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viernes, marzo 23

El gallo

Habíamos salido el viernes. Nos retiramos E. y yo a las siete, poco antes de que se desencadenara una pequeña emboscada en el núcleo duro de Batasuna: dos botellas de whisky y un piso franco para empezar bien la mañana. Por eso el sábado salí con reservas: nunca me gustaron las segundas partes. Dos botellas de vino en la Verdura, copas en un bar poco frecuentado y una visita al Ufo. Y sin embargo, al hacer recuento, estábamos casi todos. Pronto fue abriéndose paso la inaplazable euforia: en la barra, en la pista, en las butacas. Se fueron montando pequeños grupos en alegre tertulia, rondas pisándose las unas a la otras, y a las tres de la madrugada, horas después de haber iniciado la fiesta, me senté solo en una de las butacas, admiré el espectáculo más maravilloso de la vida, que es el espectáculo de los amigos, y alguien se sentó junto a mí y levantó su copa: "Por la vida, carajo".

D. me cuenta que ha empezado a hacer una sustitución en el instituto de un pueblo de Lugo. Que lo lleva mal, porque da clases de gimnasia y tiene que ponerse el chándal, lo que no deja de tener su gracia, porque si lo que le gusta es ponerse la bata podía haber estudiado Química. Pero le pregunto por cosas serias: las repetidoras y las profesoras. A lo primero, sin sortear su ética profesional (y moral), no contesta: necesita un whisky más, parece reprenderme con la mirada. Pero a lo segundo responde con un gesto de gravedad, y antes de que lo diga alcanzo a comprender la magnitud del problema: "Hay un gallo".

Efectivamente: el gallo, y su lucha histórica con el nuevo. Un conflicto profundamente machista que tiende a eternizarse. El gallo como padre protector de las pollitas, airado por la presencia de un joven polluelo libertino que amenaza su corral. "No es un gallo cualquiera, de estos pitiminí de ciudad", empieza a decir. "Es un gallo de pueblo: fuerte, alto, sano, directo". Y lo empiezo a visualizar: un José Campos de mandíbula prominente, campechano. Cuando llegó D. al instituto, un jovencito de físico agradable curtido en los peores corrales, el gallo se puso alerta. "Se alborotó nada más verme. Y supe al momento que ahí tenía al gallo. Es de éstos que te aprietan la mano con ganas, no con fuerza. A los pocos minutos de presentarnos me lo crucé por el pasillo y le grité. '¡Adiós, Evaristo!', y me apartó la cara. Un gallo con huevos: primer aviso".

La cosa siguió así: una de cal y una de arena, con mi amigo desconcertado, yendo de una esquina a otra del ring. Y en las salas de profesores se mascaba la tensión. El gallo rodeado de su cortejo, dando sus particulares clases magistrales de la vida, y D. lanzando miradas temerarias a las muchachas, profundizando en la crisis: la batalla ya era a pecho descubierto. "Una vez comimos juntos. Nosotros a un lado de la mesa, y dos profesoras enfrente. Empecé mal: no había sacado dinero y me pagaba él. Después de dar a conocer este detalle públicamente en la mesa, abrió los codos hasta el infinito, se echó el corpachón para adelante y me cubrió por entero, desplegando su generoso plumaje: a mí no se me veía. No acabó ahí su exhibición. Después de comer lo suyo, se puso a picotear en el plato de las chicas. Recordé las grandes lecciones del maestro R.: lo que me estaba diciendo es que a sus gallinas sólo las tocaba él". Alguien trajo más copas. "Otro día salió del instituto con su cochazo y dos profesoras. No sé cómo lo consiguió, pero se fue cruzando conmigo por todas las calles del pueblo. Yo iba paseando, y hubo un momento en el que me gritó desde el coche algo de unos apuntes. Cuando me acerqué corriendo para escucharlo mejor, arrancó de repente e hizo un gesto de 'déjalo, anda'. Lo tiene todo muy controlado".

Le dije a D. lo que pensaba: está jodido. "Lleva años trabajándose ese corral: domina la política de gestos y te está aplastando, así que el sustituto tiene que acabar su trabajo con dignidad y salir pitando". Y levantó la mirada, poniendo su mano sobre mi brazo: "Mira: el sustituto va acabar follándose a las pollitas. Y a lo mejor también al gallo".

1 comentario:

La Escapista dijo...

Es una alegría leerte en la distancia. No siempre el gallo es el que atrae a las pollitas.