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viernes, enero 26

Nieva en Lalín

La huelga de hambre de De Juana Chaos (¿qué hace este hombre condenado a doce años de prisión por dos artículos escritos en un periódico y qué hace ahora la Fiscalía sugiriendo ceder a su chantaje?: este país está enfermo) convivió ayer en Diario de Pontevedra con una noticia fabulosa firmada por Raquel Torres, vía Lalín. Un anónimo madrileño envió una carta al alcalde de Lalín, Xosé Crespo, para pedirle un homenaje a “aquel carnicero que aparecía asando chorizos y torreznos” en un reportaje de 1968 que el No-Do le dedicó a la primera edición de la Feira do Cocido. El carnicero tiene nombres, apellidos e incluso un corpachón bien conservado: se llama Ernesto Faílde Cortizo y la periodista lo fotografió el miércoles en el puesto de la plaza de abastos que abrió en 1959 y que ahora regenta su hijo. Sale Ernesto llevando la mano a una cabeza de cerdo que cuelga junto a chorizos, costilletas y lacones. Crespo, ducho en golpes de efecto, le prometió de inmediato la capa de Comendador del Cocido, un honor de oro en la comarca del Deza. La historia no tiene un final completo: la firma de la persona que dio cuenta del recuerdo es ininteligible, y por tanto ilocalizable. Probablemente merezca una capa aún más grande que la de Faílde. Lanza uno una hipótesis, y disculpen la inmodestia: es muy probable que ese hombre fuese parte del equipo de reporteros que viajó a Lalín a hacer el reportaje o algún técnico de Madrid que montó las imágenes. O un viejo vecino de Lalín emigrado. Si no es así, si ese hombre es un simple madrileño que una tarde de 1968 vio en televisión un reportaje de cinco minutos del No-Do y le llamó la atención un carnicero, y cuarenta años después recuerda el detalle aquel y escribe al Concello para recordárselo, a ese hombre no hay que darle la capa de Comendador, sino el bastón de alcalde. En cualquier caso, y mientras en el reportaje Faílde hablaba de aquella grabación en su casa, curando los chorizos, comencé a evocar la nieve, que para la gente de la costa es uno de los recuerdos más fantásticos de la infancia. La nieve cubría las calles y las plazas de Lalín en los domingos de la Feira do Cocido: los primeros años vomitaba en el viaje por carreteras infernales, y en los últimos era demasiado mayor para la familia: aquella edad (los quince, los dieciséis), en la que uno no está en un lado ni en el otro: un limbo vital aderezado por el pavo y el acné. De entonces recuerdo los queridos amigos de mis padres, y sus queridas hijas, el vago sueño de una huerta, una comida familiar y las escaleras estrechas que llevaban al salón de los abuelos (una galería, una mecedora: yo con diez años, acaso once, moviéndola absorto con la mano). Y recuerdo, por encima de todo, la nieve. No era una visión frecuente en Sanxenxo. Y nevó en Pontevedra en 1987: amanecieron blancos los barrios y los colegios, y aquella mañana fue interminable por excepcional en Campolongo. En Lalín, sin embargo, la nieve convivía con el invierno: la integré en el paisaje, en un tiempo concreto, y el frío bajo cero de los termómetros se quedaba en calle, rondando las plazas vacías del mediodía, cuando las familias se reunían en torno a la mesa y de la puerta entreabierta de la cocina venían columnas de humo que, convertidas ya en nubes, se instalaban en el aire del comedor a la espera de que las mujeres trajesen las ollas e hiciesen el reparto de la oreja, el pezuño y la costilla. Corría el vino, y era invierno. La nieve se secaba semanas después con el primer sol de la primavera, y al año siguiente volveríamos a Lalín. Hasta que un febrero falté, y todos los siguientes. Volví muchos años después a cubrir dos mítines de un par de campañas electorales del PP y a saltar en un concierto de Manu Chao. No fue lo mismo: nunca nada lo es.

3 comentarios:

Portarosa dijo...

Me ha gustado mucho.
No, claro, nunca nada lo es; es así de triste, todo.

Un saludo.

Anónimo dijo...

nada es lo mismo, el tiempo pasa, los lugares cambian, las personas evolucionan, para bien o para mal, pero los recuerdos perduran. Si nos dejamos llevar por el recuerdo, todos nos trasladamos a nuestra niñez, y recordamos a viejos lobos de mar con sus manos... que aquellas no eran manos eran mazorcas de maiz, recordamos a señoras de avanzada edad y cargando sobre su cabeza "capachos" cargados del mercado... (si yo cargo eso me voy directamente al fisio)...

El remitente de esta carta a Lalín, y tu texto, me produce nostalgia, y a la vez alegría de recordar esos momentos de nuestra infancia.

Gracias.

El Madrileño.

Anónimo dijo...

Como literato, bien. Manejas las palabras con soltura y tienes oficio para transmitir .Sabes explicarte de forma sensiblera, que es la mejor manera de llegar al corazón de la gente. Pero como analista político discrepo de tu interpretación. De Juana Chaos no fue condenado a 12 años por escribir dos artículos sino por amenazar, y gravemente, a mucha gente en esos artículos que, por cierto, se publicaron en Gara. Si conoces algo a ETA te diré que muchas veces cuando se le ha señalado con el dedo a alguien desde ese mundo sórdido se han cumplido sus "sentencias". Esto es un delito, y muy serio, cuando el personaje está condenado a más de 3.000 años por 25 asesinatos.Por tanto, por escribir dos artículos no, por amenazas. De Juana no es un periodista, es un asesino que, por cierto, no se ha arrepentido de nada de lo que ha hecho.Aquí no nos jugamos la libertad de expresión. Aquí nos jugamos algo más. Algo más y nada menos: la vida. Y esto es fundamental. O se tiene claro o no se tiene.Te animo a que sigas escribiendo porque sinceramente lo haces muy bien. Pero no confundamos el culo con las témporas y, sobre todo, no engañemos a los lectores.Los hechos son sagrados y las opiniones libres. Y aquí, en este caso, hay hechos y opiniones. La tuya y la mía. Literatura y Derecho no están reñidos.Salud.