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domingo, enero 28

Blanco

Por encima del silencio que flotaba caliente en la tarde lluviosa del primer entierro, agrietado tan sólo por el cegador llanto que sucede a las desgracias más terribles, y por encima también de la suave emoción del pueblo, desfilando bajo una inmensa carpa de paraguas en aquel lento chapotear que les llevaría hasta la iglesia, mi mirada no se apartó un instante de la cajita blanca que portaban cuatro hombres vestidos del luto riguroso que exije corbata malva. En aquella caja ya moraba el cuerpo de Sara, la niña de nueve años de O Grove muerta esta semana en el accidente de Poio. Con ella murió su madre, a apenas dos metros en el cortejo fúnebre, y un día después su hermano, de ocho años. En la antigüedad, los monjes japoneses diseñaban valijas adornadas con bambú o cuerdas sobre el barro todavía blando para guardar allí los alimentos, y si eran grandes servían también como ataúdes de niños. En culturas antiquísimas ya se protegía a los muertos con telares con la intención de protegerlos en el viaje a la otra vida. Dostoievsky, a través de uno de los hermanos Karamazov, relata una escenografía idílica: una muchacha de diecisiete años tumbada sobre un manto de flores en un ataúd abierto. El blanco es la pureza, el presagio, y sobre él se distingue con más intensidad la luz: es el lecho claro de la inocencia, del principio. He pensado en la serena tristeza de los viejos carpinteros que pasaban el día martillando pequeñas tablas de maderas para confeccionar el ataúd de un niño, y en los relámpagos con que el azar se asoma de pronto a una familia tranquila y la hunde desde los cimientos, explotando los anclajes, con la efectividad de un terremoto que deja sólo en pie el armazón blanco de una pequeña caja de madera adornada con un solitario Cristo.

4 comentarios:

Portarosa dijo...

Hay tristezas, como ésta, inconcebibles desde fuera (y que así sigan).

Con entradas como éstas, voy a venir mucho por aquí.

Un saludo.

Anónimo dijo...

Impresionante texto;

Al leerlo me has llevado a las calles de O Grove, dejando mi rostro serio, triste, e incluso me he empapado con lluvia mientras escucho el llanto desgarrador de los amigos y familiares de Sara.

La vida muchas veces "demasiadas", nos da estos palos que como bien dices nos hunde desde los cimientos.

Sigue así, campeón... me entanto tu escrito, a pesar de la situación descrita.

Un saludo.

Anónimo dijo...

En fin, yo siento volver a asomar la cabeza por aquí en estas circunstancias, pero es que te despistas unos días y te dan clases de Derecho, te pierdes un debate sobre la identidad nacional y el uso de las lenguas, y se te pasa el post de Fin y sus pesadillas con la Mortadela Siciliana (era esa que tiene aceituna????). Toda una comunidad virtual en pleno crecimiento y desarrollo muscular. Yo, lo único que quería, era dejar bailando por ahí unas preguntas sobre lo que se ha tratado aquí estos días.
¿Por qué los accidentes de tráfico siguen tratándose en algunos medios de comunicación como un espectáculo? Y, sobre todo, ¿por qué ya no se respeta el dolor ajeno?
¿Por qué si me llamo Patxi y quemo un contenedor en Basauri me aplican la Ley Antiterrorista,pero si destrozo el mobiliario urbano de Alcorcón a la caza del moreno y me llamo Joaquín soy un gamberrete ehpañol?
¿No es evidente que Galicia conforma una realidad nacional y cultural diferente al resto del Estado al margen de la lengua que cada uno utilice para interrelacionarse? Y si es así, ¿por qué no se refleja políticamente?
Para terminar, ¿por qué Fin no reconoce de una puñetera vez que se está gastando todos los euros en vino y copas, y que como no le queda para más sólo come Mortadela todos los días aún a riesgo de que su cerebro se quede como una esponja?
Contestad, malditos, contestad.Estrujemos nuestros cerebros. Yo, la última, la tengo clarísima.

Anónimo dijo...

Mi querido señor de Portorosa, gracias por tus visitas. He entrado los últimos días en tu blog y he leído hasta donde he podido: compruebo con gusto que compartimos muchas afinidades. Será un placer para estar en tu nómina de asiduos, como lo es también recibirte aquí.

Madrileño, gracias por tus comentarios: son muy generosos. Por cierto: me gusta más cuando firmas O Madrileño. Y campeón, lo que se dice campeón, es Federer.

Arenteiro: no me entretendré mucho, aunque tus preguntas merecen respuestas más elaboradas. El asunto de los accidentes de tráfico es una de las perversiones más elaboradas y autocomplacientes de la prensa. Pornografía de chatarra, hierros y bolsas de plástico.

Preguntas: “¿Por qué si me llamo Patxi y quemo un contenedor en Basauri me aplican la Ley Antiterrorista, pero si destrozo el mobiliario urbano de Alcorcón a la caza del moreno y me llamo Joaquín soy un gamberrete ehpañol?” No, no es lo mismo. Tampoco que el Joaquín ése sea un gamberrete: es un racista. Pero quemar un contenedor en Basauri no es lo mismo que quemarlo en cualquier otro lado y por cualquier otro motivo. Quemarlo en Basauri tiene otro significado, y una connotación bastante diferente.

Preguntas acerca del reflejo político que debe tener Galicia: estoy de acuerdo. Si la ciudadanía duerme más tranquila, y se siente más segura, adelante. Cada uno pensará lo que quiera. Yo pienso como tú, y también pienso que tenemos más en común con un señor de Braga que con uno de Motril, pero no es algo que me atormente.

En cuanto a Fin, yo creo que está follando. Que está follando y además está follando bien. Le está dando cera a las panini. Las está poniendo en su sitio. Duro y al centro, por donde quepa. Y luego se revuelve como un gato entre grandes lonchas de mortadela, y se pasa de cuando en cuando por el blog, lamiéndose las patitas. Menudo cabrón. Ése, ése es el hecho diferencial: o carallo galego.

PD: El susodicho Joaquín, es el del Betis?