miércoles, diciembre 31
lunes, diciembre 29
sábado, diciembre 27
martes, diciembre 23
Jingle Bells
1-En Navidad, como en los entierros, los rencores están olvidados.
2-Eso se nota especialmente en el Facebook: se agrega cualquier cosa.
3-Nunca se odia a nadie sin fisuras: tampoco se acaba por querer a nadie del todo.
4-Amparo, todo lo que me gusta es caro.
5-Qué hace Papa Noel entre niños si él nunca lo fue.
6-El mundo sería un lugar mucho más apacible sin el "gordito bonachón".
7-El hilo musical navideño del Froiz de Cobián Roffignac nos recuerda que vivimos en una película con final feliz si no hay mucha cola en la charcutería.
8-La del 24 es la noche que eligen siempre los abuelos para despedirse: "Éstas ya son las últimas".
9-La vida adquiere siempre un aire nostálgico cuando el Madrid pierde, o está a punto de perder.
10-Bajo la delicada piel de los villancicos se halla, semioculto, el horror.
11-Sólo las semillas tenían ganas al empezar el mundo.
12-Sms de X. para felicitar la Navidad: "Nadie de más de 40 años debería morir naturalmente".
13-Juan Luis Panero: "Yo me siento más familia de Octavio Paz que de mis hermanos". Cuánta pedantería junta en una sola frase.
14-Un consejo para Nochevieja sería lo que le dijo Lord Winter a Joan Fontaine: "No se ponga nunca un vestido negro, ni un collar de perlas, ni tenga nunca 36 años".
15-Fiesta es todo el año.
2-Eso se nota especialmente en el Facebook: se agrega cualquier cosa.
3-Nunca se odia a nadie sin fisuras: tampoco se acaba por querer a nadie del todo.
4-Amparo, todo lo que me gusta es caro.
5-Qué hace Papa Noel entre niños si él nunca lo fue.
6-El mundo sería un lugar mucho más apacible sin el "gordito bonachón".
7-El hilo musical navideño del Froiz de Cobián Roffignac nos recuerda que vivimos en una película con final feliz si no hay mucha cola en la charcutería.
8-La del 24 es la noche que eligen siempre los abuelos para despedirse: "Éstas ya son las últimas".
9-La vida adquiere siempre un aire nostálgico cuando el Madrid pierde, o está a punto de perder.
10-Bajo la delicada piel de los villancicos se halla, semioculto, el horror.
11-Sólo las semillas tenían ganas al empezar el mundo.
12-Sms de X. para felicitar la Navidad: "Nadie de más de 40 años debería morir naturalmente".
13-Juan Luis Panero: "Yo me siento más familia de Octavio Paz que de mis hermanos". Cuánta pedantería junta en una sola frase.
14-Un consejo para Nochevieja sería lo que le dijo Lord Winter a Joan Fontaine: "No se ponga nunca un vestido negro, ni un collar de perlas, ni tenga nunca 36 años".
15-Fiesta es todo el año.
lunes, diciembre 22
Holmes
Probablemente uno de los sucesos literarios más traumáticos en la vida de los hombres haya sido la muerte de Sherlock Holmes. Tanto, que Conan Doyle tuvo que resucitarlo para levantar la moral del Imperio. Resulta imposible leer su carta de despedida al doctor Watson sin evitar un sentimiento profundo, casi entrañable, de tristeza. En ese ejemplo tan british de ir a la muerte concede Holmes un solitario lujo a su más íntimo amigo en la hora final. Tras cientos de páginas viviendo su vida con cierta melancolía, sufriendo sus silencios y sus depresiones, el gran detective deja un gesto que encuentra uno emocionante en su formidable contexto: “Téngame, mi querido compañero, por sinceramente suyo”. Muchos años antes, Watson diría al amigo que le presentó al joven Sherlock Holmes: “Le quedo muy agradecido por habernos puesto en relación. Ya sabe usted que el verdadero tema de estudio para la Humanidad es el hombre”. Y al final, Watson dice de él que es “la persona a quien yo consideraré siempre como el mejor y el más entendido de los hombres a quienes me ha sido dado a conocer”. De tantos versos extraordinarios de Borges hay uno inolvidable: “Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una de las buenas costumbres que nos quedan”.
miércoles, diciembre 17
La divina calva era un martillo

La Tierra se paró un instante a la espera de una solitaria repetición. Millones de personas llevaban casi dos horas viendo la final de la Copa del Mundo de fútbol, el acontecimiento deportivo más seguido del planeta, y el mejor jugador del campeonato, un divino calvo que había anunciado que sería su último partido, salía del campo expulsado con roja directa. Las cámaras ofrecieron una imagen insólita. Zidane, el Nureyev del balón, cruzaba agrias palabras con Materazzi, un leñero italiano que había insultado a su familia. En un momento dado, el francés se dio la vuelta, se dirigió hacia su marcador y le soltó un elegantísimo cabezazo en el pecho. La conmoción fue mundial porque bailaban juntos todos los ingredientes de la vida en aquel partido, en el que Zidane ya había puesto por delante a Francia con un penalti que resumió su carrera de equilibrista: clase a rebosar, una sangre fría de otro planeta y la calidad extraordinaria del jugador que marcó una era. Ganó Italia a los penaltis, pero pocos se acordaron. La épica dejó a un héroe marchito víctima de sus legendarios arrebatos que pudo bajar el telón de su carrera jalonada de éxitos levantando la segunda Copa del Mundo y lo hizo expulsado, dejando sonado a su equipo, tras una brutal agresión. Había allí demasiada literatura para que todo quedase en una anécdota. En días posteriores se sucedieron montajes en internet, videos en telediarios, reacciones de deportistas y hasta un ejército de filósofos se lanzó a discutir en las páginas de opinión de los periódicos sobre el astro. “¿Por qué”, dijo Vidal-Beneyto, “nadie ha elogiado que Zidane haya sacrificado la gloria de su despedida, el punto cenital de su carrera y su imagen de marca a la lealtad a unos principios y a unos afectos para él innegociables?”. En su agónico camino, última imagen de su carrera, se cruzó con la Copa que él mismo, en la cumbre, había levantado ocho años antes en París. Entonces no necesitó un cabezazo para acercarse a ella, sino dos. Gozoso movimiento de la Historia en su perpetuo retorno.
