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jueves, agosto 14

Reivindicación de Eric Moussambani

Ni más lejos, ni más rápido ni más fuerte: todo lo que hizo el guineano Eric Moussambani al salir de la piscina olímpica de Sidney fue comentar que los últimos quince metros se le habían hecho "difíciles", y que estaba tan cansado que se pensó parar a coger aire en los corchos que separan las calles. Había nadado los 100 metros libres en 1'52 minutos, el peor registro de todos los tiempos: había hecho Historia a su manera, y su figura eclipsó a la de Ian Thorpe. Las imágenes de aquellas Olimpiadas muestran a un chico bien proporcionado con un bañador demodé y el cordón sin atar subido al poyete inmóvil. Estaba allí de prestado, producto de la caridad del COI: una ayuda a los países en vías de desarrollo para que sus deportistas, como los niños saharauis que vienen en verano a España, probasen el caviar no de la gloria, pero sí de su centellante entorno. Poca gente sabía que para Moussambani la carrera era un hito cinematográfico de un íntimo carácter épico: su pequeño Ben Hur. Aprendió a nadar ocho meses antes, alternaba entrenamientos en aguas que se dijeron llenas de cocodrilos y en la piscina de un hotel de veinte metros, y como jamás había visto una pila de cincuenta metros, al llegar pensó que la distancia real eran los 100 metros de los que constaba la prueba: al saber que tenía que cruzarla entera ¡dos veces! se dirigió aterrado a su entrenador y dijo una frase histórica que aquí Chiquito de la Calzada perfeccionó con fulgurante magisterio: "No puedor". Lo demás es sabido: los dos nadadores con los que tenía que competir fueron descalificados por salida nula (para evitar el ridículo que no era o, quién sabe, por pura atrofia) y Moussambani hizo el trayecto de su vida con un final delirante en el que, como los quince mil espectadores entendieron a la perfección, lo importante no era el tiempo, sino la meta. Le persiguió la gloria, por lo que tuvo su peculiar hazaña de poder metafórico, durante meses, pero al final las cosas volvieron a su cauce: rebajó su tiempo de forma muy digna y tenía plaza para acudir a Atenas, pero un extraño fallo burocrático de su país con el visado se lo impidió. También hubo quien se tomó su frágil destino en vano: una televisión alemana lo puso a competir con una señora de noventa años. En esa villa ideada por el Barón de Coubertain por la que se pasean éxitos y fracasos, y donde este año un gigante como Michael Phelps está haciendo añicos la Historia para reconstruirla sobre los oros que cuelgan de su cuello, es justo que haya un simbólico espacio para que nosotros, insignes 'moussambanis', nos sintamos representados en nuestra severa derrota, en nuestro lento estertor, y saber que también hay entre los olímpicos, aunque sea por caridad, quienes deben salvarse del naufragio antes que batir un récord.

2 comentarios:

yaya dijo...

Pues más rápido que yo nada, oye (tampoco es que eso le ponga el listón muy alto )

Un valiente el tio, sí señor.

M. dijo...

Hubiera pagado hoy por ver a un buen 'moussamnbani' en la recta de los 100 metros.