Me he trasladado! Redireccionando...

Deberías ser trasladado en unos segundos. De no ser así, visita http://www.manueljabois.com y actualiza tus enlaces, gracias.

sábado, julio 21

Sangre azul

El jueves es una revista que sale los miércoles y que esta semana permanece secuestrada en el zulo de la libertad de expresión sexual porque hay cosas que el juez Del Olmo y el fiscal general prefieren no ver. La portada de la revista muestra un dibujo de los príncipes de Asturias en pos de un suculento botín que les aliviaría el fin de mes: 2.500 euros. Hacen, para ello, lo que mejor han sabido hacer los Borbones por España: multiplican los panes y los peces para luego sacarse una foto en cualquier jardín y alimentar las sobremesas de la clase media con comentarios del tipo ‘qué revoltosa es Leonor’ o ‘qué gracia tiene Froilán’. La postura de los Príncipes, que tantos problemas da en tantos trabajos (los periodistas nos encorvamos frente al teclado, pero se ve que no somos los únicos), ha sido tachada de irreverente. Se prefiere para estos casos el misionero funcionarial y tedioso, en oscuridad y bajo el crucifijo de la misericordia: probablemente así el Abc hubiera reproducido la portada. Sin embargo el dibujante encendió las luces y los puso mirando al mismo punto: sacro error. El escándalo ha revoloteado cuando el Tomate lo puso en órbita. El Jueves es una de esas revistas queridas pero poco leídas: y cuanto menos leídas, más queridas. Se hojea en las estanterías la tira de Clara de noche y luego el personal compra la Interviú o se va directamente a la Hustler. A veces, como esta semana, no hace falta ni llegar a Clara. El caso es que el juez Del Olmo seguía con emocionada devoción los últimos pasos de Paquirrín en su particular via crucis y se topó de bruces con un dibujo. Al juez no le importan lo que los medios le hagan a las personas, sino que se les dibuje adecuadamente, con un mínimo de pudor. Si tienen, por supuesto, sangre azul.

Pajaritos

Mediado el concierto de Sabina&Serrat se acercó a la plaza de toros un furgón de la Policía Nacional se suponía que para levantar atestado y detener, de paso, a los responsables de la organización que dejó a mil personas con entrada a las puertas: como el matrimonio de Ferrol que pidió el día libre y consiguió dos entradas en la reventa por 170 euros. Pero no: la ‘lechera’ venía cargada de antidisturbios dispuestos a proteger el orden público y garantizar el éxito (ya enturbiado) de Sabina y su soci en el negosi. Pasaron ya muchos años desde que el “mucha mucha policía” se convertía, producto del éxtasis colectivo, en un directo y eficaz “puta puta policía”: la canción sonó en el concierto, y ni siquiera entre el público hubo quien se atrevió a arrimarse al toro, visto lo que había montado fuera. La pestañí se desplegó protegiendo la plaza de un atentado con coche bomba, y los más animosos fueron a la Comisaría a denunciar el ultraje, la estafa y el engaño mientras por las ventanas de la plaza se deslizaban las notas de Y sin embargo. Dentro, Gabilondo se arrancaba desde una pantalla quejándose de la organización: las burlas del destino. Y Sabina&Serrat, apestados fuera, dentro lucían divinos: lo devoraron todo atizando la memoria sentimental y regalos inéditos, como Pastillas para no soñar y un final escalofriante: Para la libertad (Porque donde unas cuencas vacías amanezcan, / ella pondrá dos piedras de futura mirada / y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan / en la carne talada). También pidieron disculpas, que llegaron muy tarde. De ellos no dependía, pero era su espectáculo, y su imagen: hay que estar a todo, pájaros. Salieron de Galicia, sino jodidos, sí jodiditos. Que vuelvan.