martes, diciembre 16
lunes, diciembre 15
Periodismo
Cuando ETA mata, el periodismo ha de exhibir el jabonoso despiece de un hombre que ha volado en pedazos. Y lo último que se espera de un Estado es que se detenga a contar, en la cola de la pescadería, que un etarra se ha meado encima al ser detenido. Más que nada porque a lo mejor Amnistía Internacional ha de investigar el origen de ese pis. Que el periodismo le dé titular en portada es algo ya puramente nostálgico: los españoles han de saber que los etarras son cobardes, algo raro en tipos cuya especialidad es matar por la espalda a hombres desarmados. No es extraño entonces que los compañeros de tute del último asesinado sigan la partida y los fotografíen entre exclamaciones. El mensaje que se debió dar a la foto de la partida fue: "ETA ya no interrumpe ni el tute", pero el periodismo andaba buscando metáforas. Usó para ello una práctica periodística revolucionaria: ir corriendo a por la familia, los amigos y el perro de la víctima para juzgarlos. Hubiera sido interesante saber qué se hacía en la herriko taberna en esos momentos, pero había cuatro señores vascos que llevan cuarenta años viendo morir a gente jugando una partida. El espectáculo aún tuvo un cierre a la altura: el periodismo, imparable, señaló muy morbosamente al nuevo. Ni el Gara.
viernes, diciembre 12
Está escrito que alguien llegará un día hasta tu frente y te llamará fascista
Episodios de la vida de un hombre. El País, 21-12-1999
Empezaba a hablar la otra tarde sobre nacionalismo y periodismo, en un aula de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona, cuando alguien gritó «¡Fascista!» y acto seguido corearon esa voz unos quince. Con discreción miré a un lado y otro de la mesa, pero en la mesa todos mis compañeros me miraban. Como seguían los gritos y aún dudaba de que fuera a mí a quien estaban llamando fascista, tuve la postrera tentación de ir hacia el grupo de muchachos y adherirme para gritar todos juntos contra el cabrón fascista. Pero no podía ser, de ninguna manera, porque el cabrón, ya lo sabía, era yo. Realmente todo era muy, muy confuso. Hacían explotar algunas bombas fétidas -yo las fabricaba de niño con el Cheminova- y luego gritaban «¡Vuestra democracia hiede!» (traducido libremente del catalán), sin atender a la evidencia de que no olía así antes de que ellos entraran. En esa danza estuvieron unos minutos y luego se largaron escupiendo, y yo aproveché para hablar sobre el tema previsto.
Por la noche dormí mal. No creo que fuera por ellos, sino más bien por las copas de un gran Hermitage que mi mujer y yo bebimos para cambiar de trago. Puesto en el insomnio y para hacer algo, y dado que tenía las uñas muy crecidas, me fui rascando el brazo con ritmo cada vez más vivo. Estaba tumbado en la cama, con la oreja pegada al brazo y las uñas arriba y abajo. Las uñas acabaron siendo las botas y mi brazo los adoquines, y lo que escuchaba, un siniestro rac-rac, era el ruido de un batallón fascista desfilando. La noche es el reino de muy tétricas ilusiones, pero si yo era capaz de marchar sobre Roma con mis uñas y mi brazo, algo de razón debían de tener los muchachos.
Pensé en mi vida. La primera vez que le grité fascista a alguien fue a don Florencio Caballero Valladares, se deduce que más que hombre, medieval fortaleza. Nos tuvo seis años formando en el patio del instituto -sin otra dispensa que la lluvia- mientras subía al mástil la bandera roja y gualda, sonaba la Marcha Real y se rezaba la oración de la mañana, a san Fernando, patrón de la juventud española. Todo eso pasó durante seis años y nos pasó por cobardes, pero la lección la aprendí luego y no va con esto. La última vez, coreada, fue en febrero de 1981. Aquella noche llovía y hacía viento y frío, y éramos muy pocos en las calles de Barcelona los que le gritábamos fascista al guardia civil Tejero. El Departamento de Estado norteamericano y el nacionalismo catalán habían coincidido en considerar que el golpe era un asunto interno de los españoles.
Entre esa noche despoblada y la otra tarde pasaron algunos años y mientras tanto aprendí a restringir el uso del apelativo fascista. Se trata de una de esas palabras demasiado grandes. El vulgo cree que las grandes palabras hacen gran daño, y se equivoca. Cuando las palabras no tienen la medida justa del concepto ocultan más que evidencian. Por eso es mucho mejor, para el entendimiento de las cosas, llamar nacionalistas o independentistas a los muchachos antes que radicales, extremistas o -justamente- fascistas: al fin y al cabo, de la bandera catalana que estaban ondeando al compás de sus insultos no prendía ningún fascio.
Pero, bueno, el asunto es que me lo habían llamado a mí. Tal vez no les faltaran razones. De las paredes, en el aula, habían colgado carteles con la siguiente sentencia: «El catalán es un dialecto del castellano. Arcadi Espada». Es verdad que cuando, en otro tiempo, alguien decía esa frase yo creía que estaba delante de un fascista. No podía negar, tampoco, que la frase era cierta: ritualmente la pronuncio ante mis alumnos de la Pompeu Fabra cuando quiero ilustrarlos acerca de la relación entre lengua y poder. Luego les añado: «... 0 el castellano es un dialecto del catalán. Depende de quien mande». Pero ni la frase cabía entera en el cartel, ni se puede ir por el mundo provocando. Sé que esto último es lo que ha querido decir el presidente Jordi Pujol, mirándonos la minifalda: «Es que van provocando... y luego pasa lo que pasa».
Todas esas razones presuntas empalidecen, sin embargo, ante la esencial razón cronológica: está escrito que alguien, en cualquier circunstancia, llegará un día hasta tu frente y te llamará fascista. Te lo llamarán en la oficina, en el aula, o en la cama. Tú quizá estés, como yo, en torno a los cuarenta años, y cuando lo oigas también buscarás al cabrón con la mirada, sin hallarlo. Entonces te sentirás un Villar Palasí o un GarcíaValdecasas. Al reponerte, copiarás estos versos:
Fue un verano feliz.
El último verano de nuestra juventud.
