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lunes, julio 14

Zelig

Fitzgerald siguió bebiendo después de conocer a Hemingway en un bar de París hasta que se transmutó en un ser acartonado y pálido incapaz de gesticular, y se desplomó en el suelo como una estatua de cera:se había mimetizado con aquella sordidez a la que se entregaba el alcohólico exilio americano. Ya había creado Fitzgerald el personaje del camaleón humano, aquel que cambiaba de forma de ser en función de la gente que le rodeaba, y muchos años después Woody Allen se valió de él para hacer una película irrepetible de la que se cumplen hoy 25 años. En formato de documental rodado cuarenta años después de su auge, Allen rueda la historia de un tipo fantástico cuya gloria llega al final de la era del jazz y las flappers (el tiempo de los ricos despreocupados que el propio Fitzgerald, a través de sus cuentos, había creado y estirado hasta que el polvo del derrumbe del 29 lo ensució todo). Zelig se mimetiza con aquel que se le acerca y desarrolla una apariencia extremadamente similar, provocando situaciones surrealistas y conmovedoras, empapándolo en súbita paradoja de una verdad casi inmutable. Pío XII, Hitler y Josephine Baker son algunos de los extras que conoce Zelig en su enloquecida búsqueda de ser aceptado en cualquier medio. Que curiosamente sea ese camaleónico esfuerzo lo que haga de él una celebridad es sólo un guiño de Allen a la fama y sus tiernos senderos: su delirante y genial apostasía.

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