Se necesitaba que alguien, el poder mismamente, llamase gilipollas a los gobernados. A veces se exigen este tipo de distancias, estos alegres golpes de efecto. No todo va a ser coger niños en el colo y sonreír ante las críticas, ni encajar golpes con fabulosa sonrisa, tan falsa: a veces el pedestal exige inclinarse un poco hacia adelante, llamar al primer maleducado que pase por allí, y decirle gilipollas. Poco importan las circunstancias, aunque nada parece más difícil que dejar a Carla Bruni en El Elíseo desayunando diamantes para pasearse entre vacas. Cuando el presidente de la República francesa llega a un sitio y saluda a sus ciudadanos, cualquiera tiene la opción de echarse a un lado. E incluso así, si vuela la mano hacia uno puede rechazarse con exagerada cortesía. Pequeñas normas de conducta que no contienen un exabrupto del tipo “no me toque, que no quiero mancharme”, que fue lo que escuchó Sarkozy de un ganadero. Sin dejar de sonreír, categórico, el líder musitó: “Pues entonces pírate, pobre gilipollas”. En la construcción, es básico el insulto. Probablemente con el “pírate” ya estaba todo arreglado, pero Sarkozy quiso hacer constar algo más: su cansancio, y con él hace efectiva su amenaza, además de dotar a la frase de una potencia demoledora. Hacerlo frente a las cámaras sólo confirma su carácter excepcional: sois todos unos pobres gilipollas. No se lo reprocho. Y tampoco respaldo eso de que en el sueldo van los desplantes. La última condición que debe abandonar un ser humano es precisamente ésa: la humana. Por eso nunca vi con demasiado pesar aquel cabezazo de Zidane al sentirse atacado en su honor (por un gilipollas, efectivamente, que echa mano de la socorrida hermana puta) ni tampoco veo contraproducente que Sarkozy llame “pobre gilipollas” a alguien que le importune. Primero, porque electoralmente le perjudica (y un político se distingue, en su bravo carácter, por hilar muy fino en estas cuestiones). Y segundo, porque la imagen es poderosísima: el presidente de la República francesa llamando gilipollas a un ganadero porque le ha rechazado la mano. Sarkozy tiene que pasarse por las universidades españolas a dar conferencias y exhibir, temerario, esa proverbial mala hostia cuando se encuentre a quince fascistas llamándole fascista a él. Aquí nos queda un apuro de vergüenza. La cobardía española, país de toreros, es sintomática, sobre todo en campaña: los políticos faltan a sus contrarios, y a veces gravemente, porque no tienen el valor de faltar, directamente y con graciosa displicencia, a los votantes rivales.
martes, febrero 26
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1 comentario:
Estoy pensando que tienes razón, en lo del sueldo.
No me costó nada verlo en el caso de Sarko (soy disléxica o algo así y no sé escribirlo bien) pero en el otro sí. Y no sé por qué.
Pero tienes razón, no se debe perder la condición humana
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