Ahora bien, voy a darte un consejo, ya por viejo: procura siempre que los que te llamen fascista sean un grupo de niñatos subvencionados, que no se pagan la bandera ni las bombas fétidas; unos niñatos eximidos por la autoridad máxima del gobierno: sus lactantes; procura que quien te lo llame sea el poder, aun en su versión de falange y muchachada; fascista serás, pero en la intemperie.
miércoles, diciembre 10
Capuletos e Montescos odiábanse, si, pero con xeito
No pobo non quedaba case ninguén porque os que non morreran na Guerra morreran na fame ou marcharan camiñando a morrer non se sabe onde. Había unha casa a un lado da estrada e outra en fronte. As dúas familias non se falaban por cousas das terras. Vivían a trinta quilómetros da cidade e pola estrada pasaran seis coches dende había vinte anos. Contábaos o avó Capuleto, que vivía sentado nunha cadeira cunha libreta nas mans. “Un”, apuntou o 13 de novembro de 1988. “Dous”, apuntou o 6 de maio de 1994. Como moito tráfico non había as familias dedicaban o tempo ao odio, e con el enriba sachaban a terra. O día que faltara odio faltaría tamén comida, así que se odiaban a conciencia. Ata a tarde que Nena namorou de Neno, os días era longos e tristes e pola estrada pasaba o vento, ao que o avó xamáis lle puido tomar a matrícula. Nena era Capuleto, filla e neta de labradores, e tiña quince anos. Neno tiña dez máis e era Montesco: aprendía o oficio de enxeñeiro na Universidade e o seu pai, coma Xosé o carpinteiro, sempre foi viúvo. Nena arrimábase ao avó e preguntáballe cantos coches pasaran ese día e Neno viña cara a fiestra e alí pousaba os seus ollos de lúa. Murcha o día e murcha a noite e foron murchando os Capuleto o día no que o sétimo coche saíuse da estrada e levouse por diante ao vello. Foi o 3 de novembro de 2008 e Nena colleu a libretiña entre os ferros e apuntou con coidado: “o sétimo”. Namoraron despaciño, a escuras, nas noites sen luz nas que os dous facían odios desde os seus cuartos. Ningún deles cruzara nunca a estrada. Ningún deles bicara nunca a ningúen. Ninguén da súa familia estudiou para conducir, e sen embargo o Concello puxólles unha estrada aos pés das casas non sabían para qué. Capuletos e Montescos odiábanse, si, pero con xeito. Vinte anos atrás apareceran os homes e as máquinas, e colocaran alí unha tira de asfalto que non se sabía onde levaba. Colleu o avó Capuleto unha cadeira e sentou como vira el que se sentaban os vellos nos pobos con estrada, e mirou alí a vida. As familias traballaban as terras e era o odio o que levantaba os brazos. Neno lembraba que cativo xogaba coa pelota e cando a pelota marchaba cara a estrada Neno non ía detrás, por medo aos coches que non había e por medo aos Capuleto, dos que se dicía que hai anos na Guerra aproveitaran para matar Montescos. Daquela non nacera Nena e daquela tampouco coñecía Neno o amor, porque cando se está á pelota non se está a outra cousa. O oitavo coche non chegou cruzar o pobo. Detívose xunto á casa dos Montescos e baixou un pobre homiño do que Nena, que miraba na fiestra, non sabía como chegaba cos pés aos pedais. Saí Neno a porta, porque o pai andaba na terra, e algo lle dixo o homiño que Neno sentouno no coche e mandouno de volta a non se sabe onde. Sorríu Nena na fiestra e sorríu Neno xunto a cadeira baleira do avó, feita ferros. Foi aquel o primeiro sorriso que Capuletos e Montescos cruzaran en séculos e por un momento pensou Neno en poñer un pé na estrada e logo poñer o outro “e así sucesivamente”, dixo en voz moi baixa. Vía aquela liña discontinua (¡podíanse adiantar!), e ela tamén a vía, e os dous sabían que de amarse tería que ser alí, na fronteira mesma, a ollos das familias e dos mortos que tiveran que deixar o lugar, aquela educada xenreira, expostos como as terneiras das carnicerías a que o noveno coche algún día chegase de non se sabe onde e os levase por diante. Morrer por amor!, pensaban os dous boquexando, condenada vaidade a nosa!
lunes, diciembre 8
Hitos modernos
Cuando el Che preguntó eso de “¿una revolución sin tiros?” sólo se estaba divirtiendo con una boutade. Todas las revoluciones exigen muertos no sólo encima de la mesa, como ordenaba Txeroki en tiempos de paz, sino también en las cunetas. De muchos de esos movimientos armados se conserva el vaporoso recuerdo de algo que hizo que el mundo girase la mirada o cambiase la propia Historia. El pueblo francés tomó la Bastilla y los bolcheviques tardaron horas en ocupar el Palacio de Invierno. Hasta Cuba guarda en sepia el hito de su Revolución, que es un hito sedimentado en una romántica derrota: el asalto a la Moncada. Todo ha ido a peor desde entonces, no lo duden. El IRA guarda su Omagh y la enciclopedia dirá de las Brigadas Rojas que secuestraron y mataron a un primer ministro italiano. De ETA se recordará dentro de un siglo, en su épico fracaso, que también secuestró y mató: al hijo de un albañil emigrante. Creyeron rodearse de aura mandando a los aires a Carrero, pero el general sólo era el pellejo del franquismo. Si a tan particular revolución vasca se le añade un causus belli fruto del delirio de un señor que creyó ver una raza superior como creyeron los pastores de Fátima ver a la Virgen, se entiende la raíz del socialismo tan sui generis que defienden. También ellos, como parias oprimidos de la tierra, atacan el poder. De ahí el cobrador del peaje que se cargaron en marzo o el empresario de 71 años aficionado al tute al que metieron unos tiros esta semana. El conflicto vasco, tan complejo.
jueves, diciembre 4
Doblez
"(...) No te avergüences de ninguna pregunta, si es sincera. Generalmente son las respuestas las más acreedoras de vergüenza, porque en ellas es más común que aparezca la doblez: que pienses algo pero digas lo contrario. Ése es otro de nuestros escasos privilegios: creo que los ciegos detectamos mejor la hipocresía. El hipócrita puede disimular su doblez con un gesto, una mirada, un guiño, y así rodearse de un aura falsa de sinceridad frente al interlocutor desvalido. Pero a nosotros sólo nos llega del hipócrita la voz, la voz sin maquillaje, tal como es, con su mentira a la intemperie (...)"
