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miércoles, octubre 24

Todo muy borgiano

De la lectura desapasionada de Borges me quedó cierto encanto por la figura del otro. El otro yo, se entiende: el que convive con nosotros, a menudo compartiendo espacio y tiempo. No era así el otro de Borges. En su famoso relato, el escritor argentino se encuentra con sí mismo: pero su otro más joven, muchos años antes. “En la otra punta de mi banco alguien se había sentado. Yo hubiera preferido estar solo, pero no quise levantarme en seguida, para no mostrarme incivil. El otro se había puesto a silbar. Fue entonces cuando ocurrió la primera de las muchas zozobras de esa mañana. Lo que silbaba, lo que trataba de silbar (nunca he sido muy entonado), era el estilo criollo de La tapera de Elías Regules. El estilo me retrajo a un patio, que ha desaparecido, y la memoria de Alvaro Melián Lafinur, que hace tantos años ha muerto. Luego vinieron las palabras. Eran las de la décima del principio. La voz no era la de Álvaro, pero quería parecerse a la de Álvaro. La reconocí con horror”.

Ya he dicho en alguna ocasión que uno de mis poemas de cabecera, que funciona casi como guía moral, es Los justos, que acaba así: “(...) El que acaricia a un animal dormido./ El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho. / El que agradece que en la tierra haya Stevenson. / El que prefiere que los otros tengan razón. / Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo”. A pesar de esto, y de su venerada y santificada figura, no soy un apasionado de Borges: no soy devoto de su literatura como puedo serlo de Cortázar, de Onetti. Pero recuerdo haber leído con placer Historia universal de la infamia y he vuelto a ratos, interrumpiendo alguna lectura incómoda, a las Ficciones o al mismísimo Aleph.

Leí el relato hace dos días y hubo algo que me llamó la atención. Borges, que es Borges en el relato, comienza así: “La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita”. Esa sensación de pérdida tan resentida: nada se para, todo sigue funcionando con tierna exactitud, con los días acumulándose en el mismo y suave ejercicio. La había visto / leído en alguna parte. Y pronto supe cuándo: fue Adolfo Bioy Casares escribiendo de la muerte del propio Borges, muchos años después. “Seguí mi camino. Pasé por el quiosco. Fui a otro de Callao y Quintana, sintiendo que eran mis primeros pasos en un mundo sin Borges. Que a pesar de verlo tan poco últimamente yo no había perdido la costumbre de pensar: ‘Tengo que contarle esto. Esto le va a gustar. Esto le va a parecer una estupidez”. También el incesante y vasto universo se apartó de Borges, y aquel cambio fue el primero de una serie infinita. Los primeros pasos sin Borges habían sido antes los primeros pasos del propio Borges sin Beatriz Viterbo.

Todo exquisitamente borgiano, desde luego.

3 comentarios:

conde-duque dijo...

Sólo diré esto:
"Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me
demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de
Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un
diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVII,
las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias,
pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar
que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir para que Borges pueda tramar su
literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas
válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de
nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a
perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a
poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar.
Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente
quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien
soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso
rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del
arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y
tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o
del otro.
No sé cuál de los dos escribe esta página."

M. dijo...

Gracias, Conde.

Fantástico.

unaserieinfinita dijo...

decir solamente que esa frase es la mas acertada que jamas antes haya leido...siempre me acompaña...es el titulo de mi blog.

saludos!