Marabillas modernas

O Concello de Caldas viuse envolto nos últimos meses nunha cuestión de Estado. Unha rapaza dispuxo dun teléfono para chamar unha e outra vez ao 905411541:66.342 chamadas, a unha media de dúas chamadas por minuto, mañá e tarde, para o cal se abría o Concello. Ao outro lado da liña, cobrando 0,95 euros por trinta segundos, o programa Son de estrelas. E un obxectivo manifesto, da rapaza e do Goberno local: salvar o soldado Ryan, que viña sendo María Chenlo, a cantante de Caldas que chegou ata a final. O apoio, xustificado polo tirón que lle daba a Caldas publicitariamente a moza, saíu nuns sete mil euros. Os Independentes de Caldas falan dun auténtico escándalo que ten que ter responsabilidades políticas e incluso penais.Desde logo que o é: con sete mil euros non se pode ir a ningún sitio. Pódese facer máis, e o que queda agora é un exercicio de autocrítica para preguntarse por que non había disposta unha partida millonaria: paga o Madrid trinta quilos por Pepe e non imos nós rebentar as accións de Telefónica poñendo a un exército chamando a Son de estrelas. Pero non perdan de vista á rapaza: para estar soa, e cuns medios pobres e un orzamento de coña, solventou ben a papeleta. Que lle poñan unha cláusula de rescisión, a ver se con ela metemos as augas termais nas marabillas do mundo.

Parto de Gobierno

Con un acuerdo roto en el último momento por algo tan ridículo como una llamada que se sospecha de Lugo, un vodevil público en prensa, tirones de orejas, broncas y la reprimenda paternal y ridícula del presidente Touriño pidiendo tiempo muerto para que se serenen los ánimos. Así anda ahora la izquierda pontevedresa: moribunda, deambulando por los titulares como un fantasma sin cadenas, arrastrando el pesado estertor de la derrota sin saber siquiera gestionarla para pasmo de sus votantes. Las elecciones dejaron descolgadas tres conclusiones internas digeridas con dificultad. El ‘tomo nota’ de Telmo Martín al comprobar que el PP subía como la espuma en todas las mesas del municipio y no lo hacía en las mesas de la burguesía tradicional: el PTV al que Martín atribuye caspa y rencor. El ‘quise y no pude’ de los socialistas, enfangados en una victoria pírrica subrayada por el batacazo del BNG: un 7-6 que es como un 10-9. Y la convicción de Fernández Lores de no haber sabido hacer llegar al pueblo sus logros, teñido todo ello de esa sensación inquietante de compartir diagnóstico con el PP, que siempre achaca sus derrotas a problemas de comunicación: lo hacemos de puta madre, pero no lo decimos mucho. Tras las sensaciones, la realidad: Martín ganó las elecciones, pero la mayoría social salió raspadita de izquierdas y sus votantes merecen una coalición de gobierno, sino modélica, sí al menos digna y solvente. Pero en Pontevedra se está gestando ya no un pacto, sino un parto repleto de desconfianzas, sospechas y tutelajes que no parece tener destino. S i este panorama se prolonga más allá de lo prudente, mejor será que BNG y PSOE apaguen los teléfonos, apoyen los papeles sobre la mesa y dejen gobernar de una vez al PP.

Bocados

Un agricultor chino rodou durante dez minutos pelexando cun can que atacaba á súa mascota: acabou con el dunha chachada no pescozo, e liscou ao hospital curar as feridas. Foi unha loita a morte, limpa e dura: e longa, coma unha matanza. Cando acabei de ler a nova tomei un respiro e sorrín. Estas son as noticias que lle fan crer a un no xornalismo, e mesmo na Humanidade: esta conxunción natural de primitivismo e progreso, ben entendido como tal. A evolución, entre algunhas cousas boas e outras malas, púxonos cubertos nas mesas, pistolas nas mans e escrúpulos na cama.Pero o pracer moitas veces atópase por animal, non por pracer. Ese agricultor encarna a virtude exacta dunha civilización camiño de perderse: poñerse á altura do opoñente, e utilizar as súas armas en defensa propia. Alguén con menos sensibilidade cargaría de cartuchos a escopeta. Son os mesmos que prefiren baterse coa nimiedade de Adriá seleccionando os cubertos que coa carne asada da Feira Franca enchendo as mans de graxa os que prefiren foder cunha canción que foder a monte. Miren vostedes, cando foi o concurso ese da túa palabra favorita eu apunteime a ‘perro’. É unha verba que desfalece ao traducirse ao galego, pero mantén a esencia. É suxa, forte: é unha palabra ‘perra’. Agora hai unha modelo por aí que se fai chamar así: ‘la perra’. Xa lles gustaría a moitos pelexar con ela dez minutos a bocados.