La borra del café
Mario Benedetti
La borra del café
Mario Benedetti
lunes, diciembre 1
Dos presos
Tele 5 y Cuatro eligieron a dos presos de Alhaurín de la Torre para atraer a la audiencia en la noche del viernes. El presidiario de Tele 5 apretó el cilicio: estaba allí por dinero, cumple pena por delitos urbanísticos y no (aún) por saquear la caja y fue un marido de bragueta fácil. No se le echó a las rodillas al presentador para que le azotara en el culo de milagro. Además, los 360.000 euros que cobró de la televisión los puso a disposición del juez. O sea que aún le va a caer una buena por soborno. En Cuatro, Callejeros contó el último día de un hombre en libertad. Hace siete años atropelló a un niño. Dijo que entendía la cárcel, “pero cuando ocurrió todo, no ahora”. Estuvo enganchado a la droga y salió hace tiempo. Buscó trabajo, se casó y tiene dos hijos. Lo contaba mientras la mujer le hacía la maleta. “El chavalín pequeño”, y de pronto se le quebró la voz, “quería venirse conmigo”. En la puerta de la cárcel fumó un cigarro (“vamos allá”) y se abrazó a su mujer (“Sé fuerte que yo te espero”, dijo ella). Él desapareció entre dos guardias con la bolsa al hombro y ella dio unos pasos, pero luego echó a correr hacia la verja: “¡Gordo, te quiero!”. Fueron dos maneras muy sutiles de entender el periodismo. Tele 5 eligió una millonaria penitencia. Cuatro prefirió la vida en crudo, sin cirugía: pura reinserción.
jueves, noviembre 27
Drogas
Hai dez anos o cantante Manolo Kabezabolo tocou en Mougás. Saíra cun permiso do psiquiátrico. “É un permiso moi curtiño, así que vou cantar as cancións unha detrás doutra e a toda hostia”, díxolle ao público. Rematou en vinte minutos. Lembrei aquela historia vendo unha serie de programas chamado Carta Blanca que emitía a TVE e que pode atoparse agora no Youtube. Nun estivo invitado Antonio Escohotado e levouse con el a Albert Pla e a Bebe para falar das drogas. Escohotado é o autor de Historia General de las Drogas, que é un ensaio monumental. Dixo o filósofo que a prohibición fora o maior experimento moral do século, xa que as drogas sempre estiveran ata entón aceptadas. E chamou a atención sobre unha cousa: mentras o prezo das cousas sobe cada ano, as drogas seguen a custar o mesmo, ou aínda menos, que hai quince. Pla dixo nalgún intre: “Ás veces a xente...”. E Escohotado cortoulle: “¿Ti consideraste parte da xente, Albert?”. Escohotado defende a educación, non a prohibición, que conleva ignorancia. “Non podes conducir un automóbil sen aprender”. Bebe fumaba un pito tras outro e ás veces sorría. Ao final Escohotado preguntoulle a Pla pola mortalidade a causa da droga. Pla, coa cola de pelo suxeita cunha gomiña rosa, subiu algo as cellas e baixou aínda máis a voz: “Home, a mortalidade inventouse antes que as drogas, ¿non?”.
miércoles, noviembre 26
Todo era mentira
Antes de morir tiroteado por unos sicarios que habían llegado a Cambados para cerrarle la boca, al capo Manuel Baúlo le dio tiempo a decir las últimas palabras a su mujer Carmen Carballo, que sobreviviría paralítica a la balacera: "Me muero, Morocha..., me muero. Que no se rompa la familia. Estad unidos". Siempre ha creído uno en que ciertos espíritus responden mejor a la improvisación. Cuando el Cela achacoso ingresó en planta sabiendo que iba a morir debía llevarse bien aprendido ese ¡Viva Iria Flavia! que dicen que soltó, porque Cela era hombre metódico en asuntos tan solemnes como los de la posteridad. A Baúlo el plomo le hizo ver la luz y expresó, en el dolor de la certeza, aquello que de verdad le importaba tras su muerte: la unión de la familia, que al fin y al cabo podría interpretarse también como la unión del negocio. Cuando yo era un niño religioso pensé no en lo que iba a decir antes de morir, sino a quien iba a dedicar el último pensamiento: a la Virgen María. Me dije ya entonces que mis tempraneros pecados acabarían absueltos en el último segundo, como un dandy que cae de pie: la Virgen me salvaría. No era el mejor final, pero parecía efectivo: una cobardía en forma de ‘por si acaso’. Con los años pude saber de algún final glorioso, como el del padre de Joaquín Sabina. Cuenta el cantante en sus memorias que, ya en su lecho de muerte, el hombre levantó un poco la cabeza antes de dar el último resuello y dijo: "Me gustaría saber a mí de dónde sacan tanto dinero las diputaciones provinciales". Hablándole a Chile desde su bombardeado Palacio de la Moneda, Salvador Allende dijo: "Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano: tengo la certeza de que por lo menos será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición". A Kennedy, en aquel descapotable que lo paseaba entre la afición, la mujer del gobernador de Texas le dijo: "No puede decir que Dallas no lo ama". Y antes de que le derribara el primer disparo él comentó: "Eso es obvio". Es famoso el grito del Che ante su verdugo, que temblaba nervioso: "¡Póngase sereno y apunte bien! ¡Va a matar a un hombre!". Y lo que yo no sabía era el final estúpido de Billy el Niño: entró en un cuarto sin luz y preguntó en español: "¿Hay alguien aquí?". Dylan Thomas fue más sugerente. Antes de desplomarse dijo: "Me he bebido 18 vasos de whisky puro. Creo que es todo un récord". Y María Antonieta, dirigiéndose al cadalso, tropezó con su verdugo y susurró: "Pardonnez-moi, monsieur". Mi final preferido cierra el círculo abierto por mi temoroso ‘por si acaso’. Lo contó hace poco un viejo amigo de la infancia. Se sabe que hace muchos años, en Viascón, un párroco se despidió del mundo al grito de "¡Todo es mentira, todo es mentira!".
martes, noviembre 25
Como o quere? Cru, se fai favor
"(...) Tamén ten grande importancia a toma de son. Nun filme en que prescindes de música e voz en off, a banda sonora constitúese case sempre de ruídos e sons...
