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domingo, agosto 10

Traición a Jesse James

Contra algunos de los rudimentos casi elementales de quienes defienden una historia en sí sobre la manera de contarla, en ‘El asesinato de Jesse James a manos del cobarde Robert Ford’ importa tan poco el argumento que a los legos se lo despachan entero en el título. Lo que importa es otra cosa: el mal de aire, mismamente, o el paisaje de una traición. No hay víctimas sin criminales ni, como dijo Marx, tragedias sin delincuentes. Una de las cuestiones más fascinantes sobre las que se asienta el arte es la delación: el honroso sentido de la deslealtad y el puñal empapado en sangre a la manera del "tu quoque, Bruto". También para ejecutar una traición se necesita una ruindad fuera de lo común y, a pesar de los cobardes escrúpulos del momento final, una cierta audacia para afrontar lo que viene después: nada peor visto que la ladina sombra de un traidor. En la larga película que Andrew Dominik rodó sobre Jesse James (un ejercicio casi gimnástico sobre un Oeste lento y denso, en el que caben dos pasiones desaforadas: la de Robert Ford por Jesse James y la de Jesse James por él mismo) subyace un sentido: la ruina de la confianza dada y una justificación muy depurada de la paranoia. Casey Affleck en el papel de trastornado cagón de pijama se gana tanto a su personaje que no quise ver su cobarde ejecución. Y es curioso, después de todo, cómo la gran leyenda del Oeste busca ser muerto por la última de sus ratas: un póstumo homenaje de la Historia a la igualdad.

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