Especial y atípico

Corto y pego del tierno teletipo de Europa Press que apareció, reluciendo como el Niñito Jesús, a última hora de la tarde de ayer a Redacción: “El Partido Popular justificó hoy la asignación de este sueldo Catalina González alegando que Sanxenxo es un ‘ayuntamiento especial y atípico’ porque su ‘dinamismo’ necesita que cada uno de los concejales y alcaldes ‘se dediquen al 100% a trabajar por los vecinos”. Se descuelgan varias lecturas de la información. La primera, y más evidente, es que hasta su marcha Telmo Martín, y sus concejales, no trabajaron al 100% por los vecinos de Sanxenxo. La concejala de Servicios Sociais, Catalina González, tampoco. En proporción a los actuales sueldos, trabajaban aproximadamente la mitad. Cuando uno correteaba por Sanxenxo allí te encontrabas a Rodríguez Lorenzo y a Pepe Aguín despachando la actualidad y cobrando en pesetas. Entonces Sanxenxo no era un ayuntamiento especial ni atípico, sino algo más parecido a una aldea en la que, como Macondo, algunas cosas ni siquiera tenían nombre, y un día mi padre me llevó a conocer el hielo a una montaña de Dorrón.

Ahora, en el ‘postelmismo’, según afortunada acepción acuñada por Adrián Rodríguez, Sanxenxo ha pasado a tener una necesidad de gestión comparable a la de Galicia entera: Touriño cobra 81.000 euros y Catalina 78.000. De ahí su sello “especial y atípico” que le han buscado para justificar sueldos tan lucidos que a los propios militantes del PP (no digamos ya sus votantes) se les está cayendo a cara de vergüenza, recordando aquello que contó en su día Portorosa, un maravillloso blogger de la tierra: “En un municipio próximo a Copenhague el ayuntamiento contrajo una deuda que no pudo justificar. Desde entonces, y hasta que liquiden el endeudamiento público, los vecinos pagan un 2,5% más de impuestos. Se considera que quienes actuaron mal eran sus representantes; y los vecinos entienden (es de suponer) que la próxima vez deberán pensarse mejor a quién votan”. Además de esa receta, no sujeta a comparaciones pero graciosamente sintomática, en Pontevedra el jefe de la oposición Telmo Martín pide “mesura” y dice, con razón, que deberían fijarse por ley los sueldos de las cargos públicos en relación a sus poblaciones. Martín habla no tanto desde su posición política como profesional: qué carallo le importará el sueldo a un constructor.

Nosotros nos preguntamos, desde nuestras asfixiadas nónimas y nuestras vidas sin gastos de representación (porque bien representados estamos, pero en Adolfo Domínguez sacamos nuestras flacas visas, y nadie quiere pagar nuestros viajes): si un municipio de 17.000 habitantes necesita estar gobernado por una persona que cobre 78.400 euros, ¿cuánto debe cobrar la persona que gobierne una ciudad de 300.000 habitantes? Pero no se vayan a creer que les tembló a los concejales el brazo a la hora de votar sus propios sueldos, alimentados por el contribuyente, con toda la oposición en contra y la prensa detrás, entre el estupor y la indignación: qué va, qué les fue a temblar. Derechito y firme, como felices alumnos que se saben la lección de memoria. No la van a saber.

