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viernes, septiembre 1

Templo de los buenos ciudadanos

"La penetración anal restablece el equilibrio de poder entre una mujer, que tiene demasiado poder, y un hombre, que tiene muy poco"
-Toni Bentley, en Libération / El Mundo-

Algo tremendo: los aullidos de Brando en el más famoso polvo del último tango. Sus gruñidos, su desesperación, su bestialismo. El sexo como el ronquido subterráneo de la comunicación animal, como muestrario de soledades, como fuente de vida. Ese París ocre en el que un Brando desdibujado y solo y destruido dice: “En esta casa no hay nadie. Tú no tienes nombre. Yo no tengo nombre. Tú y yo nos encontraremos aquí. Venimos a olvidar todo. Es bonito no saber nada el uno del otro”. Bertolucci encerraba durante horas en una habitación a Brando y María Schneider antes de empezar a rodar. Para que se mirasen, para que se oliesen. Al salir de allí, estallaban delante de la cámara. Tras aquella película Bertolucci tardó una década en volver a hablar con Brando y Schneider no quiere oír hablar de él: “Me humilló”.

Los aullidos de Brando al follar hacían temblar las paredes del piso parisino y a los miembros del equipo de rodaje se les ponían los pelos de punta. Allí estaba el hombre como animal esclavo de sus instintos primarios, como salvaje desheredado de las convenciones sociales, introduciendo brutalmente su pene en el ano de la mujer entre gruñidos roncos, entre largos y sonoros aullidos. Y el grito de Brando retumbando en el cielo: “¿Santa familia? ¡Templo de los buenos ciudadanos! ¡La libertad es asesinada ahora mismo por el egoismo!”. “Cada película corresponde a un momento preciso de mi vida: El último tango era, en realidad, la expresión de una necesidad que hoy me parece muy romántica. Volví a verla hace dos años y me quedé sorprendido: ¡Pero bueno!.... me dije, este film que ha sido condenado, quemado, que hizo renacer la Inquisición, por él me condenaron a prisión y sin embargo, es la película más romántica que conozco...”.

Brando hizo en muchos pasajes de sí mismo: hablando de su infancia, perdiendo la mirada en el horizonte, reptando por las calles de París como una culebra dolorida. Fue su actuación magistral, elevada, irrepetible: allí estaba su dolor, su crueldad, su sensibilidad (“¡te quiero y necesito saber tu nombre!”), su deseo infinito de posesión, su piedad. “Para mí, haber interpretado El último tango en París ha supuesto una experiencia fundamental. Es un film auténtico y humano, muy humano y poético. En el contexto de la vida cotidiana casi todo es triste, escabroso, odioso... pero cierto. Lo que ocurre es que las cosas mas auténticas producen incomodidad ”, dijo. El sexo que empapa el metraje de la película es tan auténtico como el dolor que la atraviesa. El sexo es nuestra vieja conexión con los animales: al fin nuestra esencia. Desnudos, liberados ya de nuestros escrúpulos, sucios y libres, nos despojamos de las exigencias morales de la sociedad y nos mostramos tal y como somos: animales sedientos y patéticos hallando el gozo en la penetración, bajo una sensación primaria que nos recuerda, entre aullidos, que nos han domesticado pero aún no vencido.

1 comentario:

Portarosa dijo...

¡Joder, qué bien!