Hay dos momentos trascendentales en la historia de la Fórmula Uno en este país: la ascensión al estrellato de Antonio Lobato y la aparición, bajo su fulgurante sombra, de Fernando Alonso. El domingo ambos fenómenos paralizaron España y nos dejaron varios momentos irrepetibles. No es Lobato un prodigio de la imparcialidad, pero tiene un sentido del espectáculo fabuloso. Si la cosa le va mal en Telecinco siempre podrá cubrir los partidos del Madrid para el Sport. Además la televisión exige emociones, y el periodismo está a otra cosa. Eso la audiencia lo valora, porque lo normal es que después de las dos primeras curvas media España eche la siesta y la otra media agite el mando a distancia: sólo los tralleros de domingo prolongan el vermú al calor del bar. Y Lobato hace lo que puede, que no es poco. Algún día España reconocerá que la entrada de la Fórmula Uno en nuestras pequeñas vidas no ha sido tanto obra de Alonso sino de Lobato: sus minuciosas explicaciones, sus didácticos reportajes y la narración, estupenda, de las carreras. Escribo sin rastro de cinismo, aunque a veces me cueste tomarme en serio: a mí el trabajo de Lobato, por encima de las posibles consideraciones homoeróticas que se le atribuyen en su relación con Fernando Alonso, me parece imponente. Luego está el personaje, que es inherente: Telecinco desplaza a los circuitos un equipo brillante, pero rídiculo por escaso, y a Lobato le toca quemarse en pantalla. Da igual. Incluso ese tonteo en directo, como un feliz Gran Hermano, que se trae con el piloto. Durante las primeras temporadas despertaba controversia y a algunos cierto repelús. El domingo comprendí, al verlo en esa pista enorme paseando con su mochila y sus enormes cascos, que si no lo quiero es de milagro. Estuvo en plena forma. En una de las conexiones con Oviedo centenares de aficionados daban su aliento a Fernando Alonso. Al volver a Lobato, asturiano también, la cámara lo atrapó emocionado: se le escapó un gallo, y se hizo el silencio. Minutos después, con Alonso a punto de meterse dentro del coche, el periodista le acercó el micrófono. A la habitual ristra de sonrisas, guiños y complicidades encriptadas le siguió una petición inédita: “Fernando, pase lo que pase cuando estés ahí dentro, al salir de ese coche resérvame un abrazo”. La amistad pudo con el periodismo: cosa de las pulsaciones. El día anterior le regaló un titular impagable a El Mundo: “Alonso es la droga y yo la metadona”. Ya en carrera, narró trepidante la salida (está en Youtube, rememórenlo porque merece la pena) y después, con el parón de Hamilton (no quiero imaginar la reacción ultra si ese fallo le ocurre al McLaren de Alonso: probablemente se viese en la misión sagrada de salir a la pista a empujar él mismo el coche y echarse después encima del inglés) soltó una frase que firmaría el mismísimo Andrés Montes, y que repitió con énfasis: “¡Hay vida después de la muerte!”. Probablemente llamaron en ese momento a Telecinco varias comunidades cristianas para felicitarles por el mensaje. Ayer Mediapro anunció que sacará a concurso los derechos televisivos de la Fórmula Uno a partir de 2009. Huele a LaSexta: a Milikito, que diría Montano. Y a Andrés Montes y su vida maravillosa, por no decir directamente loca. Sacar de las pistas a Lobato sería un crimen: para él y para nosotros. Va en el paquete. Roures: Lobato va en el paquete.
lunes, octubre 22
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3 comentarios:
Lo de la fórmula uno está muy bien y tal, pero por qué no apoyamos más a esos deportes minoritarios como el fútbol?
Puedes visitar nuestro blog, Jabo :
www.dorronunited.blogspot.com
Un afectuoso saludo
Además, el compañero (¿Serrano?) le presta un contraste tremendo. Lobato parece el mejor locutor de la historia al lado de ese señor ignorante e inoportuno... Muy buena la entrada, Manuel. Abrazos.
Cooooño!, qué visitaza...
Visito el blog, sí, lo conocí por Veiga Descalza, y también ando por unos cinco o seis que fui conociendo así, de un lado a otro. No con regularidad diaria, pero al menos una vez a la semana: hay que saber qué se cuece. A Dorrón concretamente entro para ver si te veo en alguna foto, pero te resistes.
Un abrazo.
Gracias Sir John. El compañero es el de "bueno, bueno, bueno, bueno"? A mí me encantan todos. Son como parte de un domingo. Son el caldo y la misa de mi niñez.
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