Touros

Dáme un pouco de pena a historia dese pai que botou a correr Pamplona abaixo nos Sanfermíns co seu fillo de dez anos da man. Colleuno a prensa, e a prensa regaloulle a imaxe ao mundo e ao xuíz, que ordeou que o fillo pase á custodia da nai. O pai do rapaz é un deses aficionados aos touros que non perden festa. Un señor dos arredores de Madrid que foi no 11-M un heroe anónimo máis descargando feridos e mortos coa delicadeza e dignidade que esixía o momento. E levou ao rapaz aos Sanfermíns, pasaron los toritos bravos e logo os mansos: saíron dos dous da man, xa sen perigo. Home, a imaxe impacta: por iso é boa. Pero nunca tiven moi claro iso dos límites da idade, nin cando empeza a responsabilidade dun. A maioría da xente que corre alí non é moito máis madura que ese rapaz. Ademais, é moi difícil atopar no encerro máis de cen persoas que non consumiran unha gota de alcol. Aí, menos os veteranos e os expertos que recollen o espírito do rito, baixa todo Deus cunha borracheira como un piano, cando non directamente drogados, e algúns paran na metade para botar a pota e seguir a trompicóns: xa me dirán vostedes. Probablemente nos últimos Sanfermíns o rapaz era a persoa máis sensata da festa. E ía nos últimos, afastado de borrachos e de cornos perigosos. Nada máis coñecer a decisión xudicial o pai apareceu na porta da casa da nai co fillo da man: cornadas te da la vida.

lunes, julio 9

El pesimismo histórico

Hace ya unos meses, en una entrevista en El País, Pere Navarro dijo que él no conducía: para qué, si es director general de Tráfico. Su gobierno de las carreteras se ha traducido en el carné por puntos y una sensibilidad muy atenta en la publicidad televisiva, en cuyos anuncios siempre ha predominado una fusión de Candy Candy y La aldea del arce en tonos pastel. A Navarro le pusieron el otro día en la Ser un micrófono delante, y su estupor debió ser el mismo que si le hubiesen puesto un volante. Pero ya puestos, debió pensar, se arremangó y se acercó al toro con destreza palpando a ciegas una fibra sensible. El carácter del gallego: teoría y praxis, o sea. Desconocíamos la formación psicológica de Navarro y sus veleidades antropológicas, aunque sí su gusto por los charcos, así que a pocos sorprendió que dijese que los gallegos están instalados en el “pesimismo crónico, histórico”: “me dicen que llueve demasiado, que si la dispersión, si el estado de las carreteras”. Y acerca del carné por puntos y su escasa influencia en Galicia, Navarro lo achaca al “problema psicológico” de los gallegos: los accidentes se están reduciendo pero Galicia no lo ve, porque está instalada “en el pesimismo”. El carácter del gallego es uno de los temas más aburridos y artificiales a los que nos enfrentamos los gallegos en las sobremesas. Lo elegante ahora es evitarlo y hablar de sexo, preferiblemente duro, que para eso estamos en verano. Como a veces en la mesa se cuela algún turista, o algún retornado, sale aquello de “es que los gallegos”. Yo siempre pienso en aquel artista que aterrizó en Londres y le preguntaron qué le parecían los ingleses y respondió, impasible: “No los conozco a todos”. La frase no exige ni siquiera un rastro de desprecio. Que luego haya un subterráneo denominador común, o alguna graciosa pirueta diferencial, es normal. Hemos soportado más de medio siglo a dos ilustres cuñas de nuestra madera: Franco y Fraga. Pero, volviendo al querido Navarro y su espíritu boludo de psicoanalista latinoché, están luego las sensibilidades de quienes se toman demasiado en serio a sí mismos. Es decir: el colectivo de gallegos orgullosos de serlo, como si no hubiese existido más destino que el haber nacido a este lado de los Ancares, y no en Damasco o en Moscú. Y ahí los encontró el director general de Tráfico: rompiéndole los huevos con idéntico entusiasmo, con pesimista fragor.

