
Decía Felipe González que el poder era no tener a quién llamar. «Tu teléfono siempre es el último que suena», le dijo al periodista. «Pero si lo tengo en silencio», contestó el reportero. Cuando el Prestige eyaculó sonaron varios teléfonos, pero los únicos que los escucharon fueron los corzos, o lo que quedaba de ellos. Galicia fue siempre tierra de extremas sensibilidades: se echaron los pájaros a las escopetas. Como ese fin de semana no había un solo español con responsabilidades políticas en el barco que no estuviese cazando, y porque el plus de libre disposición no se cobraba aún, la cosa se empezó a gestionar el lunes a media mañana. Cogieron el barco y lo pasearon de arriba abajo en vals magnífico para que lo viese todo el mundo, porque de pronto se supo que el acontecimiento era histórico y había que gobernar para todos. Cuando no quedó nada limpio Fraga sugirió un fin de fiesta a la altura: «Un cañonazo y punto». Se encerró luego a Apostolo Mangouras, que iba para base de Aris de Salónica y degeneró en capitán. Y por fin esta semana la Justicia exculpó al Gobierno: obró correctamente y la carne de corzo estaba buenísima. Los voluntarios lo que recogían en capachos era la gomina del delegado del Gobierno. Muxía fue una fiesta.