-A miña idea foi sempre rexistrar o son directo, sen engadir elementos artificiais. Así, a banda sonora do filme está composta, en ocasións, por unha serie de ruídos que, nun filme de ficción convencional, nunca entrarían, e que lle confiren ao filme unha crueza que me interesaba. Trátase de sons rudos e pouco estilizados, como o bruído dun tractor ou o ladrido dun can, que arredan o filme da imaxe bucólica e idealizada que en moitas ocasións rodea as pezas gravadas no rural. Considero unha obriga fuxir desta ollada folclórica pois conleva certa condescendencia ou, o que é o mesmo, tratar o outro como un ser diferente. A min interesábame mostrar as cousas tal cal son, sen idealismos, mostrando tamén aqueles elementos do campo menos elegantes como as moreas de entullo, os galpóns de uralita ou as casas sen recebar. Do contrario estaría empregando a mirada do colonizador.
En Manuel e Elisa non hai música, voz en off, actores nin movementos de cámara expresivos. Ao contrario que a maioría dos filmes, no canto de acumular elementos prescindes de case todo...
-Dende un inicio procurei realizar un filme esquelético, cos elementos xustos e necesarios. Moitos amigos ao ver o filme téñenme preguntado “E como non lle metiches música?”. Na miña opinión son os directores que introducen música nos seus filmes os que deberan xustificar este emprego. Eu quería respectar a realidade que rodea aos meus protagonistas e só se tería ouvido música no caso de que esta estivera presente na vida de Manuel e Elisa. Interésame un cinema cru e espido, no que a imaxe e o son escarven na realidade e cheguen ao cerne que dota de sentido ao propio cinema (...)"
lunes, noviembre 24
Superficie
Sucedió en Canal Sur y la anécdota ilustra una civilización y su nostalgia. En un debate sobre el amor, una joven pidió la palabra: “A mí mi madre, desde que era shiquitiya, me decía: ‘Niña, que zepa que tú aquí [agarrándose con brutalidad la entrepierna] tienes los shoshosientos millones”. Tenía razón, pero eso ya es lo de menos. Yo no soy de esa clase de tipos mohínos que van por ahí abominando de la belleza de las mujeres y enamorándose de severas profesoras de latín metidas en una bata rosa. Y nunca entenderé que se le mire a alguien con sospecha por decir que se casa por belleza o por dinero, pues desde la manzana (la primera moneda) el mundo ha ido progresando no por la lucha de clases, como pomposamente dijo Marx, sino por cositas más prosaicas. En este sentido, la decisión de una discoteca de sortear unos pechos saltarines es la medida de la modernidad, y el escándalo provocado la medida del integrismo. Lo que aún no sabe la izquierda puritana cuchi cuchi es que conflictos como el vasco acabará el día en que las discotecas de Bilbao sorteen penes de 40 centímetros. Miren: entre los derechos humanos hay uno irresistible: el derecho al ser (no al ser heideggeriano, sino al ser antirretórico que decía Plà: “Lo más profundo del hombre es su superficie”). ¡Si hasta Cataluña, según aquel histórico borrador de su Estatuto, ha modelado un paisaje!
viernes, noviembre 21
Películas
Unha das cousas que non se entende do Ministerio de Interior é o seu esforzo melancólico na transparencia informativa. Os detalles da detención dese líder Garikoitz Aspiazu e a súa socia nos negocios da liberación nacional tiñan que deixarse no aire, para que nós maxinemos, en canto privilexio do espectador. Pero non: o que podería ser material para unha pelicula de Scorsese queda nunha persecución en calzóns de Alfredo Landa. Ao número un da banda terrorista localizárono porque os espías americanos deron coa súas contas de correo. Sobre a pista obtida pola dirección coa que se negociou a tregua (jternera@eta.es), os desencriptadores da CIA deron coas direccións de Txeroki: a persoal (gaspiazu@eta.es) e a outra (comandos@eta.es). Tras iso, ao servizo secreto francés chamoulle a atención unha matrícula “imposible”. “Im-po-si-ble”, deletrou Rubalcaba. Ao parecer, á localidade de Cauterets chegara un carro tirado por cabalos cun tipo de pescata vestido como para a Feira Franca de Pontevedra e cargado de pistolóns. Fixeron o asalto de madrugada e acharon no piso 100 gramos de haxís. Tamén isto o contou Interior, desmontando a vaidade da esmorga abertzale, que pensaba que os gudaris mataban aos traficantes para que os mozos borrokas non caesen no vicio, e resulta que os mataban porque os prezos debían de estar moi altos.
jueves, noviembre 20
Reyes
En el ajedrez, como en la vida, el último objetivo es destruir un imperio y asesinar al Rey. Que sobre un tablero se desenvuelvan tormentas de tal tamaño y se despeñen tantas voluntades geniales ha sido siempre un curioso objeto de estudio. Oscar Wilde llegó a decir que enseñarle a un hombre a jugar al ajedrez era el camino más sencillo para destruirlo. Un tipo tan recogido como Viswanathan Anand, el genio indio que vive en un pueblo de Madrid, puede decir algo tan turbulento como que si piensa, juega mal. A un jovencito Fischer le preguntaron en una ocasión quién era el jugador más fuerte del mundo. Puso tal cara de asombro que el interlocutor tartamudeó: “Aparte de ti, claro”. Del Fischer quinceañero se recuerda su voluntad de hierro al negarse a pactar tablas con el maestro Gideon Barcza con sólo dos reyes en el tablero, ¡y el de Fischer persiguiendo al otro! En un ensayo titulado de manera magnífica (Como la vida imita al ajedrez) Gary Kasparov habla de las extrañas fobias contraídas con el tiempo por las leyendas de este intrincado arte. Akiba Rubistein, por ejemplo, empezó a ser víctima de una timidez patológica. Tras realizar un movimiento, corría a esconderse en un rincón de la sala a esperar la réplica de su adversario.
miércoles, noviembre 19
Jamás hombre más nacido para el placer fue al dolor más derecho
"(...) Vivió libre e indomable. Y durante su corta pero intensa y deslavazada vida, Sawa tan sólo fue decidido militante del partido de la belleza, al que se entregó en cuerpo (colosal) y alma (a menudo torturada). No comulgó con las ruedas de molino de la ortodoxia cultural, ni doblegó su hercúlea cabeza ante ningún amo de la política ni de la literatura. Pasó por el seminario, pero acabó echando pestes de los curas. Víctor Hugo le besó en la frente y él no se lavó durante días. Luego, Zola le hechizó con su prosa natural y naturalista, y Sawa le correspondió con novelas descarnadas, viscerales, en todos los sentidos de la palabra. Vivió y bebió a conciencia la noche parisina, haciéndose unas risas, unos versos y unas absentas con Verlaine, con Manuel Machado, con Rubén Darío (...)"
