Hace unas semanas Luciano Sobral se acercó a una redactora de este periódico y le preguntó: "¿Tú qué crees?, ¿cómo va acabar esto?". Mal asunto cuando no es el periodista el que pregunta. Lo que reflejaba Sobral entonces era el aviso del rostro que pasea hoy en prensa: la desolación de un hombre superado por las circunstancias, y donde pone circunstancias pueden poner ustedes con toda tranquilidad racismo, digan lo que digan los jeremías.
Al alcalde de Poio no lo tradujo entonces la redactora, o no con la severidad con que debería. Sobral le pedía hasta consejo, tan desbordado estaba, y se interesaba ya por su salud, por si el periodismo, tan estupendo a veces, estaba al tanto de la catástrofe: "¿Tú qué crees?, ¿me van a romper la cara estos animales o sólo me van a rajar el coche?". De momento le rajaron el coche y le pincharon las ruedas: si se trataba de joder, un mecánico de McLaren hubiera sido más sutil. Uno de los innumerables problemas del conflicto de los realojos gitanos es que hace tiempo que no caben sutilezas, algo frecuente cuando ni siquiera hay sentido común. Así
Desde siempre, desde que la droga es droga y el dinero dinero, el mercado de la coca y el caballo está en Monte Porreiro, en el Vao, en Pontevedra y en la calle de usted, a poco que se fije. Si tres familias en un barrio de siete mil personas convierten el lugar en un pozo de heroína, niños detrás de una gallina, delincuencia y gordos con pescata en sudadera y oro rascando una guitarra entonces a esas familias lo que hay que hacerles es una película. Como no caben sutilezas, y anda la cosa embargada de emociones, vino Quintana a la ciudad a decir que esas familias abandonaron Monte Porreiro por "vontade propia", como si hubiesen flipado con el agua caliente y saliesen corriendo monte arriba después de abrir un grifo. Entre medias circula un iluminado empachado de sí mismo arrendando quinientos gitanos para la defensa del alcalde y un colectivo vecinal irresponsable alimentando una histeria insólita de tiempos olvidados que los está llevando de cabeza a los telediarios. La cuenta de esta grotesca comedia la paga Luciano Sobral, lo que bien mirado es una salvajada digna de tal miseria.