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domingo, abril 1

La Edra, suave fue la noche

Durante años encarnó el suave ambiente de la ‘dolce far niente’. A los pies de la arena de Silgar, las muchachas del verano doraban las piernas a la luz de la luna de agosto. Muy cerca, sin perderlas de vista, hombres de polo verde prado y reloj gordo de oro se reunían espontáneamente alrededor de una barra para prolongar sin sobresaltos la madrugada mientras se sorteaban los polvos. Sin saberlo, a sus espaldas, las camareras se los sorteaban a ellos, y en aquel cuento de nunca acabar a veces nadie follaba, o se follaba por error.

La Edra fue el escaparate blanco de la movida civilizada de Sanxenxo: su majestuoso esplendor, latiendo despacio junto al educado alboroto de la terraza del Marycielo. A ratos el espectáculo rozaba lo inaudito. Los asilvestrados la descalificaban por pureta, suntuosa y matraca. A ciertas horas Soleares echaba por fuera y La Edra, con cierta reserva, iba recogiendo los pedazos más aprovechables de aquella veinteañada que empezaba a detestar las turbas. Chirriaba, detrás de la gran casona, un patio pintado de verde a modo de césped. Más arriba aún se descuelgan, flotando, antiguas casas de piedra rodeadas de jardines temblorosos que sobreviven milagrosamente: el lujoso residuo de lo que pudo haber sido Sanxenxo y no fue. César Portela dijo hace una semana que pasa por el pueblo con los ojos cerrados: en lugar de echarse a los arquitectos de prestigio Sanxenxo se echó a los promotores escasos de luces y ávidos de dinero. El patio pintado de verde de La Edra era la metáfora del Sanxenxo otoñal del siglo XXI: artificial y grotesco, enfrentado al verde natural que agoniza encima, trepando por las altas murallas del futuro.

Además de copas, La Edra acogía actos benéficos de la clase alta y, en la campaña de 1999, un mitin electoral de Telmo Martín, el candidato del PP. Al verano siguiente Martín, amante de las luminosas paradojas del destino, tomó una medida inédita: cerró La Edra por exceso de ruido. Nunca aquella selecta clientela se había visto en tal apuro. Las aguas volvieron pronto a su cauce y se despachó el asunto como una rara anécdota: excentricidades del alcalde o del pinchadiscos, tanto tiene. De pequeños saltábamos la barandilla de La Edra, una casa blanca abandonada y cerrada a cal y canto, y olisqueábamos las puertas como perros flacos. Después corríamos por las heladerías de Silgar mendigando cucuruchos rotos y acabábamos agrupados en la playa compartiendo la bonanza y riéndonos de ‘al rico parisién’. Cuando había sed, esperábamos a que el camión de la Coca-Cola llegase al Marycielo, y birlábamos dos o tres botellas colando la mano por debajo del toldo.

Crecimos y un verano abrió sus puertas La Edra al turismo Ralph Lauren con dos porteros grandes uno a cada lado de la cancilla, vigilantes por si se colaba alguna imitación. En aquel recinto pisar un metro cuadrado era pisar una montaña de millones. Pero nadie se emborrachaba más allá de lo prudente y a través de las ventanas sin cristales se adivinaban las pijas fetén de pechos planos y patas de gallo disimuladas con coquetería junto a abogados maduros de estómago exquisito sorteando el último fax de la noche. El neón empapaba las últimas gotas del crepúsculo y Silgar lucía desnuda y limpia a la luz de la selecta luz de la primera línea. Todo poseía una fascinación higiénica y poderosa, aunque si se rascaba mucho aparecían los hierros y los cables de aquel paripé dorado.

Esta semana una piqueta le metió mano a fondo y se llevó por delante La Edra para edificar una nueva mole de cemento con la que llenar de gloria el sky-line de Silgar. Dicen que sobrevivirá La Edra en los bajos del lustroso edificio: será uno de esos pubs a los que la clientela llegue, probablemente, en ascensor.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sin palabras. Así son las cosas...

conde-duque dijo...

Maravilloso artículo, Manuel. Me ha encantado la referencia a Scott Fitzgerald (muy certera). Incluso los que solíamos estar más fuera que dentro (observando a la fauna con una copa en la mano o con un gofre chorreante de chocolate y nata desde el rompeolas), nos nos merecíamos esto. Quieren demolir nuestros recuerdos.
Cuando este verano me enteré de que iban a tirar la Edra, sentí mucha pena, como otros veranos con otros chalets de musgo y piedra. Es un crimen hacer despaarecer cosas así (lo digo en serio: un crimen eterno, sin redención posible, por los siglos de los siglos amén).
Ya sólo falta que tiren el pazo de Patiño para poner un MacDonalds...
Descanse en Paz la Edra.
La luz más brillante de las noches...

M. dijo...

Conde, no te perdonaré que vuelvas a Sanxenxo sin ponerte en contacto conmigo. Comeremos gofres delante de la nueva Edra, y las pijas nos limpiaràn la boca con los puños de sus camisitas blancas.