Heredé de la infancia el ciclo del nuevo curso: los años empiezan en septiembre, con la caída de las hojas y la muda del campo. Por eso la lista que se hace en enero con las grandes esperanzas yo la hago durante la segunda quincena de agosto tratando de no perder los nervios: suelen ser las mismas grandes esperanzas de los últimos diez años. Es una lista compleja y trabajosa que luego suele reducirse a unas cuantas valoraciones sobre mi aspecto físico y unas pocas de orden moral: que todo cambie para que todo siga igual, pero no mucho. Como una gran familia de valores derruidos que trata de mantener en pie su dignidad ante las mansiones vecinas, suelo virar el rumbo del buque entre la compasión y el delirio cuando el viento rola a septiembre. Y me hago a unas nuevas costumbres sin perder parte de las viejas: aprender meteorología para saber navegar y apurar mejor las metáforas, levantarse con el gallo y, finalmente, completar cualquier álbum de cromos como ejercicio mecánico y hacerse así a una rutina, por muy insólita que sea. También valoro llamar dulcemente a las puertas del catolicismo (el regreso del hijo marchito) para hacerme perdonar la falta sagrada de un matrimonio sin Dios y un largo capítulo de tentaciones satisfechas a plenitud, incluido el agravante de las relaciones contra natura. He subrayado sin embargo dos objetivos prioritarios: aprender a tocar la armónica en las noches de insomnio y habituarme al pescado, que es la única cosa que se puede comer manteniendo cierta elegancia. Y mientras ya preparo mi particular Nochevieja, el año termina con un par de esperanzas inesperadas: haberle puesto rostro y vino a dos amigos y descubrir As túas balas, mi nueva obsesión literaria de la que leo pasado y presente como una revelación divina. ¿El resto? Entre el misterio y el perjurio, pero siempre a la intemperie.
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8 comentarios:
Y cómo me encantaba presumir de la nueva carpeta del superhéroe de turno en los recreos de Campolongo...ahí sí que nos dejábamos las rodillas y no ahora, que los niños vuelven limpios y sin heridas de allí...
Somos muchos los que te leemos apasionadamente, junto a Cesare, de As tuas balas.
Dios fue muy generoso con vosotros.
El superhéroe americano, o algo así, Andrés, aquel rubito de rizos tan majo. A ti igual no te pilló: eres muy joven. Pero no había carpetas de él. Era un matado.
Querido Antonio, te agradezco tus palabras. As tuas balas es un diario o lo que sea (que acabé ayer tras empezarlo hace unos días por el inicio) y esto es sólo una trampa para airear mis columnas en prensa, algunas mucho menos afortunadas que otras. Ojalá Dios no haya sido generoso conmigo, porque yo nunca lo he sido con él. De un amigo: "Dios somete a los viciosos, pero sólo gana a los pobres de espìritu". Gracias por andar por aquí. Sé bienvenido siempre. En tu tierra rodaron amigos míos uno de los cortometrajes más premiados del pasado año en España, Madres. Incluso la actriz no sé si es paisana tuya: Isabel Rey, pero a ella no la conozco.
Un saludo.
Increible, hoy la vi de compras en un Centro Comercial, aqui en Ribeira, hacia mucho que no la veia, creo que anda por otros lares.
Espero que algun dia visites Ribeira, y presentes alguna publicacion tuya en nuestro ateneo. GRACIAS
Parabéns polo teu blogue, Jabois, non sabía que tiñas un.
Agardo seguir atento ao teu blogue (e que ti sigas atento ao meu, pra que negalo :P)
http://pontevedra.blogaliza.org
Escribes muy bien, pero eso del matrimonio sin Dios y relaciones contra natura me lo tendrías que explicar un poco más. Roberto.
El matrimonio sin Dios lo entiendo, y lo practiqué; es un matrimonio vía juzgado, ¿no? Y lo de las relaciones contra natura... ¡Dios! Ahí sí que necesito a Dios para que me explique a que te refieres.
Para mí también fue un buen regalo del año conoceros... Un abrazo.
"Ahí sí que necesito a Dios para que me explique a que te refieres".
Jajaja, ni Dios ni Fraga encontrarían justificación alguna.
Gracias, Roberto.
Pontevedrés, me apunto tu dirección.
Saludos.
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