Tengo frente a mí el trabajo de los cien mil nombres con los que Pérez Reverte repasa la revuelta madrileña del 2 de mayo. Hay en esas páginas figuras heroicas, más por insumisión que por patriotismo (que lo eran, y terriblemente), y dos de ellas, Luis Daoiz y Pedro Velarde, se hicieron un difícil hueco en la memoria (la misma memoria que reivindicaba muy inteligentemente, aunque por otras cuestiones aún más cercanas, Manuel Rivas ayer en El País). Corren los siglos y corremos nosotros delante, así que España es otra y sus héroes se arriman al localismo épico y la bisutería rodada de un chuloputas de camiseta de asas y mata sobaquera, siempre a punto de desenfundar la pirola. Los escépticos nos asomamos a ellos con la intensidad con la que en 1808 anónimos ciudadanos se metían entre cortinas a ver la carnicería que se montaba afuera, en aquel simbólico rebote. Esta semana, por ejemplo, un chatarrero entró en un puticlú de Granada, cerró de un portazo, bloqueó el cerrojo, sacó una pistola y ordenó a la camarera servir copas para todo Dios. Lo hizo con una frase a la altura: "Soy el jefe y esta noche manda mi polla". Nunca en tan pocas palabras se condensó tanta historia de España y, en su pertinente doblez, su espíritu sagrado. Hay que buscar ahí los héroes, porque los otros o son unos gilipollas o son unos asesinos, como esos patriotas vascos. Miren a ese alcalde, de la muy cuidada especie hijoputa, al que ahora acusan de violar a una concejal en una aldea andaluza. Asumió primero una culpa muy blanda: "De lo único que soy culpable es de haber engañado a mi mujer durante los últimos siete años" y días después se supo la grabación de una charla muy animada entre él y su amante: la llamaba puta, también casi entre lágrimas, por empezar una relación con otro hombre. De lo único que es culpable no es de mandar él, sino su polla: su feudal pepino. Que a esta gente se le jalee no es nuevo: los héroes lo son por algo. A aquel alcalde de Toques casi le hacen un homenaje por sobarle las tetas a una niña de quince años. Al menos el chatarrero, con pistola y todo, se limitó a invitar a copas. Y eso que era el jefe. El puto amo, que diría Supergarcía.
viernes, agosto 8
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Aunque todo el mundo tiene un día de cólera en su vida,no se puede pasar a nadie a chuchillo ni a otro tipo de armas viriles.
Publicar un comentario