Los asesinatos de ETA siguen un guión que empieza, como todos, con un cuerpo en la caja, antes entre escombros o bajo la mirada de algún familiar, testigo implacable de la Historia. Lo peor pasa rápido: alguien muere, se comunica a la familia (lean en el Diario de ayer el magnífico artículo de Xosé Pereiro) y el dolor se recoge en las habitaciones, a donde no llega la mano pública. Lo que viene después no mejora el paisaje. No hay silencio: se deja todo en manos de una semántica exhausta, y se dan homenajes por tradición, como quien ficha. La exhibición no es inocente: los entierros en el País Vasco había que hacerlos a escondidas, y seguían al ferétro cinco familiares y un perro. Hoy, ya rebasada aquella repugnante estética tardofranquista encarnada en los nobles corazones del abertzalismo, hasta el Parlamento vasco, fíjate tú, cuelga la foto de un guardia civil (muerto, por supuesto, que tampoco vamos a tirar la casa por la ventana). Y aún más, se dan lujos como el ofrecido hace dos meses por Patxi López y ayer el PP. En un acto por las víctimas del terrorismo, sus mozos siguieron el guión: abucheos a Gallardón y agresión a un redactor de la Ser. Animada, Aguirre fue a por Fraga: “Ya me contarás qué problemas causo al partido” y al quite estuvo Cobo: “Quién eres tú para pedirle explicaciones a Don Manuel”. Qué pena estar muerto y perderse estos grandes cuchicheos, estos formidables espectáculos.
lunes, mayo 19
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