El año en que le dieron el Nobel de Literatura a Solzhenitsin vivían Borges y Rulfo. Borges escribió tanto que le atribuyen aquello que no escribió y Rulfo poco, pero qué poco. La historia de Solzhenitsin es la historia de una tortura prolongada que tuvo la virtud de desenmascarar al público lo ya desenmascarado en secreto por Jruschov en 1956 en el Congreso del PC: las divertidas consecuencias del culto a la personalidad o, en críptico epílogo, cómo el mundo puede estar dirigido por dos enfermos mentales de la talla de Adolfo Hitler y Pepe Stalin. Archipiélago Gulag es una obra monumental, a la manera de aquellas murallas de Jericó de Gomaespuma. Tanto sufrimiento para esto, dijo no recuerdo quién cogiendo el libro. Es testimonio de un horror, lo que ya es bastante, y se privilegia en ella la memoria, que es bastante, y la verdad, que con serlo estremece. Con más xeito se han escrito cosas mejores en Pontevedra en los últimos dos años, pero a Solzhenitsin el estalinismo lo puso en el centro de la Historia, despojado de todo, y fue testigo de lo que fue. "Cuando se roen los huesecillos de un murciélago en descomposición, se bebe el caldo hecho con cascos de caballos muertos, se fuman ¿cigarrillos? de estiércol o se ve a un médico tomarle el pulso a un prisionero y asegurar a los funcionarios que puede soportar unos pocos minutos más de tortura, cuando se conduce a un hombre a determinadas situaciones, ese hombre queda ya eximido de todo deber con sus semejantes", escribía al mismo tiempo que Neruda cantaba a Stalin: "El más grande de los hombres sencillos". En el comunismo soviético no mandaba Stalin sino la paranoia, lo que bien mirado es terrible. Pero el nazismo se había exhibido desnudo por media Europa y los intelectuales rezaban para que el experimento soviético que consagraba la dictadura del proletariado y ejercía el marxismo en su ensoñadora vertiente igualitaria funcionase como funciona la química al serle aplicada la fórmula oportuna. Se sabe el resto, entre otras cosas, porque lo contó Solzhenitsin: en la URSS funcionaron muy bien los campos de concentración, funcionó el terror como arma disuasoria y se ejerció un culto devastador a la personalidad que provocó situaciones tan graciosas como la propia muerte de Stalin. Tras una apoplejía agonizaba en la cama y cuando recuperaba la consciencia abría los ojos enfurecido y se acercaban a él los dirigentes del Politburò a cogerle de la mano y suplicarle que se recuperase: si volvía a desvanecerse le insultaban y le deseaban una atroz muerte. Archipiélago Gulag la escribió Stalin y su feroz guardia, y Solzhenitsin le dio forma muy a su pesar, con una escritura definida en el abuso de mayúsculas, que es una cosa horrenda. Después vino en los setenta a decir que los españoles vivían en libertad y Benet, en representación de todos aquellos que miraban a otro lado cuando la sangre salpicaba los periódicos, dijo que con personajes así estaban muy justificados los campos de concentración. A esos campos fueron 50 millones de personas y volvieron la mitad, pero Benet aquel día estaba espléndido.
lunes, agosto 4
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3 comentarios:
A mí me dá que estaban espléndidos los dos
La palabra tan transparente que usó Solzhenitsin en la entrevista con Íñigo fue que los españoles eran unos "afortunados". Pero igual era una divertida mención a la Lotería. Y Benet quizá hablaba de unos campamentos de verano con ginkanas pasadass de vueltas.
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