Desde la lejanía soy incapaz de respirar ese duelo tremendista que se ha montado por la muerte del futbolista joven, pero le estoy echando un ojo muy sutil al periodismo. El periodismo popular, se entiende: el que empuja a la gente a la calle y saca los gritos por la ventana. El periodismo de las emociones, que con tanto brío inauguró aquella noche Nieves Herrero a propósito de Alcasser. Claro que eran otros tiempos y otros crímenes. Su último gol, su última mirada a cámara, el último suspiro, el bebé que nacerá huérfano. No me sitúo en contra: yo mismo me he sorprendido exigiendo las imágenes de la viuda embarazada para intentar un último acercamiento, para violentar un poco el corazón y reclamarle un dolor que se alejase del simple impacto. Y aunque apenas he leído sobre el tema, sí he visto el desfile funerario y la presencia simbólica de testigos de lustre que han ido a empellones de lo que exigía el vulgo. Por ejemplo el Madrid y su fastuosa corte. Allí estaba Guti detrás de unas gafas de diseño, y a la derecha, como separado del grupo y mirando fijamente el suelo, Pedja Mijatovic. Si hay algún lugar en el que uno debe encontrarse con Mijatovic para dar de lleno con su verdadero perfil ése es un entierro. Su aire mafioso alcanza entonces un viento legendario. Pulcramente negro, Mijatovic se mira sus relucientes zapatos mientras parece rumiar una fría venganza. Uno no sabe si le está llorando a Antonio Puerta o a Totò Riina: realmente uno no sabe nada cuando tiene delante a Mijatovic en un entierro. Pero entre las imágenes reluce el abrazo entre José María del Nido y Ruíz de Lopera. Dos enemigos irreconciliables a los que la muerte puso a los pies de un ataúd. El mensaje que nos brindan es tan hermoso como falso, y refuerza una teoría en la que hace años que no trabajo: los entierros son las Navidades, pero en bruto. Que no se alarmen los ultras, que no se van a quedar sin trabajo. Dentro de un par de meses el muerto al hoyo y el vivo al bollo. Si pasó con el espíritu de Ermua, que aquello era terrorismo, qué no va a pasar con esto, que es mero fútbol. Hubo sin embargo, entre el dolor, algo curioso: la sonrisilla. Se le escapa en una foto a una seguidora del Sevilla arrimada a un balcón. No es una sonrisilla malvada ni cínica, por Dios. Es la sonrisilla nerviosa, uno diría que perra, que se le escapa a uno en ciertos momentos de tormento colectivo. Es la sonrisilla inocente de qué sé yo: de ver a tanta gente junta, a los periodistas, a los famosos. Uno siempre ha sido un defensor de esas sonrisas que no salen de la cabeza ni del corazón, y que aunque las carga el diablo son compatibles con el dolor, quién sabe si incluso producto del dolor mismo. Me alegró haberla encontrado allí, en aquel entierro televisado. Me hizo sentirme menos solo, y lo que no pudo hacer la histeria lo hizo la sonrisa: sentir como propia, al menos por un segundo, la desgracia.
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3 comentarios:
Buenas reflexiones y buen ojo al detalle!!!
Me comentaban hace ya un tiempo, no espero que sea un hallazgo, es la "espectacularización de la muerte", o como decía otro también, es la conversión en realidad através de lo no real, es decir, no es real hasta que no es diseccionado por el espectáculo. No veo que se agolpen carrozas ante tantas otras muertes tan igual de destructivas. Se han juntado los ídolos del espectáculo y la fatalidad. Esa sonrisa puede ser la complicidad de ser parte del espectáculo.
Del periodismo, no se muy bien. Me pondría en posición crítica. Diría que son medios, nunca mejor dicho, entre el espectáculo y el consumidor de realidad.
te seguiré leyendo...
José
Qué buen artículo, M.
Me pareció, lo que vi, de una morbosidad bastante impúdica e incluso hipócrita. Y no sólo por parte de algunos periodistas (televisivos), que parecían no poder disimular lo contentos que estaban con aquel filón, sino por esas aficiones que, no sé, debían de sentirse protagonistas, o estaban en plena exaltación del patriotismo futbolero, o qué sé yo, pero que se daban golpes en el pecho y a los dos minutos ya cantaban un gol del Barça.
En fin, que da todo mucho asco.
Lo que importa: que esa chica y ese niño sean capaces de ser felices, aun así.
Un abrazo.
Bueno, envié un comentario y los duendes electrónicos lo robaron. Te decía en él que tus reflexiones me parecen de lo más juiciosas, y que yo, viviendo en Sevilla, y habiendo asistido casi en primera fila al espectáculo, me quedo con tres imágenes: la primera, vista (como la segunda) en televisión, mostraba, justo en la entrada de urgencias del hospital donde atendían a Puerta, a un chavalote con la camiseta del Sevilla, y al que una periodista le preguntaba: "Una verdadera tristeza, ¿verdad?". El chaval, con un móvil pegado a la oreja y una sonrisata chulesca en el rostro, contestaba suficiente: "Mu triste, aro, mu triste".
La segunda imagen la vi en varias ocasiones, cada vez que una televisión conectaba con la puerta del hospital. De inmediato, a las espaldas del periodista, se congregaba un grupito de aficionados, todos llamando por teléfono a casa para que vieran en televisión sus barriguitas y por supuesto su tremenda tristeza...
La tercera la viví en el bar donde suelo desayunar. Un camarero aficionado del Betis, ante el partido que el Sevilla debía jugar con el Milán, vociferaba: "Eh, eh, que el luto ya se acabó. Ya no vale eso de la unión de las dos aficiones...".
En fin, resulta triste comprobar el desprecio que solemos mostrar por el dolor más profundo de las personas.
Un abrazo y encantado de haber encontrado tu cuaderno.
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