Un bohemio a todas luces
Manuel de la Fuente (Abc, 19-11-08)
martes, noviembre 18
Aves de plumaje tan distinto
"(...) Picasso se quedó bebiendo hasta que la cabeza se le cayó sobre la mesa. También Joyce, en silencio, bebía champagne y eructaba con ganas. Al llegar, se había disculpado por no estar vestido de etiqueta. “No tengo dinero para esas inutilidades”, declaró. El único tema de conversación que le interesaba era su novela Ulysses, que se había publicado tres meses antes y que estaba ya en todas las bocas, sobre todo en las de quienes la leían sin entenderla.
Los restos de la comida fueron retirados de las mesas a la una de la madrugada. Joyce –ha contado el crítico Clive Bell, quien oyó la historia de boca de Sydney Schiff– siguió sentado, sin hablar, con una mano en el mentón y la otra ocupada con una copa de champagne. A las dos de la mañana estaba completamente borracho y de a ratos soltaba bufidos sonoros.
Quince, acaso veinte minutos después, los Schiff vieron entrar a un hombre pequeño y sigiloso, enfundado en un abrigo de pieles, que se movía –según Clive Bell– como una rata. De lejos parecía pringoso y húmedo. Era el autor de En busca del tiempo perdido. Ya había terminado de escribir su gran novela y todavía la estaba corrigiendo y añadiendo frases. Era entonces mucho más célebre que Joyce, y sus largas frases perfectas, encadenadas unas a otras por una música inimitable, se repetían en los salones con devoción sacramental.
Aunque Joyce no vio a su colega como un hombre enfermo (diría, por lo contrario: “Se queja, pero está más sano que yo”), las drogas que Proust se inyectaba o bebía con frecuencia asesina estaban acabándolo. Seis exactos meses después de la reunión en el Majestic, una septicemia veloz acabaría con él. Dijera Joyce lo que dijera, era un agonizante en lucha contra la muerte.
Cuenta Davenport-Hines que se ubicaron en sillas contiguas. Registra seis versiones de lo que hablaron –una de ella es la de las trufas–, y en todas persiste la incomprensión. Joyce contó años más tarde que la única palabra memorable de aquel encuentro fue un monosílabo, “no”. “Proust me preguntó si yo conocía al duque tal o cual. Le dije: «No». Madame Schiff quiso saber si Proust había leído éste o aquel capítulo de Ulysses. Respondió: «No». La situación era insoportable.”
Otras veces, en sus años de gloria, Joyce pagó la indiferencia de Proust hacia su obra maestra con sarcasmos envenenados. Uno de los apuntes de su diario es revelador: “Los lectores llegan al final de las frases de Proust antes de que él termine de escribirlas”. Y luego, en una carta a su editora Sylvia Beach, que era también la dueña de la célebre librería Shakespeare & Co, cuenta, con un juego de palabras difícil de traducir: “Acabo de leer En busca de las Sombrillas Perdidas por varias Muchachas en Flor en el Camino de Swann con Gomorrea et Cie., escrito por Marcella Proyst y James Joust.” Los dos grandes hombres no volvieron a verse. Eran aves de plumaje tan distinto que sólo se habrían lastimado (...)".
Los restos de la comida fueron retirados de las mesas a la una de la madrugada. Joyce –ha contado el crítico Clive Bell, quien oyó la historia de boca de Sydney Schiff– siguió sentado, sin hablar, con una mano en el mentón y la otra ocupada con una copa de champagne. A las dos de la mañana estaba completamente borracho y de a ratos soltaba bufidos sonoros.
Quince, acaso veinte minutos después, los Schiff vieron entrar a un hombre pequeño y sigiloso, enfundado en un abrigo de pieles, que se movía –según Clive Bell– como una rata. De lejos parecía pringoso y húmedo. Era el autor de En busca del tiempo perdido. Ya había terminado de escribir su gran novela y todavía la estaba corrigiendo y añadiendo frases. Era entonces mucho más célebre que Joyce, y sus largas frases perfectas, encadenadas unas a otras por una música inimitable, se repetían en los salones con devoción sacramental.
Aunque Joyce no vio a su colega como un hombre enfermo (diría, por lo contrario: “Se queja, pero está más sano que yo”), las drogas que Proust se inyectaba o bebía con frecuencia asesina estaban acabándolo. Seis exactos meses después de la reunión en el Majestic, una septicemia veloz acabaría con él. Dijera Joyce lo que dijera, era un agonizante en lucha contra la muerte.
Cuenta Davenport-Hines que se ubicaron en sillas contiguas. Registra seis versiones de lo que hablaron –una de ella es la de las trufas–, y en todas persiste la incomprensión. Joyce contó años más tarde que la única palabra memorable de aquel encuentro fue un monosílabo, “no”. “Proust me preguntó si yo conocía al duque tal o cual. Le dije: «No». Madame Schiff quiso saber si Proust había leído éste o aquel capítulo de Ulysses. Respondió: «No». La situación era insoportable.”
Otras veces, en sus años de gloria, Joyce pagó la indiferencia de Proust hacia su obra maestra con sarcasmos envenenados. Uno de los apuntes de su diario es revelador: “Los lectores llegan al final de las frases de Proust antes de que él termine de escribirlas”. Y luego, en una carta a su editora Sylvia Beach, que era también la dueña de la célebre librería Shakespeare & Co, cuenta, con un juego de palabras difícil de traducir: “Acabo de leer En busca de las Sombrillas Perdidas por varias Muchachas en Flor en el Camino de Swann con Gomorrea et Cie., escrito por Marcella Proyst y James Joust.” Los dos grandes hombres no volvieron a verse. Eran aves de plumaje tan distinto que sólo se habrían lastimado (...)".
Tomás Eloy Martínez, La Nación (7-10-06)
domingo, noviembre 16
La vida inmortal de Manuel y Elisa
Hay en Manuel y Elisa una música de fondo que acompaña la heroica vida de sus protagonistas: el jadeo. Es el jadeo de Elisa haciendo las camas de su casa, yendo a una esquina y otra a meter el dobladillo bajo el colchón: su bufido casi arrullador, constante, apenas perceptible, al sacudir la bajera mientras le cuenta a la cámara que ése es uno de los momentos más trabajosos del día. Es la sencilla tarea del hogar convertida en epopeya de singular belleza en una mujer octogenaria de O Rosal, casada desde hace 53 años con su marido, Manuel, que sale por la mañana a cortar leña, a cavar tierra y a quemar rastrojos viejos.
