La noche de Todos los Santos estuvo ayer impregnada de diablillos distribuidos con temple por la parrilla televisiva. Había titanes a la hora cumbre: los cracks del Barcelona (con Etoo disfrazado de ‘reservoir dog’ en la cabina de Antena 3) en el Nou Camp y el doctor Gregory House haciendo tiempo en Cuatro (calentando minutos eternos, como Ronaldo en Tarragona, pero con más éxito) antes de salir a los pasillos del hospital a soltar improperios y cargar de putadas al pobre Wilson. Fue, a pesar de la templada noche que se quedó en Pontevedra, una gran decisión la de quedarse en casa. Al gol de Gudjhonsen, insignia de oro y brillantes del Real Madrid, le siguió un tremendo berrido colectivo surgido de las profundidades de los bares de San Antoniño. El gato, que ronroneaba en mi regazo, saltó como alma que lleva el diablo y se refugió debajo del sofá, como el Chelsea. Al gol de Drogba, en el descuento, le siguió un silencio frío en la calle que traté de compensar con un grito un tanto forzado. Esperé en el balcón a que los antibarcelonistas escuchasen mi llamada de la selva y respaldasen mi entusiasmo, pero tuve como respuesta una muralla de indiferencia que me llenó de rencor. Cuando me quise dar cuenta, a Matías Prats se lo había llevado por delante una avalancha de silicona: había empezado Scary Movie en Antena 3, y Pamela Anderson se estremecía en un pasillo, no se sabe si de miedo o porque le flaqueaban las fuerzas para mantenerse erguida con semejante lastre de caucho amontonado en los pechos.
Pese a todo, lo mejor estaba aún por llegar. El Club de Flo es un programa de la Sexta en el que se adiestra a famosos para que aprendan el arte del monólogo. El programa se hizo famoso porque en su primera edición contó con Alfredo Urdaci, pero no como maestro, ¡sino como alumno! En esta edición también hay chicha: se encuentra entre los participantes Julio José Iglesias Preysler, probablemente el chico más incapaz que hayan visto los ojos de Dios, y Dios lleva ya mucho tiempo en esto. De tan bien que se conserva, Julio José sigue teniendo 17 años: física y mentalmente. Se conserva estupendamente en todos los aspectos. Es una especie de adolescente eterno de pelo liso y unos dientes tan blancos que dan ganas de invitarle de vez en cuando a un ‘chino’, para normalizarlo un poco. Está reñido Julio José no sólo con el trabajo sino también con la vis cómica. Es muy complicado que le haga gracia a alguien: tendría que partirse la crisma en monopatín o hacer alguna de esas trastadas que hacen los niños orientales, que también para eso él es medio filipino. Pero para hacer reír con la palabra (con la cabeza, o sea) se tiene talento o no se tiene, y Julio José, también en esto, no tiene. Sin embargo, ayer se llevó al público de calle. Lo presentó Florentino Fernández, alguien que hace reír incluso aunque no se lo proponga. Y cuando lo dejó solo en el escenario, Julio José se metió muy en el papel, extendió los brazos y dijo, a modo del típico inicio monologuista: “¿Conoceis vosotros a alguien no haya tenido problemas para encontrar un piso?”.
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