Todos los diarios generalistas han dicho que la frustrada cuchipanda sexual de Ronaldo es la “comidilla” de Brasil: pocas crónicas pueden presumir de un inicio tan lujoso. Las versiones difieren, como merece un buen escándalo, pero pesa más la de Ronaldo. La estrella organizó una reunión ejecutiva con tres putas y las tres, comprobó pasmado, tenían bigote: un hat trick como los de antaño. Las imágenes que se grabaron con un móvil sugieren una tarde soleada y un delantero ocioso en un motel de apariencia cutre. Pero al día siguiente las portadas mostraban el rostro de uno de los travestis: si Ronaldo, como Santo Tomás, tuvo que tocar para creer, que Dios le conserve la vista. Desde que Joe E. Brown le dijo a Jack Lemnon que nadie es perfecto, e incluso antes, el travestismo es una de las grandes fuentes de placer de la vida. Hace años salí feliz con uno del Camawey y el bellezón, con un punto de candor, fue diciendo camino a casa que quizás era conveniente que antes de ir a la cama hablásemos porque había algo que yo tenía que saber. “No me irás a decir ahora que tienes coño”, contesté resabido. La conclusión es ésta: o Ronaldo fue muy expeditivo o los travestis fueron muy torpes. Hace poco salió uno en televisión para responder qué pasaba cuando un hombre que pensaba que era una mujer veía el equipamiento. “Nuestra labor consiste en hacer que, para cuando lo descubra, le dé ya todo igual”. Una respuesta antológica.
domingo, mayo 4
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