domingo, julio 8

Yo lo valgo

En la portada del Diario sale la alcaldesa de Sanxenxo agarrando la bandera azul con las dos manos, como si sujetase la nómina, mientras la chica de Protección Civil la mira flipada: la señora se acaba de duplicar el sueldo, y cobrará casi 80.000 euros. Qué hacía ella sujetando la bandera en vez del mayordomo no lo explicaba la noticia: una lástima. Pero estamos ante la primera medida de impacto del nuevo Gobierno local, y ha habido sorpresa: no lo llevaban en el programa. Con lo fabuloso que hubiera sido empezar con el punto primero: “Queridos vecinos, si me dais vuestra confianza y resulto elegida alcaldesa de Sanxenxo prometo subirme el sueldo 30.000 euros así me siente en el sillón”. Pero nada. Quince días de campaña y tres meses de precampaña explicando las grandes promesas, desmenuzando la rimbombante “acción de gobierno”, decenas de entrevistas con los medios y ni rastro: algo pasó, que no lo dijeron. Debía de ser la baza sorpresa de Catalina González Bea y con el estrés se le olvidó anunciarlo. De ahí la mayoría raspada: si lo anuncia en el mitin de cierre la llevan esa noche a hombros al Ayuntamiento. La pasta que se levantan sus compañeros no está mal, pero en fin: entre 54.600 y 40.600 euros, que es más o menos lo que ando cobrando yo por columna, depende de cómo me salga. Claro que hablamos de Sanxenxo, la metrópolis del nuevo siglo: aquí un concejal de Deportes necesita días de 30 horas para gestionar las pachangas de los jueves. Por lo menos ya ha prometido la alcaldesa que tendrá siempre abiertas las puertas de su despacho para que los vecinos hablen con ella y la toquen, si quieren. Se trata de imprimir un nuevo estilo, diferente al ocultismo de Amancio Ortega o la frialdad de Alicia Koplowitz. Cati: forrada, pero muy cercana.

martes, julio 3

La primera vez (y IV)



Nueva York era su ciudad, y siempre lo sería
Woody Allen

En último caso, Nueva York era la ciudad automática: “El momento presente íntegro, puro, total, aislado, desconectado. Sólo Nueva York ha acertado a encarnar nuestra época”, según Camba. La ciudad desde la que se desangraron a dos tiempos Lorca (“¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!”) y Hierro (“La mano es la que recuerda”). Y un escenario sentimental, nada lírico, distinto cuanto más familiar. En último caso Nueva York ya no sólo era Long Island y el gran Gatsby, sino Paul Auster, Holden Caulfield, Martin Scorsese, Dos Passos y Coppola y los muchachos Corleone. Nueva York era Frank Sinatra, Cary Grant, y en último caso Nueva York era Woody Allen: “Tras sus gafas de montura negra se agazapaba el vibrante poder sexual de un jaguar. Nueva York era su ciudad y siempre lo sería”. Pudimos haber ido un año después, y pudimos haber nacido allí. La sensación de familiaridad era por momentos abrasante, y el poder de absorción temerario. Después de más de una semana rondando los alrededores, cuando el metro nos devolvió al Upper West Side sentimos una ridiculez: “Ya estamos en casa”. Y eso que habíamos cambiado de hotel (pero seguimos desayunando el brioche en el mismo lugar). El primer día lo dedicamos a deambular casi románticamente para llegar sin quererlo a Chinatown y toparnos de frente, calles más allá, con Little Italy. Cuando se hizo de noche llovió: en mitad de la película, a la manera de Cortázar. Y no hubo manera de parar a un taxi hasta que a la carrera, y con la mano levantada, conseguí que uno se arrimara a nuestra vera un toro manso y amarillo. En último caso, cualquier taxista podría lucir la cresta de De Niro, y ya sabíamos porque lo habíamos visto y lo habíamos repetido que Nueva York era la ciudad de Woody Allen, y que siempre lo sería. Y luego estaba la sombra de Duke Ellington, corazón también vibrante de la era del jazz. Todas las primeras miradas salen del taxi: el paseo inaugural y cercano y maravillado, con las luces de la noche parpadeando en los rascacielos como mariposas agónicas, y el sofoco de la noche lluviosa bajo un estupor anestésico y adolescente. La ciudad automática, vista tiernamente en la primera cita como una casta adolescente de bragas usadas a punto de ser arrojadas al Hudson. Y aquella expresión de Faulkner: “Una tragedia de segunda mano”. En último caso Nueva York era la ciudad a la que queríamos ir: por motivos diferentes y cercanos. Y porque en último caso podríamos pasear en calesa por Central Park, o alquilar un bote allí mismo y remar antes de sentarnos como una pareja de extraños a punto de enamorarse bajo el puente de Queensboro, participando de aquellas emociones, de aquel murmullo continuo que cita Muñoz Molina y de la marea de gente que circula por sus calles como extraterrestres siguiendo un código secreto. Participando en silencio, perdidos y asombrados, como niños que no esperan al amanecer para desenvolver los regalos del seis de enero, del recuerdo intenso, aromado y feliz de la primera vez que estuvimos en Nueva York.

