He vuelto a las estaciones de los trenes. La rugosidad del destino, y sus cálidos desafíos, mientras observo con falsa nostalgia las vías. El tren como material literario y sentimental, ahora los pasillos del aeropuerto cargados de Duty Free. Y aquel triste Adiós, Cordera, de Clarín: “Tres eran tres, Rosa, Pinín y la Cordera”. El tren entonces era el progreso de lava que borraba el presente bucólico de la infancia, y se llevó por delante a la última vaca. Pero el estupor es perpetuo y viaja a través de los siglos, por eso Rosa Aneiros acaba de ganar el Fernández del Riego con un bello y fugaz canto a su última vaca (“sempre hai unha traizón”, escribe). Llorábamos a la última vaca en el XIX y la lloramos en el XXI sin saber aún que será una vaca, una entre un millón, la que llore al último hombre: esta rimbombante consideración, a punto de naufragar. He vuelto a las estaciones de tren con la reticencia del exiliado que se reencuentra en una ciudad minada de recuerdos, sembrada de olvido, y una tarde casi abrazo al revisor. El paisaje de una batalla: las mismas estudiantes de aquel septiembre, con la falda plisada y los libros apoyados sobre sus piernas limpias, los señores interesantes de barba blanca acariciando una pipa apagada y luego yo, en un desteñido segundo plano, aplastando la nariz en el cristal, envidiándolos secretamente. Un fresco aséptico, casi inmoral, obscenamente limpio. Hace diez años, de mañana, volvimos de Santiago A.C., M. y yo, y parecía que volvíamos de Babilonia. A.C. nos habló de su primer novio y de aquellas caricias extrañas en Campolongo, y luego le dio dos collejas a un pasajero que trataba de dormir: como es guapísima, aquel bobo la admiró con una lejana deferencia y M. lo insultó: tenía que hacerlo. Nos bajaron en Vilagarcía y el único que volvió aquella mañana a Pontevedra fui yo: ella a Bostón y él a California. Pero he vuelto a las estaciones de los trenes con el paso cambiado y un libro que nunca abro. Primero con reservas, luego ya con la insolencia propia de quien ha recuperado su lugar natural, su jerarquía. Abro el periódico, lo cierro y miro a fondo el regurgitar de un paisaje yermo que de repente se estremece, en un leve segundo. Se detiene el tren en un paso a nivel y a mi alrededor hay quien lee, y hay quien duerme, y hay quien sostiene de pronto mi mirada y luego la aparta bruscamente para zambullirse en un ardiente silencio. Cuando el tren para en A Coruña, se acerca y me pide perdón. “Te pareces mucho a mi hermano”. E intuyo que su hermano está muerto o no se habla con él, porque entonces no tendría sentido. También me pregunto si esto sólo me pasa a mí, por el hecho de poder contarlo, pero es absurdo: todos los días arranca una historia inabordable. Salimos juntos del vagón, pisamos al mismo tiempo el suelo del andén y, tras mirarnos con desconfianza, echamos a correr hacia la misma mujer. Siempre hay una traición.
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5 comentarios:
Hay una palabra, frase, que se pronuncia en "El Club de la Lucha", que es genial para estas cosas que a uno le pasan en los trenes o en los buses, sobre todo si es un trayecto medianamente largo (un Salamanca-Pontevedra, aunque en un Areas-Pontevedra a veces se dan casos)...habla de las "pequeñas raciones individuales de amistad", esas personas que conoces, durante...una tarde, y se van como vienen...algún día escribiré algo sobre eso, me parece curioso.
¿Ve? A esto me refería. Mucho mejor así, donde va a parar.
Por protestar un poco: “Abro el periódico, lo cierro y miro a fondo el regurgitar de un paisaje yermo que de repente se estremece, en un leve segundo.”:mal, muy mal, nefasto.
Algún día quizás consiga deshacerse de este tipo de estridencias, que le pueden tirar abajo un buen texto.
Hay más de similares características ya en este post (¿columna mejor?), pero bien es cierto, que cada vez son menos abundantes; recuerdo años ha…
Saludos (de un crítico inofensivo y cobarde).
"voy por la vida perdiendo trenes y cogiendo resriados..."un besín
Ay, los trenes y las estaciones de trenes y -sobre todo- los paisajes desde el tren. Unas cuantas veces he ido yo en ese tren de Pontevedra a Santiago... Muchos recuerdos.
Ah, Manuel, y que sepas que cuando te pones tienes mucha gracia. Lo que pasa es que hay gente que no tiene sentido del humor, se toma todo demasiado en serio y siempre busca líderes espirituales críticos. Además, ¿desde cuándo el humor no puede ser "crítico"?
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