Uno va conociendo a los poetas despacio, sin resentimiento, desde el presunto cielo de la artillería de la opinión. El periodismo es un género de usar y tirar hasta que uno se muere y antes o después también se muere una época. Entonces echamos mano de la hemeroteca, del patibulario y del lupanar, porque al final la Historia siempre la han escrito los columnistas, los ahorcados y las putas. Nada digo de los poetas, a los que siempre he imaginado como imaginaban los malvados a Machado: con ceniza de tabaco en los bolsillos del chaquetón, lúgubre y triste.
Uno a los poetas, ya digo, los va conociendo sin querer, cuando se acercan al periódico con su libro, a veces sin presentar, y va uno levantando la mirada del bordado, como una anciana rodeada de gatos. Así había aparecido dos años antes Jesús Rodríguez / Alexander Vórtice para ser entrevistado. Le habíamos hecho llamar porque la canícula andaba brava y no se levantaban las noticias del huerto: un poeta para Cultura es un apaño, algo de lo que tirar cuando no se fallan los premios o no se muere algún pintor. Vórtice había escrito Destilería Ocaso, y ya ha padecido uno suficientes problemas con el alcoholismo como para dejar pasar la ocasión de entrevistarle. Habló de sus poemas, de sus oposiciones y de César Vallejo. No habló de su madre, que es de lo que hablan los poetas jóvenes que todavía no han pasado por el destete. Quedamos satisfechos el uno del otro, porque el periodista tiene que hacer alarde de que sabe de lo que habla aunque realmente no lo sepa, y en eso uno es insustituible. Luego el destino nos unió en los bares, que es donde se forjan las leyendas, y desde entonces Vórtice me mira con aprecio y yo me dejo apreciar por él, porque el aprecio de un poeta es muy grato y porque además el poeta es amigo de Jesús Iglesias, y compartir a Jesús Iglesias es como compartir el mundo.
La última vez que vi a Vórtice fue en los antiguos Maniquíes, aquejados ambos de una terrible sed. Allí bramé yo contra los gurús de la estética posmoderna que cimentan la belleza en la depilación eléctrica y el ansia humana de ponerle coto al vello. Mi apología del felpudo, que incluyó someras descripciones de las páginas interiores de la Interviú ochentera, era seguida con pasmo por una jovencita que luego resultó ser su enamorada. Mejor aún: su chica. Se resintió mi reputación, si alguna vez había tenido alguna, y me las juré para rehabilitarme socialmente ante ellos. Y este lunes por la mañana, uno de esos lunes de junio en los que ya se palpa la electricidad del verano, tenía un regalo sobre el teclado. Lo estudié con cuidado y acabé agitándolo despacio, conteniendo la respiración, porque unos días antes había defendido en una columna a Argibay. Al abrirlo descubrí una delicia: Neurosis Tremens, el nuevo poemario de Alexander Vórtice, editado por El Taller del Poeta, de Fernando Luis Pérez Poza. No dejaba de ser una bomba, pero de versos: "Un poema puede llegar a ser un hijo prematuro", escribe. Entre las dedicatorias, una a Ella, que todos vamos entendiendo. Y en el prefacio, la cita de un Rick sembrado de nostalgia: "Cómo iba a olvidarme de ti. Los alemanes iban de gris y tú de azul". Si al final la vida iba en serio, querido Alexander, que la vayan jodiendo.
1 comentario:
Estimado Jabo:
Esto me trae muy buenos recuerdos de un tiempo -no muy lejano- en el que me llevé una grata sorpresa, impagable, por cierto.
Gusto de saber que posees un blog y que aparezco en él de manera "radiante" gracias a tu pluma. Te deseo lo mejor, y que tus palabras sigan removiendo conciencias -siempre-.
RAIN ON YOU!!
A.V.
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