lunes, julio 2

Cape Cod (III)

Subiendo desde Nueva York y pasando por Rhode Island, salvando New Haven y circulando despacio por la tierra de los caminitos que se cruzan y descruzan entre casas de madera de céspedes pulcramente cortados los domingos por la mañana, se llega a una lengua de tierra que sale disparada hacia el mar formando un arco que puede interpretarse fácilmente, a vista de pájaro, como un gancho o un fresco corte de manga. Es Cape Cod, el cabo de pueblos como Sandwich, Truro, Hyannis (el lugar elegido por el patriarca Kennedy para darle a los EE UU su propia dinastia maldita) y, en la punta más alejada, Provincetown. Nos alojamos a medio camino en un motel de carretera regentado por una familia china y en el que se relucían, esplendorosos, dos impactos de bala en la recepción misma. Esa noche apareció sentado junto a la puerta un policía bajo un gorro tejano y agitando una libreta de mano: interrogó a E. alternando malas y buenas maneras, dónde había pasado el día y por qué había parado allí, mientras yo vaciaba las maletas en el cuarto y quemaba pruebas. El último día en Cape Cod partimos para Provincetown con la única esperanza de encontrar buenas playas y un sonido más populoso que el viento trenzando el mar. Nos recibieron calles alegres engalanadas con banderitas portuguesas (se celebraba el festival de música en memoria de los viejos colonos) y señores maduros entrando de la mano en locales presididos por la vigorosa bandera del arcoiris. Digerimos una alegría desconocida: Provincetown es una ciudad pequeña sin rastro de la globalización (McDonalds, Dunkin Donuts, Starbucks, Burguer King están prohibidos en aquella Arcadia) y absolutamente gay. Las tiendas de souvenirs venden camisetas con las frases que han hecho historia de George Bush, de la que elegí con cuidado ésta: “Sé que los seres humanos y los peces podrán coexistir en paz”, sobre todo porque uno de los mayores atractivos de Cape Cod es el paseo marítimo para ver ballenas. Hay constantes reclamos homosexuales y a media tarde mucha gente se refresca en los parques para fumar un cigarrillo, hablar por teléfono o dormir una rápida siesta. Puerto, playa y barcos rematan la estampa de Cape Cod, y nos fuimos días después a ver en Plymouth el Mayflower, la réplica exacta del barco de los peregrinos, y pasear en New Haven por la Universidad de Yale, pequeña pero matona: todos los presidentes de EE UU desde 1989 se graduaron allí. Preferí Harvard: allí nos emborrachamos con licores de veinte dólares y nos codeamos con personajes de novelas que se casaban al día siguiente en un hotel de lujo y partían una semana después para Europa. Nos cambiamos los números de habitación, para seguir la fiesta, pero nos escapamos a la hora exacta. Pasé las horas de desvelo en nuestro cuarto pensando en cómo destrozarle la vida a aquel amigo casual que habría tomado nuestro encuentro como una anécdota en su despedida de soltero: mañana se casaría con la mujer de su vida y seguiría los pasos de su padre, un constructor de pro nacido en Michigan que tenía su volumen de negocio repartido entre Boston y Nueva York. Escuché de pronto mi respiración entrecortada: lo atormentaría hasta el resto de sus días haciéndole víctima de un chantaje atroz. Se trataba de estar, tan sólo, a la altura del argumento: pero a las cuatro de la mañana me dormí y a la noche siguiente los vio E. fumando un cigarro en la puerta del hotel, él de novio rico y feliz y ella delgada y blanca, y una multitud de grandes hombres rodeándoles con el humo de sus puros. Hablaban de Venecia, y de París.