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jueves, febrero 28

Cuando seamos reyes

No hubo debate en las autonómicas gallegas, porque sólo los muy adeptos al Gran Líder entendían el fragués ya en los últimos años de mandato (también el cruyffés es una lengua que se pierde si no se practica diariamente, dijo hace poco Agustí Fancelli) y todo hay que decirlo: tampoco tenía Fraga mucho interés en hacerse entender. Llega un momento en la vida, sobre todo en la vida de Fraga, en que lo más interesante se lo dice uno a la solapa. Así que los líderes autonómicos, retirado ya el patrón a la calceta del Senado y de la Historia, se vieron con ganas en las elecciones generales. Que no iba con ellos es evidente: posaron culpables, con cara de haber montado una fiesta ilegal. Pero todos tuvimos siempre la tentación de adelantar los Reyes Magos, y el poder permite ciertos caprichos. Hay que contar que el pasado lunes, con esa previa espectacular de Zapatero y Rajoy llegando al estudio en coches blindados como si fuesen a fundar la ONU, no fue difícil imaginar a nuestros políticos saltando en el sofá, señalando con el dedo la tele incapaces de articular palabra, paralizados por la ilusión.

Animado por la frustración del Barcelona en el Camp Nou y la corbata de Núñez Feijoo, a caballo entre el Milán y el Barça, zapeé con gusto entre Alfonso Hermida y JJ hasta el gol del Valencia. Ahí se acabó el debate y empezó lo bueno, que duró hasta que se cansó el árbitro. Del acontecimiento realizado con brío por la TVG constaté varias ideas. Para ser un buen orador, por ejemplo, es imprescindible hablar bien no en general, sino en el idioma que uno decide utilizar. Se le critica con razón a Rajoy su alergia al gallego (esta campaña se presenta con carteles en este idioma, y el efecto es el mismo que el de mi abuela dirigiéndose a mí en ruso), pero habría que hacer algo para que, después de tantos años, socialistas como Touriño y Louro, con tantas tablas y cicatrices de tantas guerras, se esfuerzen por limpiar expresiones como "verdá" o "tranquilidá" de su gallego, sin ir más lejos. Una manera, muy sutil y poco agradecida, por cierto, de pasar de Zapatero y la espabilada zeta con la que blinda su programa.

Quintana, bien. Quintana (porque yo he asistido a todos sus mítines en Pontevedra desde que Quin es Quin y yo su cronista) es muy buen orador y se presta mucho a la cosa de la imagen, algo que Beiras detestaba. E incluso, con ambos aún en el poder, contrató en 2003 una jornada de puesta en escena para los candidatos a las principales alcaldías a espaldas del histórico líder. Allá fueron todos, algunos con reticencias, a que les modularan la voz, les vigilaran la barba y les manosearan la campaña. Campaña como la de la candidata nacionalista por Ferrol, que quería centrarla en la normalización lingüística, algo que como todo el mundo sabe es más un proyecto de país que de un municipio, sea Ferrol todo lo Ferrol que sea.

Con Núñez Feijóo, que matizó que el sexo de los hijos de Rajoy es macho, por lo que lo de la niña es una metáfora ("todos vimos o debate", matizó Touriño, apuntalándose las gafas), los líderes ofrecieron un debate que tuvo marchamo histórico, y así insistieron en subrayarlo los medios. También hubo, por supuesto, quienes escrutaron a los candidatos en términos de evaluación. Anxo Lugilde, probablemente tras Barreiro Rivas el analista más lúcido de la política gallega, le puso ayer en este periódico una nota histórica a Quintana: 6,1. Ni una décima más. Para que luego digan que no se siguió con pasión el debate.

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