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martes, abril 10

Carrillo

Santiago Carrillo estuvo hace unos años en Pontevedra para dar una conferencia. Unos días antes, atendió desde Madrid por teléfono a este periódico. Su voz cascada era un enjambre de sombras. Pronto, al empezar a arrinconar las sílabas, salieron por los agujeritos del auricular unas espesas volutas de humo. En lugar de hablar más, quizás porque tenía la voz cansada y huidiza, Carrillo dictó las respuestas con el ágil trazo del humo de sus cigarros. Pronto se llenó la sala del aire blanco y gris del tabaco de Carrillo, y en lugar de grabar había que tomar notas aquí y allá de las nubes de palabras que el viejo comunista dictaba a su gusto. En aquellos años aún andaba el PP en el poder, y el rebaño estaba pacificado: la Cope no levantaba a sus oyentes con la corneta y en la Red sólo molestaba el rojerío desatado. Carrillo transmitía la solemnidad de los años, lúcido pese a rozar los noventa, y su risa era un perro escarbando la tierra. Tras el 14-M, el pasado, untado en resentimiento, llamó a su puerta y empezaron las pintadas en la fachada de su casa de La Falange, volvieron los artículos acerca de su responsabilidad en la matanza de Paracuellos y se reprodujeron las algaradas neofranquistas a su paso por la vía pública. Desentendido, descreído y a menudo desmemoriado, Carrillo cumplió los noventa años y el Gobierno le regaló una fiesta sorpresa y retiró esa misma noche el caballo del Caudillo de las calles de Madrid: los altavoces de la caverna tronaron. Y cuando finalmente se hizo público que la Universidad Autónoma de Madrid le daría el doctorado Honoris Causa, a la sopa sólo había que removerla. El rector era Ángel Gabilondo, hermano del enemigo, y la propuesta era un canto al crimen masivo auspiciado por los viciados burócratas de la Universidad: a Jiménez Losantos el artículo le empezó a salir solo, e incluso despegando los dedos del teclado iban mezclándose los adjetivos y la gasolina en un pragmático ejercicio telepático. Días después, en plena revolución callejera contra Carrillo en su acto de investidura, el portal de noticias del propio Losantos, que en días anteriores no sacó al comunista de su portada por las más variopintas razones con el sano ánimo de que sus lectores supieran el atropello, las razones y, por supuesto, el lugar y la hora en el que se iba a producir, hablaba de que “familiares de las víctimas de Paracuellos” se manifestaban en contra del ex líder comunista. Mantuvo la falacia unas horas, hasta que se lo impidió el pudor. Las imágenes transmitidas por las televisiones mostraban a un grupo de chavales envuelto en una gran bandera franquista y uno de ellos, metafóricamente, sostenía sus vaqueros de marca con un cinturón rojigualda: a los “familiares de las víctimas de Paracuellos” se les unió, gráficamente, la “nota negativa de los alborotadores de la extrema derecha”. Carrillo poco dijo. Habló de odios heredados y por ahí. Fue una pena que no diese su discurso blandiendo indignado el humo de sus cigarros en el salón abarrotado mientras callaban, rendidos a la majestuosidad de sus pulmones, los muchachos nostálgicos de aquello que les contaron y les dejaron de contar. La nostalgia virtual, aparente, peor aún que el franquismo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimado Jabois, ya veo que se ha tomado unas merecidas vacaciones. Espero que las haya aprovechado para ir a las procesiones de la borriquilla, de la oración del huerto y del santo entierro. Como usted es un hombre de bien, no me cabe la menor duda de que ha reflexionado profundamente en esta Pasión-07 para irrumpir con nuevos bríos en este agora libertario.

Estimado Jabois, he aprovechado esos días para viajar a su tierra. La he encontrado como siempre: maravillosa pero extenuante. En este viaje he conocido a nuevas personas, joviales, marchosas y divertidas con las que pasé noches alegres y mañanas tristes. Incluso le diré que una noche estuvimos en un karaoke del que nos echaron a las tantas de la madrugá porque uno de la cuadrilla cogió la alcachofa y se puso a cantar. Aunque tenía pulmones su voz dejaba mucho que desear. Se parecía al bardo de Axterix y Obelix. Los clientes se fueron espantados. Sinceramente creo que le afectaron los innumerables combinados de vodka y limón que se metió entre pecho y espalda. En fin, otro día le contaré mis experiencias en un barco ruso y la noche toledana que me dio un guía turístico de su noble villa.

Total, que en lugar de una semana santa lo que hice fue pasar una semana pagana. Pero ahora lo que se lleva es el paganismo más que la santidad. Y no crea que no me arrepiento, porque en realidad lo que me gusta es ir contracorriente. Reconozco que el ser humano tiene sus debilidades y a mí, como a Sócrates, nada de lo humano me es ajeno. Sin embargo, estimado Jabois, tengo firme propósito de enmedarme en esta materia.

He leido que escribe un panegírico del señor Carrillo. Parece usted su hagiógrafo. No le llevaré yo la contraria, aunque de este personaje se pueden escribir muchas cosas, mal y bien. Solamente le contaré una anécdota. El día que le hicieron el homenaje al que usted alude en su crónica, y que coincidió con nocturnidad y alevosía con la retirada de la estatua de Franco del patio de Nuevos Ministerios, el señor Carrillo se dirigió por lo bajines a uno de los asistentes y le espetó:

- Este imbécil de Zapatero me ha jodido el homenaje. ¡Podía ponerle la estatua a la tumba de su abuelo¡

Y es que estimado Jabois, como sabe, Rodríguez Z. estaba también presente en el homenaje. Hay que reconocer que tenemos un presidente que es un lince en la política. Da pasos cortos pero con vista larga. Como la Guardia Civil. Como estratega ZP no tiene par. De una tacada se cargó a dos figuras de nuestra historia. Ver para creer.

Suyo, E.

M. dijo...

Disculpe Erasmo, pero el artículo, como algunos otros, es pasado: de 2005, ni más ni menos. Con el aniversario del PCE, lo desempolvé y lo traje a la blogosfera de la cuerda, como a las vacas. Y sin avisar: lo lamento. He tenido, además de unas vacaciones cortas pero intensas, la cabeza muy seca y el ánimo muy bajo (exceptuando las noches, por desgracia). Le felicito por haber disfrutado de Galicia: espero que no sea la última vez, ni la penúltima. Sepa usted que puede ser (y debe ser) todo mucho mejor, y aún más excitante. No le quepa duda: lo comprobará.

Claro que de Carrillo se pueden escribir muchas cosas mal y muchas buenas, como de usted y de mí. Quizás algunas peores y otras mejores. Nos queda en la distancia la tarea de seleccionar a nuestro libre albedrío, como malos columnistas.

Le escribo rápido y breve: disculpe. Ya la gustaría a Zapatero, y ya nos gustaría a nosotros, que se pudiese cargar a Franco.

Bienvenido, Erasmo.

Portarosa dijo...

(Y, digo yo, ¿tú no sabes lo que es dosificarse?, ¿tienes que poner tres artículos a la vez, hombre? Muy mal el marketing blogueiro, ¿eh? Y bien todo lo demás. Un abrazo.)

Anónimo dijo...

Tienes toda la razón, amigo Portorosa. La ansiedad y el exceso, que me pueden. Y al final lo único que consigo es agobiar (al lector, y a mí).

Gracias por tus palabras, tan bienvenidas. Saludos.