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martes, octubre 21

Sexy Money

Ando estos días enganchado a Donald Sutherland, que es la manera más fina que he encontrado para decir que estoy enganchado a Sexy Money, la serie de Antena 3 que retrata el alboroto de la riquísima familia Darling. Perra vida ésta. Se va uno de Esperanza Sur a los desayunos con diamantes de Nueva York sin cambiar el pantalón del pijama y sin detener a tiempo los churretones de aceite que caen bocadillo de calamares abajo. En fin: los Darling, qué gran familia. Y el share, qué noria del destino. O como dijo hace poco un amigo: "Las tetas, qué curioso accidente geográfico".

La serie llegó campaneándose hace poco a la parrilla. Un argumento revolucionario: una familia con pasta que se tira el rollo durante capítulos enteros por culpa del sexo, los negocios y el pasado. Que con la que está cayendo se enganche uno a Sexy Money no deja de ser una truculenta ironía. Pero ahí está el viejo Tripp (inconmensurable Sutherland) reclinado en su sofá, departiendo con Nick, el abogado de la familia (el típico buen chico que acaba poniendo nerviosa a la audiencia, tan huérfana desde Michael Mancini y tan aburrida desde Richard Channing). Y Karen, la divorciada de ojazos marinos que ayer, en un muy estudiado descuido, dejó ver una barriguita sensual, imperfecta y deliciosa, a la exacta manera de aquella barriguita que María de Medeiros quería para poner cachondo a Bruce Willis en Pulp Fiction. Ahí están los dos jóvenes pijazos (Jeremy y la rubiales atontada sobre la que los guionistas han querido descargar hieles dirigidas a Paris Hilton y su linda troupe de niñas descaradas), y el cura que escribe sermones sin saber aplicarlos, follarín y más pecador que el diablo: llega a sobornar (In God We Trust) para quedarse la custodia de su hijo.

Y luego, en fin, está el héroe moderno que aspira a presidir los EE UU sin saber presidir aún su sexualidad: William Baldwin en la grasilla de Patrick Darling. Le pasa algo curioso a Baldwin: a medida que su cara ha ido engordado se han achicado sus ojillos de furioso azul océano. No es su hermano Alec, pero ya está en disposición de engullir la mitad de calorías que él. Mal rollito teniendo en cuenta que era en esa limpia mirada donde se asentaba, desordenado y caótico, su magnetismo sexual: se le escapó la Stone echando pestes y se le escaparán más, siempre que no atranque él mismo la puerta. Patrick encarna a la esperanza de los Darling, visto el indecente currículum que el genial Tripp fue diseminando después. Pero a su familia (esposa e hija) le sobra alguien, y no es una tercera (aunque tampoco un tercero). Así que Patrick lleva media serie sin saber para dónde tirar y a quién creer, con la mirada extraviada en algún punto intermedio entre su paquete y el de su novia

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