En su primera etapa en el Real Madrid, Fabio Capello aceptó ser entrevistado por un semanario dominicial de cierta enjundia. Fue una de esas entrevistas en las que se habla muy poco de fútbol y mucho de Capello: como ya es sabido, ambos conceptos entran en conflicto. Y la figura de Capello es fantástica: levanta pasiones. En aquella entrevista, que fue hace diez años y que misteriosamente no logro olvidar, a pesar de que nunca guardo recortes ni fotocopio nada de lo que me gusta (bueno estaría si lo hiciese: yo no tengo la casa de José Luis de Vilallonga), Capello responde a cuestiones trascendentales: el jamón ibérico, las corridas de toros y la moda. El entrenador italiano está ducho en ese estilo de vida tan mediterráneo que aconseja volcar con pasión hacia la vida el espíritu hedonista que nos domina. Por eso a Capello se le ve entusiasmado, y en aquellas imágenes en color reluce su poderosa figura y el férreo encaje de su mandíbula se desengrasa de vez en cuando para sonreír. Le tengo simpatía a Capello. No tiene nada que ver con el Real Madrid: de hecho, su concepto del fútbol es asqueroso y si la Federación Española estuviese dirigida por gente seria la doble pareja Diarra-Emerson que mantuvo durante meses en el once le llevaría directamente al penal de Burgos. Pero me cae simpático. En aquella entrevista dijo una cosa a la que no he dejado de dar vueltas desde entonces. El entrevistador, curioso, le plantea a Capello su gusto por el buen vestir. “Tengo entendido que es usted un verdadero apasionado de la moda”, le cuestiona. Y su respuesta, maravillosa, tal y como la recuerdo: “¡No, no, no! Yo no soy una persona obsesiva ni le doy importancia a la moda. Ahora que, claro, lo que tampoco voy a aceptar es ver a alguien sentado enfrente de mí al que se le vea un trozo de carne entre el calcetín y el pantalón”, contesta el entrenador, casi indignado. Desde entonces divido a la Humanidad en dos, siguiendo la doctrina Capello: los calcetineros chungos y los que, como el italiano, suben los ejecutivos hasta la rodilla para evitar el espectáculo vergonzante de los pelos de sus tobillos. Que Capello no extrapole su certera concepción de la moda al campo, y castigue a los aficionados al fútbol con las fealdades de su sistema, es algo que se nos escapa, pero ya sabemos por Billy Wilder que nadie es perfecto. Y, bien mirado, quizás por ese refinamiento podría interpretarse como venganza el que Ronaldo anunciase que quiere marcharse del Madrid en la mismísima pasarela de moda de París. Le faltó allí bajarse los calcetines, a modo de peineta.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
no sé porque yo tampoco consigo olvidar aquella entrevista de hace tantos años. Curiosamente, solo recuerdo esa anécdota y otra en la que decía que a su hijo le obligó a dejar el fútbol porque no se iba a ganar lo vida con ello, o algo así. Es curiosa la capacidad que tenemos para retener las tonterías sobre la gente, lo superficial y lo anecdótico.
Por cierto, srto. jabois, ya que sueles escrutar tan acertadamente la realidad, ¿por qué no escribes algo sobre el ministro al que le abandonó la mujer mientras estaba secuestrado?, la historia de desamor más bonita jamás contada por la realidad. Por pedir que no quede.
Publicar un comentario