Esa respiración agitada va atravesando el filme con una lentitud crepuscular que dota a sus vidas de un sentido magnífico y apabullante. Ni siquiera la rendición vigilante de Elisa, ya al final del filme agarrada a una muleta y sentada en una silla dirigiendo esa labor casi artesana de hacer una cama, deja grietas para el pesimismo. Lo dijo el director Manuel Fernández-Valdés (Pontevedra, 1979) al tomar una decisión sobre aquello que tenía en sus manos: "Si ellos me lo permitían, haría un documental en el que contaría la historia de un matrimonio de ancianos campesinos que se levantan por las mañanas como si fueran inmortales".
Sobre esa base ha construido su ópera prima después pasar varias semanas conviviendo con el matrimonio. Su película es una arquitectura sencilla poblada de silencios que acaban adquiriendo, en su simbólico final, una belleza casi imperecedera. Después de todo Fernández-Valdés, fiel a un postulado, rueda una verdad despojada de retórica que ralentiza sin miedo en una búsqueda casi obsesiva por los pliegues de sus vidas. Hay humor, porque ya tras mostrárselo a los protagonistas, éstos calificaron la cinta de "comedia, pero no sabemos si esto le hará más gracia a nadie", y hay memoria: la del rural que jadea, y aquellas generaciones que van muriendo, testigos de un tiempo y pasto de la melancolía. Manuel habla de su mujer enferma sin dramas, y cita la muerte de ella, y acaso la muerte de él, y lo hace secándose el sudor mientras abre la tierra a paladas, cavando.
jueves, noviembre 13
Fidel Castro / Manuel Fraga: la Revolución era una aldea
Para celebrar por todo lo alto el V Centenario de la conquista española de América, Fidel Castro conquistó Europa. Empezó por Láncara, el terruño lugués de su padre, una aldea verde de ríos y terneras a la que salió a recibirle Fraga. Nada en la foto que les tomó Pepe Ferrín tiene desperdicio, empezando por la corbata del presidente gallego, que aparece con rostro idéntico al que presentó una década después en cartel electoral: Fraga es un antepasado de sí mismo. En la imagen está la ortodoxia comunista de verde oliva cerrando los ojos con la copa en alto y el Zelig de la derecha primero franquista, luego democrática y ahora, en el luminoso estertor, de moderadas posiciones para espanto de los curas del PP. De los dos se podrán decir las mayores atrocidades y los elogios más ruborizantes. Castro inauguró su régimen de libertad enchironando maricas y fusilando a cientos de infieles y Fraga fue el ministro de una dictadura vengativa y entregada a la sacristía de un Dios piadoso que se debatía entre el asco y la nostalgia. Sus fieles dirán que el cubano es un revolucionario que acabó con una dictadura militar de casino y putas en el nombre de un socialismo fundado en la igualdad de oportunidades y que el gallego es el superdotado del Estado en la cabeza que llevó de la manita como un Moisés de cólera famosa a una derecha pistolera por los mares de la Transición. Los dos han sido como una lluvia violenta que lo ha empapado todo en Galicia y Cuba en las últimas décadas. Castro, al borde del llanto, se declaró en aquella aldea "hijo legítimo de Galicia". El pueblo entero vitoreó en las calles al Comandante, al que Fraga ofreció "nuestra casa, no exenta de problemas, pero abierta a todos". Poco después rompió a llorar cuando recordó la emigración a Cuba y la historia de su padre. Disfrutaron ambos de una romería con pulpo, empanada y sardinas, y acabaron la tarde felices jugando una partida de dominó que ganó Fraga. La Revolución, pensó esa noche Castro al meterse entre sábanas, era una aldea.
Montesco
No canto da nenez, parece que hai xente que viviu sempre de pé. Achalos pola rúa é un daqueles praceres cotiás, como saír da toupeira cun ferro entre os dentes. Remexer as súas vontades, coa présa de quen quere morrer axiña para aprender a andar. Veño de escoitar a Gainsbourg e asinto: para morrer os trinta aqueles que puña como fronteira Fitzgerald non valen (deixan de valer en tanto que se cumpran: antes aínda convalidan) e póñense de moda os corenta e un (se hai unha Jane Birkin que te bique). Se a vida fose informática, quen reiniciaría? Depende do amor? Vén de dicilo nese título Agustín Fernández Paz: o único que queda é o amor. O amor e a morte, porque houbo familias en Verona que non soportaron tanto. Mais se a vida fose informática, dime, quen reiniciaría? Depende non tanto da idade como do único que quede para nós. No canto da nenez, parece que hai xente que sempre vivíu como un dead man walking, percorrendo desta vez e doutra derradeiros metros en derradeiras praias. E se non houbese máis vida, quen a pararía? Quen a pararía coma un neno parando un tren? Pararíala ti, fillo? Pararías o tren antes de miralo pasar enriba túa, como un dead man squashed? E se a vida fose só pasado, neno: viviríala? Viviríala se hai quen atopa aquel balcón de Verona, onde fuches como un dead man walking a mirar os derradeiros ollos?
miércoles, noviembre 12
martes, noviembre 11
Fuegos nuevos / colores nunca vistos

lunes, noviembre 10
Resistencia
José Blanco hizo esta semana una confesión nostálgica: “Me he resistido en estos últimos meses a confesar públicamente mi simpatía hacia Obama para no interferir en lo más mínimo en el proceso de selección que estaba desarrollando el Partido Demócrata”. No sé si la frase inaugura un tiempo o llanamente lo cierra, pero los últimos meses han debido ser espectaculares en esa casa. Imaginen a Blanco y esposa compartiendo cena con un matrimonio amigo. “Bueno, y esto de Obama y Hillary, ¿a vosotros qué os parece?”. Vean a Blanco mudándole la cara, doblando la servilleta y levantándose de la mesa. Su melancólica resistencia. “Me vais a disculpar, pero América debe decidir libremente”. Obama está poniendo en el mapa a la política gallega. Al presidente de la Deputación de Pontevedra, mismamente. En rueda de prensa, tras contestar a los asfaltos locales y las pequeñas miserias del rural, origen de Louzán y origen de la vida misma, al presidente le plantearon la ‘cuestión Obama’. Se puso de puntillas y adoptó cara de estadista mundial, como un Doutor Slump al paso de la señorita Yamabuki. Tres o cuatro lecturas al periódico, una mirada al telediario y al monte con el rifle, como el Foucellas. No habló de los caucus de Iowa de milagro. Estamos todos locos.
