo que te parece que sobraba hacerle.
Un abrazo.
Lo vi, sí. Yo soy más de la doctrina Dawkins: evitar debates. Hay verdades que uno tiene que traerse aprendido de niño, no se puede estar a estas alturas con ciertos sonajeros.
Un abrazo.
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