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jueves, octubre 25

Olla

La olla, con sus idas y venidas, a veces por mera omisión, ha sido siempre la tradicional responsable de las más exquisitas conductas. Menos mal que a veces aparece una cámara para retratar sus fugas y señalar con el dedo delante de toda España a sus queridos acusados. Miren al chico ése que el martes recibía a los periodistas en la puerta de su casa, en pantuflas, como Doris Lessing. No me digan. Le faltó invitarlos a todos a tomar el té y explicarles, delante de Bautista, masticando vagamente una pasta y apartando con dulzura la guinda, después de sorber muy despacito el pocillo de colección mientras el reloj carrillón da las cinco, que él no le da una mano de hostias a las niñas por racista, sino por borracho y se la va la olla, y que además no se acuerda de nada así que viento. La prensa nacional le dio ayer trato preferente en portada, disputándole el trono a Al Gore. Quizás no fue casualidad: el cambio climático hervirá ejemplares peores. Ha habido a quien le revolvió las tripas la pasividad del pasajero del primer plano, que parecía moverse entre el estupor y una muy cuidada cobardía. Quizás prudencia, tanto tiene. El chico se acercó después a la agredida y le aconsejó que fuese a Comisaría. Probablemente él marchó a un lugar peor: al lejano territorio de la culpa, allá donde los hombres ponen a lavar sus trapos sin consuelo. Qué sabía él. Lo denunció el Gran Hermano, y ni siquiera le dieron la oportunidad de pixelizar sus rasgos. “No pensó que media España (entre ella sus parientes, sus amigos, y tal vez su novia) estaría opinando ahora sobre su valor”, escribiría al día siguiente Arcadi Espada. La televisión siempre acaba violentando nuestra conducta. Delante de las cámaras el criminal no le hubiera pateado la cara a nadie y el pasajero se hubiera levantado a embestir, no tanto por él sino por la audiencia. Fíjense en el contrasentido: con la grabación convenientemente preparada ni uno ni otro habrían hecho exactamente lo que hicieron, que es precisamente lo contrario que, en ese ciego mundo de la ética, había que hacer. A ese debate sólo le hacía falta la voz de la víctima, que dijo algo muy extraño en su Radio Caracol: “Se ve que era un racista, porque me decía inmigrante para arriba, inmigrante para abajo”. Es complicado exigirle a un tipo así que diga una palabra que vaya más allá de las tres sílabas. Hubiera sido más sencillo “negra”, “sudaca” o “puta mierda” que seguro que las pronuncia como Dios. No inmigrante, que es una palabra para los políticos y no se le dice a nadie cuando le levantas la mano. Pero a mí lo que me da miedo no es él, precisamente: vive uno rodeado de ellos a poco que mire aquí y allá. Tampoco el interlocutor con el que habla por móvil, al que poco caso se la ha hecho y al que habría que rastrear y encerrar con él, por parvo. Me da miedo la cámara: su ausencia. Lo que será de la vida cuando nadie la graba, y las hostias impunes que llueven por ahí como panes, con espectadores o sin ellos. Y las explicaciones, en fingida rueda de prensa en esa escena campestre en la que se echa en falta un gato, que buscan el atenuante de gracia. La excusa de estar borracho, aunque no lo estuvieses cuando te emborrachabas. Y la olla que se le va y que se le viene: inmigrante para arriba y para abajo. Agua dulce, agua salá.

2 comentarios:

Cerillo dijo...

La cuestión radica en ¿a quien se le ha ido más la olla? Esto sin contar el estupor de quien cotidianamente vive situaciones parecidas o peores sin que nadie, en parte alguna, mueva un dedo.

Sir John More dijo...

No hay problema, amigos, vendrán otras noticias y nos harán olvidar a la chiquilla vejada, al cabrón racista (un pobre diablo, si se lo mira de cerca) y al muchacho que demostró ante toda España una cobardía que muchos de nosotros compartiríamos. Y como vendrán otras noticias, nuestros dirigentes podrán sortear por enésima vez el clamor inexistente de una sociedad que debería pedir un sistema educativo decente y unos servicios sociales justos, pero que como no los tiene, no puede pedirlos, y como no los pide, no los tiene... Menudo futuro, Manuel...