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miércoles, septiembre 19

Mar bandeja de plata mar infernal

Mar bandeja de plata / mar infernal
Antonio Vega

A la una y media de la mañana del lunes se produjo uno de esos momentos que sólo se esperan de madrugada. Pasó con la detención de Isabel Pantoja, cuando Telecinco despertó de urgencia (a algunos los sacó de las orejas de los baños de las discotecas) a toda la cutrería rosa. También con aquella presentadora borracha de La Sexta que alcanzó fama planetaria gracias a los pinchazos del Youtube. Y de madrugada, conmigo comiendo palomitas en el salón enchido de felicidad, fue naciendo la pequeñita Leonor en los telediarios (“empuja, empuja”, me sorprendía gritando, casi botando en el sofá, horas antes de que me llegase el primer sms de enhorabuena: “Si midió al nacer 47 centímetros y recibe tratamiento de doña, ¿qué protocolo tengo que seguir yo con mi pene”).

El lunes el acontecimiento tenía rango cultural, lo que bien mirado no es tan raro: también se asoma a esas horas Nino Dolce en Localia. En la Sexta, Nacha Pop cantaba en directo Chica de ayer para cerrar el programa de Buenafuente. Son horas espléndidas para escuchar a Antonio Vega, pensé. Pese al propio Antonio Vega. O justamente al contrario. Lo poco que duró no tuvo desperdicio: Vega bajó la cabeza agarrando la guitarra y se acercó al micrófono a lanzar su clásico al viento. Su voz es un prodigio, pero ya se desliza al abismo en el que permanece su cuerpo, y su presencia es magnética. Hay quien prefiere apartar la mirada o llevarse las manos a la cabeza. Quizás estén ya paseando por Youtube las imágenes. Ayer, en una revisión muy breve, encontré referencias en cuatro o cinco foros de internet: todas muy alarmadas y algunas, cándidas, preguntándose a qué se debía el problema de Antonio Vega.

Hace dos años vino a tocar a Pontevedra: su voz estaba en buena forma y se le acababa de morir su último amor. El concierto duró poco más de una hora pero supo a gloria bendita. Tenía la cara afilada, intensa y media melena: a mí Antonio Vega, salvo en sus tiempos de la Movida, siempre me pareció un tipo físicamente muy atractivo. Resultó complicado fotografiarle no sólo por su tendencia natural a dejar caer la cabeza, con el pelo protegiéndolo de las cámaras, sino por las sombras proyectadas por los pómulos. Hay pocos primeros planos de los últimos tiempos de Antonio Vega, pero excesivos segundos planos. Sale mucho, quizás por dinero, y alimenta la leyenda de su deterioro, que es progresivo y ya casi irreversible.

Lo más interesante del programa de Buenafuente fue la actitud del propio Buenafuente. Siempre me interesó la actitud pública que se le muestra a un drogadicto. Es una enfermedad todavía difícil de asimilar en las distancias cortas. Nunca sabes cuándo se va a ausentar de la mesa, ni qué decir cuándo vuelve. Vega no subió la cabeza un sólo instante, cantó silbando algunas eses (las últimas imágenes lo mostraban sin los dientes superiores delanteros) y al acabar su primo lo agarró del brazo. Apareció con el pelo desmadejado, recogido por detrás con una larga coleta. Con Buenafuente en el escenario Vega no subió la cabeza una sola vez y sólo hizo el amago de una sonrisa y dijo “sí, claro” cuando Buenafuente lo llenó de elogios y le pidió la púa.

1 comentario:

juan andres milleiro dijo...

Tocó el Sábado en Salamanca y ciertamente siguen siendo grandes.

En su último libro Sabina al respecto comenta que es actitud especial de los españoles el "matar" a alguien.

Mañana bajaré a Madrid unos días, quien sabe si lo veré en el Penta...