Salía el otro día Pinocho dando una rueda de prensa en la sede del PP y diciendo que la única estrategia que persigue el PSOE es "acabar con nosotros". Se quiere mucho Acebes y se da mucha importancia: el PSOE tiene capacidad para acabar con muchas cosas, pero lo último que haría sería enterrar a la derecha española, el principal activo de los socialistas en estos tiempos de trincheras. El PP es un espantapájaros en Madrid de peineta, misal y gomina con su millón de manifestantes detrás. Pero peor aún es el PP en Cataluña, País Vasco y Galicia: una factoría incansable de nacionalistas. No creo que esté el PSOE por la labor de acabar con el PP: no le conviene. No importa lo que diga Blanco, lo que balbucee Zapatero ("la lengua, la magnífica lengua catalana", dijo el otro día en el Congreso), lo que desbarre el abuelo Ibarra, incluso la irritante presencia de Carmen Calvo deja de importar: siempre aparecerá en el momento oportuno Acebes, Aznar, Zaplana para recordanos que si no está el PSOE, estarán ellos. Estarán sus enormes mentiras, su soberbia, sus bodas en El Escorial, su mal disimulada prepotencia, su férreo alistamiento y sus toneladas de gomina restregadas por las rocas gallegas. Pero, sobre todo, su bilis: su rencor, su bronca, su mal aliento. La izquierda siempre ha gobernado desde el sectarismo, la derecha desde la bilis y el nacionalismo, que suele ser sectarismo aliñado con bilis, gobierna desde el pragmatismo económico y el patriotismo de banderas, que tiene tela. De estas tres, lo único que mi estómago ya no puede soportar son las ganas de encabronar a la gente, esa querencia por enfrentar a los ciudadanos llevando las opiniones al extremo: esa santa manía de cavar trincheras. No, no creo que al PSOE le interese destruir al PP. Es conveniente que Pinocho siga dando ruedas de prensa. Para que nos acordemos de él. Para que no olvidemos.
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