Cuando se despertó, le besó el brazo y se apartó espantado de ella. No podía ser posible. Olía a caldo. A domingo. Todo eso. Un pestazo.
Investigó por su cuenta con la nariz hasta que la chica abrió los ojos.
-¿Qué le pasa a mi brazo?
-Nada, que huele a caldo.
-¿Qué? -se tapó enfadada-. Saca de aquí tu nariz, por favor.
-El olor viene de ahí -la apuntó solemnemente con el dedo.
La chica le dio la espalda. Él se apoyó en la cabecera de la cama. No dormiría. Era imposible. Notó que el olor crecía. Alejó su nariz de ella. La volvió a acercar. No había duda.
-Hueles a caldo.
-¿A qué?
-A caldo, lo has oído muy bien.
-Dios mío, estás loco.
-Carajo, la loca eres tú. En esta cama huele a caldo que apesta.
El olor se hizo insoportable. Cuando ella volvió a dormirse él aprovechó para olisquearle el brazo. Lo hizo con tiento, pero ella se despertó pegando un grito y él se apartó.
-¡Santo Dios del cielo!
-¿Pero qué te pasa?
-Cómo huele, qué vergüenza.
-¿Qué le pasa a mi brazo?
-Nada, que huele a caldo.
-¿Qué? -se tapó enfadada-. Saca de aquí tu nariz, por favor.
-El olor viene de ahí -la apuntó solemnemente con el dedo.
La chica le dio la espalda. Él se apoyó en la cabecera de la cama. No dormiría. Era imposible. Notó que el olor crecía. Alejó su nariz de ella. La volvió a acercar. No había duda.
-Hueles a caldo.
-¿A qué?
-A caldo, lo has oído muy bien.
-Dios mío, estás loco.
-Carajo, la loca eres tú. En esta cama huele a caldo que apesta.
El olor se hizo insoportable. Cuando ella volvió a dormirse él aprovechó para olisquearle el brazo. Lo hizo con tiento, pero ella se despertó pegando un grito y él se apartó.
-¡Santo Dios del cielo!
-¿Pero qué te pasa?
-Cómo huele, qué vergüenza.
-Vale -ella saltó de cama-. Me voy.
-Échate algo encima, anda.
-No me lo puedo creer.
Mientras ella se vestía él pensó que lo más coherente que podía hacer era ir a la cocina y ofrecerle una olla para que llegase bien a casa. A la chica le temblaron ligeramente los labios. “Ya se ha dado cuenta de que es verdad”, pensó él: “ha estado oliéndose a mis espaldas”. Después sonó el timbre.
-Seguro que vienen a preguntar si es aquí la Fiesta del Cocido -dijo.
Ella no aguantó más. Le escupió con rabia desde la puerta: una rodajita de chorizo, oreja de cerdo y algo de lacón. Los dos enmudecieron. Hasta él había llegado a pensar que el olor venía del piso contiguo. Pero no. Era cierto. Su novia se estaba convirtiendo en caldo. Volvió a sonar el timbre y le dio por pensar que era la familia, al volver de misa. Ella rompió a llorar y él, al borde del delirio, puso un plato debajo y le preparó, lenta y cariñosamente, una sopa.
-Échate algo encima, anda.
-No me lo puedo creer.
Mientras ella se vestía él pensó que lo más coherente que podía hacer era ir a la cocina y ofrecerle una olla para que llegase bien a casa. A la chica le temblaron ligeramente los labios. “Ya se ha dado cuenta de que es verdad”, pensó él: “ha estado oliéndose a mis espaldas”. Después sonó el timbre.
-Seguro que vienen a preguntar si es aquí la Fiesta del Cocido -dijo.
Ella no aguantó más. Le escupió con rabia desde la puerta: una rodajita de chorizo, oreja de cerdo y algo de lacón. Los dos enmudecieron. Hasta él había llegado a pensar que el olor venía del piso contiguo. Pero no. Era cierto. Su novia se estaba convirtiendo en caldo. Volvió a sonar el timbre y le dio por pensar que era la familia, al volver de misa. Ella rompió a llorar y él, al borde del delirio, puso un plato debajo y le preparó, lenta y cariñosamente, una sopa.
8-03-2002
7 comentarios:
...
Sin palabras.
...
Jajaja, qué bueno...
Una mujer con sabor a caldo gallego, ¿qué más se puede pedir? Sobre todo en estos días de frío...
Pues a mí me da mucha pena ella, me parece un cuento cruel, Manuel. ¡Es que ella se va a morir convertida en caldo!
Ya ves...
Un abrazo.
Y él tan tranquilo, empezando a comérsela...
Qué recuerdos esos del caldo. En casa de mi abuela se hace todos los domingos, hasta aquellos en los que el mercurio sobrepasa los 30º. Las abuelas son así. Hay tradiciones que no se perderán jamás. Qué grande es mi abuela...
Serafín Alonso
Y lo que cuesta tomarse el caldo cuando está uno de resaca. Las abuelas lo notan todo. Lo habrá hecho todos estos años para que dejase de beber los sábados? Chi lo sai. Un saludo Jabo. Y, por favor, sigue colgando estas pequeñas historias tan divertidas
Un saludo
Escribo aquí, en este caliente caldo gallego, aunque vengo de Náufragos. Tras leerte ahí abajo, me sonrío. Pero qué bien estaría conversar apartando los tenedores de una mesa con chupitos de orujo y papel de liar más o menos cerca.
Nuestro Kafka gallego...
Buenísimo.
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