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martes, agosto 28

El vino de las uvas doradas

De él dijo Arturo Pérez Reverte, en la última gran disputa literaria del patio español, obviando la ensalada de hostias repartidas entre García Viñó y Molina Foix al acabar el programa de Sánchez Dragó, que tenía "cáncer de alma".

De Cela aprendió la mejor lección: para ser escritor primero que hay hacerse con un personaje. Umbral apañó una bufanda, una melena plateada y una lengua ácida y divina. Así fue a costurear una biografía densa y legendaria, plagada de los lugares comunes que corresponden a un autodidacta en posguerra: unas memorias que escribía como sangraba, empañadas por un aire subterráneo de pérdida (de la juventud, de la vida, de lo que fuese).

Cuando se puso a escribir separó los mares a la manera de Moisés, y tuvo a ambos lados las pasiones despiertas de un país gozosamente acostumbrado a amar y a odiar a partes exactas. Que lo disfrutó, parece fuera de toda duda: su personaje exigía temperaturas extremas.

Pero Umbral, ajeno o no a las tormentas desatadas, lo que hizo toda su vida fue escribir y escribir. Tanto, que un día antes de recibir el Cervantes dijo: "No entiendo cuándo he vivido, habiendo escrito tanto. Pero lo cierto es que he vivido, y mucho, y todo está escrito". Tanto, que se rodeó de una gata y una mujer sacrificada, a la manera del primer Hemingway de París. Tanto, que murió balbuceando a su pareja una columna, quién sabe si a modo de epitafio. Un artículo que iba a llamar Las uvas doradas, y en el que reemprendería el trazo del camino de la juventud y de la nostalgia, pero que no pudo ser porque su mujer ya no le entendía. Uno piensa que aquello pudo ser su particular y fallido ¡Viva Iria Flavia!, mientras que el escritor José Antonio Montano, uno de los más célebres nicks surgidos al calor del blog de Arcadi Espada, se inclinaba por su "estos días azules y este sol de la infancia", en referencia a los versos garabateados que fueron hallados en el bolsillo de la chaqueta del cadáver de Machado.

Saltó a la fama popular, a la fama de la televisión, porque le dijo a la Milá que él no iba engañado a los platós: que él había ido ahí a hablar de su libro, y que ahí no se estaba hablando de su libro. Umbral murió agotado y enfermo aferrado a su personaje como a un hierro candente, seducido por Rajoy (al que dedicó columnas y columnas, forjando una amistad que levantó una vez más la polvareda de la izquierda que antes tanto le quiso) y escribiendo columnas breves que El Mundo disimulaba inflando la tipografía.

Para el viejo debate de la literatura, para el cansino debate que enfrenta a la hojarasca del adjetivo y el rumor del estilo contra la literatura de las ideas o la acción o el reflejo puntilloso y feliz de la realidad, Umbral era uno de los primeros, acaso el más poderoso, con la singularidad de que su Idea era el estilo, y en él palpitaba cualquier realidad y de él mamaban desde los viejos elefantes cansados hasta los verracos adolescentes que luego no tuvieron empacho en picotearle la nariz, como emancipándose blandamente (véase Juan Manuel de Prada).

De entre todos, Umbral leyó a Proust (cuando uno lee a Proust, ya está todo ganado / perdido), y a él homenajeó titulando su columna diaria, su viejo spleen ya en brazos de Pedro J., con el hermoso Los placeres y los días. De entre todos, Umbral bebió de Cela hasta casi absorberlo a violentos tragos, y cuando el maestro murió el discípulo no pudo por menos que hacer lo que se esperaba de él: despellejar un poco el cadáver con cirugía forense de dudoso gusto, pero bellamente ejecutada.

De entre todas, fue de la escuela de Quevedo, de Valle Inclán.

Yo me acerqué a él tontamente, casi arrastrado y muy tarde, tardísimo, porque leer tampoco es una cosa que a mí me vuelva loco. Primero por la prensa y luego por una novela muy olvidada: Madrid 650. Cuando ya criado me enganché al Umbral de los periódicos y de las memorias, y ahí me fui haciendo casi sin quererlo columnista, como uno que ve todos los días parir y se va convirtiendo en matrona. Sí que era maestro (esta vez lo que dicen los obituarios es verdad) y sí que fundó un género propio al que de todas formas nadie tuvo más acceso que él, porque imitarlo (como yo hice más de una vez) era un billete al ridículo.

La historia dirá que Umbral murió dictando una columna, pero que no se le entendió. No es mala leyenda viniendo de quien tanto disfrutó en entierros ajenos y que puso en boca de Raúl del Pozo aquella ilustre frase en el entierro de González-Ruano: "No lo pasaremos tan bien hasta que se muera Azorín".

4 comentarios:

manolotel dijo...

Hermoso homenaje, casi apología, para quien será, ya, alguien vivo entre quienes aman las letras, independientemente de los géneros y los números.

Quizás su personaje desdibujó a la persona en su itinerante éxodo personal y político, no así ese estílo facilmente reconocible que hacía esperar la frase incisiva, tal vez certera pero nunca inocua, a poco de haber comenzado a leerle.

Escribió mucho. Demasiado. Bien, pero no lo suficiente para diferenciar las novelas buenas de las mejores. Confieso que me he perdido muchas de ellas y también su última época de articulos, pero reconozco que cumplió una de mis condiciones más importantes a la hora de leera a un autor: que no me deje indiferente.

Yo no creo que hubo injusticia para con él en vida. No desprecio a los muchos y buenos autores españoles de los últimos 35 años, que no han recibido el premio Principe de Asturias de las Letras, por ejemplo.

Creo además que la Real Academia ha estado bien representada en este cambio fundamental que ha habido con respecto a la universalidad de nuestra Lengua y la asimilación de sus variantes panamericanas.

Fue lo que quiso Fue escritor, pudo vivir de ello y como tal será recordado. Bastante más de lo que hubieramos deseado tantos con menos inteligencia, voluntad y valentia que él.

Saludos

conde-duque dijo...

Despues de pasearme por los blogs de Mabalot, Benitez Ariza y el tuyo, Manuel, estoy convencido de que la verdadera literatura y el verdadero periodismo se escribe por aqui, en Internet.
Desde aqui, tan lejos, lo sè.
Es una suerte poder leeros. Me informais y ademas me haceis disfrutar leyendo... (y gastarme los euros en este Internet Point que regenta un hindu de mala hostia).
Un abrazo.

Jose Portonovo dijo...

tengo que felicitarte manuel, la verdad que da gusto pasearse por tu blog para leer tus articulos. enhorabuena.

M. dijo...

"Que no me deje indiferente": casi imprescindible requisito. Un saludo, Manolotel.

Conde, por ser vos quien soy, esas palabras tengo que enmarcarlas. Y menos en lo que a mí me concierne, estoy de acuerdo contigo sobre lo de internet. Por más que leo sobre Umbral, y ya digo que he estado leyendo muchísimo (porque el personaje me interesaba tanto o más que su escritura), no he encontrado nada a la altura de nuestro común amigo Mabalot. Y eso que Leguineche en El País no ha estado nada, pero que nada mal. Disfruta de Roma, amigo: sus pasiones, o sea (homenaje póstumo).

Jose, bienvenido y gracias. Ese post tuyo lo leí hace poco en las cartas del Diario, así que nos conocemos (y apreciamos). Un abrazo.