jueves, noviembre 6
Superstición
Un dos espantos do crime organizado é a súa capacidade, nada inocente, para que a sospeita empape moi sutilmente a sociedade. Nesa limpa teoría que ETA achou para acovadar as súas vítimas destacaba un termo de semente nazi: a socialización do sufrimento. O ambiente era coñecido por Vito Corleone cando reuníu aos capos de Nova Iorque nunha reunión na que ofreceu a man para esquecer os fillos mortos dunha familia e doutra. “Pero se lle cae un raio enriba, ou ten un accidente de coche, ou lle sobrevén unha desgraza… Eu son un home supersticioso, e se algo lle pasa ao meu fillo Michael, a miña superstición faríame crer que vostedes tiveron algo que ver”, di na pasaxe na que o vello Padrino lembra que as leis e a xustiza da mafia son paralelas ás do Estado: “unha cosa nosa, unha cosa nostra”. Onte, cos ecos vitoriosos de Barack Obama, apareceu nos xornais a noticia da morte do ministro mexicano de Interior, Juan Camilo Mouriño, nun accidente aéreo. Nun país no que aparecen mortos a deceas ao cargo das mafias do narcotráfico e se sublima o tan corleonesco “que pareza un accidente”, calquera suceso xa leva de seu o cheiro bastardo do crime, sexa ou non verdade. Mala cinematografía nunha sociedade a que o ruido dos corpos que pasan río abaixo acala as sospeitas e o balbordo que van deixando atrás, como un fume infame.
miércoles, noviembre 5
Cópula
David M. Buss é autor de La evolución del deseo, un ensaio no que pasa revista á natureza humana e os seus máis descarados hábitos. No libro relátanse as mellores historias de amor que se teñen escrito (e aínda máis: lido), e sempre dende un punto de vista xeneticamente feliz: o científico. Despois de todo, nada produce máis emoción que a verdade na súa elegante e discriminatoria pureza. Shakespeare sabía que a traxedia era namorarse dunha Capuleto, pero non sendo un Montesco, senón un Capuleto, coma min. No seu libro, David M. Buss describe con máis amor os detalles ocultos. Chama a atención, polo seu compoñente tráxico, o caso das moscas escorpión. A femia desta mosca rexeita aparearse co macho a non ser que este lle traia un regalo de voda, que ten que ser, por prescrición sexual, un insecto. Só mentres a femia o come, e non antes, o macho pode copular con ela. No acto, o macho ten suxeito o regalo para impedir que ela marche antes de que el acabe a cópula. Tarda como vinte minutos en deixar todo o esperma nela, e eles procuran elixir sempre un insecto que as femias tarden en comer, máis ou menos, ese tempo. Se o regalo é máis pequeno, e a femia o come antes de que el acabe, ela bótao do seu lado. Se é maior, e a femia tarda máis de vinte minutos en comelo, os dous pelexan a morte polas sobras. O amor nunca vai en liña recta.
martes, noviembre 4
El querido y lamentado pasado
La vida de Samuel Langhorne Clemens tuvo una peculiaridad: el cometa Halley fue visible desde la Tierra al nacer él y no volvió a ser visto hasta el día que murió. Nació en Missouri en 1835, llevó una vida aventurera provista de alegrías y golpes bajos, y murió sólo cuatro meses después de perder a su hija en 1910. Ya era entonces y ya había sido hacía mucho Mark Twain. Su autobiografía, se dijo aquí hace unos días, es magnífica y procura grandes momentos. Los días en Pontevedra están para eso y mi vida empieza a parecerse también un poco a la de un Tom Sawyer huraño, feliz y con varios kilos de más. Como el protagonista de Adiós a las armas, siempre se acaba uno dejando la barba a la espera de una noticia mejor.
La autobiografía de Twain es una de ellas. En el libro, hay un momento en el que cuenta el día en que con catorce años le tocó hacer el papel de oso en una representación teatral de la fiesta que daba su hermana. Para ensayar su papel se fue a una casa abandonada con el negrito Sandy y allí se desnudó para ensayar el papel de oso. No sabía que se habían escondido detrás del biombo dos chicas para cambiarse, que lo observaron todo. "Daba saltos y cabriolas de un lado para otro de la habitación mientras Sandy aplaudía con verdadero entusiasmo. Caminaba enhiesto y gruñía y daba dentelladas al aire y rezongaba; me ponía cabeza abajo, daba saltos mortales, bailaba una tosca danza con mis zarpas dobladas y mi imaginario hocico olisqueando por todos lados", cuenta Twain, hasta que Sandy le preguntó: "Señorito Sam, ¿ha visto alguna vez un arenque seco?". "¿Tiene algo de peculiar?". "Sí, señor. Puede apostar que la lechera sí. ¡La lechera se los come con tripas y todo!". Rompieron a reír las muchachas tras el biombo y el joven Twain salió corriendo de allí con la ropa en la mano. No pudo mirar a la cara a ninguna mujer en mucho tiempo, sin saber quiénes eran las que vieron aquel espectáculo traumático en un chico de catorce años. Sólo recibió una nota en la que se le decía, burlonamente, que su ensayo había sido maravilloso.
50 años después, en una gira de conferencias, se encontró en Calcuta con una réplica de Mary Wilson, el gran amor de su infancia. Pensó que era un sueño, a tantos miles de kilómetros de casa, pero sólo era su nieta. Ella lo llevó con su abuela, que estaba en un hotel, y juntos "empapamos nuestras sedientas almas en el vino revivificante del pasado, el pasado patético, el bello pasado, el querido y lamentado pasado. Pronunciamos los nombres que habían permanecido silenciosos en nuestros labios durante cincuenta años y era como si estuviesen hechos de música. Con manos reverentes desenterranos a nuestros muertos, los compañeros de nuestra juventud, y los acariciamos con nuestras palabras. Buscamos en las cámaras polvorientas nuestros recuerdos y fuimos buscando, incidente tras incidente, episodio tras episodio, tontería tras tontería, y nos reímos con tantas ganas que las lágrimas nos corrían por las mejillas". Sólo hasta que los dos ya estaban en pie para despedirse, viejos y emocionados, Mary le preguntó tiernamente: "Y dime, ¿llegaste a ver alguna vez un arenque seco?".
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