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martes, noviembre 18

Aves de plumaje tan distinto

"(...) Picasso se quedó bebiendo hasta que la cabeza se le cayó sobre la mesa. También Joyce, en silencio, bebía champagne y eructaba con ganas. Al llegar, se había disculpado por no estar vestido de etiqueta. “No tengo dinero para esas inutilidades”, declaró. El único tema de conversación que le interesaba era su novela Ulysses, que se había publicado tres meses antes y que estaba ya en todas las bocas, sobre todo en las de quienes la leían sin entenderla.

Los restos de la comida fueron retirados de las mesas a la una de la madrugada. Joyce –ha contado el crítico Clive Bell, quien oyó la historia de boca de Sydney Schiff– siguió sentado, sin hablar, con una mano en el mentón y la otra ocupada con una copa de champagne. A las dos de la mañana estaba completamente borracho y de a ratos soltaba bufidos sonoros.

Quince, acaso veinte minutos después, los Schiff vieron entrar a un hombre pequeño y sigiloso, enfundado en un abrigo de pieles, que se movía –según Clive Bell– como una rata. De lejos parecía pringoso y húmedo. Era el autor de En busca del tiempo perdido. Ya había terminado de escribir su gran novela y todavía la estaba corrigiendo y añadiendo frases. Era entonces mucho más célebre que Joyce, y sus largas frases perfectas, encadenadas unas a otras por una música inimitable, se repetían en los salones con devoción sacramental.

Aunque Joyce no vio a su colega como un hombre enfermo (diría, por lo contrario: “Se queja, pero está más sano que yo”), las drogas que Proust se inyectaba o bebía con frecuencia asesina estaban acabándolo. Seis exactos meses después de la reunión en el Majestic, una septicemia veloz acabaría con él. Dijera Joyce lo que dijera, era un agonizante en lucha contra la muerte.

Cuenta Davenport-Hines que se ubicaron en sillas contiguas. Registra seis versiones de lo que hablaron –una de ella es la de las trufas–, y en todas persiste la incomprensión. Joyce contó años más tarde que la única palabra memorable de aquel encuentro fue un monosílabo, “no”. “Proust me preguntó si yo conocía al duque tal o cual. Le dije: «No». Madame Schiff quiso saber si Proust había leído éste o aquel capítulo de Ulysses. Respondió: «No». La situación era insoportable.”

Otras veces, en sus años de gloria, Joyce pagó la indiferencia de Proust hacia su obra maestra con sarcasmos envenenados. Uno de los apuntes de su diario es revelador: “Los lectores llegan al final de las frases de Proust antes de que él termine de escribirlas”. Y luego, en una carta a su editora Sylvia Beach, que era también la dueña de la célebre librería Shakespeare & Co, cuenta, con un juego de palabras difícil de traducir: “Acabo de leer En busca de las Sombrillas Perdidas por varias Muchachas en Flor en el Camino de Swann con Gomorrea et Cie., escrito por Marcella Proyst y James Joust.” Los dos grandes hombres no volvieron a verse. Eran aves de plumaje tan distinto que sólo se habrían lastimado (...)".
Tomás Eloy Martínez, La Nación (7-10-06)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

muchísimas gracias, M. te espero.
hoy conexión desde la sala de profesores. esto a veces se me hace muy raro pero estoy feliz.
besinos

Anónimo dijo...

soy L:)