Me he trasladado! Redireccionando...

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lunes, octubre 29

Una hora más

Bill se sorprende cuando Beatrix le golpea en los cinco puntos exactos que hacen estallar el corazón.

–¿Por qué no me dijiste que te lo había enseñado Pai Mei?, pregunta con el rastro de sangre en la boca.

–Porque soy una mala persona.

–No, no eres una mala persona. Eres mi persona preferida. Pero a veces puedes ser una auténtica zorra.

En Kill Bill, que ha ofrecido TVE estos domingos por segunda vez en dos años, parece quedar claro que esos golpes en el pecho de Pai Mei ofrecen un resultado definitivo si uno camina luego cinco pasos, que Bill da tras acicalarse un poco: la Parca exige algo de decoro. Pero yo me pregunto: ¿por qué no se sienta Bill en el césped y repudia su destino? ¿Qué haría entonces nuestra moderna asesina nata, nuestra Supermán emboscada en un chándal amarillo? ¿Le pegaría el tiro de gracia o se haría a sí misma el golpe fatal y se sentaría junto a él, a ver pasar la vida en ese césped tan mono y esperar a que B.B, como hija de dos asesinos perfectos, crezca según lo dispuesto por la Naturaleza y los ejecute de un tajo limpio en el pescuezo cuando cumpla los doce años?

No hay respuestas, al menos de momento. Uma Thurman se larga conduciendo y la cinta nos refresca la memoria poniendo el reparto: sorprendentemente, TVE respeta el formato y no pasa la katana. Pude ver así de nuevo a Chiaki Kuriyama, esa maravillosa pirada asesina de la que esperaba un triunfo que le desmontase la película a Tarantino: el triunfo de la Adolescencia, y su despiadada ausencia de engolamiento. Mi Chiaki no hace preguntas ni se para en venganzas épicas, quizás porque no tiene un sentido literario definido: qué daño nos ha hecho la Literatura. Por momentos hasta me recordó a Zé Pequeno, pero sin la angustia social que oprimía al asesinillo de las favelas. Él quería ser importante y respetado: una vulgaridad. Chiaki es deliciosamente brutal, y su violencia no es un medio, sino un valiente fin. “Bien por ella”, murmuré antes de dormirme en el sofá.

El fin de semana ha dejado una hora más en Pontevedra, y el otoño sigue seco y sin noticias. He buscado estos días el calor de las viejas rutinas, y estoy teniendo suerte: B. me dejó hace unos días sobre el teclado el último libro de Fernando Savater. Se titula Diccionario del ciudadano sin miedo a saber. Ella me había mandado un trailer por sms: “La verdad es que una persona de izquierdas puede simpatizar con el nacionalismo, desde luego, pero sólo como un cura puede ser ateo: contradiciéndose”. Del libro, que se lee en unas horas y es particularmente instructivo, escribiré pronto. Se presenta muy bien, con la frase de una viñeta de El Roto: “¿Usted todavía piensa o es un ciudadano normal?”.

Las rutinas también me devuelven la hora habitual de leer en internet: pocas pero muy señaladas bitácoras, y alguna excursión que me deja en el blog de Jaureguizar. Hay dos post enjundiosos pidiendo el Nobel para Manuel Rivas, pero prefiero una primera frase en otro post que debería estar enmarcada en las galescolas: “Hai poucos escritores españois que eu lembre con admiración”. Salva a Pío Baroja, de quien Umbral dijo que era anterior a la sintaxis, y a Pardo Bazán. Yo entiendo que uno pueda obviar a Lorca, Machado o a Valle Inclán, por no irme a Cervantes, pero no admirar a Maruja Torres y José Ángel Mañas ya me parece una provocación.

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