Para los morbosos, aquella vecina cotilla y malencarada que interpretaba una señora querida por todos era, ni más ni menos, que el fruto de un árbol enterrado por las tinieblas de la Historia: Ramón Ruiz Alonso, el presunto verdugo de Federico García Lorca. Nunca pude evitar recordarlo, porque me parecía un hecho muy curioso digno de un retro Aquí hay tomate. A veces, si me fijaba mucho, hasta me parecía ver un oscuro estigma cruzando por su frente, por la frente de la gran Emma Penella. La última vez que la tuve en la cabeza fue, precisamente, hace sólo una semana. Ian Gibson promocionaba su último libro en un reportaje en la revista de El País. El verdugo de Lorca era un matón derechista (¡zafio y todo!) que con el asesinato del poeta protegido por Luis Rosales mataba dos versos de un tiro. Cargar con semejante peso debe ser una brutalidad: el hombre debió vivir sus últimos años con la espalda encorvada, atizada por los vientos del remordimiento. Lorca era el ruiseñor de aquellos años dorados: un genio de la literatura universal. Y lo fueron a matar por maricón, por ser amigo de unos y por ser amigo de otros, y porque toda guerra necesita un mártir legendario (he leído por ahí que tenía buena relación con Primo de Rivera, y buscando algo encontré hoy mismo esto que escribió Gabriel Celaya sobre él: “José Antonio es otro buen chico. ¿Sabes que todos los viernes ceno con él? Solemos salir juntos en un taxi con las cortinillas bajadas, porque ni a él le conviene que le vean conmigo ni a mí me conviene que me vean con él”. Sobre el fusilamiento de José Antonio, ya acabando, recuerdo una frase muy expresiva y sorprendente de Forges en alguna de sus maravillosas historias de los Forrenta Años: “Fue un hombre que quiso lo mejor para España”, o algo muy parecido). Pero no me interesa ahora Primo de Rivera ni tampoco Lorca, ni su posible relación (que juzgo, eso sí, estimulante: quizás en otro momento). Lo que me interesa es la relación familiar de esas tres mujeres (Penella, Terele Pávez y Elisa Montes) con el hombre que había matado a Lorca. “Algunos días después cogimos al canalla de García Lorca y lo fusilamos en la Vega, junto a una acequia. ¡Qué cara ponía! Alzaba los brazos al cielo. Pedía clemencia. ¡Cómo nos reíamos viendo sus gestos y sus muecas!”, le escribe uno de los criminales a un amigo. Fue mucho más gráfico un tal Juan Luis Trescastro, que entró en una taberna de Granada y dijo: “Acabamos de matar a García Lorca. Yo le metí dos tiros en el culo, por maricón”. La familia de Ruiz Alonso siempre se ocultó bajo un largo silencio que resultaba, conocida la popularidad del poeta y las evidencias que apuntaban a su verdugo, ensordecedor. Y aunque uno imagina que nadie tiene el deber de heredar los pecados de su padre, sí se puede levantar la cabeza y dar luz al sótano para revolver entre las bicicletas pinchadas y los trapos del pasado. Las tres muchachas salieron adelante y de qué manera. Desde luego, ni pensaban igual que su padre ni gastaban sus modales. Se metieron en el cine: fueron valientes. He buscado por internet y, a primera vista, ninguna pisó las tablas para interpretar obra alguna de Lorca. Tampoco usan el apellido de su padre. Pero en algún momento, y quizás aún ahora, le quisieron. Descanse en paz Emma Penella, mi estanquera de Vallecas.
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1 comentario:
No tenía ni idea.
No somos culpables de todo lo que hacen los que nos rodean; ni de lo que hacen los que queremos; ni siquiera de lo que hacen los que nos quieren.
Un abrazo.
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