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martes, junio 26

El gran Gatsby (I)

Habíamos visto a Hillary Clinton a apenas diez metros de nosotros montándose en una berlina rodeada por cuatro guardaespaldas tan livianos que parecían invisibles, y treinta más hacían guardia desde las esquinas más insospechadas del Capitolio poniendo nuestras cabezas en el centro de sus dianas a larga distancia, o así lo imaginamos durante un instante en un arrebato sentimental. Fue una coincidencia tan extraña (estábamos solos, y los pocos turistas que subieron hasta allí aquel martes soleado se entretenían fotografiando la vista inmensa de la cúpula desde la parte trasera) que a punto estuvimos de tropezar con una ligera flota de negros delgados y altos, también con auriculares y gafas de sol, que se dirigía caminando al Senado: Barack Obama y sus muchachos. Del estupor, pronuncié su nombre en alto mientras E., como una paparazzi avisada, retiraba el objetivo de la Clinton y lo apoyaba en él con tanta suavidad que Obama, pegadito a nosotros, nos sonrió elevando su flaco pulgar afroamericano. Eso había sido ya hace diez días, y la última semana, antes de regresar a Nueva York, decidí hacer algo mucho más romántico: encontrar a Jay Gatsby, el protagonista de la más luminosa novela de Francis Scott Fitzgerald. Esa noche dormimos a cuarenta millas de Nueva York en el peor motel de la costa Este, y habíamos repasado ya alguno, purgando la culpa de haber pasado un fin de semana en el edificio más elegante de Cambridge, la estilosa cunita de Harvard en las afueras de Boston. Pero se había cerrado la noche con violencia y teníamos sueño y habíamos escuchado tantas veces Brilliant Disguise que de repente empecé a cantarla de memoria en inglés: yo, que al llegar al taxi del JFK le di los buenos días al conductor con un "good shopping" tan entusiasta que casi nos lleva a los dos para su casa. En el motel un viejo preguntó por cuántas horas quería alquilar el cuarto sin despegar su mirada de la mía, como inquiriendo: "¿Cuánto tiempo necesitas, blanquito?". En la habitación, que estaba tan pegada a la carretera que de madrugada un par de coches frenaron junto a la ventana y dejaron caer varios dólares, un aire recargado y seco se abrió paso a recibirnos. Husmeamos aquí y allá, descorrimos las cortinas y abrimos la cama, ausculté la alfombra y al final, en una improvisada rueda de prensa a pie de campo, anuncié la amarga nueva: "Aquí huele a puta. Y no de las caras". Por la mañana desplegué el inmenso mapa de Nueva York con las maneras de un general, y rodeé con un círculo un saliente concreto, el más cercano a Brooklyn, de Long Island: Great Neck. Allí, en el West y el East Egg, se despliega la historia de amor, ascenso y caída del gran Gatsby. Al llegar no estaba Jordan Baker caminando de un sitio a otro "la mitad por las aceras, la mitad por el césped". Pero llovía, y después de recorrer sin mucho ánimo un manojo de calles principales, atestadas de tiendas baratas de letreros agresivos, llegamos a una zona residencial de casas limpias y ordenadas y discretas, de pequeños y largos jardines, con banderas mojadas y tráfico lento. Salí del coche sabiendo ya que no estaba en West Egg y que nunca llegaría, pero entendí que por pequeña que fuera la oportunidad de revivir aquella emoción de la primera lectura había que intentarlo. Paseé tratando de imaginar siquiera por un momento a Daisy Fay y Jay Gatsby uniendo sus manos en el porche en aquel verano de 1917, y buscando en el aire algún atisbo de la ambiciosa felicidad y el ofuscante amor, vibrante como la barriga caliente de un gato, de mi protagonista. Pero lo único que encontré fue el eco de las palabras de Gatsby, teñidas de insolencia infantil y enamorada: "¿El pasado no puede volver? ¡Claro que sí!". Y arrancamos hacia Manhattan a sepultar los últimos días entre los almacenes industriales del Soho reconvertidos en tiendas y el lánguido despertar de los rascacielos más deslumbrantes del Midtown.

6 comentarios:

Dinintel dijo...

Feliz vuelta al mundo libre, se echaba de menos esa pluma que tú tienes.

¿Habrá peregrinas, in situ, este año?

Bicos.

conde-duque dijo...

"Aquí huele a puta, y no de las caras". Jajaja.
Como decía el Chapulín Colorado: "Qué bueno que viniste..."

Lara dijo...

Y qué bueno lo que traes...

Anónimo dijo...
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Portarosa dijo...

Me ha encantado, Manuel. Qué bien escrito.

Bienvenido. Un abrazo.

Anónimo dijo...
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